Para el cinéfilo veterano es relativamente sencillo determinar el comienzo de la decadencia del mítico Al Pacino, hablamos de los primeros años del Siglo XXI gracias a obras fallidas como S1m0ne (2002), de Andrew Niccol, y Dos por el Dinero (Two for the Money, 2005), de D.J. Caruso, thrillers impresentables como La Noche del Crimen (People I Know, 2002), de Daniel Algrant, El Discípulo (The Recruit, 2003), de Roger Donaldson, y 88 Minutos (88 Minutes, 2007) y Las Dos Caras de la Ley (Righteous Kill, 2008), ambas de Jon Avnet, o directamente desastres sin pies ni cabeza que lo ponían en vergüenza en la tradición de Amor Espinado (Gigli, 2003), de Martin Brest, y Jack y Jill (Jack and Jill, 2011), engendro de Dennis Dugan también con Adam Sandler. No es que Pacino en el período posterior a Noches Blancas (Insomnia, 2002), de Christopher Nolan, no encarase nada atendible, en este caso basta con recordar El Irlandés (The Irishman, 2019), de Martin Scorsese, y La Casa Gucci (House of Gucci, 2021), de Ridley Scott, u obras televisivas como No Conoces a Jack (You Don’t Know Jack, 2010), de Barry Levinson, y Phil Spector (2013), de David Mamet, más la miniserie Ángeles en América (Angels in America, 2003), a cargo de Mike Nichols y Tony Kushner, lo que realmente ocurre es que Hollywood se transformó en una usina de basura y señores como él y otros colegas de su generación, como Robert De Niro y Dustin Hoffman, perdieron el prestigio de antaño a raíz de cierta avaricia de la tercera edad.
Tanto y tan rápido ha cambiado el panorama industrial cinematográfico si lo comparamos con su homólogo de las décadas del 60, 70 y 80 que este tipo de estrellas otoñales ya no cuentan con una Clase B de marco digno dentro del terror, la ciencia ficción o la fantasía en la que refugiarse ya que el indie asimismo atraviesa una crisis profunda y tiende a copiar las fórmulas más odiosas o banales del mainstream del nuevo milenio, léase esa propensión al conservadurismo extremo o a la estructura comercial de las franquicias explícitas o tácitas, como precisamente lo son las películas de exorcismos en línea con el último despropósito protagonizado por el otrora infalible o por lo menos siempre interesante Pacino, El Ritual (The Ritual, 2025), mamarracho escrito y dirigido por David Midell que no tiene nada que envidiarle a las últimas dos incursiones de Russell Crowe en el ecosistema de los posesos blasfemos y los ritos medievales de expiación, nos referimos por supuesto a las igualmente dolorosas El Exorcista del Papa (The Pope’s Exorcist, 2023), de Julius Avery, y Exorcismo (The Exorcism, 2024), de Joshua John Miller. Como decíamos antes, Crowe y el amigo Al ya ni siquiera tienen el refugio del hagsploitation o psycho-biddy para evadir el edadismo de la industria cultural, por ello tampoco alcanzarán el estatuto de culto de aquellas Bette Davis y Joan Crawford en lo que atañe a sus carreras luego de ¿Qué Pasó con Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962), una colosal obra maestra de Robert Aldrich.
