Il Sorpasso

Contrapunto hacia la síntesis

Por Emiliano Fernández

Puede que La Dolce Vita (1960) haya llegado un par de años antes y sea más ambiciosa, barroca y conocida/ difundida en materia del inconsciente colectivo cinéfilo internacional pero la verdad es que Il Sorpasso (1962), gran obra maestra de Dino Risi, iguala sin más en términos cualitativos a la joya de Federico Fellini y hasta en cierto punto se la puede pensar como una suerte de propuesta complementaria tanto a escala formal como temática ya que lo que el opus del amigo Federico hace por Roma y los grandes centros urbanos, el trabajo de su colega Dino lo duplica en relación al interior del país y en especial la costa de Lacio y Toscana frente al Mar Mediterráneo previa a la explosión futura del turismo externo: ambas películas analizan el costado menos afable del Milagro Económico Italiano de la posguerra, aquel maratónico crecimiento de la nación gracias a una conjunción de factores que van desde la asistencia norteamericana vía el Plan Marshall, la creación en 1957 del Mercado Común Europeo y la aplicación de políticas macroeconómicas vinculadas al típico Estado de Bienestar de mediados del Siglo XX, ingredientes que transformaron a Italia desde un país pobre de cadencia rural y centrado exclusivamente en el mercado interno hacia una potencia europea sostenida en la industrialización, la inversión privada, la infraestructura, la especulación inmobiliaria y la apertura económica a nuevos mercados cercanos y muy lejanos, lo que generó un boom extraordinario del consumo porque los otrora campesinos se trasladaron en masa a las metrópolis con vistas a sumarse al crecimiento y en esencia ver mejorar sus condiciones de vida y poder adquirir electrodomésticos, automóviles y demás bienes hasta ese momento inexistentes entre el pueblo o considerados suntuarios, por ello mismo la cultura y la sociedad tradicional del país entraron en rauda crisis ya que se pasó de un modelo comunal basado en la todopoderosa familia, en la militancia política y en la influencia decisiva de las vertientes institucionales de la Iglesia Católica a otro de tipo moderno occidental clásico y hoy más que nunca apuntalado en el individualismo de las clases media y alta y en una tendencia a dejarse fagocitar por la publicidad capitalista y un hedonismo cada día más y más superficial que entroniza toda banalidad de cartón pintado.

 

A diferencia de tantas películas similares que tienden a presentar el fuerte choque entre las mentalidades del régimen histórico previo y su homólogo posterior, en lo que en este caso podría ser un enfrentamiento implícito entre el campo y la ciudad, Il Sorpasso en cambio comprende perfectamente la metamorfosis de su tiempo y ya da por sentada la mutación social porque apuesta a entregarnos dos versiones del flamante estado de cosas y del bando victorioso, dejando prácticamente en el olvido a la Italia agrícola de antaño. Respetando los lineamientos de esa commedia all’italiana que marcó a la carrera en su conjunto del genial Risi, el film nos propone un contrapunto en camino hacia la síntesis entre dos burgueses paradigmáticos que viven en Roma, el primero Bruno Cortona (Vittorio Gassman), un charlatán arrebatador y muy simpático que siempre se muestra libre, juguetón, mujeriego, distendido, caprichoso y burlón para con todo y todos, y el segundo Roberto Mariani (Jean-Louis Trintignant), un estudiante de derecho de naturaleza conservadora y muy medida que suele meditar mucho cada acción antes de llevarla a la praxis, algo así como el verdadero protagonista del convite porque casi todo lo vemos y juzgamos a través de sus ojos y en función de sus soliloquios mentales en plan de razonamientos, comentarios y apreciaciones diversas acerca de su propia vida y sobre Cortona, quien se transforma en un improvisado compañero de viaje cuando en ferragosto, una festividad nacional de carácter laico que se celebra los 15 de agosto y suele empardarse a éxodos masivos hacia la montaña o la playa, descubre a Bruno azarosamente al asomarse por la ventana de su departamento y éste le pide hacer una llamada de teléfono para avisarles a sus amigos que lo esperen, esos que ya se fueron porque el señor viene llegando con una hora de retraso a la cita de turno y a los que no pudo contactar porque todo en Roma está cerrado por la festividad, otro detalle previsible que suma una hilarante irresponsabilidad al acervo verborrágico y ameno del señor. Para agradecerle el gesto de dejarlo llamar, en vano porque precisamente ya no había nadie allí capaz de responder, Bruno lo invita a tomar un aperitivo y así ambos se suben al mítico Lancia Aurelia B24, un modelo deportivo descapotable, del adorable chanta al paso.

