F1: La Película (F1: The Movie)

Conductores suicidas

Por Emiliano Fernández

No es ninguna novedad que Jerry Bruckheimer, el santo patrono del cine chatarra yanqui, viene produciendo la misma exacta película -detalles más, detalles menos- desde la época de Flashdance (1983), de Adrian Lyne, Un Detective Suelto en Hollywood (Beverly Hills Cop, 1984), de Martin Brest, y sus tres primeras colaboraciones con Tony Scott, léase Top Gun (1986), Un Detective Suelto en Hollywood II (Beverly Hills Cop II, 1987) y Días de Trueno (Days of Thunder, 1990), realizador con el que volvería a unir fuerzas en ocasión de Marea Roja (Crimson Tide, 1995), Enemigo Público (Enemy of the State, 1998) y Déjà Vu (2006), por ello no es de extrañar que F1: La Película (F1: The Movie, 2025), de Joseph Kosinski, respete esta misma exacta estela no sólo copiando el formato narrativo/ estético/ actitudinal de los primeros trabajos de Scott y Bruckheimer, el primero fallecido en 2012 en el contexto de un suicidio por cáncer y el segundo ya acumulando 81 años a cuestas, sino también construyendo ese típico juego de espejos del mainstream populista, en este sentido pensemos que así como Días de Trueno fue una suerte de autoexploitation o rip-off de Top Gun no queda la más mínima duda de que F1: La Película es una fotocopia de Top Gun: Maverick (2022), también dirigida por Kosinski, producida por el tremendo Jerry y escrita por un Ehren Kruger que saltó desde las amenas Intriga en la Calle Arlington (Arlington Road, 1999), de Mark Pellington, Doble Traición (Reindeer Games, 2000), opus de John Frankenheimer, y La Llamada (The Ring, 2002), de Gore Verbinski, a bodrios totales como Dumbo (2019), del devaluado Tim Burton, y la franquicia de esos Transformers al servicio de Michael Bay, saga en la que se encargó de los eslabones segundo de 2009, tercero de 2011 y cuarto de 2014, todos corolarios del mamarracho primigenio, Transformers (2007).

 

La historia propiamente dicha brilla por su ausencia y lo único que tenemos es el derrotero de lo más esquemático o lelo de Sonny Hayes (Brad Pitt), en la década del 90 un piloto de Fórmula 1 y hoy por hoy un conductor itinerante que se suma a cualquier liga competitiva por unas monedas, estado en el que lo encuentra un ex compañero de los años de bonanza y ahora dueño de la escudería APXGP, Rubén Cervantes (Javier Bardem), quien lo invita a volver a la F1, a oficiar de mentor de un piloto joven y tan soberbio como él, Joshua Pearce (Damson Idris), y sobre todo a tratar de ganar alguna carrera con la casaca de APXGP con el objetivo de evitar que uno de los inversores/ ejecutivos de la escudería, Peter Banning (Tobias Menzies), expulse a Cervantes por su ineptitud a la hora de alzarse con un Gran Premio o por lo menos llegar al podio. Mientras entabla una relación conflictiva con Pearce y se enamora de la directora técnica del equipo, Kate McKenna (Kerry Condon), en sí la responsable de la construcción de estos automóviles ultra sofisticados de carrera, Hayes ve desfilar un accidente que aleja un tiempo del circuito a Joshua, otra calamidad en las pistas que él mismo sufre, luego su despido por parte de Rubén cuando descubre las lesiones que le dejó un “infortunio” de 1993 en España y finalmente un intento de Golpe de Estado en APXGP a instancias de Banning, villano que desea destronar a Cervantes para ya vender la escudería en tanto paradigmática jugada especulativa de ese capitalismo salvaje neoliberal, incluso ofreciéndole a Sonny la oportunidad de encabezar el equipo si la venta se concreta a posteriori de la debacle por sabotaje o mala performance del ex conductor español en la piel de Bardem. Por supuesto que todo se resuelve en una carrera final, el Gran Premio de Abu Dabi, que corona el estilo de conducción bastante sucio y desobediente del protagonista.

 

Amparada en un soundtrack que deriva en el hip hop y el pop después de un comienzo decididamente rockero de la mano de Whole Lotta Love (1969), de Led Zeppelin, We Will Rock You (1977), himno de Queen, Round and Round (1984), de Ratt, y Bad as I Used to Be (2025), de Chris Stapleton, la epopeya nunca derrapa en el tedio aunque los diálogos resultan demasiado impostados o autoconscientes al extremo de que no dejan espacio para la humildad, la efervescencia o siquiera la naturalidad, al igual que la retahíla de personajes estereotipados o insípidos. Todo lo aquí trabajado ya había sido analizado en la insuperable Grand Prix (1966), de Frankenheimer, y Rush: Pasión y Gloria (Rush, 2013), una joyita reciente de Ron Howard, desde la rivalidad insistente entre pilotos, el sadismo de la prensa y esa adrenalina adictiva a raíz de la velocidad hasta los espantosos accidentes del asfalto, las estrategias empleadas en general y el trasfondo cuasi matemático de los coches y los circuitos, además del melodrama profuso detrás de bastidores y los sueños malogrados de una trayectoria exitosa y muy extensa. Si la sopesamos en términos del cine de carreras, la propuesta no supera a trabajos menores con respecto a Grand Prix y Rush: Pasión y Gloria, pensemos por ejemplo en Le Mans (1971), de Lee H. Katzin, El Último Héroe Americano (The Last American Hero, 1973), de Lamont Johnson, Contra lo Imposible (Ford v Ferrari, 2019), de James Mangold, o Gran Turismo (2023), de Neill Blomkamp, y tampoco va más allá de la banalidad de cartón pintado de Días de Trueno o Alta Velocidad (Driven, 2001), de Renny Harlin, lo que asimismo nos lleva a subrayar que F1: La Película no agrega nada nuevo a la fórmula del pedagogo/ veterano y el alumno/ jovenzuelo y se ubica más cerca de Alta Velocidad que de Gran Turismo, otros dos exponentes de un esquema narrativo añoso.

