Cuento

Concerto

Por Mariana Isabel Ludueña

A Sotto Voce

 

No sabés cómo llovía. Justo esa tarde estrenaba los zapatos que me regaló Esther. Todos los meses la acompaño al banco para ayudarla con los cajeros y demás trámites. Amo a mi abu, la amo, she´s the Queen. Bueno, después de hacer todo, me invitó a almorzar en el Rivera del Plata y ahí me preguntó qué quería para mi cumple número veinte. Al toque se me vinieron los Oxford que tienen acabado de piel que vimos con vos en la vidriera de Hugo Boss, que seguro, seguro te acordás porque a vos también te encantaron. Bueno, como sea: yo sé cómo es Esther, ella lo arregla todo con plata o regalos. Es su manera de darme las gracias, así que le dije de una: quiero unos zapatos de cuero que venden sobre Las Heras. Y ahí fuimos. Caminamos hasta el local, re happy así del brazo y me los compró. Whatever, dejé a la abu en su departamento y me vine a casa volando porque el concierto era a las ocho. Todavía no llovía. Cuando llegué a casa, vi a mi mamá en el jardín de invierno, podando unos rosales enanos con los que está re obse y apenas me saludó. Viste cómo es esa loca, la conocés, siempre sale con una nueva y no le da bola a nada. Subí a mi habitación corriendo, me di una ducha, le mandé unos audios a Ricardo, me vestí de beige para combinar con los zapatos y salí. Cuando llegué, Ricardo estaba bajo el único alero de las boleterías del teatro, fumando. Tenía puestos un impermeable cruzado de Yves Saint Laurent, botas de lluvia y  un sombrero azul. Estaba como para tapa de ¡HOLA!.  Lo vi un poco envejecido cuando me acerqué. O sería que la luz de la tarde era mala y que se sumó que olía a tabaco, que estaba abrigado en exceso… No sé, me pintó onda abuelo. Eso sí, abuelito con estilo. Me tomó del brazo como con violencia y nos metimos al hall del teatro, me dijo que estaba muy chic, me guiñó un ojo y a mí me temblaron las rodillas. Me presentó con un viejo, este sí que era viejo, que no dejaba de mirarme. Yo me había sacado el blazer y lo sostenía entre mis brazos cruzados a la altura del pecho. El viejo puso la mano en mi antebrazo y hablaron de mí con Ricardo, como si yo no estuviera ahí. Ricardo me presentó como su alumno, le dijo que soy brillante. El viejo quiso quedarse cerca de nosotros pero creo que funcionó eso que me enseñaste de mirar para otro lado, como buscando a alguien más, para que se diera cuenta que yo no estaba interesado en conocerlo. Creo que Ricardo también lo notó pero le pudo más lo de mostrar el chiche nuevo. Y bueno, ahí me embolé un poco y agarré el teléfono y subí esas fotos del banner de la pianista y de nuestras entradas. Al toque me dieron like Sebastián, Julio, Horacio, Rick, y creo que también, en ese momento, el lindo de Antonio. El concierto estuvo genial. La pianista toca hasta estremecer y juega con lo sensual. Ricardo interrumpía, sin que eso me molestara, con suaves comentarios que me hacía a sotto voce cerca de la oreja sobre detalles de la técnica de la intérprete. Sólo una vez incliné mi mirada hacia él para tomarlo de sorpresa y quedar frente a frente.  Después, rápido volteé la cara para adelante y me reí solo. Me reí toda la tarde y toda la noche. Cuando estoy con Ricardo me pongo tonto y me río de cualquier cosa a pesar de que me quiero hacer el serio, el pianista enigmático. El adolescente, genio y atormentado. Pero me sale la alegría floral y estallo. Se nos acercaron unos cuantos buitres más y unas viejas de la comunidad a saludarnos, a saludarlo y a chusmear quién era yo. Ricardo me consiguió una foto con la concertista. La tomó él mismo y la sacó un poco movida, por eso no la subí al Instagram, pero igual me encanta. Cuando al final salimos, llovía tanto que acordamos irnos al estudio, a su casa. Justo antes de llegar a su auto, trastabillé en unas baldosas flojas y quedé empapado, los zapatos nuevos todos mojados. Nos reíamos, más y más nos reíamos. En su auto y con el pelo plateado mojado, Ricardo me volvió a parecer el hombre atractivo que es. Las lucecitas rojas y deformadas de los autos frenando delante del nuestro, se reflejaban en su sonrisa con erotismo. Cuando llegamos a su depto, me preparó ropa seca y me preguntó, con su amabilidad de tutor, si lo dejaba, antes que nada, darse un gustito, así me dijo, gustito: quitarme mi “tan elegante calzado”. Sí, le dije y largué una carcajada porque me acordé de Esther en ese momento que tipo onda… nada que ver. Un instante después, lo vi serio, inclinándose delante de mí. Yo ya me había sentado y tampoco me reía.  Con sus manos de hombre de piano, empezó por desatar los cordones de mis zapatos nuevos, que todavía estaban goteando, para colocarlos, en movimiento lentíssimo,  junto a la ventana semi-abierta por la que apenas entraba una luz de neón que iluminaba de azul nuestra cama.

