Blind Beast (Môjû)

Cúbreme de cicatrices

Por Emiliano Fernández

Los asiáticos en general -y los japoneses en particular- cuentan con una larga tradición en ese arte especializado en los pormenores de la represión, hablamos de un conjunto de obras que analizan las múltiples consecuencias de los preceptos no escritos de comunidades en las que las inhibiciones sociales, culturales y sexuales juegan un papel muy importante en el funcionamiento de las relaciones entre los seres humanos, más aún si comparamos a estas naciones con sus equivalentes de Occidente. Sin duda los nipones son los que se llevan la peor parte porque a pesar de la enorme influencia durante la posguerra del capitalismo norteamericano y todo su libre albedrío de cartón pintado y vinculado a la capacidad adquisitiva de los individuos, lo cierto es que los códigos de conducta continúan siendo fundamentales en el devenir cotidiano y la forma de comportarse ante los extraños en esferas varias como el vecindario, el trabajo, la recreación, etc. La gloriosa Blind Beast (Môjû, 1969) es un ejemplo en el campo del séptimo arte de estos opus revulsivos que de manera indirecta le pegan durísimo a la rigidez social y la autocensura vía la decisión de centrarse en personajes que sienten, se expresan y gozan mucho más allá de lo considerado “normal” en el Lejano Oriente (o en cualquier otro lugar del planeta, dicho sea de paso).

 

Desde el primer minuto sabemos que la historia será relatada por su protagonista principal, Aki Shima (Mako Midori), una modelo que suele trabajar para un fotógrafo famoso, el Señor Yamana, quien la inmortalizó desnuda y en un éxtasis casi mortuorio en el que su cuerpo era sometido con cadenas que cubrían su anatomía cual vestimenta. La exhibición resultante fue un éxito y una mañana la chica concurre a la galería de turno para charlar con el fotógrafo acerca de su próximo proyecto, allí mismo se topa con un hombre que está recorriendo con sus manos cada centímetro de una escultura tamaño real de Aki elaborada por un amigo de Yamana, frente a lo cual la mujer sale corriendo del lugar cuando homologa psicológicamente la complexión de la figura con la suya propia. Días después, Aki regresa a su hogar luego de una sesión de fotos y llama a un masajista, quien para su sorpresa resulta ser ciego. El muchacho en cuestión afirma conocerla y se muestra un tanto “emocionado” de descubrirla con sus dedos, en especial a nivel de los pechos, pero la chica lo rechaza ya que lo reconoce como aquel tipo encariñado con la escultura. De repente el susodicho saca un paño con formol y la duerme, luego deja pasar al departamento de Aki a una señora mayor y entre ambos la trasladan a un sitio inhóspito en las afueras de Tokio.

 

Aki despierta en la oscuridad de un gigantesco depósito y el hombre -portando una linterna- le explica lo que sucede: Michio (Eiji Funakoshi) es el nombre del captor y la señora es su madre (Noriko Sengoku), un dúo que se confabuló para secuestrar a la joven debido a que el primero necesita satisfacer su hobby, la escultura amateur. Michio nació ciego, su padre murió al poco tiempo y su madre tuvo que criarlo sola, permitiéndole vender algunas tierras heredadas de su progenitor para construir un “estudio personal” consagrado a su principal obsesión, la exploración táctil reconvertida en un arte de vanguardia que quiebre la eterna tiranía de los ojos, génesis a su vez de una disciplina por y para ciegos. Él desde pequeño descubrió que los sonidos, los olores y el gusto no ofrecían una experiencia realmente trascendente, en consecuencia después de la escuela hizo un curso de masaje y encantado recorrió cuerpos femeninos para reproducirlos en su morada, algo que eventualmente le dejó de satisfacer. Al tocar la superficie de la obra de la galería, supo de inmediato que la forma y la textura de la piel de Aki eran exactamente lo que él quería, por ello pretende mantenerla encerrada hasta que termine una escultura de la veinteañera, lo que por supuesto implica que Michio, un muchacho virgen y bien mamero, deberá toquetearla sin descanso.