 

El título en italiano hace referencia a una minucia que no lo es porque resulta crucial en el retrato de la personalidad del conductor del automóvil y cómo ésta va influyendo poco a poco en el talante por demás apacible y bastante susceptible de Mariani, hablamos de la costumbre de Cortona de adelantarse/ sobrepasar en la ruta -esa que sigue en gran medida una de la más famosas calzadas romanas, la Vía Aurelia- a otros coches que circulan a menor velocidad, remarcando constantemente la impaciencia, el influjo ultra irascible y el sustrato semi soberbio de un Bruno al que no le importan nada El Eclipse (L’Eclisse, 1962), de Michelangelo Antonioni, las tumbas etruscas, el Monte Fumaiolo o siquiera Sophia Loren, siendo para colmo adepto a los bocinazos, esos que aparecen cuando está enojado o feliz o por simple aburrimiento rutero. Sin embargo nada es lo que parece en el excelente guión del realizador, Ettore Scola y Ruggero Maccari y el primer indicio llega cuando el dueño del Lancia se muestra como un dandy perseverante y sigue a un par de alemanas pero arribado el momento de encararlas insólitamente se repliega, algo que sorprende a las mismas mujeres que esperaban que los dos varones las invitasen a almorzar. El pícaro anda con un cartel de “cámara de diputados” sobre el tablero para que no le hagan multas, a pesar de correr como un loco, y parece dedicarse a la compra y venta de electrodomésticos, muebles o lo que sea que pueda conseguir a un precio bajo para luego revenderlo, así juntos se topan con unos curas que necesitan un gato, presencian un accidente que dejó heladeras en el camino, Mariani se queda encerrado en un baño, ambos deciden llevar a un campesino veterano que compró unos huevos, visitan a unos tíos de Roberto en el interior, se ríen de unos pajueranos bailando twist y hasta se separan por unos momentos cuando Bruno se topa con un socio comercial, Il Commendatore (Luigi Zerbinati), y se dedica a flirtear con su esposa (Franca Polesello), hasta que se genera una pelea en un restaurant/ club nocturno con dos conductores a los que sobrepasó instantes atrás, y cuando su compañero intenta marcharse en tren pero no encuentra servicios a Roma, optando por quedarse en la estación para conversar con una chica, Clara (Mila Stanic), hasta que la viene a buscar su hermano.

 

La película termina de establecer estas diferencias curiosamente complementarias entre ambos hombres en ocasión de la llegada en el último acto a la casa de verano de la familia de Bruno, una en la que moran su ex esposa, la publicista Gianna (Luciana Angiolillo), y su hija adolescente de 15 años, Lilli (Catherine Spaak), la cual está en una aparente relación platónica con un veterano de nombre Danilo Borelli alias Bibi (Claudio Gora), quien a su vez prometió llevarla dentro de poco a Estados Unidos, matricularla en la Universidad de Harvard, pagarle un curso de relaciones públicas y emplearla como directora de la unidad de investigaciones químicas de su ignota empresa: Cortona se muestra joven, desenfrenado y locuaz pero en realidad está muy atado afectivamente a su ex esposa y a su hija en una relación de amor/ odio por parte de las mujeres por el trasfondo abandónico cíclico del varón hacia ellas producto de su propensión infantil a borrarse y aparecerse de golpe en los instantes menos pensados, mientras que Mariani va tomando conciencia de que se pasó gran parte de la vida atesorando una niñez que no era tan maravillosa y haciendo planes para un futuro utópico que puede o no hacerse realidad, en este sentido basta con recordar que Roberto privilegia terminar la carrera universitaria y buscar un trabajo cual monje del capitalismo en detrimento de hablar con mujeres e incluso descubre que las habitaciones que recorría de niño han perdido la magia de antaño a raíz de una adultez que lo separa en buena medida de sus tíos, a los que no veía prácticamente desde la infancia, una pareja que termina encantada con un Bruno arrollador que cuenta secretos de su copiloto tácito y hasta consigue que le regalen un reloj antiguo que el sobrino de purrete tenía prohibido tocar. El conductor cuarentón algo mucho desquiciado va más allá de efectivamente ir ampliando los horizontes del veinteañero desabrido que no fuma ni bebe ni sabe manejar un automóvil ya que pone en primer plano que el joven trata a las mujeres como objetos que merecen un excesivo respeto, llevándolo a contemplarlas a la distancia mediante un planteo asexual de mausoleo tendiente a entronizar a la hoy mayor Tía Lidia (Linda Sini), amor idealizado de la niñez, y a una vecina del muchacho, Valeria, con la que pudo hablar apenas una sola vez.

