Tan extensa fue la cocina detrás de Gladiador II (Gladiator II, 2024), secuela a cargo de Ridley Scott de su neoclásico romano, Gladiador (Gladiator, 2000), que uno se ve en la obligación de tratar de entender por qué Hollywood dejó pasar la friolera de 24 años entre film y film cuando suele ser muy expeditivo en materia de continuaciones y/ o potenciales franquicias, todavía más tratándose de una realización ganadora del Oscar -sobresalen los premios a Mejor Película y Mejor Actor para Russell Crowe, en el recordado personaje de Máximo Décimo Meridio- que terminaría siendo una de las responsables fundamentales del rejuvenecimiento de formatos antiquísimos como el melodrama, las aventuras, las intrigas palaciegas y por supuesto ese péplum de fondo, el cine de espada y sandalia. El primer gran escollo a la hora de encarar el corolario fue la misma estrella, Crowe, quien en el período inmediatamente posterior al estreno del enorme blockbuster gozaba de mucho poder y por ello se obsesionó con que su personaje, que fallecía al final de la epopeya original, debía regresar a la vida mediante algún artilugio narrativo sobrenatural basado en aquel puñado de secuencias en el Más Allá del trabajo del 2000, en esencia retratando la añoranza del protagonista para con su esposa e hijo asesinados por Cómodo (Joaquin Phoenix), planteo que el estudio en cuestión, DreamWorks Pictures, comprensiblemente vetó bajo la idea de financiar una secuela tradicional construida alrededor de una versión adulta de Lucio Vero (Spencer Treat Clark), el hijo del interés romántico de Máximo, la hermosa Galeria Lucila (Connie Nielsen). El tiempo pasó impiadoso porque nunca se llegó a un acuerdo al respecto y el proyecto terminó de estancarse en 2006, cuando una DreamWorks con problemas financieros fue vendida a Paramount Pictures y la nueva propietaria de los personajes frenó durante una década la preproducción de la secuela, lo que evidentemente generó la bronca de Scott y Crowe y despertó la solidaridad entre ambos al punto de que se consagraron a una retahíla de cuatro colaboraciones al hilo, aquella de Un Buen Año (A Good Year, 2006), Gánster Americano (American Gangster, 2007), Red de Mentiras (Body of Lies, 2008) y Robin Hood (2010), opus cruciales en la carrera del actor aunque no así en la del legendario director británico, hoy en su octava década de vida y gozando de una energía creativa sin igual, inconmensurable, que pone en vergüenza a muchos de sus colegas de menor edad.
Más años se acumularon y la otrora estrella mundial de origen neozelandés/ australiano dejó de ser una figura prominente en el mainstream norteamericano, engordó y de a poco se transformó en un intérprete Clase B que intercambió sus célebres e hilarantes rabietas a los puños del pasado por unas simpatía y docilidad insólitas, gracias a lo cual resultó natural por fin excluirlo del proyecto para armar una continuación como las del Siglo XX, aquellas que no sólo retomaban lo hecho en la propuesta original sino que amplificaban la sangre, el número de personajes, los delirios cuasi camp y una ambición conceptual que poco y nada tiene que ver con la mediocridad de todas las sagas contemporáneas, casi siempre productos intercambiables, estúpidos y castrados como las botellas de Coca Cola o las hamburguesas de McDonald’s. Scott en Gladiador II aplica un enfoque similar al que utilizó en ocasión de sus otros proyectos nostálgicos del nuevo milenio, Prometeo (Prometheus, 2012), Alien: Covenant (2017) y la genial serie Criados por Lobos (Raised by Wolves, 2020-2022), todos en mayor o menor media vinculados a Alien (1979), en este sentido la ortodoxia del relato en general -prácticamente un duplicado de la odisea previa- se unifica con el caleidoscopio sensorial al que nos referíamos con anterioridad, esquema que nos deja con un espectáculo extraordinario para adultos pensantes en el que el preciosismo visual y las carnicerías más estrambóticas no nos privan de un estupendo desarrollo de personajes y de otra tanda de conspiraciones cruzadas para hacerse con el poder o reconvertir al Imperio Romano en una república, núcleo fundamental del guión de David Scarpa, socio del realizador en Todo el Dinero del Mundo (All the Money in the World, 2017) y la reciente Napoleón (2023). Paul Mescal interpreta al Lucio de 32 años porque ahora la historia nos sitúa en el año 200 d.C., dos décadas luego de los acontecimientos de Gladiador, y la hegemonía política está en manos de los hermanos emperadores Geta (Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechinger), el primero más “estable” que el segundo porque este último arrastra problemillas cognitivos, mucha paranoia y un monito de mascota de por medio. En este presente Lucio está casado sin vástagos a la vista con Arishat (Yuval Gonen) y es uno de los líderes militares de uno de los últimos bastiones independientes de Numidia, reino del norte de África que estaba casi completamente postrado ante Roma y cubría buena parte de lo que hoy es Argelia y Túnez.