 

Moderato o Más sabe el zorro por viejo

 

Ricardito ya no me saluda como antes. Simuló no verme, creerá que no lo vi. Pero sí que lo vi, esquivó mi mirada. Si Dios me da vida para la próxima cena de fin de año, voy a pedirle al organizador que me sienten con él y los demás directivos. Ese muchacho ha cambiado conmigo, algo oculta. ¡Y eso que fui tantos años su profesora! Pero con la vida privada de los alumnos yo no me metía. Era cuestión de que llegaran y los sentara tres, cuatro horas al piano y tocar, tocar y tocar. Era eso. Y luego, ejercicios para la casa, otras tres o cuatro horas más por día para todos, sin excepción: los geniales y los mediocres. La mejor escuela de piano teníamos, Excelencia era nuestra definición. Ricardo era genial, hasta el día de hoy lo es: no al pepe mandamos a Maximiliano a tomar sus clases privadas. ¿Será que le da vergüenza cobrarnos tan caro? Será que sabe que soy yo la que paga las clases. Tantas veces hablé con mi hijo para que incentive a Maxi a realizar actividades artísticas, pero él sólo tiene en la cabeza ese negocio horroroso que es el fútbol. Pareciera que quiere más a esos brutos imberbes del equipo que a su propio hijo, mi bello y único nieto: Maximiliano. No quiero pensar que es por eso, será eso: a Ricardo le da vergüenza cobrarme por las clases que le da a Maxi y por eso me esquiva. Aunque un poco de vergüenza está bien que sienta, porque después de haber sido una de las maestras que más influyó en su carrera, que me cobre como si mi nieto fuera uno más… y sí, flojito. Ojo, no estoy queriendo ser miserable o avara, menos aún cuando de educación se trata, pero alguna consideración con su antigua profesora podría tener. Pero no sé. No sé si es eso. Con los años se ha puesto también más irrespetuoso de ciertas formas que uno siempre debe conservar. Hasta he escuchado rumores de él, que no voy a repetir  porque soy una dama, pero que no lo dejan bien parado. Por supuesto que no los creo, sino no permitiría que él forme parte del directorio de la escuela que lleva el nombre de mi difunto esposo, que Dios lo tenga en la gloria. Este Ricardito… ¡Y cómo le sigo diciendo Ricardito, a pesar de sus cincuenta y ocho años! Porque sé que tiene cincuenta y ocho. Comprándose esa ropa moderna, con colores chillones se quita unos diez años, pero su documento es irrefutable y mis casi noventa, con memoria de elefante, tampoco le juegan buena pasada. Las fotos de él, en sus primeros años de alumno, están en el salón histórico de la escuela y están en blanco y negro. Blanco y negro como las teclas del piano, nuestro amado piano. En blanco y negro comienza su historia, por más que ahora se empecine en volverla, ridículamente, rosa. Un encuentro, un encuentro más con Ricardo y  lo sabré.

 

Appassionato o El mediocampista ofensivo

 

No voy a llegar. Si ganamos, después viene la rueda de prensa, los festejos en el vestuario, la charla. Si perdemos, no hablo con nadie pero vamos a hablar más con los pibes. No podemos seguir así, con ese medio punta flojo y sin llegada, no va a haber promedio que nos salve, me van a quedar estos tres puntos por pelear y no puedo desconcentrarme justo en esta etapa del campeonato, la venimos peleando desde abajo y no vamos a aflojar. No, no llego, ya fue, le aviso a Susana que lo lleve ella y que la busque a Esther de paso. Uh, cuando Esther la vea a Susana y pregunte por mí, seguro que me va a llamar para reclamarme que no voy, me va a hacer quedar en offside como siempre lo hace, mi vieja es un pelotazo en contra cuando quiere. Y ya me imagino la cara de histérico que pondrá Maximiliano cuando le digan que yo no puedo ir al concierto. El pibe necesita del incentivo del padre, eso ya sé, lo importante es la familia, pero también le falta huevo, se tiene que dar solo el golpe y levantarse. Será como irse a la B, tocar fondo, lo que no lo mata lo va a fortalecer. Es muy flojo ese chico y lo único que han hecho sus abuelos, Esther en especial, porque Susana y yo no hemos sido, es malcriarlo y hacerlo un tiernito. Un putito flojo que vive llorando o encerrándose en la pieza, cuando no se pone a tocar el aparato. Tiene que demostrar y se demuestra jugando, en la cancha. Solamente así se va a hacer hombre. Le está pasando como a nuestro ocho, Gómez Fraga, que no encuentra los huecos libres en la cancha, que está perdiendo esa visión extraordinaria que tenía. Antes me armaba una jugada solamente levantando la vista, hacía unos enganches o unos pases, que se la ponía a los pies al delantero, ahí, ahí para empujarla y meterla. Maximiliano se tiene que dar cuenta que él mismo es su peor rival, tiene visión también, ya se dará cuenta, es pibe talentoso. La tiene difícil, esas mujeres en su vida no ayudan mucho pero va a salir bueno. Si le gustara el fútbol, lo pondría al medio, creo que la cabeza le da para mediocampista ofensivo. Tiene técnica, la técnica y método que aprendió con el instrumento bien se pueden trasladar a la cancha, es disciplinado y sabe actuar bajo presión. Le va a ir bien al Maxi. Pero hoy no puedo, hoy nos jugamos todo: “Hoy nos convertimos en héroes”.