Quizás uno de los problemas más angustiantes del cine contemporáneo es la ausencia de desconcierto narrativo, esa imprevisibilidad que en otras épocas hallábamos a menudo enquistada en el armazón estructural de los films. Parece ser que la profusión informativa de las últimas décadas ha jugado muy a favor de una popularización de determinados relatos de índole conservadora en detrimento de las exploraciones subversivas de antaño, circunstancia que no sólo abarca al mainstream sino que también carcome los cimientos de los supuestos márgenes independientes. A caballo de la concentración capitalista y su nivelación hacia abajo, disfrazada de una “mayor amplitud” en cuanto al consumo cultural vía Internet, vivimos en una suerte de nueva etapa de la masificación aletargada de siempre.
De tanto en tanto aparecen desviaciones que escapan a la monotonía y proponen un planteo alternativo o por lo menos “compuesto”: en este último casillero podemos colocar a Frank (2014), una realización sumamente deforme que balancea con gran eficacia los engranajes de la comedia dramática más bizarra y aquel clasicismo irreverente de los proyectos musicales que analizan la “dinámica interna” de una banda de rock. Sin embargo, ninguna de las vertientes señaladas resulta del todo dominante a lo largo del metraje ya que el eje fundacional de la película es el proceso creativo y su diversidad de variantes según el artista considerado. Aquí se enfatiza la intervención de la “parte maldita” de cada uno y la adecuación necesaria subsiguiente a la hora de la construcción de obras en verdad valiosas.
Como de la humildad y el raciocinio carente de intuición no surge nada particularmente interesante, el convite dirigido por Lenny Abrahamson opta por adentrarse en la frustración, el acto de porfiar, la violencia eventual, los devaneos ciclotímicos y una histeria vinculada a incógnitas psicológicas nunca reveladas. El guión de Jon Ronson y Peter Straughan está inspirado lejanamente en las memorias del primero, quien en la década del 80 tocó teclados en algunos shows de la banda de Frank Sidebottom, aquel insólito personaje del comediante británico Chris Sievey que en todo momento “vestía” una hilarante cabeza de papel maché símil dibujos animados. Hoy Ronson unifica el período previo de The Freshies, la primera agrupación de Sievey, con la reconfiguración que Sidebottom traería aparejada a posteriori.
El catalizador de la historia es el bloqueo de Jon Burroughs (Domhnall Gleeson), un joven aspirante a compositor que no puede finalizar ninguna canción. A raíz del intento de “suicidio” de uno de los miembros de The Soronprfbs, una banda desconocida que tocará en su pueblito, Jon consigue participar en una presentación en vivo y de la grabación del disco debut. Frente a la turbación inicial, el protagonista pronto se adapta a la disposición taciturna de sus compañeros (bombas anímicas y achaques incluidos), el estilo musical que pregonan (una mixtura de indie, post punk y art rock) y al inefable Frank del título (no sólo el líder y el vocalista sino también una especie de gurú benevolente en lo referido a la “apertura” de las habilidades de cada integrante y su conjunción concreta con las del resto).
Sin lugar a dudas lo curioso de la propuesta es que esquiva la parafernalia cómica vinculada al “autor sufriente” para concentrarse en la satisfacción que genera la creación artística, nunca explicitada según los cánones del “rock severo”, y en el talento colectivo, el producto de individualidades que sólo funcionan al trabajar en conjunto. El hecho de que la trama se ampare en la perspectiva del outsider autoconsciente, un Jon que se sabe ajeno al desarrollo intrínseco del álbum/ recital en cuestión, pone de manifiesto la inteligencia del film, el cual estudia sin sensiblerías y desde un enfoque adulto los pros y los contras del entusiasmo, la volatilidad narcisista, la superposición de voluntades y las cicatrices que la mediocridad suele imponer sobre el ego de los involucrados cuando el “éxito” no es sinónimo de placer.
Mención aparte merecen el elenco en general y las excelentes actuaciones de Gleeson, Maggie Gyllenhaal como Clara, la iracunda encargada del theremín, y el enorme Michael Fassbender en la piel de Frank, quien a esta altura se abre camino como uno de los mejores intérpretes de la actualidad. Abrahamson administra sutilmente distintas escalas de la comedia, por momentos hasta contrapuestas: pasamos de la melancolía al absurdo, y de éste al escepticismo y el frenesí agridulce. El papel maché reconvertido en fibra de vidrio, el rito del ensayo cuasiobsesivo y una retirada cultural al avant-garde son pivotes narrativos que no se condicen con la parodia bobalicona y facilista de nuestros días sobre la izquierda más utópica; son en cambio matices de un retrato exquisitamente anómalo de la efusividad…
Frank (Reino Unido/ Irlanda/ Estados Unidos, 2014)
Dirección: Lenny Abrahamson. Guión: Jon Ronson y Peter Straughan. Elenco: Michael Fassbender, Maggie Gyllenhaal, Domhnall Gleeson, Scoot McNairy, Paul Butterworth, François Civil, Carla Azar, Moira Brooker, Phil Kingston, Mark Huberman. Producción: David Barron, Ed Guiney, Stevie Lee y Andrew Lowe. Duración: 95 minutos.