Cuando el gran Robert Altman encara Del Mismo Barro (McCabe & Mrs. Miller, 1971), su primera incursión en términos cinematográficos en el campo del western, el género de turno ya venía de un largo viraje hacia la izquierda en el que fueron peldaños fundamentales A la Hora Señalada (High Noon, 1952), de Fred Zinnemann, El Desconocido (Shane, 1953), de George Stevens, Vera Cruz (1954), de Robert Aldrich, El Tren de las 3:10 a Yuma (3:10 to Yuma, 1957), de Delmer Daves, y El Hombre del Oeste (Man of the West, 1958), joya de Anthony Mann, en sí un proceso paulatino que desmitologizó el heroísmo risible, racista y fascistoide de John Ford, Howard Hawks y John Wayne, entre otros palurdos, y recibió un espaldarazo muy importante del acervo italiano de la mano del querido spaghetti western, en este sentido pensemos no sólo en las películas de Sergio Leone, como Érase una vez en el Oeste (C’era una volta il West, 1968) y su Trilogía del Dólar o Trilogía del Hombre sin Nombre, léase Por un Puñado de Dólares (Per un Pugno di Dollari, 1964), Por unos Dólares más (Per qualche Dollaro in più, 1965) y El Bueno, el Malo y el Feo (Il Buono, il Brutto, il Cattivo, 1966), sino también en los exponentes cruciales que nos regaló Sergio Corbucci, sobre todo aquellas Django (1966), El Gran Silencio (Il Grande Silenzio, 1968), El Mercenario (Il Mercenario, 1968) y Vamos a Matar, Compañeros (1970). Si bien la reconversión hacia el western crepuscular y/ o revisionista se completaría más adelante gracias a los cinco films del género de Clint Eastwood, La Venganza del Muerto (High Plains Drifter, 1973), El Fugitivo Josey Wales (The Outlaw Josey Wales, 1976), Bronco Billy (1980), El Jinete Pálido (Pale Rider, 1985) y Los Imperdonables (Unforgiven, 1992), y por la potencia iconoclasta del cine en general de Sam Peckinpah, recordemos para el caso Mayor Dundee (Major Dundee, 1965), La Pandilla Salvaje (The Wild Bunch, 1969), La Balada de Cable Hogue (The Ballad of Cable Hogue, 1970), Junior Bonner (1972), Pat Garrett & Billy the Kid (1973) e incluso Tráiganme la Cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo García, 1974), uno de los pivotes básicos en el salto de Hollywood en lo que atañe a calidad y discurso complejo fue la obra que nos ocupa del amigo Robert.
Altman, quien por cierto conocía de sobra al género porque lo había explorado en aquella vertiente tradicional/ clásica durante su fase profesional como realizador televisivo en la década del 50 y principios de los 60, pensemos en programas del rubro como Sugarfoot (1957-1961), El Hombre de Blackhawk (The Man from Blackhawk, 1959-1960), Bronco (1958-1962), Maverick (1957-1962), U.S. Marshal (1958-1960), El Hombre de la Ley (Lawman, 1958-1962) y Bonanza (1959-1973), famosa serie creada por David Dortort para la NBC, solía decir que Del Mismo Barro era una especie de anti-western tanto porque subvertía los dispositivos retóricos principales del género como porque oficiaba de parodia tácita o apenas maquillada, no obstante el asunto no es tan así ya que la película se toma muy en serio a sí misma y a pesar de que invierte los motivos del paladín solitario y de los duelos al atardecer e incluye todas las marcas formales revulsivas del cineasta, como los diálogos superpuestos, una edición bastante críptica, cierto dejo documentalista general, un elenco muy numeroso, preponderancia de la música y su paradigmático elogio para con los perdedores, lunáticos y marginados, a decir verdad el tono melancólico y meditabundo de nuestra faena nada tiene que ver con el caos promedio -ahí sí cien por ciento de Robert, en modalidad satirista descocado- de su otra incursión a toda pompa en el western, Buffalo Bill y los Indios (Buffalo Bill and the Indians or Sitting Bull’s History Lesson, 1976), un trabajo cínico y muy agresivo que forma parte de las reflexiones de la época no sólo acerca de la mitologización mentirosa de los colonos del pasado y la génesis de la faceta moderna de Estados Unidos sino también sobre la espectacularización grasienta del Viejo Oeste cual mercancía burda a disposición del show business, precisamente en línea con la precursora Junior Bonner, de Peckinpah, y la más inofensiva y/ o complementaria Bronco Billy, de Eastwood. El guión de Altman y Brian McKay, ignoto libretista televisivo aquí entregando su único trabajo para el séptimo arte, está basado en la novela McCabe (1959), de Edmund Naughton, en esencia una fábula microscópica centrada en la típica antropofagia empresaria de inicios del Siglo XX y las prácticas mafiosas y especulativas de siempre del capitalismo.
