Pink Elephant, de Arcade Fire

Creando nuevas constelaciones

Por Emiliano Fernández

Arcade Fire, sin duda una de las bandas cruciales del nuevo milenio, con el correr de los años ha atravesado una serie de metamorfosis que durante la última década los ha puesto en un terreno cada vez más resbaladizo o más bien errático, digno de un colectivo que intercambió -muy probablemente sin proponérselo- la vertiginosidad ascendente de los comienzos por una madurez de cadencia masoquista, por momentos casi extraviada en su propia esquizofrenia artística y actitudinal. El grupo canadiense es oriundo de Montreal, capital de la Provincia de Quebec, y está liderado por el matrimonio de Win Butler y Régine Chassagne, ambos vocalistas, guitarristas y tecladistas/ pianistas, y hoy por hoy secundado por el bajista Tim Kingsbury, el guitarrista Richard Reed Parry y el baterista Jeremy Gara, amén de tres músicos más o menos estables que suelen sumarse sólo en el caso de los recitales, léase Sarah Neufeld en violín, Paul Beaubrun en teclados y Dan Boeckner en guitarra. Todo comienza a escala discográfica con Funeral (2004), obra maestra del indie, el art rock, el pop barroco, el post punk y un cuasi glam lúgubre que todavía se posiciona como una de las joyas incuestionables y más apasionantes de la música del Siglo XXI gracias a su potencia y sinceridad anímica, Neon Bible (2007), segunda maravilla al hilo que lleva al extremo la ampulosidad orquestal y semejante el acervo progresivo setentoso del debut, en un único movimiento exacerbando el costado rockero gótico y amplificando toda aquella furia defensiva que lee con astucia el estado calamitoso del mundo, y The Suburbs (2010), otro trabajo estupendo que en gran medida suaviza la espectacularidad de los dos álbumes previos para desparramar algo de punk, destilar el pop indie de antaño e incorporar pinceladas de folk guitarrero sesentoso modelo americana/ roots music, en suma reemplazando el marco sinfónico por instrumentos más desnudos y típicos del rock en términos clásicos.

 

El quiebre se produce con Reflektor (2013), disco doble místico que resulta algo mucho desparejo aunque en última instancia arroja un saldo positivo gracias a pasajes inspirados de dance, neopsicodelia, synth-pop, krautrock y new wave más chispazos musicales folklóricos de Jamaica y Haití, este último país precisamente el eje de todos los esfuerzos humanistas/ solidarios del grupo por ser la patria de ambos padres de Chassagne, quienes debieron exiliarse en Canadá a raíz de la dictadura de François Duvalier alias Papa Doc (1957-1971), un déspota demencial e hiper corrupto que recibió el apoyo de Estados Unidos para desatar un régimen de terror contra todos los opositores políticos y la misma población civil mientras se apropiaba sistemáticamente de los fondos públicos, coqueteaba con la posibilidad de una guerra con la República Dominicana y dejaba miles y miles de cadáveres a través del accionar de una milicia personal a la que disfrazada de policía secreta, Tonton Macoute, mafia parapolicial que se perpetuó durante la dictadura de su hijo, Jean-Claude Duvalier alias Baby Doc (1971-1986). A posteriori llegaron Everything Now (2017), quizás la placa más armónica y madura de Arcade Fire porque aglutina ingredientes de todos los trabajos anteriores, reduce la duración excesiva de las dos aventuras previas e incluso juega con la música disco, el soul, el hip hop, el funk, el reggae y una dark wave esplendorosa que escupe contracultura desde la accesibilidad del pop masivo de corazoncito indie, y We (2022), uno de los pocos discos realmente flojos que surgieron del confinamiento por la pandemia del coronavirus y en esencia una suerte de intento en pos de ofrecer un convite conceptual como los primeros cuatro álbumes, aquí cayendo en muchas redundancias, tracks progresivos soporíferos y odiseas poco inspiradas que ofrecen una relectura deslucida del rock danceado de Reflektor y Everything Now, además de pinceladas lánguidas de folk y pop barroco destinadas al olvido.