 

Utilizando de lecho un par de representaciones colosales de mujeres desnudas y rodeada de muros decorados con una infinidad de esculturas de “ingredientes” de la anatomía femenina (ojos, narices, bocas, piernas, ombligos, brazos, orejas y tetas), Aki en un inicio tratará de escapar y de a poco su situación se tornará cada vez más compleja, a la par de su relación con Michio. Mientras que la primera parte del film puede leerse como un maravilloso thriller de encierro símil sexploitation (es en verdad sublime el diseño de producción, el cual remite a los trabajos de Salvador Dalí, Yves Tanguy y Giorgio de Chirico), el segundo acto lleva al extremo el lirismo subyacente del relato y lo unifica con un surrealismo corporal de impronta abstracta/ sensual/ alucinada (aquí las referencias son el Marqués de Sade, Charles Baudelaire y Georges Bataille). Los factores que separan ambas partes son la muerte accidental de la madre de Michio y la violación de Aki, a partir de la cual el film entra en el terreno de la fantasía onírica mediante la ceguera progresiva de la chica a medida que se enamora del hombre y renuncia a los intentos de fugarse de su prisión, un esquema que homologa al placer con el dolor y al amor con la oscuridad porque busca -y logra- poner patas para arriba los preconceptos sociales, subvirtiendo su base consensuada.

 

Este opus dirigido por Yasuzô Masumura y escrito por Yoshio Shirasaka, inspirado a su vez en una novela de Rampo Edogawa, no sólo es una de las joyas perdidas del cine de horror sino también uno de los estudios más interesantes y eficaces en torno al comportamiento humano: el primer capítulo se hace un verdadero festín con el proceder por antonomasia de las mujeres (el sexo como manipulación, la idea recurrente de construir narrativa romántica, el amor en tanto sacrificio, la sobredimensión de la simbología en la pareja, etc.) y los hombres (la preeminencia del entramado físico del sexo, el Complejo de Edipo arrastrado toda la vida, el amor como posesión, las distintas variantes de la fantasía de violentar a la contraparte, etc.); y el segmento ulterior se adentra en el sadomasoquismo con una valentía y desparpajo que muy pocas películas tuvieron a lo largo de la historia del cine, empezando por el “cúbreme de cicatrices” de ella y llegando a esas extraordinarias mutilaciones del desenlace que definitivamente parecen celebrar la senda erótica recorrida cual escala ascendente de un conocimiento carnal recíproco vinculado a la privación y la violencia autodestructiva (el film además se burla de una de las máximas del capitalismo, poniendo a la igualdad entre ambos géneros del final por encima de la libertad burguesa).

 

A decir verdad el trabajo de Masumura, conocido sobre todo por la presente y la también genial Red Angel (Akai Tenshi, 1966), se acopla a la tradición a la que nos referíamos anteriormente en lo que respecta a un cine japonés que carcome las jerarquías del “deber ser” y la lealtad que gobiernan a dicha sociedad desde hace siglos, para ello sirviéndose en esta oportunidad por un lado de una noción de la maldad empardada con la libertad absoluta y la verdadera transformación existencial, y por el otro lado de una dialéctica del tacto cercana a la animalización del sexo, algo así como la sensación del goce más puro sin intervenciones de la cultura y en función del designio del clímax definitivo. Blind Beast nos propone una amalgama entre la marginación social, el arte, la objetivación amorosa, la competencia entre mujeres, las perversiones, la locura y el suicidio ritualizado; un cóctel apasionante que sin duda influyó en películas tan disímiles como por ejemplo El Imperio de los Sentidos (Ai no Korîda, 1976), Zoo (A Zed & Two Noughts, 1985), Matador (1986), Pacto de Amor (Dead Ringers, 1988) y Amores que Matan (Boxing Helena, 1993). La renuncia a la voluntad individual en la obcecación romántica, producto asimismo de la represión social en pos de una utopía del orden, constituye el eje de esta hermosa realización que pone en evidencia la potencialidad creadora/ destructora del ser humano, la naturaleza lúdica de sus encarnaciones y finalmente ese gustito dirigido a traspasar los diques de contención de la comunidad en la que vivimos para hacer realmente lo que queramos vía una comunión heterogénea con la pareja de turno, en la que el amor no es sinónimo de idealización o un cohabitar conveniente sino de satisfacción mutua y franca…

 

Blind Beast (Môjû, Japón, 1969)

Dirección: Yasuzô Masumura. Guión: Yoshio Shirasaka. Elenco: Mako Midori, Eiji Funakoshi, Noriko Sengoku. Producción: Masaichi Nagata y Kazumasa Nakano. Duración: 86 minutos.

Puntaje: 10