The Beach Boys siempre será una fuente de polémicas porque más allá del consenso que genera el compositor, productor y arreglador por antonomasia de la etapa de gloria del grupo, el bajista y pianista Brian Wilson, lo cierto es que la banda en sí, compuesta por sus hermanos Dennis (batería) y Carl Wilson (guitarra), su primo Mike Love (voz) y el amigo de la familia Al Jardine (segunda guitarra), despierta tanto ninguneo como alabanzas por parte de una fauna melómana rockera que jamás se puso de acuerdo acerca del lugar del colectivo en la historia del rock y el pop de aquel Siglo XX. Entre los que los consideran un grupo accesorio o menor se suele afirmar que los méritos de los señores están orientados a la naturaleza experimental de algunas de sus composiciones, su destreza vocal en conjunto y el excelente manejo e inventiva de las armonías, además de haber generado con el álbum Pet Sounds (1966) y el single Good Vibrations (1966), sus dos obras maestras ineludibles, una suerte de competencia con The Beatles que precisamente fue inspirada por la Invasión Británica y por el disco de los ingleses Rubber Soul (1965), joya de aires folk y uno de los primeros exponentes de la era del álbum conceptual/ englobador. Aquellos que celebran a los californianos ensalzan las consecuencias de Pet Sounds en el cuarteto de Liverpool, en términos concretos las catedrales sónicas Revolver (1966) y Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), y se engolosinan con la iconografía paradisíaca que caracterizaba a las letras del quinteto yanqui como sinónimo de la utopía hueca blanca de clase media/ alta de principios de los años 60 correspondiente a la Costa Oeste, un combo que incluía playas soleadas, ninfas hermosas en bikini, automóviles, olas, el eterno surf y un hedonismo que se vinculaba abiertamente al primer rock and roll de Chuck Berry de la década del 50, no obstante a nivel musical el ensamble también bebía del pop inmaculado de Phil Spector y Burt Bacharach y sobre todo de los floreos vocales de diferentes bandas de doo wop, folk, rhythm and blues y el soul ingenuo de aquella época de descubrimiento y revalorización del peso de la juventud en la sociedad prosaica, una propuesta que sabía amalgamar desde las voces del cuarteto de jazz The Four Freshmen hasta la idiosincrasia más bien polivalente de George Gershwin, otro evidente modelo en lo que respecta al crecimiento artístico de Brian símil mandamás en pleno proceso de aislarse del resto para crear sin interferencia alguna.
La historia del grupo es tan sencilla y literal como lo son sus primeras composiciones ya que pasaron de editar Surfin’ (1961), primer single a instancias de la compañía discográfica independiente Candix Records, responsable crucial del nombre de la banda, a alcanzar un repentino éxito masivo de la mano de las canciones Surfin’ Safari (1962) y Surfin’ U.S.A. (1963), ya para la poderosa Capitol Records de Nick Venet, una jugada que incluyó ponerle letra a las tonadas casi siempre instrumentales de la música surf anodina y que selló de allí en más tanto el dúo estándar de compositores, Brian encargándose de la música y Mike escribiendo las letras, como la incorporación del padre de los muchachos como manager, productor y publicista musical/ responsable de gestionar los derechos de autor de los temas, el aguerrido y siempre despótico Murry Wilson. Después de que Brian sufriese una crisis nerviosa en un vuelo a Houston durante 1964, enmarcada en su desprecio hacia la vida de los músicos en los tours interminables de aquel período de mucho trabajo de la industria cultural, el joven despide a Murry, abandona las giras y se consagra a unas grabaciones de estudio cada vez más inconformistas o abiertas a otras influencias, en esencia una catarata de rockitos y baladas que fueron dejando paso hacia el pop barroco y la proto psicodelia vía una etapa de transición, esa de The Beach Boys Today! (1965), Summer Days (And Summer Nights!!) (1965) y Beach Boys’ Party! (1965), y una segunda fase de impronta experimental con músicos sesionistas extraordinarios conocidos como The Wrecking Crew, aquella de Pet Sounds, placa que no tuvo el éxito comercial esperado y provocó la depresión de Brian, por entonces acorralado por su baja autoestima, la competencia con The Beatles y el “fuego amigo” de Love y Capitol, esta última obsesionada con temas poperos amigables como los anteriores y el primero celoso porque el compositor/ productor había empezado a colaborar con otros letristas, sobre todo Tony Asher para el disco de 1966 y Van Dyke Parks para lo que sería el proyecto abortado más famoso del rock, Smile (1966-1967), un álbum que se caería por las presiones cruzadas en cuestión y el consumo de LSD, el perfeccionismo y las múltiples excentricidades de un desaforado Brian, ya con severos problemas cognitivos a cuestas que se homologaron a un cuasi retiro siempre tendiente a regresar al estudio pero de modo parcial o bajo el control de algún parásito inmundo como el psicólogo Eugene Landy.