 

El flamante Pink Elephant (2025) constituye el primer álbum sin el tecladista Will Butler, socio reincidente desde Funeral y hermano menor de Win, y el primero desde que este último fuese acusado de diferentes episodios entre 2016 y 2020 de “conducta sexual inapropiada”, eufemismo por agresión leve y mensajes eróticos no deseados, lo que derivó en el respaldo de su esposa y en un intento de cancelación en redes sociales y dentro de la estructura musical mainstream que resultó tan fallido como ese otro reciente sobre la figura de Abel Tesfaye alias The Weeknd, canadiense de renombre al que viven tachando de soberbio y misógino por una pose escénica que no se traslada a los hechos. Producido por Butler, Chassagne y el canadiense Daniel Lanois, célebre por sus colaboraciones con Brian Eno, U2, Sinéad O’Connor, Peter Gabriel, Bob Dylan, Willie Nelson, Emmylou Harris, Neil Young y Robbie Robertson de The Band, lo que nos lleva a aseverar que Lanois se ubica en la misma liga de otros productores de muy alto perfil que han trabajado con Arcade Fire en el pasado como por ejemplo Markus Dravs, Nigel Godrich, James Murphy de LCD Soundsystem, Thomas Bangalter de Daft Punk, Steve Mackey de Pulp y Geoff Barrow de Portishead, el disco en sí toma la forma de un regreso tardío aunque disfrutable a la brevedad y el buen nivel de los comienzos de la mano de tres instrumentales de puro ambient y krautrock y siete canciones vocales que dejan de lado la autoindulgencia de We y recuperan el dejo más adictivo e inmediato de Funeral, Neon Bible y The Suburbs, aquella trilogía por un lado sobre el paso de la niñez a la adolescencia y la adultez y por el otro lado en torno al salto de la infelicidad del centro urbano a la angustia de los suburbios, un panorama en esta ocasión homologado a melodías celestiales, pequeños manifiestos de tono confesional y una buena tanda de indie, dance, post punk, pop barroco, new wave y un rock industrial claramente explosivo.

 

Luego de Open Your Heart or Die Trying, una intro instrumental tracción a unos sintetizadores que retoman mucho del influjo apocalíptico de sus tracks homólogos de Low (1977) y Heroes (1977), ambos del querido David Bowie en colaboración con Eno, el álbum propiamente dicho comienza con Pink Elephant, una hermosa canción que se mueve entre el acervo barroco y el indie melancólico y ya marca el espíritu de cabecera al enarbolar la doble metáfora del título, la idea de ver elefantes rosas como equivalente tanto a delirium tremens o síndrome de abstinencia del alcohol como a pretender evitar un problema, recuerdo o pensamiento doloroso que de todos modos -cual acto fallido freudiano- sale a la luz incesantemente en el ámbito cotidiano, por ello la letra del siempre inquieto Win explora su ansiedad ante la sociedad, el desprecio a la hipocresía generalizada de la TV, las redes sociales y los amigos de cotillón, la sensación de que la ciclotimia puede derivar en bipolaridad y sobre todo la tristeza por cómo el tiempo -y la banalidad de la fama, esta última apareciendo de manera tácita- le cambió la vida para mal por la angustia, la presión comercial y cierta sospecha sobre la propia irrelevancia, ante lo cual propone algo así como un enfoque holístico que permita ver el asunto en simultáneo desde afuera y desde adentro del sujeto, con el objetivo de no ensimismarse en el propio ego pero tampoco dejarse arrastrar hacia el parecer y las estupideces caprichosas de los demás.

 