John McCabe (Warren Beatty) es un tahúr experto que amasó una pequeña fortuna y en 1902 llega al pueblo de Presbyterian Church, en el Estado de Washington, con la idea de abrir una cantina y una sala de juegos consagrada al póker, sin embargo la construcción avanza con lentitud y por ello con apenas 200 dólares compra tres prostitutas -una gorda, una fea y una adolescente- con el objetivo de abrir un burdel para los obreros y lugareños e inyectarte dinerillo fresco al proyecto. Presbyterian Church, precisamente limitado a una capilla protestante semi abandonada y un restaurant propiedad de Patrick Sheehan (Rene Auberjonois), comienza a florecer y los rumores viajan rápido al extremo de que llega al pueblo la bella Constance Miller (Julie Christie), una prostituta proveniente de Londres que trabajó en una ciudad cercana, Bearpaw, y que le ofrece a McCabe profesionalizar el burdel con otras meretrices importadas y habitaciones limpias que reemplazarán a las carpas hiper precarias donde trabajan las féminas. Mientras la británica y el norteamericano se hacen socios y desarrollan una relación romántica desde una hilarante distancia implícita porque ella le cobra por el sexo, la compañía minera de Harrison Shaughnessy manda a un par de intermediarios para comprar todas las construcciones de la región y buscar zinc, hablamos de Eugene Sears (Michael Murphy) y Ernest Hollander (Antony Holland), quienes le ofrecen a John 5.500 dólares y después 6.250 por la cantina, la sala de juegos y el burdel, así el adepto al póker comete el error de pedirles demasiado efectivo en el regateo, 14 o 15 mil dólares, lo que genera que los testaferros den por terminada la negociación y le pasen la posta a un sicario de temer, Butler (Hugh Millais), quien efectivamente pronto se aparece en Presbyterian Church con dos secuaces, Breed (Jace Van Der Veen) y el púber psicópata Kid (Manfred Schulz). McCabe, que se había hecho conocido a nivel vernáculo por su sustrato de parlanchín soberbio y la fama de además haber sido un pistolero que mató a un tal Bill Roundtree, es en gran medida ridiculizado por un Butler que por su evidente miedo deduce que nunca asesinó a nadie, por ello el tahúr recurre a un abogado con aspiraciones políticas que no le resuelve el problema de la amenaza contra su vida (William Devane).
