El Ferroviario (Il Ferroviere)

De esta casa se fue la paz

Por Emiliano Fernández

De un modo similar al neorrealismo rosa, suerte de etapa intermedia entre el neorrealismo clásico de Vittorio De Sica, Luchino Visconti, Giuseppe de Santis y Roberto Rossellini, entre otros, y aquella profusa commedia all’italiana de Luigi Comencini, Dino Risi, Mario Monicelli, Pasquale Festa Campanile, Lina Wertmüller, Ettore Scola y Alberto Lattuada, existió durante la década del 50 en Italia una variante del neorrealismo de antaño que apostaba en simultáneo a la profesionalización y a un tono serio, por un lado conservando el talante apesadumbrado y dejando de lado el apego a actores amateurs de la primera camada y por el otro lado respetando el análisis ya más light de la miseria y abandonando los planteos cómicos de la vertiente rosa símil comedia romántica de influjo realista. El mayor ejemplo de esta otra faceta, la parca, del período de transición de turno, en esencia entre la destrucción y la hambruna posterior a la Segunda Guerra Mundial y la enorme mejoría económica subsiguiente de la mano del Milagro Económico mediante la asistencia norteamericana, la apertura al mercado foráneo y el repunte paulatino en infraestructura y vías de comunicación, es El Ferroviario (Il Ferroviere, 1956), dirigida y escrita por Pietro Germi, una película extraordinaria que a simple vista parece respetar el ABC de los relatos neorrealistas pero introduciendo modificaciones sutiles que nos hablan de un sinceramiento que desde la producción del film nos reenvía de manera tangencial a la praxis cotidiana de todo el país y a esos cambios que éste estaba experimentando y a los que nos referíamos anteriormente, por ello en esta oportunidad desaparece la improvisación furiosa semi documentalista de la guerra y la posguerra de la década del 40 y lo que tenemos en primer plano es una estructura narrativa muy volcada al melodrama familiar clásico de múltiples dilemas e inconvenientes ya no sólo para el protagonista del título, ese adusto maquinista estatal llamado Andrea Marcocci e interpretado por el propio Germi, sino también para todos los miembros de su “colorida” parentela, un microcosmos en constante ebullición y reacomodamiento por crisis sucesivas que reflejan los padecimientos en el enclave externo de la clase obrera dentro de aquella Italia aún lejos de la especulación financiera dominante.

 

Germi, aquí firmando el guión junto a Luciano Vincenzoni y Alfredo Giannetti a partir de una historia original de este último llamada El Tren (Il Treno), dos colaboradores habituales del señor, tuvo una carrera con una primera etapa bastante extraña para el promedio italiano porque se especializó en su faceta como director en dramas criminales y si bien el policial es un lenguaje universal desde siempre, debemos aclarar que los italianos en aquella época no realizaban de hecho muchas faenas delictivas, las cuales recién alcanzarían un buen número a escala de la producción vernácula con la eclosión del poliziottesco y de su primo hermano el giallo durante las postrimerías de los 60 y todo los 70, en este sentido basta con pensar que Pietro ofreció una verdadera catarata de propuestas policiales tanto antes como inmediatamente después de El Ferroviario, hablamos de aquella ópera prima El Testigo (Il Testimone, 1946), Juventud Perdida (Gioventù Perduta, 1948), Mafia (In Nome della Legge, 1949), La Ciudad se Defiende (La Città si Difende, 1951), Celos (Gelosia, 1953), El Hombre de Paja (L’Uomo di Paglia, 1958) y la inefable El Enigma Maldito (Un Maledetto Imbroglio, 1959), sin duda su trabajo más célebre e interesante de esta fase primigenia de su trayectoria, una que empezó como guionista a fines de los años 30. El resto del devenir profesional de Germi sería relativamente tradicional según los parámetros de su tiempo y hasta jugaría un rol fundamental en popularizar en todo el mundo a la mentada commedia all’italiana ya que a pesar de que coqueteó además con los relatos de aventuras vía El Camino de la Esperanza (Il Cammino della Speranza, 1950) y El Ladrón de Tacca del Lupo (Il Brigante di Tacca del Lupo, 1952), donde verdaderamente brillaría al nivel cualitativo de El Ferroviario sería en la sátira ácida de los prejuicios de la sociedad italiana en materia de la familia y los vínculos románticos, pensemos para el caso en clásicos como Divorcio a la Italiana (Divorzio all’Italiana, 1961), Seducida y Abandonada (Sedotta e Abbandonata, 1964) y Señoras & Señores (Signore & Signori, 1966), tres parodias muy inteligentes acerca de la hipocresía en general sobre la institución del matrimonio y todas esas payasadas en torno a un honor comunal que se deshace por las mentiras y el adulterio.

