El cine actual suele obviar casi por completo a las clases populares y cuando aparecen es mediante personajes secundarios estereotipados que se corresponden a la visión de quienes hacen las películas, por supuesto esa fauna burguesa del segmento más privilegiado de la sociedad que suele escudar su aporofobia o irresponsabilidad bajo la patraña risible de que no desean “explotar” a los pobres. En el séptimo arte de antaño la cosa era más heterogénea porque cuando el pueblo aparecía podía ser de manera directa, en alguna gesta picaresca o testimonial, o indirecta, a través de un outsider de clase media que descubría que había una mayoría menesterosa que no vivía como él, este último es de hecho el modelo retórico que reflota La Mujer de la Fila (2025), film de Benjamín Ávila que en las décadas del 80 y 90 hubiese pasado por un melodrama criminal de denuncia del montón y que hoy en día muta en una obra comprometida por el simple vacío en el que surge, ese de un mainstream que se desentiende de la realidad en pos de redondear productos escapistas -y/ o englobados en el gusto promedio globalizado- que le permiten al público y la prensa de hoy en día, con el nivel intelectual de una alcachofa, asimismo evadirse de la praxis social porque para estos tarados el medio audiovisual es sinónimo sólo de “entretenimiento” y demás pavadas así.
La digna trayectoria de Ávila, a diferencia de aquella de la mayoría de sus colegas, estuvo vinculada a la militancia política y prueba de ello son Nietos: Identidad y Memoria (2004), sobre las Abuelas de Plaza de Mayo y los bebés robados por el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), Infancia Clandestina (2011), opus acerca de la Contraofensiva de Montoneros de 1979 contra la dictadura cívico militar, y Diciembre 2001 (2023), miniserie de seis capítulos para Star+ en torno a la Crisis de Diciembre de 2001 en Argentina y la caída del gobierno de Fernando de la Rúa. La Mujer de la Fila aminora la carga militante para privilegiar un humanismo que se centra en una temática que ya había sido trabajada en La Visita (2019), documental muy poco visto de Jorge Leandro Colás, la de las parentelas y sobre todo las mujeres que concurren a los penales masculinos para ver a sus parejas, hijos o familiares presos, ahora ofreciendo una trama simple centrada en una agente inmobiliaria de buen pasar económico, Andrea Casamento (Natalia Oreiro), cuyo universo familiar se viene abajo cuando su vástago adolescente, Gustavo (Federico Heinrich), hermano de los pequeños Matías (Juan Pedro Rodríguez Isturiz) y Martina (Julieta Rodríguez Isturiz), es detenido por robo en calidad de conductor de una pandilla de asaltantes profesionalizados.
La película, basada en hechos reales acontecidos en la Buenos Aires de 2004, por un lado entrega un retrato fulminante del servicio penitenciario argentino, lleno de fascistas que ofician de burócratas y guardiacárceles amigos del sadismo, y por el otro lado analiza a una burguesía que se considera inmunizada frente al destino de las clases populares, desde la pobreza y la exclusión laboral hasta el ninguneo institucional y el delito, por ello mismo la hipocresía y la soberbia de la clase media aparecen bajo la forma de los chismes del barrio y el doble hecho de ocultar la verdad todo lo que se pueda y no querer reconocer que el círculo cercano puede estar malogrado. Oreiro hace lo que puede aunque sinceramente es muy limitada como actriz, en este sentido por momentos sobreactúa, cuando manifiesta su indignación por la captura de Gustavo, y en otras secuencias no convence como viuda en pleno proceso de transformación desde el egoísmo y la autoindulgencia hacia un despertar ante la realidad del pueblo raso. Recuperando el cine de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne en materia del semi documentalismo y la paciencia bressoneana alrededor de los rituales y las relaciones afectivas contradictorias, la faena no es ninguna maravilla pero por lo menos tiene las ideas claras y visibiliza la marginación carcelaria y el calvario legal.
El film presenta una contraposición entre las madres de varones como Andrea, aguerridas en lo que respecta al aguante cotidiano, y las progenitoras de mujeres como la madre de la anterior, Alicia (Lide Uranga), más cobardes, mojigatas o mediocres en su feminidad de cotillón, lo que conduce hacia la lenta incorporación de Casamento en la comunidad de los presidiarios de Ezeiza, con su lenguaje, tácticas y marcos de legitimación característicos frente a la desesperación del entorno carcelario y la necesidad de cuidarse entre ellos, algo representado en el relato en la amistad entre Andrea y otra madre que suele visitar a su vástago detenido, Marta alias La 22 (Amparo Noguera). Otro contraste se produce entre el fariseísmo de la reunión de las amigas burguesas de la protagonista, sólo pretendiendo cotillear, y la visceralidad de la cofradía de mujeres menesterosas con un ser querido tras las rejas, en esencia preocupadas por las reglas de supervivencia y las requisas denigrantes. El guión de Ávila y el brasileño Marcelo Müller, su colaborador en Infancia Clandestina, es súper previsible y a veces un tanto burdo en sus planteos en consonancia con la relación que surge de la nada entre la progenitora de Gustavo y un reo que ayuda al susodicho, Alejo (Alberto Ammann), más allá del buen trabajo en edición de Andrea Chignoli y en música de Daniel Godfrid y Sebastián Espósito, siempre sumando melancolía al pulso de por sí apesadumbrado de la propuesta. En el último acto el trasfondo testimonial muta en odisea cuasi policial, cuando ella investiga brevemente las afinidades delictivas del vástago cual submundo ignorado/ desconocido/ negado por los estratos medios y altos de la pirámide plutocrática, así conoce a un capo de temer bautizado Santillán (el propio Ávila). Si bien se abusa un poco -desde el cliché- del motivo de la madre enterándose de que su hijo tiene una vida oculta que nada tiene que ver con la respetabilidad burguesa de vieja escuela, a todas luces una farsa que ya nadie cree, la película ofrece una humanización necesaria del hampa de bajo nivel, precisamente la que siempre cae presa porque el dinero compra la libertad, en una época como la nuestra de punitivismo idiota por parte de la flamante derecha filonazi, psicopática y hambreadora del Siglo XXI, esa de Javier Milei, Patricia Bullrich, José Luis Espert y Victoria Villarruel, tan mafiosa y tan adepta al silencio cómplice como las bandas criminales más organizadas de la Argentina, Latinoamérica y el resto de nuestro planeta…
La Mujer de la Fila (Argentina/ España, 2025)
Dirección: Benjamín Ávila. Guión: Benjamín Ávila y Marcelo Müller. Elenco: Natalia Oreiro, Alberto Ammann, Federico Heinrich, Amparo Noguera, Lide Uranga, Juan Pedro Rodríguez Isturiz, Julieta Rodríguez Isturiz, Luis Campos, Marcela Acuña, Pablo Rinaldi. Producción: Tomás Eloy Muñoz Lázaro, Valeria Bistagnino, Esteban Mentasti, Horacio Mentasti, Mariana Volpi y Mariano Rodríguez Colombelli. Duración: 107 minutos.