Un viejo de pelo largo y canoso deambula en la oscuridad de un hotel en ruinas, pasea por la playa mientras contempla el mar oscuro, dice ser Tadzio, aquel joven risueño de cabello color miel inmortalizado en el celuloide por Luchino Visconti como “El chico más bello del mundo”. Éste morto qui parla tiene algo que decir, es más bien un ángel de la muerte.
Nos remontamos a un frío día de la Estocolmo de 1970, Visconti deja atrás a sus actores carilindos Alain Delon y Helmut Berger para consagrarse de una vez y por todas a la búsqueda de la belleza absoluta. Desea encontrar al protagonista de la que será -sin saber aún- su última gran obra y quizás su mejor película, Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971), una adaptación cinematográfica de la famosa novela corta de 1912 de Thomas Mann.
Esta nueva propuesta lo lleva a realizar para la televisión italiana el mediometraje Alla Ricerca di Tadzio (1970), un seguimiento minucioso sobre el arduo proceso de casting, el cual incluye un extenso viaje por distintas partes de Europa para hallar al muchacho adecuado. Es así cómo cientos de niños desfilan ante el director pero éste sin embargo no logra dar con el indicado. Hasta que de un momento a otro, como Gustav von Aschenbach en la novela (Dirk Bogarde en la pantalla), Visconti queda asombrado cuando entra en escena por primera vez un misterioso y tímido joven sueco de 15 años, un tal Björn Andrésen. El director lo pone a prueba, lo desnuda, le busca errores y no los encuentra. Ante su equipo de filmación ordena: “que nadie se atreva a mirar al muchacho”, para luego indicarle a éste sólo cuatro movimientos por el resto de su vida: Camina, Detente, Gira y Sonríe. El resultado es una de las películas más bellas en la historia del cine, coronando a Tadzio ante la reina de Inglaterra y el mundo entero con el título de “The most beautiful boy in the world”.
Visconti construye una armonía estética a partir de la arquitectura y paisajes venecianos a través de esos largos planos generales y panorámicas que ralentizan el tiempo, a los que se suman los zooms como puntos de focalización fijos dentro del encuadre para contemplar la figura/ obsesión del personaje principal, así la fotografía de Pasqualino De Santis trabaja la imagen como pinturas impresionistas inspiradas en los veranos españoles del pintor Joaquín Sorolla. Lo atemporal de la música clásica, con gran énfasis en el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, también ayuda a generar un clima denso y pausado cual añoranza de un tiempo pasado e irrecuperable, dotando al film de un sentimiento mortuorio, un verdadero estado de belleza en descomposición. Dicha decadencia premonitoria es retomada para desteñirse ya completamente en el presente documental, El Chico más Bello del Mundo (Världens Vackraste Pojke, 2021), dirigido por Kristina Lindström y Kristian Petri.
Aquí el antiguo empapelado al óleo que viste Muerte en Venecia se resquebraja hacia un tono azulado, apagado y frío, la cámara tambalea, los encuadres son desprolijos y el escenario es un departamento chico y revuelto. Seguimos a un moribundo solitario con gafas oscuras por las calles, quien busca despojarse de los últimos restos que le quedan de aquel efebo fantasmal, de aquella imagen idolatrada que lo persiguió durante toda su vida como el retrato de un Dorian Gray moderno, cargando él mismo su propia pintura que lo envejece mientras ésta no deja de replicarse bellamente. Lo novedoso es que se lo escucha pronunciar palabras, lo único que Visconti no le permitió.
La película representa el quiebre de la belleza y la fragilidad humana, el formato documental analiza la verosimilitud y transparencia que se mueve por detrás, hoy bajo una estética casual y sin demasiados artificios. La cámara sigue a Björn en el intento de recuperar su identidad, nos adentramos en las profundidades más oscuras de su intimidad a través de cintas del pasado que narran historias secretas y testimonios inconclusos que se intentarán rearmar. Un sonido tenso molesta resonando todo el tiempo.
A medida que avanza el relato es ineludible no caer en la comparación con escenas de la película que lo mortificó, ya que se tejen paralelismos estéticos bien opuestos entre ambos films, dejando en evidencia ese contraste artístico, ético y moral de la industria cinematográfica y el grupo familiar. El material de archivo expuesto y las escenas de aquella antigua película se desdoblan aquí, marcando un nuevo significado que permanecía oculto, manifestándose como manchas, tajos sobre aquella pinturita que el director italiano supo crear.
El hermetismo alrededor de la figura de Björn, quien parecía haber desaparecido e incluso fue dado por muerto, es un gran acierto que recupera y explora el film. En medio de una ebullición por el género biopic donde todo hecho, personaje o circunstancia deriva en una copia fílmica, sin permitir nuevas consonancias más allá de una mera réplica, El Chico más Bello del Mundo ofrece en cambio una pieza reveladora y contundente, una obra que se abalanza contra el cine del pasado y también el del presente. Un documental desgarrador que no busca copias ni morirse en el intento.
El Chico más Bello del Mundo (Världens Vackraste Pojke, Suecia/ Alemania/ Francia, 2021)
Dirección y Guión: Kristina Lindström y Kristian Petri. Elenco: Björn Andrésen, Luchino Visconti, Dirk Bogarde, Mario Tursi, Dagny Erixon, Jessica Vennberg, Ann Lagerström, Max Seki, Masatoshi Sakai, Riyoko Ikeda. Producción: Stina Gardell. Duración: 93 minutos.