Una Historia China de Fantasmas (Sien Lui Yau Wan)

De la densidad y la intensidad

Por Emiliano Fernández

Resulta muy difícil describir una película tan ampulosa, entretenida e irrefrenable como la hongkonesa Una Historia China de Fantasmas (Sien Lui Yau Wan, 1987), dirigida por Ching Siu-tung y producida por Tsui Hark, a alguien que no sabe casi nada de cine asiático y/ o jamás se enteró de la enorme repercusión que el pequeño film que nos ocupa tuvo en su momento en aquella parte del mundo, por cierto derivando en una seguidilla interminable de duplicados, dos continuaciones también a cargo de Ching y Tsui, las bastante dignas Una Historia China de Fantasmas II (Sien Lui Yau Wan II: Yan Gaan Dou, 1990) y Una Historia China de Fantasmas III (Sien Lui Yau Wan III: Dou Dou Dou, 1991), dos remakes olvidables, una animada de 1997 de Andrew Chan y otra en live action del 2011 de Wilson Yip, e incluso una serie taiwanesa de TV del 2003. El film, en esencia una conjunción de risas, espantos, lágrimas del corazón y la archiconocida trilogía genérica del wuxia, léase “artes marciales + fantasía + épica de tiempos remotos”, en primera instancia responde al boom planetario de los años 80 e inicios de los 90 del cine de Hong Kong, una etapa de curiosa penetración internacional cuando todas las cinematografías nacionales estaban en plena retirada ante la recuperación de Hollywood como fuerza dominante luego de haber compartido el mercado con Europa durante buena parte de la segunda mitad del Siglo XX, fase a mitad de camino entre la hegemonía hongkonesa en Asia de los 60 y 70 y el declive desde los 90 en adelante por la piratería, el agotamiento de fórmulas narrativas y la misma globalización uniformizadora del mainstream, y en segundo lugar forma parte del hilarante grupito de franquicias del Tsui productor y magnate del séptimo arte, aquel conformado por la colección de films que desencadenaron Un Mañana Mejor (Ying Hung Boon Sik, 1986), de John Woo, El Espadachín (Siu Ngo Gong Woo, 1990), de Hark, Ching, Raymond Lee y King Hu, y Érase una vez en China (Wong Fei-Hung, 1991) y Detective Dee y el Misterio del Fuego Fantasma (Di Renjie Zhi Tongtian Diguo, 2010), ambas de un Tsui ya en modo solitario, ese asimismo recordado por Zu: Los Guerreros de la Montaña Mágica (Shu Shan: Xin Shu Shan Jian Ke, 1983), Serpiente Verde (Ching Se, 1993) y La Cuchilla (Dao, 1995).

 

El delirante y muy lúdico guión de Yuen Kai-chi se basa en la figura folklórica china de Nie Xiaoqian o Nieh Hsiao-chien o Nip Siu-sin, un hermoso fantasma femenino que es obligado por un demonio a participar en asesinatos rituales, personaje originario del cuento fantástico La Espada Mágica de Historias Extraordinarias de un Estudio Chino (1766), antología de 500 relatos cortos de Pu Songling, que ya había aparecido en la gran pantalla en La Sombra Encantadora (Ching Nu Yu Hun, 1960), film de Li Han-hsiang con Betty Loh Ti como nuestra ninfa espectral y mortífera con dejo de sirena. Como en toda faena de género de Hong Kong de la época, la trama en sí es minúscula y sirve como excusa para un bombardeo anímico/ sensorial que de escena en escena va sumando información al planteo más macro de la odisea, aquí con un recaudador de impuestos ultra torpe e ingenuo, Ning Choi-san (Leslie Cheung), que sufre una lluvia profusa y el acoso de guardias de la última dinastía imperial china, la Qing o Manchú (1636-1912), y es ninguneado por el dueño de un restaurant (Ha Huang) porque tiene los libros contables mojados. Sin dinero para pasar la noche, un extraño del montón le recomienda dormir en el Templo de Lan Ro, lugar maldito porque allí dos hermanas fantasmas, Siu-sin (Joey Wong) y Siu-ching (Xue Zhilun), atraen con sus encantos a unos viajantes que terminan siendo secados en vida cuando un demonio femenino con forma humana y espíritu de árbol (Lau Siu-ming travestido de mujer) utiliza su larguísima y grotesca lengua para meterse en la garganta del pobre varón en cuestión y consumir su energía vital. Choi-san no sólo se enamora de Siu-sin, señorita que sólo puede aparecerse de noche y que cuenta con un aliento mágico y la capacidad de volar y usar su atuendo como brazos, sino que además despierta a unos zombies inmundos del templo, las antiguas víctimas de las chicas, y se hace amigo de un espadachín y daoshi o sacerdote taoísta, Yin Chik-ha (Wu Ma), sujeto entrañable, solitario y algo demencial que suele cazar a los espectros, decapita a la malévola Siu-ching y se la pasa manteniendo duelos con otro futuro cadáver por obra de las ninfas, Hsia-hou (Lam Wai), y rapeando sobre “el camino de las flores y el té, de la vida y la muerte, de la densidad y la intensidad, de la luz y el calor”.