 

El relato se centra en Andrea, patriarca de los Marcocci, aunque en muchas ocasiones se consagra a adoptar el punto de vista sutilmente inocente pero asimismo muy avispado del hijo pequeño del clan, Sandro (Edoardo Nevola), jovencito con problemas en algunas asignaturas del colegio y hermano muy menor de Marcello (Renato Speziali), un muchacho que termina siendo expulsado de la casa porque no busca trabajo y para colmo se la pasa pidiendo dinero para un negocio de importación de sardinas españolas, y de Giulia (Sylva Koscina), una chica que queda embarazada de un dependiente de un almacén, Renato Borghi (Carlo Giuffrè), con quien su padre la hace casarse a pesar de estar enamorada de otro macho que la sigue y a quien ella rechaza con evidente dolor en el alma. Andrea lleva 30 años de maquinista de trenes, tiene un colega al que estima mucho, Gigi Liverani (Saro Urzì), y bordea el alcoholismo por sus sistemáticas visitas a una taberna en la que ingiere litros y litros de vino y en la que toca la guitarra y canta con todos sus amigotes semi borrachines, entre los que se encuentra ese Liverani soltero y más sensato que sabe cuándo parar para regresar a su casa a descansar. En Nochebuena el protagonista, precisamente, se queda bebiendo, concurre muy tarde al hogar y no le presta atención a Sandro cuando el purrete le informa que Giulia tiene complicaciones, así eventualmente el bebé nace muerto. Mientras se destruye la relación con el hijo mayor, quien le debe dinero a usureros de la mafia, y con Giulia, la cual se separa de Renato, Andrea para colmo atropella a un suicida con la locomotora y luego, con el trauma psicológico a cuestas, se pasa una señal roja y por poco desencadena una colisión ferroviaria gigantesca con otra formación, lo que deriva primero en una suspensión, luego en una investigación y finalmente en una degradación símil despido en especial por su halo de alcohólico e inestable. Al no sentirse acompañado ni protegido por el sindicato en todo el proceso, no sólo abandona toda militancia sino que concurre a trabajar durante una jornada de huelga, ganándose además fama de esquirol y motivándolo a no regresar más a los trenes y a fugarse de la casa para ya vivir en bares y acostarse con otras mujeres que no sean su esposa, la algo anodina Sara (Luisa Della Noce).

 

La película supera por mucho los conflictos entre generaciones ya que reproduce todas las metamorfosis del período tanto a nivel de la industria cinematográfica local, esos cambios que subrayábamos al principio, como en lo que atañe a la transformación del colectivo social italiano desde esa rigidez dogmática representada en Andrea, muy adepto a repartir tortazos para mantener el orden entre su hija, su esposa y Sandro, hacia una mayor libertad de todos los componentes individuales del lote en función de un egoísmo y una banalidad que se generalizan de lleno y tienen por consecuencia directa la disgregación progresiva de la familia, algo que no sólo abarca a las hembras, las cuales de a poco pueden evitar tener que casarse con el primero que les genera un crío e incluso esquivan los golpes por putas de mierda a ojos del patriarca, sino que también incluye a unos machos jóvenes que aun siendo hipotéticamente unos parásitos/ mantenidos/ vagos, como el caso de Marcello, ven expandir su margen de acción y de autonomía al punto de poder atacar fuertemente la autoridad del progenitor y contradecirlo para llevarlo a la crisis terminal, detalle desde ya simbolizado en la pantalla mediante la afección coronaria que termina llevando al fallecimiento a Andrea después del reglamentario -“reglamentario” para el esquema del melodrama- episodio de reconciliación de la parentela en el contexto de otra Navidad pero de muy distinta índole con respecto a aquella del comienzo, es por ello que este trayecto que cubre el film, un año exacto de los Marcocci, adquiere además la forma de una fábula moral acerca de la toma de conciencia del protagonista, nuestro empleado ferroviario, en torno a su responsabilidad parcial en todo lo ocurrido tanto por decisiones conscientes de su parte como por ciertos automatismos de su idiosincrasia que funcionan como espejo del quehacer social en materia de la construcción, crianza y mantenimiento de la familia con mano de hierro y sin aceptar estupideces de nadie. La fotografía de Leonida Barboni y la música de Carlo Rustichelli aportan melancolía y lirismo a las típicas sobreactuaciones de los opus de Germi, señor al que le encantaba modular a pura ciclotimia su propio desempeño interpretativo y el de sus colegas delante de cámara, todos luciéndose en función de una Della Noce que hace de la esposa sumisa pero devota y unificadora, un Urzì que compone al amigo fiel que trata de evitar la autodestrucción del cofrade, un Speziali en la piel del clásico pariente inútil que sólo se levanta cuando toca fondo, un maravilloso Nevola que oficia de narrador pícaro implícito del periplo del clan, un Giuffrè que pasa del casamiento por obligación a tomarle verdadero afecto a Giulia, una Koscina muy hermosa que interpreta a la paradigmática proletaria resentida con su origen que atesora sueños de alta burguesía y finalmente ese mismo Pietro que es tanto el garante de la paz en la casa como el principal catalizador de conflictos por su actitud poco comprensiva para con los problemas y el parecer de los suyos en un país todavía asentado en la producción y los valores tradicionales cohesivos pero ya en plena reconversión hacia el individualismo de la sociedad moderna de mercado y la subsiguiente decadencia de los modelos clásicos/ previos de familia y de la familia a secas, reemplazada en la praxis por una colección de sujetos aislados que sólo cuando ya es muy tarde descubren sus errores ombliguistas y la nula paciencia que demostraron los unos con los otros en el viejo arte de escuchar, comprender y solidarizarse en serio con el prójimo…

 

El Ferroviario (Il Ferroviere, Italia, 1956)

Dirección: Pietro Germi. Guión: Pietro Germi, Alfredo Giannetti y Luciano Vincenzoni. Elenco: Pietro Germi, Luisa Della Noce, Sylva Koscina, Saro Urzì, Carlo Giuffrè, Renato Speziali, Edoardo Nevola, Antonio Acqua, Riccardo Garrone, Amedeo Trilli. Producción: Carlo Ponti. Duración: 115 minutos.

Puntaje: 9