La experiencia está basada en un episodio real de 1928 que ocurrió en un convento de las Hermanas Franciscanas en Earling, metrópoli del Estado de Iowa, y tuvo de protagonistas a los sacerdotes Theophilus Riesinger y Joseph Steiger, interpretados respectivamente por Pacino y Dan Stevens. En la epopeya que nos ocupa Steiger atraviesa una crisis espiritual después del suicidio de su hermano y así obedece a regañadientes cuando un mandamás, el Obispo Edwards (Patrick Fabian), le ordena tomar notas y llevar una “cronología precisa de las manifestaciones y las pruebas” en lo referido al exorcismo de la joven Emma Schmidt (Abigail Cowen), retahíla de seis rituales encabezados por un Riesinger con problemas de conciencia porque ya había exorcizado a la susodicha cuando niña para luego entregársela a la lacra médica, lo que hizo que el mal incubara silente en su anatomía hasta eventualmente regresar. Entre personajes secundarios como la Hermana Rose (Ashley Greene), que se siente atraída hacia Steiger, y la Madre Superiora (Patricia Heaton), la cual resulta ser una feminista un tanto anacrónica que nada tiene que ver con los marimachos dictatoriales de la Iglesia Católica, los dos curas se trabajan a pura rutina a una Schmidt que lame al exorcista inexperto, lo invita a manosearle las tetas, le arranca el pelo a una monja, le aplasta la mano a otra religiosa, trepa mágicamente por las paredes como araña y desde ya enciende y apaga las luces, amén de gritar, maldecir, convulsionar, autoflagelarse y vomitar sustancias raras.
Desde el vamos queda claro que con la cámara movediza, los zooms permanentes y todos los primeros planos sobre rostros se pretende recuperar de manera trasnochada aquel found footage de la primera década del Siglo XXI posterior a La Última Transmisión (The Last Broadcast, 1998), de Stefan Avalos y Lance Weiler, y El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, en este sentido los jump scares berretas cumplen esa misma función al igual que la estructura cíclica/ repetitiva que busca introducir mundanidad ascética en una trama que en el fondo reproduce al dedillo lo hecho por el “grado cero” del subgénero, El Exorcista (The Exorcist, 1973), de William Friedkin. No hay ninguna idea nueva, valiosa, eficaz o remotamente entretenida a escala dramática que justifique la existencia del convite, el cual evita el CGI invasivo del mainstream actual pero carece de la potencia discursiva del cine independiente de género del pasado, mucho más imaginativo y despampanante. Stevens está en modalidad de masoquismo existencial y Pacino efectivamente juega a cobrar rápido el cheque que le dieron reemplazando a Crowe aunque con un acento alemán y una templanza en general muy bizarra, a lo que se suma la corrección que aporta Cowen en el papel de Schmidt, cuyo caso por cierto ya había sido analizado en la asimismo inmunda El Exorcismo de Anna Ecklund (The Exorcism of Anna Ecklund, 2016), bodrio de Andrew Jones. Los problemas son muchos y van desde escenas demasiado oscuras o abiertamente incomprensibles, por actores fuera de campo o tapados por objetos y un exceso de la eventualmente insoportable -y ya vetusta- cámara en mano, todo un vicio no sólo del horror más facilista sino también del cine de acción y los thrillers de espionaje, hasta diálogos redundantes y situaciones muy trilladas que nunca hacen avanzar el relato y nos encierran en un círculo vicioso de estereotipos y pavadas, donde la mediocridad se equipara a latiguillos del gremio de turno como la crisis de fe, la corrupción moral, los traumas, las tentaciones/ pecados y el típico colapso corporal del poseído. El Ritual es muy tibia en gore, perversiones, insultos e hipotéticas excentricidades durante la seguidilla de micro exorcismos y en especial el desenlace, por ello el sustrato anodino en pantalla se da la mano con la cobardía de una odisea que hace del tradicionalismo inerte su única herramienta narrativa y formal, al extremo de que consigue la lamentable “proeza” de hacer descender unos peldaños más el umbral de calidad de esta carrera tardía de Pacino…
El Ritual (The Ritual, Estados Unidos/ India, 2025)
Dirección y Guión: David Midell. Elenco: Al Pacino, Dan Stevens, Abigail Cowen, Patricia Heaton, Ashley Greene, Patrick Fabian, María Camila Giraldo, Meadow Williams, Enrico Natale, Ritchie Montgomery. Producción: Mitchell Welch, Andrew Stevens, Enrico Natale y Ross Kagan Marks. Duración: 98 minutos.