Resulta una gran e insólita injusticia que Louis de Funès (1914-1983), el comediante más famoso del mundo francófono y por lejos el más celebrado y recordado en su Francia natal, en el patético Siglo XXI y en el resto del planeta sea un completo desconocido porque el señor en primera instancia fue uno de los actores más histriónicos e imaginativos que haya dado Europa, detalle muy sostenido en su capacidad para gesticular rápidamente y dar rienda suelta a una retahíla de payasadas e imitaciones dignas del slapstick o comedia física del cine mudo, y en segundo lugar constituyó de por sí toda una rareza profesional ya que se hizo conocido pasados los 40 años de edad -bordeando los 50, mejor dicho- luego de haber luchado tozudamente para sobrevivir en el rubro artístico, a lo largo de las décadas del 40 y 50, aceptando una enorme cantidad de trabajos como actor de doblaje, intérprete cinematográfico y especialista del ámbito de las tablas, ecosistema teatral que lo vio nacer como artista. De hecho, después de debutar en la gran pantalla con un rol no acreditado en La Tentación de Barbizon (La Tentation de Barbizon, 1946), opus hoy olvidado de Jean Stelli, el susodicho se entregaría a un frenesí laboral increíble que en algunos momentos llegaría a tocar los 20 títulos por año, casi siempre en papeles secundarios que de todos modos le permitieron subsistir hasta que alcanzó el estrellato gracias a sus colaboraciones con dos directores consagrados a la comedia, primero aquel Gérard Oury de El Crimen se Paga (Le Crime ne Paie pas, 1962), El Imbécil (Le Corniaud, 1965) y La Gran Evasión (La Grande Vadrouille, 1966), estas dos últimas ubicadas tranquilamente entre los films más taquilleros de la historia de Francia al extremo de ridiculizar a Hollywood, y segundo ese Jean Girault de Los Chicos (Les Veinards, 1963), El Pollo de mi Mujer (Pouic-Pouic, 1963), El Gran Golpe (Faites Sauter la Banque, 1964) y especialmente El Gendarme de Saint-Tropez (Le Gendarme de Saint-Tropez, 1964), ésta otro enorme éxito en salas que derivaría en la friolera de cinco secuelas en los años 1965, 1968, 1970, 1979 y 1982, todas a cargo de un Girault que adaptó la franquicia a los vaivenes sociales de cada coyuntura.
La popularidad le permitió a De Funès aminorar bastante la marcha y por ello luego de la magnífica seguidilla de El Gendarme de Saint-Tropez, El Imbécil y La Gran Evasión se propuso elegir con más cuidado cada proyecto y en esencia se dedicó a reincidir con viejos conocidos como Oury, Girault, el Édouard Molinaro de las maravillosas Oscar (1967) e Hibernatus (1969), el Claude Zidi de las admirables Muslo o Pechuga (L’Aile ou la Cuisse, 1976) y La Cizaña (La Zizanie, 1978) y por supuesto el André Hunebelle de esa simpática trilogía cómica, criminal e hiper sesentosa compuesta por Fantômas (1964), Fantômas se Defiende (Fantômas se Déchaîne, 1965) y Fantômas contra Scotland Yard (Fantômas contre Scotland Yard, 1967), todas coprotagonizadas por Jean Marais, Mylène Demongeot y Robert Dalban. Si bien resulta evidente que el actor se sentía muy cómodo trabajando para Girault, efectivamente el director al que regresaría una y otra vez, lo cierto es que el promedio cualitativo es algo escuálido porque las faenas realmente magistrales son apenas dos, El Gendarme de Saint-Tropez y Jo (1971), recordada parodia de los dramas delictivos símil film noir, ya que el resto de las producciones no pasa de lo correcto, en este sentido pensemos en Las Grandes Vacaciones (Les Grandes Vacances, 1967), El Avaro (L’Avare, 1980) y Mi Amigo, el Extraterrestre (La Soupe aux Choux, 1981), con El Avaro para colmo siendo codirigida por el propio De Funès y ninguno de los corolarios de El Gendarme de Saint-Tropez superando a la propuesta original. Las colaboraciones con el otro compinche crucial, Oury, en cambio sí son mucho más parejas a escala cualitativa y más heterogéneas en general porque si dejamos de lado la primera, El Crimen se Paga, una antología mordaz con el intérprete en un rol secundario, las otras cuatro son joyitas de formatos muy distintos que van desde la road movie de El Imbécil y la mega epopeya bélica de La Gran Evasión al lienzo de época de Delirios de Grandeza (La Folie des Grandeurs, 1971) y la sátira cultural y religiosa de Las Locas Aventuras de Rabbi Jacob (Les Aventures de Rabbi Jacob, 1973), en suma una andanada que se ubica entre lo mejor de la comedia histérica del cine mundial.