 

Desde la sencilla fórmula retórica del envalentonamiento paulatino del enclenque Ning, incluso basureado por su jefe parasitario, el Magistrado (Wong Jing), y el Secretario Chiu (David Wu), y su sociedad con Chik-ha para rescatar del inframundo a una Siu-sin que fue prometida en casamiento a un engendro de las tinieblas, misión que implica devolver las cenizas del cuerpo de Nip a su lugar de nacimiento para que pronto pueda reencarnar en paz porque a la muchacha su padre la enterró cerca del árbol maldito y así la condenó a ser su cebo/ prostituta eterna, Una Historia China de Fantasmas se las arregla para derrochar una imaginación de índole hipnótica a mitad de camino entre lo rimbombante folklórico y el avant-garde iconoclasta aunque furiosamente comercial en pos de generar adicción en el público masivo más curioso, ese que abrazó a la película en todos los rincones de Asia y la llevó a viajar por Occidente. El film recurre a planos holandeses, juegos con los zooms y el fondo y varias tomas desquiciadas al ras del suelo con steadicam a lo Diabólico (The Evil Dead, 1981), de Sam Raimi, que se suman a múltiples recursos del acervo publicitario de la época como el exceso de cámara lenta, una fotografía preciosista y ese montaje veloz que sin embargo deja espacio para el lucimiento de los efectos especiales, un rubro por entonces en expansión en Hong Kong que en esta ocasión abarca stop motion, títeres, animatronics, practical effects bien bizarros y algo de dibujos tradicionales para las batallas y los poderes de los personajes, como la habilidad destructora de las palmas de las manos de Chik-ha símil granadas inmateriales que lanza después de pronunciar la frase “el cielo y la tierra son infinitos”. En este sentido el personaje de Cheung está muy bien como el adalid payasesco del relato, en sintonía con lo que sería un burócrata anodino que se redime de su estupidez mediante el amor y las vicisitudes del mundo impiadoso real, aunque el que se destaca en serio es el guerrero de Wu Ma, una criatura misántropa que vive en el Templo de Lan Ro y finge ser un espíritu entre los hombres y un hombre entre los espíritus para no llamar la atención y evadir la maldad, para lo que recita de modo maniático la primera línea de un sutra -discurso canónico atribuido a Buda- volcado a la protección, “Pao-Yeh-Pao-Lo-Mi”.

 

Saltando entre ingredientes del terror de fantasmas, el surrealismo irónico pero también poético, el melodrama romántico, la comedia retro símil slapstick, la fantasía de impronta trash o exploitation, el mentado wuxia aunque en su acepción más estrafalaria, la epopeya histérica de aventuras, el convite videoclipero de acción, la faena de monstruos o seres infernales, el cuasi anime en live action, el musical costumbrista, un hipotético gótico de muertos vivientes al acecho e incluso el erotismo algo grasiento de los años de hegemonía hogareña mundial del VHS, la película retoma los brazos tenebrosos de Repulsión (1965), joya de Roman Polanski, juega con las referencias filosóficas y religiosas asiáticas -casi todo apunta al budismo, el sánscrito y el taoísmo del yin y el yang- y decididamente se hace un festín con el lenguaje visual y sonoro ochentoso, pensemos por ejemplo en esa retahíla de efectos berretas de sonido, fundidos poco sutiles, música ultra redundante, aquel doblaje farsesco e hiperbólico para los intercambios verbales, los clichés temáticos sensibleros, un esteticismo exquisito non stop, personajes varios siempre efusivos, segmentos musicales posmodernos o demasiado autoconscientes, el infaltable travesti o mariquita de la época y desde ya el combo marca registrada de “humo + telas voladoras + piruetas sobrehumanas + iluminación enrevesada + mucho viento + nocturnidad peligrosa y sensual + obsesión con la dirección de arte y el diseño de producción en general”. Ching, uno de los coreógrafos de artes marciales más famosos de todo el planeta, cuenta con otros trabajos interesantes como la citada El Espadachín, sus corolarios de 1992 y 1993 y maravillas ambiciosas de su faceta como director en línea con Duelo a Muerte (Xian Si Jue, 1983), Un Guerrero de Terracota (Qin Yong, 1989) y La Posada del Dragón (San Lung Moon Hak Chan, 1992), casi todas encaradas junto al prolífico Tsui, no obstante a partir de mediados de los 90 entraría en una decadencia creativa que llega a su punto más bajo con un directo a video con Steven Seagal para el mercado anglosajón, Entre el Enemigo (Belly of the Beast, 2003), situación que no hizo más que engrandecer a Una Historia China de Fantasmas y su efervescencia lunática de delicioso influjo Clase B y una valentía formal inigualable, en el Siglo XXI ya extinta…

 

Una Historia China de Fantasmas (Sien Lui Yau Wan, Hong Kong, 1987)

Dirección: Ching Siu-tung. Guión: Yuen Kai-chi. Elenco: Leslie Cheung, Joey Wong, Wu Ma, Lau Siu-ming, Lam Wai, Xue Zhilun, Wong Jing, David Wu, Ha Huang, Sze Mei-yee. Producción: Tsui Hark y Claudie Chung Jan. Duración: 96 minutos.

Puntaje: 10