La Mujer que Ríe (Femina Ridens)

Comiéndose al macho

Por Emiliano Fernández

El sexploitation como categoría analítica se suele utilizar para describir aquella producción erótica descocada de las décadas del 50, 60 y 70, período en el que se produjo una apertura social mundial en cuanto a la libido gracias a la contracultura y el hippismo, pero lo cierto es que realizaciones sensuales de influjo trash o absurdo/ ridículo siempre existieron -no confundir con la pornografía lisa y llana, cuyas preocupaciones narrativas siempre fueron nulas salvo en la Edad de Oro del Porno o “Porno Chic”, entre 1969 y 1984- y abarcan los más diversos subgéneros como el suspenso, el cine de acción, el melodrama clásico, la comedia, la fantasía, el terror visceral, etc. Una de las epopeyas más sorprendentes y mejor redondeadas del sexploitation vintage es La Mujer que Ríe (Femina Ridens, 1969), de Piero Schivazappa, obra sobre todo descubierta en el Siglo XXI de la mano del video hogareño y verdadero clásico italiano del rubro del BDSM, léase “Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo”: la ópera prima en el campo específico del largometraje de Schivazappa, un señor que supo dirigir tres películas más hoy prácticamente perdidas con gente como Alain Delon, Florinda Bolkan, James Mason, Mariangela Melato, Victor Buono, Tony Kendall, Lionel Stander y Leopoldo Trieste, entre otros, cuenta con un muy buen nivel de producción y un gran trabajo de fotografía que combinan ingredientes varios del acervo artístico y simbólico de entonces vinculados a la psicodelia, el thriller, el arte pop, el surrealismo, el horror perverso, los musicales, el romance y desde ya la sensualidad de candencia ultra kitsch y honestamente algo mucho demencial, magma retórico que suena sobrecargado desde el conservadurismo patético de nuestros días pero que en aquellos años era común porque la algarabía juvenil de la década del 60 venía a compensar la mojigatería extrema de la primera mitad de la centuria, fase controlada en términos cinematográficos y masivos por las diferentes entidades encargadas de la censura en cada nación del planeta.

 

Lejos del terrorismo cultural explícito de Russ Meyer pero también de la vertiente grasienta futura de Joe D’Amato o la exuberancia circense de Tinto Brass, La Mujer que Ríe es un trabajo bastante light a nivel de sus truculencias y de la carne exhibida al público que llamó la atención en su momento de estreno -prohibiciones infaltables de por medio por parte de los castrados y/ o payasos inquisitoriales de siempre del Estado y de la sociedad civil- por una premisa minimalista deudora del porno sadomasoquista más directo o sincero, nos referimos al ardid del secuestro y tortura de una bella señorita que también puede hallarse bajo distintas variantes en otros films más osados de la época, en línea con El Coleccionista (The Collector, 1965), de William Wyler, La Bestia Ciega (Môjû, 1969), joya de Yasuzô Masumura, e incluso Historia de O (Histoire d’O, 1975), trasheada de Just Jaeckin, mejunje que asimismo nos deja con una realización bastante extraña que por un lado se acopla a las exploraciones de la existencia sexual atribulada o envilecida de El Ángel Rojo (Akai Tenshi, 1966), también de Masumura, La Prisionera (La Prisonnière, 1968), de Henri-Georges Clouzot, El Placer de Venus (Le Malizie di Venere, 1969), de Massimo Dallamano, y aquel Jesús Franco de Necronomicón (Necronomicon: Geträumte Sünden, 1968) y Paroxismo (Paroxismus, 1969), y por el otro lado anticipa tanto a la lascivia tenue -símil proto porno soft de corte publicitario- de la saga comenzada con Emmanuelle (1974), mega clásico del rubro de Jaeckin, como a ese Walerian Borowczyk paulatinamente más y más lunático de Blanche (1971), Cuentos Inmorales (Contes Immoraux, 1973) y La Bestia (La Bête, 1975), amén de sembrar el germen de lo hecho por Pier Paolo Pasolini en ocasión de Saló o las 120 Jornadas de Sodoma (Salò o le 120 Giornate di Sodoma, 1975) y oficiar de mixtura espiritual entre las dos versiones del Mario Bava kitsch, la comiquera de Diabolik (1968) y la sexploitation implícita de Cuatro Veces Esa Noche (Quante Volte Quella Notte, 1971).