 

Kosinski, por su parte, acumula dos obras disfrutables, Tron: El Legado (Tron: Legacy, 2010) y Oblivion: El Tiempo del Olvido (Oblivion, 2013), dos desastres soporíferos, Solo los Valientes (Only the Brave, 2017) y La Cabeza de la Araña (Spiderhead, 2022), y dos trabajos que se mueven entre lo correcto y la intrascendencia nostálgica absoluta, de hecho Top Gun: Maverick y nuestra F1: La Película, díptico que funciona como las dos caras de una misma moneda -o el anverso y el reverso de una hoja de papel- ya que lo único que realmente hizo el equipo creativo fue sustituir a Tom Cruise con Brad Pitt, quien hace de sí mismo porque cada sonrisa suya vale millones de dólares al igual que sus fanfarronadas de carilindo ajado y engreído, destacándose en cambio el desempeño de un Bardem que destila profesionalismo y eficacia a pesar de la evidente vergüenza ajena por una trama que parece escrita por un adolescente de quince años que poco y nada sabe de cine. Como decíamos con anterioridad, aquí se refrita el arsenal audiovisual de Frankenheimer, genio que con su maestría técnica sentó las bases en 1966 de cómo se registraría la Fórmula 1 en adelante, pero encarado desde el montaje videoclipero/ publicitario del Scott de los años 80 y 90, por ello la historia de la remanida odisea de Kosinski se subordina a las escenas vertiginosas y recupera todos los estereotipos del caso, especialmente el canibalismo profesional, los accidentes, la amistad, el dejo temerario, el edadismo, la redención, el amor, las peleas, la voracidad capitalista, el circo mediático y el triunfalismo marca registrada de Bruckheimer, por cierto cutre y fascistoide a más no poder y en gran medida hilarantemente petrificado en el reaganismo y el thatcherismo de la década del 80 en tanto últimas grandes promesas de las “bondades” de un mercado cruel, oligopólico y desregulado que sólo genera pobreza.

 

El mainstream atolondrado actual no sabe crear suspenso porque desde el primer minuto tenemos la certeza de que el protagonista ganará la última carrera y saldrá indemne, en este sentido en pantalla no hay peligrosidad verdadera alguna ni un mísero instante equivalente a aquellos clímax de Grand Prix, la colisión del inicio que padece Scott Stoddard (Brian Bedford) y el fallecimiento durante el último acto de Jean-Pierre Sarti (Yves Montand). Así las cosas una vez más nuestro Hollywood posmoderno se engolosina con la dimensión visual o tecnológica por sobre la destreza o idiosincrasia de los seres humanos, en el film unos pilotos que son clichés con patas o a lo sumo estrategas aunque nunca unos héroes de la velocidad o conductores suicidas en serio, todo desde cierta mentalidad de equipo que en simultáneo -demagogia impersonal de por medio- tampoco quiere pasar por alto la filosofía de los lobos solitarios artesanales de antaño, ésta más “cinematográfica” que la corrección política detrás del trabajo en conjunto intercambiable del Siglo XXI. En última instancia F1: La Película se parece a un producto televisivo con un ego/ presupuesto inflado o quizás a un larguísimo comercial de la Federación Internacional del Automóvil o FIA, la entidad que organiza/ dirige la Fórmula 1 y que prestó su asistencia a la producción en un cien por ciento, por ello lejos está de funcionar -como definitivamente pretende- como una reflexión sobre la madurez o la obsolescencia en el deporte y el espectáculo a lo Hijo del Torbellino (Junior Bonner, 1972), de Sam Peckinpah, o una oda a la transmisión de conocimiento en un entorno hostil símil el John G. Avildsen de Rocky (1976) y Karate Kid (The Karate Kid, 1984) o cualquier otro ejemplo de los miles del rubro en lo que atañe a una sabiduría que se homologa tenazmente a la vejez, como si no existiesen los carcamales de base retrógrada…

 

F1: La Película (F1: The Movie, Estados Unidos, 2025)

Dirección: Joseph Kosinski. Guión: Ehren Kruger. Elenco: Brad Pitt, Javier Bardem, Damson Idris, Kerry Condon, Tobias Menzies, Kim Bodnia, Sarah Niles, Will Merrick, Joseph Balderrama, Abdul Salis. Producción: Jerry Bruckheimer, Joseph Kosinski, Brad Pitt, Lewis Hamilton, Dede Gardner, Jeremy Kleiner y Chad Oman. Duración: 156 minutos.

Puntaje: 4