El giallo fue una reinterpretación a la italiana de diversos géneros hermanados del acervo cinematográfico mundial, sobre todo el suspenso, el misterio, el thriller, el melodrama, el film noir y el terror, que alcanzó su madurez en el trayecto que va desde La Muchacha que Sabía Demasiado (La Ragazza che Sapeva Troppo, 1963), de Mario Bava, hasta El Pájaro de las Plumas de Cristal (L’Uccello dalle Piume di Cristallo, 1970), de Dario Argento, en este sentido aprovechó la visibilidad mundial que recibieron los italianos durante la década del 60 en el campo del cine de género, gracias al spaghetti western, y logró penetrar durante los años 70 primero el mercado europeo y después el norteamericano y del resto del planeta de la mano de obras que terminaron siendo más populares en el exterior que en el propio país de origen, nación casi siempre entretenida con faenas eróticas y los representantes más conspicuos del poliziottesco y aquella commedia all’italiana. La influencia del giallo se hizo sentir fuerte en todo el cine internacional desde la década del 80 en adelante pero lo cierto es que en la época en cuestión, esos años 70 en los que el género estaba en auge gracias a las muchas estrellas y la maquinaría gloriosa del mejor mainstream italiano, los únicos que ofrecieron una versión alternativa o simple relectura con aires de copia casi idéntica fueron los españoles desde el fantaterror, un término paraguas que por un lado englobó a gente como Narciso Ibáñez Serrador, Paul Naschy, Jesús Franco, Jorge Grau, Amando de Ossorio y Vicente Aranda, entre muchos otros, y por el otro lado suele abarcar una producción artística variopinta aunque en general volcada hacia lo gótico estilizado y por demás kitsch con un peso enorme del expresionismo alemán de principios del Siglo XX, del Hollywood de impronta Clase B más desprejuiciada y especialmente de la empresa británica Hammer Film Productions y profesionales como Terence Fisher, Jimmy Sangster, Freddie Francis, Seth Holt, Roy Ward Baker, Anthony Hinds, Peter Sasdy y el célebre Michael Carreras.
Sin duda los mejores giallos españoles son aquellos de Eloy de la Iglesia, hablamos de El Techo de Cristal (1971), La Semana del Asesino (1972) y Nadie Oyó Gritar (1973), opus muy semejantes a nivel conceptual y narrativo y por ello proclives a ser amalgamados en lo que se podría denominar la Trilogía de los Vecinos, rótulo que deja afuera a la otra película de género de De la Iglesia del período de turno, Una Gota de Sangre para Morir Amando (1973), propuesta conocida en el ecosistema anglosajón como Murder in a Blue World que anticipó por mucho tiempo los homicidios psicosexuales de Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), de Paul Verhoeven, y retomó las preocupaciones acerca de la delincuencia juvenil de La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de Stanley Kubrick, al extremo de ampliar el asunto porque en pantalla teníamos al engendro sádico institucional que sometía a los delincuentes a un tratamiento de electroshocks que supuestamente los “curaba” de toda maldad, el Doctor Víctor Sender (Jean Sorel), y a una asesina en serie que optaba por la “solución clásica” a la hora de castigar a los muchachitos especializados en la violación y la ultraviolencia, Ana Vernia (Sue Lyon), enfermera y cuasi pareja del anterior. Mientras que El Techo de Cristal nos presentaba a una burguesa aburrida, Marta (Carmen Sevilla), que solía quedarse sola por los viajes de trabajo de su esposo, Carlos (Fernando Cebrián), y de hecho sospechaba que su vecina del piso de arriba, Julia (Patty Shepard), había matado a ese marido al que nunca conocíamos, Víctor, La Semana del Asesino giraba alrededor de un empleado gris de un matadero, Marcos (Vicente Parra), que una buena noche ejecuta a un taxista (Goyo Lebrero) en medio de una discusión por el simple detalle de besarse con su novia, Paula (Emma Cohen), provocando una espiral interminable de homicidios orientados a tapar el primero o eliminar a los testigos y chismosos del montón, planteo que no incluía a un vecinito homosexual y voyeurista que no dejaba de espiarlo, Néstor (Eusebio Poncela).