Como sin tragedia no hay película, ya en el comienzo el testaferro a regañadientes de los hermanos, el general Marco Acacio (Pedro Pascal), se propone conquistar lo que queda de la Numidia libre y en el trajín hace matar por sus arqueros a Arishat, una guerrera que como su pareja defendía su ciudad bajo el mando de un jerarca que termina siendo asesinado para el divertimiento de los romanos y su gustito por la ira, el carisma y la fuerza bruta (Peter Mensah). Lucio, como Máximo, su verdadero padre y no aquel coemperador del mismo nombre, se transforma en esclavo y después en gladiador cuando es comprado por Macrino (Denzel Washington), un traficante de armas bisexual que además provee de gladiadores al Coliseo, gusta de apostar fuertes sumas ante colegas grotescos y desea hacerse con el poder desde que fuese esclavo en los años del largamente finado Marco Aurelio (Richard Harris). Trasladado desde la derrotada Numidia a la capital imperial, el protagonista se hace amigo de un médico que ocupa el lugar de Juba (Djimon Hounsou) como compinche central, Ravi (Alexander Karim), y pasa de enfrentarse a babuinos en el norte de África a nada menos que tiburones y un rinoceronte en nuestro Coliseo Romano, en sí una excusa para un pacto secreto con Macrino en el que éste le entregará en la arena al verdugo de su esposa, Acacio, si el gladiador gana todos los juegos/ combates para que su amo pueda acceder a la corte de los hermanos emperadores con vistas a manipularlos y transformarse en cónsul o quizás en la cabeza del imperio. Desde ya que todo se complica porque la criatura de Pascal es nada menos que el esposo de Lucila, esa hija de Marco Aurelio y madre de Lucio que tuvo que renunciar al purrete para salvarle la vida en función de su linaje real, por ello el flamante gladiador no ve con buenos ojos el hecho de que su progenitora esté casada con el homicida tácito de Arishat, no obstante con el tiempo hace las paces con Lucila e incluso pretende sumarse a una sublevación de la veterana, Acacio y el senador Graco (Derek Jacobi), socio político de siempre de la mujer, en pos de suprimir el despotismo hiper demente de Geta y Caracalla, detalle que llega a oídos de un Macrino dispuesto a ganarse el favor de esa dupla imperial que se cree en serio representantes divinos, así denuncia la sublevación abrazando una suerte de darwinismo social en el que no tiene cabida alguna el antiguo sueño de Marco Aurelio, hablamos de la entrega de todo el poder al senado para volver a ser una república.
Scott, un artesano prodigioso del cine mainstream, construye un corolario astuto de vieja escuela porque en pantalla la misma exacta premisa símil remake deriva en una película con personalidad muy propia que se aparta de la épica de venganza literal del 2000 para complejizar el asunto mediante un abanico de personajes fascinantes con peso específico, así las cosas Lucio inesperadamente muta en un soldado pícaro que se va adaptando a los distintos yugos de turno para saltar del odio enceguecido contra Acacio a lo Máximo al descubrimiento/ toma de conciencia en materia de la identidad de los verdaderos enemigos, no sólo los hermanos emperadores, una parodia de los lunáticos o payasos mierdosos de la nueva derecha del Siglo XXI en la tradición de esos Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei, sino el mismísimo Macrino, típico operador capitalista maquiavélico que hace su juego sirviéndose de todos a su alrededor y especialmente de la violencia, evidente lenguaje universal que abarca tanto la coacción más pomposa como la injusticia, la explotación, el hambre, el temor, los prebendas, la corrupción, el lujo de las elites o oligarquía y una triste costumbre de ayer que hoy se refrita en todas partes del planeta, el circo para la plebe pero ya sin pan. Jacobi y Nielsen regresan con dignidad, Quinn y Hechinger, por su parte, están perfectos como Geta y Caracalla y por supuesto el dúo de Pascal y Washington, dos actores muy curtidos, encarnan de maravillas la fórmula discursiva del idealismo humanista versus el pragmatismo cosificante de tendencia psicopática, sin embargo la verdadera sorpresa es Mescal, actor irlandés que impone su presencia como antihéroe de acción y que ya se había destacado en el séptimo arte aunque en papeles opuestos, aquellos de La Hija Oscura (The Lost Daughter, 2021), de Maggie Gyllenhaal, Criaturas de Dios (God’s Creatures, 2022), de Saela Davis y Anna Rose Holmer, Aftersun (2022), de Charlotte Wells, y Todos Somos Extraños (All of Us Strangers, 2023), de Andrew Haigh, amén de una excelente miniserie para la BBC, Gente Normal (Normal People, 2020). Gladiador II, en síntesis, es un péplum adictivo a más no poder, una obra que pasa de secuencias surrealistas de batalla a instantes de melodrama familiar, intimidad lúdica y/ o thriller político, todo con la misma maestría y ese quid efervescente que confirma la sabiduría y el excelente nivel de calidad del querido Scott desde que regresase a lo mejor de su carrera gracias a Prometeo y faenas siguientes…
Gladiador II (Gladiator II, Reino Unido/ Estados Unidos, 2024)
Dirección: Ridley Scott. Guión: David Scarpa. Elenco: Paul Mescal, Denzel Washington, Pedro Pascal, Joseph Quinn, Fred Hechinger, Derek Jacobi, Connie Nielsen, Peter Mensah, Alexander Karim, Yuval Gonen. Producción: Ridley Scott, David Franzoni, Douglas Wick, Michael Pruss y Lucy Fisher. Duración: 148 minutos.