Year of the Snake, cantada a dúo entre él y Régine, funciona como una mixtura de pop, post punk y rock industrial que empieza en el terreno de la solidaridad romántica/ amistosa en tiempos turbulentos y de a poco va mutando hacia una fábula de autoexpiación mediante el cambio visceral, algo a lo que los versos regresan sistemáticamente para situar a la extrañeza, la responsabilidad, el amor y la novedad como pilares de primero una identidad en metamorfosis para sobrevivir, incluso aprendiendo a través de un corazón roto o la aceptación de la falibilidad, y segundo una evidente lucha contra la mentira, lo efímero y los mandatos comunales payasescos o neopuritanos del Siglo XXI, por cierto una militancia de izquierda que viene desde los primeros trabajos de Arcade Fire con Merge Records, antes de que firmasen con Columbia en ocasión de Everything Now. El muy buen nivel de la placa continúa en Circle of Trust, un regreso al dance rock de Reflektor y Everything Now que parece meterse de manera explícita con las repercusiones de las denuncias de acoso sexual contra Butler porque nuevamente canta a dúo con Chassagne sobre el cariño espectacularizado -eje del voyeurismo del público y la prensa- y ese “círculo de confianza” de dejo lírico del título, empardado a la vez a la noche, las luces, la pista de baile y la música narcótica que les da sentido, todo entre referencias a Ícaro y el Arcángel Miguel y una fuerte reafirmación de los sacrificios por amor sin obviar un sincericidio en lo que respecta a los celos en una pareja que llora y se autoconsume como el elefantito rosa con forma de vela de la portada, detalle planteado de manera jocosa en las estrofas mediante la posibilidad de besos a terceros y una infinidad de mensajes/ llamadas telefónicas preguntando dónde está el infiel y cuándo se propone volver al hogar compartido.

 

Alien Nation, quizás el tema más ambicioso del lote, salta de las excentricidades del funky avant-garde de Prince hacia el rock industrial con marco noise de Nine Inch Nails y Ministry y por supuesto respeta la estructura favorita de las letras de los canadienses, con una primera mitad que parece presagiar optimismo para después explotar en un nihilismo socarrón o paródico que nunca llega a ser negativo del todo porque detrás de las críticas/ dardos/ denuncias siempre se vislumbra la contingencia del cambio para bien, en esta oportunidad analizando el nuevo milenio y pasando de la superación de la uniformidad gris y los prejuicios del pasado en materia homosexual al costado ultra negativo de nuestros días y la necesidad de un neohippismo que intercambie tanto odio por amor o simplemente por indiferencia hacia los lunáticos fascistas, neoliberales e imperialistas, estragos que según los versos pueden resumirse en la soledad, la apatía del rebaño, la tecnofilia, la mentada hipocresía virtual, la intolerancia, la cultura de la simulación y el narcisismo, la pérdida de la privacidad, el egoísmo, el autodesprecio, la ingenuidad popular, el caudillismo bien cutre y esas noticias falsas, editorializadas o triviales que reemplazan a la información con pretensión de objetividad de antaño del mismo modo que la cultura chatarra mainstream sustituye a la heterogeneidad y riqueza simbólica del arte de décadas previas.

 

Beyond Salvation, otro instrumental con aires de ambient y krautrock a lo Bowie o quizás Kraftwerk y Tangerine Dream, oficia de prólogo para Ride or Die, una composición hermosa y extremadamente simple que coquetea con el pop barroco, el indie y el folk etéreo símil Pink Moon (1972), de Nick Drake, en una especie de semblanza de una relación romántica que se ratifica vía la costumbre de planificar un futuro que puede o no cumplirse ya que lo realmente importante es el ejercicio lúdico de por sí y continuar cabalgando hacia adelante y no abandonar el proyecto en común tirando la toalla de repente, por ello el narrador se imagina trabajando en una oficina de nueve de la mañana a cinco de la tarde o transformándose en una estrella de cine mientras ella también podría mutar en una actriz reconocida o tal vez en una camarera de un restaurant, típica parábola acerca de circunstancias intercambiables porque el cariño constituye el verdadero horizonte, por lo menos en la primera e idílica fase de todo vínculo del corazón hasta que el viento/ la sociedad comience a “despeinar” a la dupla en cuestión, como afirma Butler con sensatez. Flamante oda dance aunque ahora más cercana a la música disco setentosa tradicional y a una vertiente muy específica de la new wave de los años 80, aquel new romantic que tanto idolatraba al glam de la década previa desde la arquitectura sonora de los sintetizadores, I Love Her Shadow ofrece un puente rapeado marca registrada, de hecho nos devuelve a las pistas de baile y en su letra juega con la aventura del descubrimiento mutuo con paciencia y utiliza con inteligencia al cielo en las alturas no desde la iconografía religiosa sino como símbolo de la dualidad de las personas, en este sentido Win no sólo afirma que ama tanto la sombra como la luz de su compañera, esas facetas destructiva y creativa de todos los mortales, sino que asimismo vuelve sobre el tópico de los celos de Circle of Trust, aquí contrapuestos al endiosamiento de la pareja en función de esa pomposidad cósmica concienzuda del amor modelo Arcade Fire, lo que incluye “crear nuevas constelaciones a partir de tus cicatrices permanentes”.

