Fukushima Mon Amour (Grüße aus Fukushima, 2016, de Doris Dörrie), por Martín Chiavarino
Fantasmas radioactivos
El último film de la heteróclita realizadora alemana Doris Dörrie retoma la estética y el estilo narrativo de los primeros films del director norteamericano Jim Jarmusch para aproximarse al desastre nuclear ocurrido en la prefectura de Fukushima hace cinco años tras el terremoto y el tsunami que asolaron la zona. Con una mirada similar a Stranger Than Paradise (1984) y Down by Law (1986), la directora alemana recupera la poética errante de Jarmusch para imprimirle a su obra un carácter dialéctico tan sombrío como esplendoroso.
Aquí Dörrie retoma el espíritu antibélico y poético de Marguerite Duras y Alain Resnais de Hiroshima Mon Amour (1959) con el objetivo de encontrar su propia representación de la denuncia social a través de la amistad de dos mujeres muy diferentes que se necesitan la una a la otra para superar sus tragedias personales y reconstruir sus vidas. Marie (Rosalie Thomass) viaja de Alemania a Japón, tras romper su compromiso de casamiento el mismo día de la boda, para sumarse a un grupo de payasos que se proponen ir a Fukushima para alegrar y divertir a los pocos pobladores que no han abandonado la ciudad. Aunque declarada como habitable por las autoridades sanitarias japonesas, los actores descubren rápidamente que los jóvenes se han ido y ya sólo quedan en la ciudad ancianos que desean continuar viviendo en el lugar en el que habitaron toda su existencia.
Desde el primer día en la ciudad, Marie se decepciona y reflexiona sobre las malas decisiones que viene tomando últimamente sobre su vida personal hasta que conoce a Satomi (Kaori Momoi), una malhumorada anciana que la manipula para que la joven alemana la lleve a su hogar en ruinas en medio de la zona considerada aún no habitable debido a la radiación.
Después de un intento fallido de escapar de la tentación de ayudar a Satomi, Marie regresa y descubre que la anciana es una geisha con un pasado muy interesante y tumultuoso. A partir de allí, ambas se ayudan mutuamente a convivir con los fantasmas que cada una acarrea. Dörrie regresa con su opus a su pasión por la cultura japonesa a través de la mitología y la cosmogonía en una alegoría sobre la necesidad de escapar de nosotros mismos para ayudar al prójimo. Auxiliándose mutuamente, ambas descubren que pueden sobreponerse a sus tragedias personales y enfrentar los fantasmas que las acechan.
Fukushima Mon Amour (Grüße aus Fukushima, 2016) utiliza el blanco y negro para crear un mundo en el que lo etéreo y lo real se confunden. Así el color se manifiesta como ausencia y los fantasmas que erran por las noches para apesadumbrar a las protagonistas duermen en su interior durante el día, esperando el momento indicado para recordar a los personajes que las heridas que han causado siempre regresan para darles una nueva oportunidad de sanar.
Fassbinder (2015, de Annekatrin Hendel), por Emiliano Fernández
En pos de la emancipación
Prácticamente no existe una figura más revolucionaria que Rainer Werner Fassbinder en el campo de la cultura alemana de la segunda mitad del siglo XX, un cineasta que no sólo fue cabeza de la renovación del séptimo arte en la década del 70 (junto a colegas como Werner Herzog, Wim Wenders y Volker Schlöndorff), sino que además construyó una obra que abarca más de 40 títulos en apenas 16 años de carrera (entre cortos, largometrajes y trabajos para televisión). Si analizamos su producción en términos cualitativos, sin duda más de la mitad del acervo general rankea en punta entre lo mejor del nihilismo áspero de la época, ese que denunciaba las grietas de la identidad y los aspectos más paradójicos, opresivos e hipócritas del Estado de Bienestar y de la economía social de mercado implementada luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Dentro de una concepción antinaturalista y de barricada, deudora de los melodramas de Douglas Sirk, el realizador achicaba la distancia entre la economía y la intimidad, la política y la alcoba, la moral y la sexualidad.
Resulta imposible pasar por alto films de la talla de Las Amargas Lágrimas de Petra von Kant (Die Bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972), La Angustia Corroe el Alma (Angst Essen Seele Auf, 1974), Desesperación (Despair, 1978), Un Año con Trece Lunas (In Einem Jahr mit 13 Monden, 1978), El Matrimonio de María Braun (Die Ehe der Maria Braun, 1979), La Tercera Generación (Die Dritte Generation, 1979), Lili Marleen (1981), Lola, una Mujer Alemana (Lola, 1981), y Veronika Voss (Die Sehnsucht der Veronika Voss, 1982). Como correlato de tantas películas cargadas de un inconformismo en verdad apabullante, el documental que hoy nos ocupa, Fassbinder (2015), adquiere la forma de una introducción -bienintencionada pero algo esquemática- a una trayectoria que daba para mucho más: lo que podría haber sido una reflexión totalizadora acerca del período que vio nacer al susodicho, su idiosincrasia de trabajo y la influencia en el desarrollo posterior del medio cinematográfico, casi siempre se limita al anecdotario de sus muchos colaboradores.
Hasta cierto punto se podría afirmar que la propuesta deja de lado el análisis social crítico, más abarcador, ya que pretende focalizarse en una reconstrucción de las idas y vueltas afectivas/ laborales del círculo de allegados al director, cercano a una comunidad artística con todas las letras, mediante entrevistas a sus “actores fetiche” y a su equipo técnico habitual. En este sentido los testimonios son muy reveladores porque ponen en primer plano los mecanismos de financiación de Fassbinder (en esencia la televisión, la evasión impositiva y la asignación de múltiples tareas a cada uno de sus correligionarios, los que aceitaban el engranaje colectivo) y asimismo permiten sopesar las contradicciones y el carácter de un autor febril, que siempre bordeaba el éxtasis (por suerte aquí no se acentúa tanto la mitología alrededor de sus adicciones y se privilegia mucho más el tratar de desentrañar cuáles eran sus motivaciones en materia del entramado vincular con los otros, un punto de vista en el que la privacidad se mezcla con lo público y el proceso creativo).
Annekatrin Hendel, la máxima responsable detrás de cámaras, adopta conscientemente un approach relajado y sucinto que no debe ser confundido con su homólogo del documental reflexivo; debido a que a que la continua presencia de monitores, el tono coloquial de las entrevistas y la utilización de animaciones descriptivas son todos rasgos que están más en sintonía con los arquetipos de la participación y la estructura televisivas. Incluso así, Fassbinder es un racconto interesante porque incluye una generosa cantidad de escenas de backstage y de tomas inéditas de algunos de los films emblemáticos del germano, un tesoro que de seguro viene de la mano del “aval oficial” que da la presencia de Hanna Schygulla, Margit Carstensen y Irm Hermann, todas actrices que han encarnado a las protagonistas de un catálogo sublime, tan revulsivo como tortuoso y melancólico (Schlöndorff, por su parte, también aparece mucho a lo largo del metraje). Ya sea como ícono del marxismo a la Pier Paolo Pasolini, del cine queer más sutil, de la independencia cinematográfica o simplemente de los artistas talentosos condenados a la inmolación, Fassbinder siempre será un punto de referencia para las generaciones futuras del ámbito artístico global porque su intelecto ayudó a tallar la noción que hoy tenemos de la emancipación y la contracultura…