Nadie Oyó Gritar, como decíamos con anterioridad en términos prácticos el último eslabón de la trilogía de De la Iglesia protagonizada por unos Parra y Sevilla que en esta ocasión regresan a dúo, es otra película muy interesante del amigo Eloy que le pega por elevación al Tardofranquismo (1969-1975), la fase terminal de una dictadura oscurantista y represiva jaqueada por una guerra entre “inmovilistas” y “aperturistas” y por las protestas de obreros, estudiantes y nacionalistas vascos, mediante otra fábula sobre vecinos fisgones, crímenes en secuencia, homoerotismo, estratificación capitalista salvaje, indecisión existencial y una hipocresía de familias/ vínculos/ parejas de eje burgués que dan una imagen de perfección cuando en su interior todo está podrido porque el boom del consumo y de la clase media del Milagro Económico Español (1959-1973) impulsa una combinación de cinismo, banalidad y hedonismo que choca con el nacionalcatolicismo franquista, por entonces en sus últimos estertores por su negativa a tranzar con cambio alguno y/ o su obsesión a parecerse siempre a sí mismo a puro rostro cultural petrificado. Aquí los vecinos de un flamante y casi vacío edificio de Madrid son primero Elisa (Sevilla), una escort o prostituta de alta alcurnia que lleva adelante un estilo de vida lujoso pagado por un veterano asentado en Londres al que ve una vez al mes, Óscar (Antonio Casas), y segundo Miguel (Parra), un escritor fracasado que habita en el departamento contiguo con su esposa, Nuria (María Asquerino), una bruja controladora de muy buen pasar económico. Luego de decidir de repente cortar la relación comercial/ romántica con Óscar, Elisa abandona un viaje a Londres y termina presenciando por accidente cómo Miguel arroja el cadáver de Nuria por el hueco de un ascensor, por ello el hombre opta por transformarla en cómplice para que lo ayude y no pueda denunciarlo ya que ante los ojos de la policía mutará en la amante homicida por antonomasia, a raíz de su condición de meretriz en una época donde el sexo extramatrimonial era tabú del fariseísmo.
El guión del director, Gabriel Moreno Burgos y Antonio Fos, este último su colaborador crucial en la Trilogía de los Vecinos y Una Gota de Sangre para Morir Amando, juega con paciencia y picardía tanto con el sustrato sadomasoquista tácito estándar del giallo, en esta oportunidad la dependencia y la atracción escalonada entre Elisa y Miguel, como con los típicos momentos y planteos hitchcockianos que uno podría llegar a esperar de la relectura española de la acepción italiana del suspenso, como por ejemplo cuando llevando el cuerpo de Nuria en el automóvil de Elisa son detenidos por un par de agentes de tránsito (Felipe Solano y Ramón Lillo), quienes les piden que metan la voluminosa valija de la ninfa en el baúl ya ocupado del coche, o aquel encuentro en la casa de vacaciones de la escort, en las afueras de la capital y cerca de un lago donde podrían arrojar el cadáver, con el amante más joven del personaje de Sevilla, un tal Tony (Tony Isbert) que desencadena la clásica tensión homoerótica del cine de De la Iglesia, reproduce la dialéctica del trabajador sexual o quizás el gigoló parasitario en las sombras -el joven se hace pasar por su sobrino y recibe dinero regularmente de la señorita, como ella de Óscar- y por supuesto suma al nerviosismo y la ambigüedad de fondo vía el “grado de colaboración” de la furcia en todo el asunto, por ello pasa de intentar asesinarlo con una lancha a motor a acostarse con su vecino cuando ambos regresan a la ciudad. Más allá del remate semi sorpresivo de la trama que nunca solía faltar en los primeros giallos, aquí la reaparición de una Nuria vivita y coleando que reventó a golpes a la amante de Miguel con un candelabro, el cuerpo viajante del relato, y después hace lo propio con su esposo infiel crónico, la película administra con astucia la angustia dramática, subraya constantemente desde los diálogos el cinismo generalizado de la época y supera por mucho a los otros giallos españoles de José María Forqué, León Klimovsky, Eugenio Martín, José Luis Madrid, Carlos Aured, Juan Bosch y aquel tremendo Franco…
Nadie Oyó Gritar (España, 1973)
Dirección: Eloy de la Iglesia. Guión: Eloy de la Iglesia, Gabriel Moreno Burgos y Antonio Fos. Elenco: Vicente Parra, Carmen Sevilla, María Asquerino, Antonio Casas, Tony Isbert, Goyo Lebrero, Felipe Solano, Ramón Lillo, Antonio del Real, Eloy de la Iglesia. Producción: Óscar Guarido. Duración: 88 minutos.