Especiales, películas y documentales sobre la banda y sus miembros hay muchos, como por ejemplo The Beach Boys: An American Band (1985), de Malcolm Leo, Endless Harmony: The Beach Boys Story (1988), de Alan Boyd, Brian Wilson: I Just Wasn’t Made for These Times (1995), único film del célebre productor Don Was, Beautiful Dreamer: Brian Wilson and the Story of Smile (2004), de David Leaf, Brian Wilson: Long Promised Road (2021), de Brent Wilson, y el capítulo de 2010 del ciclo televisivo británico Classic Albums (1992-2021) dedicado a Pet Sounds, o las propuestas ficcionales Summer Dreams: The Story of the Beach Boys (1990), de Michael Switzer, The Beach Boys: An American Family (2000), de Jeff Bleckner, y Love & Mercy (2014), de Bill Pohlad, por ello mismo The Beach Boys (2024), opus dirigido por Frank Marshall y Thom Zimny y escrito por Mark Monroe para el servicio de streaming Disney+, puede parecer un tanto redundante para los fans avezados aunque cumple su objetivo de brindar un resumen documental del derrotero de los señores en poco menos de dos horas de metraje que se sienten amenas a pesar de que no ofrecen sorpresa alguna en materia de una carrera que abarca unos tres lustros de música admirable, planteo rockero de autosuperación de disco a disco que se corta con la edición de Endless Summer (1974), un compilado doble ensamblado por Capitol Records para aprovechar el éxito de American Graffiti (1973), epopeya nostálgica de George Lucas, y compensar las ventas alicaídas de todos los discos del grupo desde 1966, año en el que su imagen pública de “burgueses blancos inofensivos” comienza a jugarles en contra por el cenit del hippismo, la contracultura y los movimientos por los derechos civiles y contra la Guerra de Vietnam, amén del doble hecho de que decidieron no presentarse en el Monterey Pop Festival, hito del Verano del Amor de 1967, y de que el fantasma de la placa abandonada que todo lo prometía como “siguiente paso” en el desarrollo de la música popular, Smile, los persiguió sin cesar ya que luego jamás se decidieron del todo entre el pop prefabricado inicial y ese avant-garde de Good Vibrations y Pet Sounds, esquizofrenia artística que padecieron en mayor o menor medida Smiley Smile (1967), Wild Honey (1967), Friends (1968), 20/20 (1969), Sunflower (1970), Surf’s Up (1971), Carl and the Passions- “So Tough” (1972) y Holland (1973), la última obra valiosa en una serie frustrante que retomó mucho de Smile.
Por el lado de los protagonistas tenemos flamantes testimonios de Brian, Mike y Al Jardine más interesantes aportes de gente que en algún instante formó parte de la agrupación, como David Marks, Blondie Chaplin y Bruce Johnston, o de The Wrecking Crew, léase Don Randi porque Hal Blaine, Carol Kaye y Glen Campbell aparecen vía material de archivo, lo mismo le toca por supuesto a los fallecidos Carl y Dennis, en 1998 y 1983 respectivamente, este último además famoso por editar el mejor disco solista que haya salido del colectivo, Pacific Ocean Blue (1977), por protagonizar con James Taylor y Warren Oates un mega clásico del existencialismo setentoso de Monte Hellman, Two-Lane Blacktop (1971), y por su breve conexión con el psicópata de Charles Manson en el período previo a los asesinatos cometidos por su pandilla/ culto en 1969, llegando incluso a grabar un tema de Manson con The Beach Boys, aquel Cease to Exist rebautizado Never Learn Not to Love (1968). Si bien el asunto podría haber abarcado Pacific Ocean Blue y la cocina de Brian Wilson Presents Smile (2004), aquella digna reconstrucción de la obra magna que no fue, y los infaltables testimonios descriptivos/ contextuales/ semi periodísticos dejan bastante que desear, aquí a través de las palabras olvidables de Lindsey Buckingham, líder de Fleetwood Mac junto con Stevie Nicks, Janelle Monáe, cantante especializada en pop, funk, hip hop y neo soul, Josh Kun, un crítico musical del montón, Ryan Tedder, cabecilla de los impresentables OneRepublic, y el mencionado Was, famoso por ser el productor histórico de The Rolling Stones desde Voodoo Lounge (1994), lo más atractivo de la crónica vuelve a ser lo mismo de siempre, la pugna entre los conservadores Mike y Murry y el otrora iconoclasta Brian, aunque se agradecen mucho la entrevista a la ex esposa del genio musical, Marilyn Wilson-Rutherford del girl group The Honeys, y los testimonios en audio de los padres de los Wilson, la progenitora Audree y ese insoportable y posesivo/ envidioso Murry que en una escena incluso podemos escuchar discutiendo con Brian en el estudio. El simpático y muy ecuánime opus de Marshall, Zimny y Monroe, trío con un amplio bagaje en documentales musicales alrededor de figuras como Bruce Springsteen, The Who, Bee Gees, Elvis Presley, Johnny Cash, Luciano Pavarotti y The Beatles, entre otros, piensa a la banda como “notas en un teclado” -Jardine dixit- que funcionan sólo de manera colaborativa o equilibrada…
The Beach Boys (Estados Unidos, 2024)
Dirección: Frank Marshall y Thom Zimny. Guión: Mark Monroe. Elenco: Brian Wilson, Mike Love, Carl Wilson, Al Jardine, Dennis Wilson, David Marks, Bruce Johnston, Lindsey Buckingham, Don Was, Janelle Monáe. Producción: Frank Marshall, Aly Parker, Jeanne Elfant Festa, Nicholas Ferrall y Irving Azoff. Duración: 113 minutos.