Lace Crater (2015, de Harrison Atkins, Hora Cero)
El mumblecore se nos puso fantasmagórico. Un grupo de amigos decide pasar el fin de semana en una casa de las afueras, cargados de drogas alucinógenas y hormonas latentes. Hasta acá parece una de terror que sigue los estereotipos al pie de la letra, hasta que el fantasma encargado de espantar (o asesinar) a la protagonista, la termina conquistando de manera sentimental y carnal. Este disparate independiente selecciona los condimentos del género para fusionarse con la metodología de su productor Joe Swanberg (el gurú del indie canchero que acá también se suma en el elenco) y perpetuar una metamorfosis que coquetea con el humor y los dilemas vinculares. Así como Te Sigue representaba el conflicto generacional mediante una enfermedad venérea distribuida por una joven promiscua, en Lace Crater se contemplan los prejuicios hacia el género femenino, demostrando que siempre existe un roto para un descocido. Venía bien, pero ese final nos dejó gusto a poco.
Lo que Nunca Nos Dijimos (2015, de Sebastián Sánchez Amunategui, Competencia Latinoamericana)
Los personajes de esta ópera prima dirigida por Sebastián Sánchez Amunategui presentan modismos que desarrollan automáticamente la configuración de la historia. Tenemos a la madre sobreprotectora (personaje que le calza justo a Ana María Picchio) y una hija traumada por los conflictos reprimidos durante su infancia que regresa al país después de exiliarse (un secreto contenido que atraviesa el drama central de la historia). El reencuentro de estas mujeres después de varios años se sucede mientras el padre de la familia agoniza en estado de coma y permanece internado dentro de la casa que habitan. El guión sostiene un humor práctico que refleja las diferencias generacionales del elenco en medio de esta relación conflictiva con tintes dramáticos y negros. Si bien tiene diálogos que son de manual, Lo que Nunca Nos Dijimos alcanza un nivel -más o menos- correcto del tono tragicómico.
Te Prometo Anarquía (2015, de Julio Hernández Cordón, Competencia Latinoamericana)
Antes que hacer una radiografía ordinaria de los dilemas adolescentes que preocupan en la actualidad, el director Julio Hernández Cordón nos introduce a los escenarios urbanos de una México en constante ajetreo durante el día (skaters movilizándose por toda la ciudad, sonidos regionales invadiendo las calles, etc.) y más apagada durante la noche (dos jóvenes que matan el tiempo teniendo sexo y aspirando pegamento en los interiores de un camión abandonado mientras el resto duerme). Lo que se lee entre líneas es una acertada metáfora del adolescente como un vampiro diurno que divaga sin ambiciones, en la piel de nuestros protagonistas Miguel y Johnny, dos amantes que trafican sangre para juntar dinero, moviéndose con total libertad por las calles y compartiendo un amor sincero. Entre histeriqueos y paseos rutinarios, Te Prometo Anarquía comienza a develar una carga de inocencia que parece perdida en el presente.