 

Como en todo el cine de Risi, las mujeres en Il Sorpasso, sin duda una de las primeras y mejores road movies de la historia del séptimo arte e inspiración directa para realizadores que van desde Wim Wenders y Martin Scorsese hasta Alexander Payne y Terry Gilliam, constituyen una fuente permanente de erotismo que subraya aquello de que los varones las dividen entre cogibles e incogibles, categorizando a las primeras como putonas en potencia a las que hay que cortejar y a las segundas como seres simpáticos que sirven para charlar o divertirse sin ese marco de conquista agridulce improvisada que tantas veces nos presenta el director a lo largo del metraje y de su trayectoria en general, a lo que se suma además la capacidad de “leer” al prójimo de Cortona, un diletante de esa viveza callejera de la que carece el bisoño Mariani, así Bruno con celeridad detecta que el criado de los tíos del joven es gay, algo que el muchacho desconocía, que su compañero de periplo está interesado en una hembra del edificio de enfrente, detalle que deduce antes de que Roberto le cuente sobre Valeria y con sólo entrar a su departamento y verlo mirar por la ventana, y finalmente -quizás el detalle más revelador de una infancia que poco y nada tiene que ver con la realidad porque forma parte de una etapa de la vida que uno como adulto ya no recuerda en toda su magnitud- que el primo abogado hiper fatuo del estudiante, Alfredo (John Francis Lane), no es hijo de la tía de Mariani sino del administrador del tío, algo que se desprende de la misma contextura física, las mismas cejas y un mismo tic en la mano izquierda de ambos sujetos; revelaciones que en esencia más adelante serán duplicadas en Perfume de Mujer (Profumo di Donna, 1974), el clásico invaluable de la década siguiente de Risi, en donde el capitán ciego Fausto Consolo (Gassman de nuevo) le comentaba a su lazarillo adolescente e ingenuo, Giovanni Bertazzi alias Ciccio (Alessandro Momo), que su novia era tremenda meretriz porque decía que trabajaba de niñera durante las noches y a la par adoraba comprarse carteras de cocodrilo y perfumes franceses carísimos. Más que un simple retrato de la Italia de su tiempo, dejándose llevar bajo una modernidad representada en el fetiche con los autos, el twist, la vida noctámbula, los lujos y el sueño del progreso económico a toda costa, la película es asimismo un retrato de esta bifurcación que tomaría la burguesía del ecosistema occidental de allí en adelante en lo que atañe a por un lado una supuesta despreocupación por lo material y una acentuación en lo espiritual regocijante, perspectiva ponderaba por un Bruno que se las ingenia para sobrevivir aunque sobre una base de relativa comodidad que le permite llevar la vida del trotamundos que optó por desembarazarse de los requerimientos urgentes de la familia tradicional, y por el otro lado un sustrato workaholic ortodoxo desde ya simbolizado en un Roberto que internaliza los postulados del capitalismo al nivel de anular su vida pública -y hasta privada, se podría decir- con el objetivo manifiesto de autoexplotarse como si ello fuese equiparable a la realización personal en el largo plazo, asunto que por cierto quedaría muy en evidencia en la etapa posterior histórica del capitalismo salvaje, esa que sobrevino con la Crisis del Petróleo de 1973, cuando el modelo narcisista y vacuo de interrelaciones sociales exacerbó las burbujas habitacionales que ya empezaba a desencadenar la fiebre del consumismo o acumulación de basura inútil en el hogar y el ascenso de lo new age o alternativo baladí como reemplazo de las religiones asfixiantes del pasado cercano. Gassman y Trintignant, dos genios absolutos de la pantalla tanto en la comedia como en el registro dramático, resumen a la perfección estas dos acepciones del primer modernismo italiano en tránsito hacia esa posmodernidad que llegaría en los 70 con el fin del crecimiento del Milagro Económico Italiano de los 50 y 60, furor antes de la tormenta que Risi anticipa desde una gloriosa futurología con aquel desenlace de la trágica muerte de Mariani en un accidente de ruta cuando él mismo pasa de censurar la velocidad de Cortona a incentivarla, enfatizando que el hedonismo siempre tiene fecha de vencimiento y en simultáneo que una dosis de desconcierto e impetuosidad siempre es necesaria en la existencia prosaica si uno no quiere terminar metamorfoseándose en un autómata más sin alma del entramado de explotación…

 

Il Sorpasso (Italia, 1962)

Dirección: Dino Risi. Guión: Dino Risi, Ettore Scola y Ruggero Maccari. Elenco: Vittorio Gassman, Jean-Louis Trintignant, Catherine Spaak, Claudio Gora, Luciana Angiolillo, Linda Sini, Franca Polesello, Mila Stanic, John Francis Lane, Luigi Zerbinati. Producción: Mario Cecchi Gori. Duración: 105 minutos.

Puntaje: 10