Juan Rodolfo Wilcock fue un escritor de una prosa pulida y sutil, delicada y aguda, un poeta exquisito que se exilió en Italia durante la denominada Revolución Libertadora debido a circunstancias poco claras y rápidamente adoptó el italiano como lenguaje para su obra. En sintonía con la literatura fantástica que proponía en Argentina la admirada trinidad de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, amigos y mentores del autor de El Caos (1974), cultivó y combinó este estilo con la tradición análoga italiana, cuyos exponentes más conocidos fueron Italo Calvino, Dino Buzzati y Giorgio Manganelli. Como todos ellos Wilcock fue escritor, crítico literario y traductor, y creó una obra signada por la compasión y un humor sensible, repleta de fabulas maravillosas sobre la esencia humana y su carácter bestial.
El Libro de los Monstruos (Il Libro dei Mostri, 1978) es su primera obra póstuma y remite directamente a El Estereoscopio de los Solitarios (Lo Stereoscopio del Solitari, 1972) y La Sinagoga de los Iconoclastas (La Sinagoga degli Iconoclasti, 1972), dos de sus trabajos más reconocidos, con los cuales conquistó al público fantástico con relatos llenos de imaginación mitológica y alegórica. Editado en 1978 pocos meses después de su muerte, el libro es un compendio de breves descripciones en tono de fábula que se transforman en relatos efímeros pero precisos y perfectos sobre la monstruosidad como característica fundamental y real del ser humano. Los textos de este libro tienen ciertas reminiscencias a los relatos sobre animales de Franz Kafka, a quien Wilcock leyó en alemán y tradujo al español, pero en estos textos, y al igual que en las obras mencionadas anteriormente, también se puede rastrear la influencia de la imaginación de Jonathan Swift y de la prosa experimental de Samuel Beckett, dos autores también admirados por Wilcock.
En los relatos comprendidos en El Libro de los Monstruos predomina un humor compasivo, una mirada piadosa de la monstruosidad representada con rasgos exagerados. Cada uno de los monstruos es mencionado con un nombre imaginario y cada uno es una característica humana que Wilcock resalta y enfatiza a través de sus rasgos y su transformación, ofreciendo así un epítome de monstruosidades como condición singular que parece pasar desapercibida como si la monstruosidad fuera ya una característica humana más.
Un jefe de correos devenido en una masa de pelos que lleva cartas hasta los confines persiguiendo un amor lejano, un hombre convertido en cenicero que medita recetas de cocina como venganza por su condición, un geómetra, agente inmobiliario y gestor que se ha transformado en un volcán, son algunas de las propuestas de transfiguración humana en objetos o formas topográficas que expresan distintas cuestiones de las emociones y sentimientos que metamorfosean la condición humana, efecto rastreable en La Metamorfosis, de Franz Kafka, uno de los textos más conocidos y representativos del escritor checo. Pero las metamorfosis también aparecen en relatos donde la imaginación desborda los sentidos y los hombres pierden su condición, o más bien encuentran realmente en su estado monstruoso su verdadera esencia. Así aparece un teólogo experto en los rollos del Mar Muerto que se ha convertido en una bestia alada, un estudiante de arquitectura que despierta súbitamente cubierto de plumas, un carpintero que pone huevos y genera rumores disparatados, un hombre hecho de múltiples espejos que encandilan, un cardenal que hace milagros atrapado en un icosaedro de plástico y una mujer en avanzado estado de putrefacción que es un icono de la belleza y de la moda; todas narraciones que sintetizan las reacciones de los demás hacia lo diferente, hacia lo extraordinario que fulgura.
Sensaciones que recorren el terror y la fascinación para llegar al rechazo y el hastío son las formas que Wilcock encuentra en su indagación fantástica del corazón del hombre, un ser en el que lo monstruoso siempre está presente, aunque a veces escondido. El relato sobre un hombre que se ilumina en la noche mientras pasea desnudo demuestra cómo la curiosidad se trastoca en letargo, el acostumbramiento es expuesto aquí como una forma de monstruosidad humana ante lo distinto. De esta forma surgen los prejuicios que nublan la capacidad de asombro ante lo desconocido y el rechazo como reacción instintiva de una sociedad que discurre sobre la cultura pero que vive en la animalidad más absoluta.
Un hombre sumido en las tinieblas por un accidente que recuerda los placeres de los sentidos perdidos, un contador que reposa como una montaña que irradia luz en el mar y sueña infinitos sucesos sobre el tiempo y la existencia y un metafísico que se ha reducido hasta desaparecer, produciendo un agujero en el universo y transformando sus leyes, son también relatos que remiten a las ensoñaciones de algunos hombres entregados a la contemplación eterna, que han abandonado lo terrenal, otra particular condición de lo monstruoso.
Un candidato al premio Nobel de Literatura que escribe relatos sociales comprometidos con sus tentáculos, un crítico literario compuesto por una masa de gusanos, un mariscal devenido demonio que se dedica a la propaganda de un infierno comunista, un semiólogo estructuralista que es el último homínido fósil, una serpiente psicoanalista, un hombre de dos dimensiones que expresa y exacerba la chatura repugnante del ser humano refieren a las deformaciones que los hombres sufren cuando se convierten en lo que postulan, cuando dejan de disfrutar de la vida para intentar imponer su visión del mundo a otros.
Wilcock demuestra en El Libro de los Monstruos que la monstruosidad anida en el corazón humano y que todos somos en algún punto una especie de bestia que anhela despertar, pero que casi siempre yace adormecida en lo profundo del ser. La forma en que los hombres se adaptan a las dinámicas en las que viven, la increíble capacidad del ser humano de generar regocijo a partir del dolor, la fragilidad de la ambición y la interpretación de la divinidad como un benefactor invisible construyen alegorías sobre las formas monstruosas que tiene el hombre para interpretar el mundo y habitarlo. La pérdida de la capacidad de percibir otras dimensiones, la ceguera ante la misma realidad, las posibilidades que provee la imaginación y la pérdida de esta en el mundo contemporáneo son algunas de las cuestiones sobre las que Wilcock escribe y reflexiona, dejando que la imaginación lo lleve hacia las costas más imprevisibles e impensables.
La presente reedición de El Libro de los Monstruos de Juan Rodolfo Wilcock fue realizada por la editorial argentina La Bestia Equilátera con una traducción de Ernesto Montequín, biógrafo del autor de El Ingeniero (L’Ingegnere, 1975), quien también tradujo El Estereoscopio de los Solitarios y El Caos, ambas también reeditadas por la editorial argentina recientemente. Con una corrección a cargo de Virginia Avendaño y un gran diseño de tapa de Juan Pablo Cambariere se reedita en Argentina un libro donde las visiones sobre las ilusiones ópticas que sueñan con ilusiones ópticas se hacen realidad a través de una intimidad que se vuelve extraña y propone repensar si no somos monstruos intentando esconder nuestra verdadera e inquietante naturaleza.
El Libro de los Monstruos, de Juan Rodolfo Wilcock, La Bestia Equilátera, 2019.