Desde que se hiciese conocido en todo el mundo por El Embalsamador (L’Imbalsamatore, 2002), Matteo Garrone ha desarrollado una de las pocas carreras interesantes de un director y guionista europeo en este aburrido Siglo XXI, una linda proeza que tiene que ver con un derrotero algo desparejo en términos de calidad pero siempre atractivo en cuanto a las propuestas estéticas, ideológicas y discursivas de cada uno de sus films, esos que en gran medida parecen moverse en dípticos porque el asunto arrancó con un par de convites sobre la pasión morbosa o grotesca, la citada El Embalsamador y Primer Amor (Primo Amore, 2004), la primera una epopeya de triángulo amoroso bastante macabro y la segunda de obsesión y manipulación romántica ultra patológica, y a posteriori siguió con una dupla de thrillers de temática criminal/ mafiosa, Gomorra (2008) y Dogman (2018), esta última sobre el legendario asesinato en 1988 de Giancarlo Ricci por parte de Pietro De Negri y la primera un relato coral acerca de la Camorra, el sindicato criminal de Campania, y dos fábulas bien barrocas y para adultos, El Cuento de los Cuentos (Il Racconto dei Racconti, 2015) y Pinocho (Pinocchio, 2019), por cierto basadas respectivamente en textos clásicos de Giambattista Basile y Carlo Collodi, El Pentamerón (Il Pentamerone, 1634-1636) y el archiconocido volumen Las Aventuras de Pinocho (Le Avventure di Pinocchio, 1881-1882), eje de una infinidad de lecturas e interpretaciones a lo largo de los muchos años por venir.
Casi todos los trabajos de Garrone son muy buenos con la excepción de El Cuento de los Cuentos y su díptico volcado a la comedia dramática, Verano Romano (Estate Romana, 2000) y Reality (2012), la primera sobre la dinámica afectiva mundana y la segunda en torno a la influencia demencial de los medios de comunicación en el público, tres trabajos que sin ser malos tampoco se ubican entre las obras fundamentales del cineasta romano. La última realización del señor, Yo, Capitán (Io, Capitano, 2023), retoma esta dinámica de películas entrelazadas a nivel conceptual o más bien espiritual porque la temática de base, la inmigración desde el Tercer Mundo hacia Italia, ya había sido explorada en nada menos que la ópera prima del realizador, Tierra Intermedia (Terra di Mezzo, 1996), film muy poco visto que ofrecía tres mínimas viñetas sobre prostitutas nigerianas, trabajadores albaneses y un anciano egipcio en una gasolinera/ estación de servicio y que ya categorizaba a Europa como un limbo frustrante en el que los sueños de progreso de antaño aún no se alcanzan porque la decepción, el ninguneo y la lisa y llana explotación laboral son la regla máxima, todo mediante un naturalismo descarnado que Yo, Capitán en parte recupera pero ahora para mitificarlo desde las facetas complementarias de lo individual y lo colectivo -aquí los protagonistas siempre están rodeados de otros mártires como ellos- y reorientarlo hacia la etapa anterior, el éxodo hacia la “tierra prometida” entre la ingenuidad y nuestra resiliencia.
La historia gira alrededor de dos adolescentes senegaleses de 16 años, Seydou (Seydou Sarr) y su primo Moussa (Moustapha Fall), que viven con sus parentelas en una barriada muy pobre de la capital del país, Dakar, y llevan seis meses ahorrando dinero para llegar a Europa con la idea de poder ganarse la vida como músicos callejeros a pesar de los intentos de disuasión por parte de la madre de Seydou (Ndeye Khady Sy) y de un tal Sisko (Oumar Diaw) al que contactan en pos de información para el periplo, un reparador de televisores que les advierte acerca del frío y la miseria de los inmigrantes en el viejo continente y el generoso tendal de cadáveres que quedan en el camino a lo largo del desierto y el mar. Los muchachos no entienden razones, le piden consejo a un brujo local y emprenden el viaje comprando pasaportes falsos que -coimas mediante- los llevan hasta Níger, desde donde comienzan a atravesar el gigantesco Desierto del Sahara en una odisea que se divide en un primer tramo a bordo de una camioneta y el resto a pie siguiendo incansablemente a un guía que no les ahorra el robo a instancias de la gendarmería de Libia, la cual para colmo arresta a Moussa por ocultar su dinero en el ano. Seydou termina en una prisión de un sindicato parapolicial que se dedica a torturar y extorsionar a migrantes y venderlos como mano de obra esclava, así trabaja como albañil por un tiempo con un amigo y colega de sufrimiento, Martin (Issaka Sawadogo), y eventualmente consigue su libertad y hasta llega al suburbio de Trípoli, ciudad capital de Libia en la que continúa trabajando en la construcción y se reencuentra con su primo, que recibió un tiro en una pierna al huir de prisión. Desesperado frente a la negativa de los hospitales a atender inmigrantes negros y la posibilidad de que Moussa pierda la extremidad sin antibióticos en diez días, Seydou acepta ser capitán de un barco grandecito y repleto de africanos en trayecto hacia Sicilia por el Mar Mediterráneo.
Garrone, quien escribió el guión junto con Massimo Ceccherini, Andrea Tagliaferri y Massimo Gaudioso, efectivamente respeta la excelsa tradición cinematográfica italiana y encara la película desde un neorrealismo muy concienzudo que pinta la tragedia en primera persona y sin la típica mirada del outsider hollywoodense, sin embargo nunca se cierra del todo en el enfoque testimonial clásico -el correspondiente a genios como Gillo Pontecorvo, Costa-Gavras, Steven Soderbergh y Paul Greengrass- y asimismo opta por condimentar el asunto con pinceladas de cine de aventuras, thriller de supervivencia y especialmente ese cuento de hadas mórbido para espectadores astutos que ha enmarcado gran parte de su producción y no sólo los opus inspirados en los relatos de Basile y Collodi, pensemos por ejemplo en la estructura operística/ folletinesca del viaje de los púberes y en escenas líricas específicas que quiebran la crudeza de la mano de las ensoñaciones compensatorias de Seydou, el cual -como cualquier ser humano, dicho sea de paso- imagina un mundo mejor cuando la realidad le destroza el cuerpo, el intelecto o los anhelos de larga data, en pantalla esa mujer agonizante en el desierto que flota, las conversaciones con representantes del cielo en la prisión y por supuesto el regreso del muchacho a Senegal para volver a ver a su madre y pedirle perdón por haber partido a través de las palabras de un ángel. Sarr, Fall y Sawadogo entregan actuaciones maravillosas y sinceramente sorprende la humildad de un Garrone que evita todo formalismo bombástico a la hora de registrar semejante calvario, como decíamos antes esquivando tanto el documentalismo como la visceralidad occidental al cien por ciento ya que su único verdadero rasgo autoral está escondido en la propuesta y al mismo tiempo a la vista de todos, hablamos del deseo metamorfoseado en obsesión, sin duda alguna el latiguillo crucial que recorre toda su trayectoria artística desde siempre…
Yo, Capitán (Io, Capitano, Italia/ Bélgica/ Francia, 2023)
Dirección: Matteo Garrone. Guión: Matteo Garrone, Massimo Ceccherini, Andrea Tagliaferri y Massimo Gaudioso. Elenco: Seydou Sarr, Moustapha Fall, Issaka Sawadogo, Hichem Yacoubi, Doodou Sagna, Ndeye Khady Sy, Venus Gueye, Oumar Diaw, Joe Lassana, Mamadou Sani. Producción: Matteo Garrone y Paolo Del Brocco. Duración: 122 minutos.