Deadpool & Wolverine

Chatarra cinematográfica

Por Emiliano Fernández

El cine de superhéroes del Siglo XXI no sólo pone al descubierto el paupérrimo nivel de calidad de los productos supuestamente masivos que escupe el mainstream estadounidense, por cierto todos intercambiables e igual de idiotas y redundantes, sino que además pinta muy bien un doble problema muy arraigado en el inconsciente colectivo del nuevo milenio a escala global, por un lado la infantilización cultural que se mueve por detrás de todos estos mamotretos, algo que a su vez tiene que ver con la instantaneidad berreta fetichizada del nuevo capitalismo y de la enorme mayoría de los contenidos que circulan por Internet y/ o redes sociales, y por el otro lado una preeminencia cada vez más explícita de un regreso al “pensamiento mágico” de otras épocas de la historia de la humanidad, por ello la necedad intelectual aludida siempre viene acompañada de un trasfondo patético y semi religioso que exalta primero el loteprodismo, léase el azar o la fe o el destino que todo lo soluciona de un momento al otro, y segundo la figura de un nuevo mesías/ salvador/ iluminado que de la noche a la mañana asimismo resolverá las barrabasadas de la humanidad, precisamente como estos campeones de las buenas intenciones con calzas ajustadas que en pantalla casi nunca pierden y se la pasan repitiendo el mismo esquema como robots sin alma, cercano a un folletín caricaturizado que nada tiene que ver con los cómics originales y su densidad.

 

Deadpool & Wolverine (2024), de Shawn Levy, es una continuación tardía de las también insufribles Deadpool (2016), de Tim Miller, y Deadpool 2 (2018), de David Leitch, a partir de ahora una trilogía que oficia de flamante rama del Marvel Cinematic Universe (MCU) orientada a lo que el Hollywood oligofrénico actual considera “adultos”, en contraposición al resto de la chatarra cinematográfica que se estrena religiosamente año tras año desde la lejana Iron Man (2008), obra de Jon Favreau, en sí una subfranquicia que estaba a punto de desaparecer de la memoria del grueso del público no lobotomizado a raíz de los recientes fracasos de Marvel, ya sea de crítica o de taquilla, y por ello el payaso de Kevin Feige, el máximo responsable de esta cadena de montaje en calidad de productor, luego de la compra en 2017-2019 de 21st Century Fox por parte de The Walt Disney Company dio el visto bueno a un crossover entre la propiedad de Fox, este Wade Wilson alias Deadpool (Ryan Reynolds, también guionista y productor), y el otro flamante juguete de Disney, Logan alias Wolverine (Hugh Jackman, el cual había prometido no volver a interpretar al mutante). En este sentido el film que nos ocupa no incluye novedad alguna, aburre y jamás logra hallar un punto narrativo intermedio entre la eterna estupidez en pose rebelde del canadiense y la seriedad del actor australiano, un Jackman que parece tan perdido como su coprotagonista.

 

Una vez más la trama es prácticamente inexistente y apenas una excusa para apuntalar lo que los protagonistas definieron como una mezcla de Rashômon (1950), joya de Akira Kurosawa, y 48 Hrs. (1982), de Walter Hill, sacrilegio artístico por comparación producto de la ignorancia y la banalidad que sólo puede venir del ecosistema anglosajón actual y/ o de los bobos que producen y consumen este tipo de basura, aquí apuntalada en un par de villanos, la telépata Cassandra Nova (Emma Corrin) y el burócrata Mr. Paradox (Matthew Macfadyen), y una serie de cuasi cameos que también complementan el formato estándar de la “pareja despareja”, pensemos en Blade (Wesley Snipes), Elektra (Jennifer Garner), Johnny Storm (Chris Evans) y un Gambit (Channing Tatum) que surgió de un proyecto cancelado. El quiebre onanista de la cuarta pared, las puteadas y los chistes homosexuales o sobre la cocaína ya cansan y se puede afirmar que todo el enfoque autoparódico, en este caso los latiguillos de metahumor sobre la compra/ desmantelamiento de Fox y la idea de Disney de hacer a los dos actores interpretar a sus respectivos personajes hasta los 90 años, cae en saco roto porque el cinismo es el lenguaje común del Siglo XXI y porque hoy por hoy nadie se sorprende de la mediocridad naturalizada del mainstream yanqui planetario y de la hipocresía de mercenarios que siguen robando entradas con la cantinela de siempre.

 

Reynolds, quien viene de colaborar con Levy en otros dos mamarrachos impresentables, Free Guy (2021), un exploitation de la muy superior Ready Player One (2018), de Steven Spielberg, y The Adam Project (2022), obra de viajes en el tiempo para Netflix, continúa demostrando que no tiene carisma alguno y para colmo trata de suplir las ideas novedosas faltantes con el manotazo de ahogado de recurrir al multiverso, un recurso ya totalmente agotado en el cine de superhéroes, e incluir un personaje externo, el más popular y querido de la saga que empezase con X-Men (2000) y X2 (2003), ambas de Bryan Singer. Sin embargo Deadpool & Wolverine, incluso con su regusto amargo y destinado al olvido, sí termina entregando algo inesperado pero de modo involuntario o vía torpeza, hablamos de una inusitada nostalgia para con aquellas películas iniciáticas del MCU y sobre todo las diversas etapas de la colección de films sobre los X-Men, suerte de reconocimiento tácito de que el bodrio de marco televisivo de Levy nada puede hacer ante los aires de western de Logan (2017), de James Mangold, un panorama que se explica por la pobreza absoluta del guión de Deadpool & Wolverine, la andanada de clichés del caso, su vacuidad discursiva y el nulo talento del realizador, conocido por Cheaper by the Dozen (2003), The Pink Panther (2006) y Night at the Museum (2006), más sus continuaciones de los años 2009 y 2014…

 

Deadpool & Wolverine (Estados Unidos/ Canadá/ Australia/ Nueva Zelanda, 2024)

Dirección: Shawn Levy. Guión: Shawn Levy, Ryan Reynolds, Paul Wernick, Rhett Reese y Zeb Wells. Elenco: Ryan Reynolds, Hugh Jackman, Emma Corrin, Matthew Macfadyen, Jennifer Garner, Wesley Snipes, Channing Tatum, Chris Evans, Dafne Keen, Morena Baccarin. Producción: Kevin Feige, Shawn Levy, Ryan Reynolds y Lauren Shuler Donner. Duración: 127 minutos.

Puntaje: 2