De Origen Desconocido (Of Unknown Origin)

Cariño, estoy en casa

Por Emiliano Fernández

En lo que respecta a las películas de monstruos, al cine -como al ser humano en general- le encanta despersonalizar de manera bien selectiva a los representantes del reino animal y vegetal hasta transformarlos a conveniencia en criaturas destructoras/ asesinas/ dañinas imparables que hay que eliminar, casi siempre construyendo entidades que unifican rasgos de seres mitológicos, distintas especies reales concretas y algún que otro delirio extraído directamente del carácter promedio de los hombres y mujeres, quienes sirven de modelo para la faceta más nociva del depredador/ espejo de turno. Dentro de este panorama la película que nos ocupa, De Origen Desconocido (Of Unknown Origin, 1983), representa una verdadera rareza porque si bien recupera una buena tanda de rasgos clásicos de los “engendros” cinematográficos por antonomasia como una amenaza y una voracidad más grandes que la vida misma, lo cierto es que esas características están orientadas a una suerte de parodia tanto del subgénero del horror como del ámbito específico donde transcurre la historia, léase el típico enclave de aquellos yuppies ochentosos engreídos de Nueva York.

 

La trama se centra en Bart Hughes (Peter Weller, aquí en su primer protagónico en pantalla grande), un ejecutivo de alto perfil de una compañía fiduciaria, Commercial American Trust, que está al borde de un importante ascenso cortesía de su jefe, Eliot Riverton (Lawrence Dane), y en pugna con un compañero siempre al acecho, James Hall (Kenneth Welsh). Cuando su bella esposa Meg (nada menos que el debut de Shannon Tweed, en el mismo año en el que comenzó su larguísima relación romántica con Gene Simmons, de Kiss) y su hijo Peter (Leif Anderson) se marchan de vacaciones con la meta de visitar a los acaudalados padres de ella, Bart se queda solo en la lujosa casa neoyorquina que renovó con sus propias manos, no obstante la tranquilidad dura nada porque una rata comienza a destrozarle la vivienda de a poco. A pesar de que el protagonista se juega su ascenso en una tarea crucial que le asignó Riverton, el proponer un plan macro para reorganizar todas las sucursales de la empresa con vistas a ser presentado en una junta dentro de dos semanas, el hombre desarrolla una obsesión con encontrar y asesinar al molesto animalito cuanto antes.

 

Lo mejor del guión de Brian Taggert, a partir de la novela The Visitor de 1981 de Chauncey G. Parker III, y de la dirección de George P. Cosmatos, un artesano todo terreno del cine mainstream, pasa precisamente por este derrotero de intenciones homicidas de un Bart que recibe la ayuda de Clete (Louis Del Grande), el empleado multiuso encargado de las reparaciones del edificio de al lado, quien primero le recomienda poner trampas y luego lo incentiva a leer sobre el largo historial de desdichas que les generaron los roedores a los humanos. Mientras la rata provoca la caída de diversos elementos del mobiliario, le come papeles y alimentos, mastica cableados, paredes y techos, destroza caños de desagüe y hasta le mata a un gato que levantó de la calle para que le haga la guerra, el yuppie pasará de los venenos a directamente un bate de béisbol cuando descubra que efectivamente la rata es una hembra que para colmo quiere “vengarse” de él porque el señor encontró a sus crías sobre un cartón del sótano de la residencia y accidentalmente las arrojó al drenaje cuando la oponente peluda lo atacó de repente con sus gigantescos dientes y un chirrido escalofriante.

