“Un ángel corre/ a través de la luz repentina/ a través del cuarto/ Un fantasma nos precede/ Una sombra nos sigue/ Y cada vez que nos detenemos/ Caemos.” Y fue definitivamente una caída. Ruptura, desgajamiento y por qué no, también, detonante. La historia de The Doors, infinita como las puertas que se abrieron una vez, tuvo un período de decadencia, de caída hacia el mismo vacío. Entre chamanes de ruta y brujas de alquiler, la oscuridad mística y la máxima ternura. La burbuja explotó un día modificando todo el ambiente del rock de los 70 con ritmos nuevos, propios de sinfonías psicodélicas mezcladas con pizcas inolvidables de jazz, blues y rock sucio. Poesía y teatralidad inspiradas en un camino de fuego e infinitud.
Jim Douglas, predestinado a ser el Adonis oscuro de fines de los 70, ni sabía con lo que iba a enfrentarse ese día que, bajo el sol de las playas californianas, le mostró a Ray Manzarek la letra de Monlinght Drive y le expresó su necesidad de volcar sus versos y los ritmos que tenía en la cabeza en una banda. Fue cuestión de tiempo para que Robby Krieger y John Densmore se unieran a la perturbadora fiebre que, desde Break on Through (To the Other Side), los haría atravesar los Estados Unidos.
Interesado desde joven por la filosofía de Nietzsche, Psicología de las masas y análisis del yo de Freud, y Las puertas de la Percepción de Huxley, Jim nunca se vio a sí mismo como rockstar. De hecho, la tendencia a vivir pegado a una botella de whisky se inició como antídoto a su pánico escénico. Morrison no podía mirar a los ojos al público, a menos de que estuviera dado vuelta. Una noche del 67 el whisky, como denominador de su destino, llevó a la banda a catapultarse como un virus descontrolado en las primeras listas de los rankings. Esa inolvidable noche en The Whisky Go Go, las puertas fueron estrellas.
Sin embargo, Morrison Hotel fue el camino de la alternancia. Un Krieger cansado de las astucias delincuenciales de Jim -que llevó a The Doors a tener uno de los discos menos vendidos de la historia- fue la voz de ángel guardián, diciendo: “chicos, hay que ponerse las pilas”. El nudo que desenlazó fue convertido en L.A. Woman: Love Her Madly y Riders of the Storm, mítica, sexual, erótica; un regreso a lo que siempre habían sido. Eran más que Strange Days, los Doors habían lanzado su último álbum antes de que el magnetismo inspirador de Jim se apagara para siempre.
¿No lo amas cuando se va tras la puerta? Lo cierto es que esa puerta no pudo ser jamás cerrada. “Padre quiero matarte, madre quiero cogerte”, y la bandera del rock sucio pendenciero y psicodélico se clavó para siempre en la luna del rock.