En conjunto su séptimo largometraje o el cuarto si contamos desde el renacimiento creativo que significó Aquel Día Frío en el Parque (That Cold Day in the Park, 1969), recordemos por un lado la fase seminal de La Historia de James Dean (The James Dean Story, 1957), Los Delincuentes (The Delinquents, 1957) y La Conquista de la Luna (Countdown, 1967) y por el otro lado las dos joyas posteriores a Aquel Día Frío en el Parque, M.A.S.H. (1970) y El Volar es para los Pájaros (Brewster McCloud, 1970), Del Mismo Barro, como decíamos anteriormente, jamás llega a la condición de sátira ultra sardónica del género de base símil M.A.S.H. en relación a las epopeyas bélicas, El Largo Adiós (The Long Goodbye, 1973) para con el film noir, Nashville (1975) en materia de los musicales, Un Matrimonio (A Wedding, 1978) en lo que respecta a las comedias románticas, Popeye (1980) en relación a las faenas infantiles, O.C. & Stiggs (1985) en lo que atañe a las gestas de púberes bobos de los 80, Las Reglas del Juego (The Player, 1992) para con el drama ombliguista sobre el mainstream cinematográfico y Gosford Park (2001) ya en materia de las obras de misterio o detectivescas, amén de la citada Buffalo Bill y los Indios en lo referido al western en cuestión. La fotografía cuasi onírica pero también visceral del húngaro Vilmos Zsigmond, una figura mítica del cine de la época, y las tres canciones que Altman rescató del álbum Songs of Leonard Cohen (1967), las sublimes The Stranger Song, Winter Lady y Sisters of Mercy, se acoplan de manera perfecta con los otros tres pilares de la realización, primero las gloriosas actuaciones de Beatty y Christie, intérpretes que estaban en lo mejor de sus respectivas carreras y aquí sacan provecho de las ambigüedades identitarias tan de moda durante la preeminencia del Nuevo Hollywood de los 70, segundo esa poética del fracaso que caracterizaba al director, casi siempre vinculada al desarrollo de personajes y a unos puntos muertos existenciales en pantalla representados por una nieve nefasta que todo lo cubre, y tercero la manía esplendorosa de Altman con filmar los exteriores con pocos cortes y los interiores mediante muchas cámaras y micrófonos para imponer el naturalismo desde un montaje anárquico. Anticipando en parte algunos recursos temáticos de Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984), de Leone, como por ejemplo el escapismo del opio, la separación egoísta a lo perfidia entre los personajes, el combo hedonista de “juego + alcohol + putas” y especialmente la homologación de fondo entre el mentado “progreso” de la civilización occidental y la mafia, las amenazas, los crímenes y el óbito, Del Mismo Barro se explaya en esas contradicciones que tanto fascinaban a Altman ya que McCabe puede ser un bocón y un cobarde pero a fin de cuentas en el desenlace se carga a los tres sicarios mientras que ella, mucho más valiente y perspicaz, en las postrimerías del relato termina fugándose de Presbyterian Church y dejándolo solo frente a su previsible asesinato, todo para autocompadecerse en un fumadero de opio regentado por chinos a puro patetismo, secuencia que sin duda inspiró a Leone para aquel remate gemelo de Érase una vez en América con la sonrisa misteriosa de David “Noodles” Aaronson (Robert De Niro). Repleta de efigies del grotesco altmaneano como el tontuelo Sheehan, el abogado delirante de Devane, la “chica bien” transformada en furcia Ida Coyle (Shelley Duvall) y ese joven cowboy en la anatomía de Keith Carradine que es ejecutado cruelmente por Kid después de una estadía en el lupanar de McCabe y Miller, la propuesta baja del pedestal a las leyendas y piensa las limitaciones de los hombres y las mujeres de carne y hueso, hoy remarcando la ignorancia popular, el sinsentido de los caprichos plutocráticos y por supuesto el sustrato de juego del gato y el ratón de los tiroteos reales, no aquellos duelos estrafalarios de antaño…
Del Mismo Barro (McCabe & Mrs. Miller, Estados Unidos, 1971)
Dirección: Robert Altman. Guión: Robert Altman y Brian McKay. Elenco: Warren Beatty, Julie Christie, Rene Auberjonois, William Devane, Shelley Duvall, Keith Carradine, Michael Murphy, Antony Holland, Hugh Millais, Manfred Schulz. Producción: David Foster y Mitchell Brower. Duración: 121 minutos.