 

Después de despachar a una prostituta a la que gusta humillar y torturar todos los fines de semana a cambio de un suculento cheque, Gida (Lorenza Guerrieri), y de hacer lo propio con un gerente a su cargo que robó un dinerillo y hasta vemos extraer una letra de oro de una inscripción de un busto (Varo Soleri), el Doctor Sayer (Philippe Leroy), ricachón y jerarca máximo de una fundación filantrópica ignota, se topa con la negativa telefónica mentirosa de Gida a un nuevo encuentro y por ello opta por sustituirla con una empleada suya a la que ni siquiera conocía, María Ergström (Dagmar Lassander), periodista de la oficina de prensa de la fundación desde hace un mes. Como el día en cuestión es un viernes y afirma que desea pasar el fin de semana escribiendo un informe que se le encargó sobre la esterilización masculina en la India, María le reclama a Sayer unas revistas especializadas sobre el tema que el doctor tiene en su hogar, por ello se ofrece a pasar a buscarlas esa misma jornada en un encuentro que deriva en el mentado secuestro cuando el hombre la droga para después llevarla a su casona en los suburbios de Roma, donde anuncia a los cuatro vientos que su intención es torturarla y matarla porque ve con espanto el feminismo de los años 60 y lo interpreta como una avanzada bélica contra la masculinidad en pos de sustituirla a mediano o largo plazo, una concepción muy conspiranoide misógina que en la praxis se traduce en amenazas con dagas, en hacerla tener sexo con un maniquí que duplica el cuerpo del captor, en usarla de sirvienta, en obligarla a masajearle los dedos de los pies, en taparle la boca con una cinta adhesiva, en manguerearla sin piedad en una pileta por intentar asesinarlo y darle cachetazos, en sacarse fotos con ella como si fuera una presa de un cazador, en cortarle el cabello, en exhibir una muñeca sumisa suspendida y en mostrarle fotos de sus otras víctimas, asesinadas con guillotina, cuchillos, picanas, garrotes y demás juguetes macabros que representan la fantasía de venganza contra lo femenino indomable.

 

El guión del director, Paolo Levi y Giuseppe Zaccariello eventualmente reconduce todo el asunto hacia lo misándrico aparatoso y resentido cuando llegado el instante de faenar a la cautiva, el varón no logra ocultar su pusilanimidad e hipocresía y no puede hacerlo debido a que jamás cruzó esa frontera ya que todas las imágenes exhibidas a María no eran más que escenificaciones con sangre falsa cortesía de meretrices a su servicio, así la periodista comienza a apalabrárselo con argumentos varios en sintonía con el aburrimiento ante las rutinas BDSM, la estampa de “soltero codiciable” de Sayer entre el gremio femenino, la conveniencia de no arriesgarse tanto a terminar preso y la misma posibilidad de encontrar un amor que lo “curase” de sus impulsos sádicos: es a posteriori de un intento de suicidio de Ergström ingiriendo muchas pastillas, precisamente, cuando la muchacha se gana el corazón del doctor y el film muta de modo insólito en un romance idílico cuasi hippón que va preparando el terreno para la venganza de nuestra viuda negra tácita, una especializada en cargarse/ comerse a machos de la oligarquía capitalista. Schivazappa aprovecha muy bien la espléndida música de Stelvio Cipriani y la química bizarra entre Lassander, actriz alemana célebre por sus colaboraciones futuras con Bava, Luciano Ercoli, Sergio Martino, Riccardo Freda, Rino Di Silvestro, Fernando Di Leo, Sergio Sollima, Lucio Fulci y Ettore Scola, y el francés Leroy, famoso sobre todo por su debut profesional en la magistral El Agujero (Le Trou, 1960), opus de Jacques Becker basado en la novela homónima de 1957 de Joseph Damiani alias José Giovanni, y ofrece momentos muy inspirados como aquellos de la vagina dentada, la aparición de un enano en un castillo turístico medieval, el recitado sobre la conexión entre las estrellas y las aberraciones sexuales, la manguereada sobre la ninfa, la secuencia del coito con el maniquí, aquella genial de la danza de María y esa otra de la felación surrealista mientras esperan el paso de un tren en un gracioso coche anfibio…

 

La Mujer que Ríe (Femina Ridens, Italia, 1969)

Dirección: Piero Schivazappa. Guión: Piero Schivazappa, Paolo Levi y Giuseppe Zaccariello. Elenco: Dagmar Lassander, Philippe Leroy, Lorenza Guerrieri, Varo Soleri, Maria Cumani Quasimodo, Mirella Pamphili, Manlio Dalla Pria, Salvatore Furnari, John Karlsen, Gennarino Pappagalli. Producción: Giuseppe Zaccariello. Duración: 90 minutos.

Puntaje: 8