 

She Cries Diamond Rain, otro de los simpáticos nexos instrumentales que unifican los tracks del álbum, nos conduce hacia el cierre, Stuck in My Head, una epopeya indie melodramática de casi siete minutos y medio que se entronca con aquellas odiseas rockeras semejantes de Funeral y Neon Bible, creación amiga de pensar la tendencia a la paranoia y el conflicto de hoy en día desde una potencia extraordinaria que va in crescendo cual himno punk apenas maquillado sobre una purga espiritual a la vista de todo el mundo que -otra vez- parece tener que ver con el escarnio público sobre Butler, ahora con el señor orientado a limpiar su habitación, su cabeza, su coche y su corazón para dejar atrás toda autoindulgencia y abulia pero también esa cándida concepción, vinculada a la adolescencia y sus romantizaciones, de que la pareja perfecta llegará en algún momento con su garantía de paz, sabiduría y una enorme tanda de canciones que saldrán del pecho del cantautor por obra y gracia de su musa, esquema que la composición trabaja en simultáneo con autoironía y honestidad dolorosa a sabiendas de que la tranquilidad debería nacer de uno mismo y desde sacrificios que pueden incluir desembarazarse de viejos ídolos y amores -divorcio áspero mediante- o directamente dejar el trabajo, planteo que en el universo de la agrupación se homologa a abandonar la música a futuro si se convierte en un lastre para alcanzar el tan anhelado sosiego mental.

 

A esta altura de la trayectoria de nuestra banda canadiense repleta de multiinstrumentistas resulta evidente que el colectivo jamás regresará del todo a las cúspides de la trilogía de Funeral, Neon Bible y The Suburbs, emblemas de la metamorfosis del indie en su conjunto desde el sarcasmo caricaturesco y el minimalismo algo soporífero de los 70, 80 y 90 hacia la fastuosidad y peligrosidad de las versiones más progresivas del rubro durante el nuevo milenio, no obstante tampoco se puede despreciar el excelente umbral de calidad de aquello a lo que sí podemos aspirar, a la apertura estilística correspondiente al dance de Reflektor y la música negra más ecléctica de Everything Now, dos álbumes que sin llegar al nivel previo por lo menos retienen la efervescencia, la inventiva y el inconformismo que deberían primar en toda manifestación artística que se precie de tal, con un aura propia que a su vez nos aleje de los productos intercambiables del excrementicio mercado capitalista y su tendencia a promediar hacia abajo. We, dentro de esta cosmovisión, se sintió como un trabajo demasiado automatizado que quiso reconciliar la vertiente conceptual o pinkfloydiana del grupo con arreglos más mundanos que bordearon el tedio por lo previsible/ repetitivo, en este sentido Pink Elephant esquiva tanto esa modalidad de enfoque musical y letrístico como la opción muy de probeta de Reflektor y Everything Now, trabajos claramente surgidos de una larga experimentación en estudio con gente foránea que agitó el avispero para salir de la zona de confort. El último disco, paradójicamente, los devuelve a esa zona de confort de las tres primeras placas aunque desde una idiosincrasia revigorizada por lo que debe sentirse un torbellino puertas adentro, dejándonos en última instancia con el opus más sincero y despojado desde The Suburbs ya que aquí las cicatrices -y las constelaciones que surgen de ellas- parecen ser nuevas, parafraseando a I Love Her Shadow, en medio de un discurso que balancea la pasión del inicio con la templanza y todo lo aprendido en la ruta de la vida y el rock.

 

Pink Elephant, de Arcade Fire (2025)

Tracks:

  1. Open Your Heart or Die Trying
  2. Pink Elephant
  3. Year of the Snake
  4. Circle of Trust
  5. Alien Nation
  6. Beyond Salvation
  7. Ride or Die
  8. I Love Her Shadow
  9. She Cries Diamond Rain
  10. Stuck in My Head