18° BAFICI

Cuarta Parte

Por Martín Chiavarino y Emiliano Fernández

The People Garden (2016, de Nadia Litz, Competencia Oficial Internacional), por Martín Chiavarino

 

El bosque del tedio

 

El segundo largometraje de la actriz y realizadora canadiense Nadia Litz es una película de terror psicológico sobre una pareja del mundo del espectáculo que se encuentra atrapada en un misterioso bosque de Japón. La joven actriz Sweetpea viaja a Japón para romper con su novio estrella de rock juvenil Jamie, pero al parecer él ha desaparecido el día anterior. Ella cree que es un plan de su pareja para impedir que ella termine con la relación aunque intuye que algo extraño pasa en el bosque.

La película comienza prometedoramente con la joven Sweetpea adentrándose entre los árboles tras ser advertida por un extraño y taciturno joven, hijo del anciano de maestranza que la va a buscar al aeropuerto, sobre las particularidades y los misterios del frondoso bosque.

Desde que la joven llega al campamento donde se filma un videoclip, The People Garden (2016) se autodestruye intentando por todos los medios a su alcance generar tedio y construir una historia derivativa que se resuelve en una charla entre Jamie y Sweetpea con los diálogos más anodinos imaginables.

Las actuaciones de los protagonistas occidentales son realmente malas y es necesario destacar el papel absurdo e innecesario de Pamela Anderson, que no aporta nada a la historia. Lo único rescatable son las escenas dialogadas de los japoneses que no tienen nada que ver con el relato. Estamos ante un intento trivial, tardío y sin éxito orientado a profundizar en la sabiduría japonesa: Oriente y Occidente nunca llegan a relacionarse y solo queda una película inconducente con un guión patético que nunca debería haberse filmado.

 

 

La Helada Negra (2015, de Maximiliano Schonfeld, Noches Especiales), por Emiliano Fernández

 

Apuntes sobre el paganismo

 

Uno de los grandes lugares comunes de los relatos centrados en los contextos campestres siempre fue el “doble filo” de esa supuesta simplicidad de los moradores del interior y de las fronteras más distantes: ya sea que pensemos en cualquier forma artística en general o en términos exclusivamente cinematográficos, una y otra vez nos hemos topado con historias que en un primer momento ensalzaban una vida primitiva y alejada del bullicio insoportable de las ciudades, para a posteriori enumerar las consecuencias menos felices del aislamiento, la tosquedad y una tradición compartida que suele ser vista como una ley petrificada e incuestionable. Así las cosas, cuando falla el análisis social -o directamente no existe- una pequeña novedad puede transformarse de inmediato en un ejemplo a seguir o por el contrario, en una síntesis de elementos considerados negativos vía el maniqueísmo.

 

Desde el vamos La Helada Negra (2015) decide enrolarse en dicha vertiente y lo hace a través de una bienvenida sutileza, sin los fatalismos afectados del mainstream: el realizador Maximiliano Schonfeld, en su segundo opus luego de Germania (2012), sigue inspirándose en detalles autobiográficos para construir una narración aletargada -con un gran trabajo visual y en lo que atañe a la dirección de actores- deudora tanto de la fantasía de acento sobrenatural como del politeísmo y la idiosincrasia religiosa luterana (la aparente pulcritud de una colectividad cerrada esconde el espectro del ascetismo mal entendido y de una serie de actos de crueldad solapada). Hoy el catalizador es el descubrimiento de una joven misteriosa, Alejandra (Ailín Salas), por parte de una familia poseedora de una estancia en un paraje de Entre Ríos, en esencia dominado por una comunidad de inmigrantes alemanes.

 

Como si se tratase de una relectura etérea de la llegada de un mesías semi bíblico, aunque más cercana al costumbrismo lacónico estándar que a la efervescencia ideológica de -por ejemplo- Teorema (1968), Alejandra habla poco pero hace mucho, especialmente en lo referido a mejorar y/ o salvar las economías hogareñas de los habitantes del lugar, apuntaladas en la ganadería y la agricultura. Pronto sus consejos sobre el mantenimiento y la explotación de los recursos locales se vuelven muy populares, elevándola a la condición de una suerte de “curandera” con ínfulas divinas. Ahora bien, el factor determinante para la formación de este culto improvisado alrededor de su persona pasa por el repliegue de la helada del título al momento de su arribo, una adversidad que es leída como un castigo celestial y por ende, el remedio/ la solución también son percibidos dentro de ese esquema.

 

Más allá de la prolijidad del film en su conjunto, es innegable que las peculiaridades más estimulantes están condensadas en la fotografía de Soledad Rodríguez (apabullando con algunas tomas secuencia muy logradas) y la estructuración narrativa del también guionista Schonfeld (el enigma está administrado con perspicacia e incluye citas explícitas al extraordinario Robert Bresson); porque a decir verdad el trasfondo centrado en la mitología rural del interior de la Argentina ya ha sido trabajado en innumerables ocasiones y La Helada Negra no agrega ninguna novedad al respecto. El desempeño sereno de Salas, cuyo rostro constituye el leitmotiv de la película, mantiene siempre el interés y consigue transmitir el encanto necesario para compensar los baches intermitentes que caracterizan al desarrollo, lo que redondea una propuesta correcta acerca de los coletazos del paganismo…

 

 

Cosmos (2015, de Andrzej Zulawski, Panorama/ Trayectorias)

 

Noche transfigurada

 

La última película del realizador Andrzej Zulawski, antes de su fallecimiento a principio de año, es la adaptación de una novela del destacado escritor polaco Witold Gombrowicz. De carácter existencialista y perturbador, el libro relata en forma de investigación el descubrimiento de un par de jóvenes en una posada de acontecimientos siniestros que los interpelan de forma existencial.

 

La extraordinaria novela del escritor, que vivió varios años en Argentina, es una maravillosa aproximación psicológica y filosófica sobre las terribles angustias y pasiones que anidan profundamente arraigadas en el corazón del hombre. El amor y el odio se manifiestan como las caras de una misma moneda y la locura y la muerte acechan en cada rincón a unos personajes que con cada situación se van volviendo cada vez más terribles.

 

Desgraciadamente Zulawski es incapaz de traducir al cine la pesadumbre que aflige al personaje de Witold y al resto de los protagonistas. Aunque logra en algunas escenas retratar el cinismo corrosivo de la obra, nunca consigue reconstruir los climas de la prosa de Gombrowicz, errando especialmente en la música anodina seleccionada y en los cortes abruptos de la misma.

 

A pesar de que el realizador consigue por momentos encontrar el tono de la novela, en cada una de las escenas se las arregla para perderlo por completo rápidamente, desperdiciando una gran oportunidad de adaptar una obra de una genialidad inigualable al lenguaje cinematográfico.