 

Sin volcarse jamás a la comedia, el film consigue evitar tanto el realismo liso y llano como la fantasía ya que opta en cambio por construir una especie de hiper realismo neurótico/ onírico a medida que la lucha se vuelve épica -en términos mundanos- y la locura comienza a asomarse en el horizonte, con Burt dejando de concurrir al trabajo, suplicándole a su esposa que regrese, cayendo en el insomnio e insólitamente trastocando sus prioridades de forma explícita, diciéndole a Riverton que primero tiene que resolver su “inconveniente” doméstico y sólo luego podrá terminar con la tarea asignada. Más allá de una interesante y sutil relación -que bordea lo romántico- con su secretaria Lorrie Wells (Jennifer Dale) y un par de pesadillas/ alucinaciones alrededor del ataque de la rata contra sus seres queridos, Bart sabe perfectamente que su batalla trae a colación el devenir retórico del hombre versus la naturaleza, como bien lo indican las citas a Moby-Dick (1851), la famosa novela de Herman Melville, y a El Viejo y el Mar (The Old Man and the Sea, 1958), película de John Sturges y Fred Zinnemann con Spencer Tracy sobre el libro de 1952 de Ernest Hemingway.

 

El relato juega en simultáneo con la súperinteligencia/ afán inclaudicable del roedor y la triste incomprensión del humano en lo que atañe al pequeño mamífero en particular y las otras formas de vida del planeta en general, invocando la degradación psicológica del protagonista y la desaparición de su máscara burguesa/ metropolitana/ capitalista bajo el halo de un manojo de fobias, paranoias, inseguridades y hasta algo de esa típica ofuscación masculina que no puede renunciar a un objetivo autoimpuesto una vez que el susodicho se pautó, visto siempre como una competencia. Entre tomas de una rata real y un uso muy concienzudo de títeres y animatronics varios, De Origen Desconocido -título que hace referencia, por cierto, a la imprecisión científica acerca de la génesis de las ratas- combina un excelente trabajo de fotografía de René Verzier y una maravillosa banda sonora de Kenneth Wannberg para sostener lo que en esencia es un “show de una sola persona”, ese genial Weller en la etapa previa a RoboCop (1987), el que eventualmente sería el trabajo más conocido de toda su trayectoria profesional y eje de una celebridad que nunca quiso.

 

La doble destrucción de la casa, esa que comienza el animal pero termina el humano en su obsesión con matarlo, conlleva un suicidio tácito en verdad muy hilarante ya que pone en primer plano una versión alternativa de conceptos como el enemigo interno o la invasión del hogar por parte de terceros, contexto infernal para el hombre de familia porque equipara los opuestos -adentro y afuera- a pura angustia y temor. Más cerca de la sátira social implícita de The Vagrant (1992) que de la arquitectura narrativa de los marginados símil Willard (1971) y Ben (1972), el paralelismo de fondo entre la refriega laboral por el ascenso y la correspondiente al “control de plagas” unifica por un lado una soberbia inicial que se deshace al ritmo de la farsa camuflada y por otro lado los misterios del cohabitar con personajes juzgados indeseables, demandantes o directamente repudiables, detalle que queda de manifiesto en la escena en la que Bart homologa a la rata a una esposa a la que no puede sacarse de encima cuando llega y la saluda -siempre con la misma algarabía irónica y homicida- gritando al aire “cariño, estoy en casa”. Cosmatos, quien había dirigido en el pasado epopeyas variopintas como Masacre en Roma (Rappresaglia, 1973), Pánico en el Puente (The Cassandra Crossing, 1976) y Escape a Atenas (Escape to Athena, 1979), construye aquí una fábula minúscula y por demás adictiva sobre la banalidad de la vida burguesa y la facilidad con la que se viene abajo, faena encantadora que le permitiría llegar a dirigir las mucho más famosas Rambo II (Rambo: First Blood Part II, 1985), Cobra (1986) y Tombstone (1993), amén de opus fallidos como Leviathan (1989) y Conspiración (Shadow Conspiracy, 1997) que se ubican a años luz de esta joyita del pavor citadino…

 

De Origen Desconocido (Of Unknown Origin, Canadá/ Estados Unidos, 1983)

Dirección: George P. Cosmatos. Guión: Brian Taggert. Elenco: Peter Weller, Jennifer Dale, Lawrence Dane, Kenneth Welsh, Louis Del Grande, Shannon Tweed, Keith Knight, Maury Chaykin, Leif Anderson, Jimmy Tapp. Producción: Claude Héroux. Duración: 89 minutos.

Puntaje: 8