Las Locas Aventuras de Rabbi Jacob fue la última colaboración entre De Funès y un Oury que en 1975 se vería obligado a cancelar una parodia sobre las dictaduras latinoamericanas de los 70, El Cocodrilo (Le Crocodile), por un infarto de Louis, episodio que recuerda a la necesidad del director de fichar a Yves Montand en Delirios de Grandeza para reemplazar al fallecido por un mieloma múltiple André Bourvil, coprotagonista junto con De Funès de El Imbécil y La Gran Evasión y el otro eje de un dúo inigualable en el que el temperamento sosegado de este último chocaba con los arrebatos del hiperquinético Louis. El film que nos ocupa, precisamente, puede leerse como un soliloquio de De Funès, aquí sin nadie que le haga sombra y con muchos personajes secundarios que apuntalan su carisma y/ o presencia arrolladora, y además adquiere los mismos rasgos desaforados de los trabajos previos del realizador y nuestra estrella, léase un semi relato coral de impronta aparentemente caótica a lo Blake Edwards en donde el slapstick cerebral aunque también la ironía, el desparpajo y la burla tienen preeminencia, combo ahora volcado a la bizarra sociedad entre un oligarca industrial de resonancias racistas, xenófobas y antisemitas, Víctor Pivert (Louis), y un jerarca revolucionario del mundo árabe que es secuestrado por un comando de la dictadura que gobierna su ignoto país, Mohamed Larbi Slimane (Claude Giraud). Pivert, casado con una odontóloga celosa, Germaine (Suzy Delair), y padre de una ninfa que está próxima a contraer matrimonio, Antoinette (Sylvette Herry alias Miou-Miou), termina ayudando sin proponérselo a Slimane en la difícil tarea de huir de sus captores, a su vez liderados por ese temible Coronel Farès (Renzo Montagnani) que está obsesionado con matar a todos los que lo importunan y con torturar a Mohamed para que revele la fecha de un futuro Golpe de Estado. A posteriori de peripecias varias que incluyen la demonización de Pivert a ojos del Comisario Andreani (Claude Piéplu), en el Aeropuerto de París-Orly la dupla de fugitivos adopta la identidad de un par de rabinos que visitan Francia por el bar mitzvah de David Schmoll (Lionel Spielman), hablamos de Jacob (Marcel Dalio) y Samuel (Xavier Gélin).
En esta oportunidad la incorrección política funciona como un ventilador muy inteligente que desparrama críticas en múltiples direcciones sin resultar del todo hiriente porque el tono del relato suele contrarrestar la virulencia con sketchs físicos posteriores que siguen la estela de Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd, en lo que atañe a la artesanía más atemporal, y de los Hermanos Marx, Los Tres Chiflados y El Gordo y el Flaco/ Laurel and Hardy, ya en materia del constante conflicto tácito entre inocencia, estupidez y esa picardía moderada o en ocasiones maquiavélica explícita. El católico Pivert es retratado como un narcisista y soberbio que busca espejos suyos por todos lados, Slimane como un eslabón fundamental de un universo islámico en eterna ebullición bélica y el Jacob verdadero como un esperpento que pone en ridículo a la secta de los judíos ortodoxos, aquí homenajeados/ caricaturizados gloriosamente aunque recién en el último acto, una locura si consideramos a la propuesta desde la óptica de lo que ha sido el cine de enredos identitarios desde los años 80 en adelante, siempre obsesionado con plantear la confusión o mascarada de turno en los primeros minutos del metraje para rápidamente cansar al espectador con el formato de “odisea de un único chiste en bucle”, por ello mismo Las Locas Aventuras de Rabbi Jacob llama tanto la atención en lo que respecta a toda esa primera hora dedicada a edificar el trasfondo idiosincrásico del tremendo Víctor, el entramado político convulsionado que lo fagocita y finalmente el intercambio de personalidades que lo lleva a esconderse “con unos amigos judíos” para evitar ser interrogado, raptado, apaleado, torturado y/ o asesinado por su esposa, los esbirros de la ley o alguno de los bandos musulmanes en pugna. Más allá de la archiconocida escena del baile de De Funès y compañía al ritmo de la música klezmer, el film incluye otras secuencias estupendas como por ejemplo la inicial en Nueva York, esa en el camino con Pivert y su chofer hebreo, Salomón (Henri Guybet), la de la fábrica de goma de mascar, todas las de Farès y Germaine, la del aeropuerto, la de la llegada al barrio judío de París, esa hilarante del bar mitzvah y desde ya el demencial desenlace en su conjunto…
Las Locas Aventuras de Rabbi Jacob (Les Aventures de Rabbi Jacob, Francia/ Italia, 1973)
Dirección: Gérard Oury. Guión: Gérard Oury, Danièle Thompson, Josy Eisenberg y Roberto De Leonardis. Elenco: Louis de Funès, Claude Giraud, Suzy Delair, Renzo Montagnani, Marcel Dalio, Henri Guybet, Miou-Miou, Claude Piéplu, Xavier Gélin, Lionel Spielman. Producción: Gérard Beytout y Bertrand Javal. Duración: 96 minutos.