Hungría, junto con buena parte de Europa del Este, atravesó a lo largo del Siglo XX una retahíla insólita de cambios políticos, culturales, económicos, sociales e ideológicos que abarcaron los sucesivos gobiernos e intentonas por destruirlos, algo que comienza con la desmembración del Imperio Austrohúngaro (1867-1918), aquella entidad mayormente nominal con el Imperio Austríaco, como consecuencia de la derrota en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el Tratado de Trianón de 1920, lo que llevó al Reino de Hungría (1920-1946) a perder dos tercios de su territorio y a quedar en manos de ese chauvinismo anticomunista, aristocrático y antisemita de Miklós Horthy, líder máximo del país luego de la rápida extinción de un experimento socialista que en esencia sucumbió por múltiples torpezas internas y la presión de naciones vecinas, hablamos de aquella República Soviética Húngara de 1919 de Béla Kun. Con la decidida intención de recuperar todo lo perdido con motivo del Tratado de Trianón, léase gigantescas zonas que fueron a parar a Rumania, Checoslovaquia y el flamante Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, una nación que después mutaría en Yugoslavia, el relativamente moderado Horthy vuelca a Hungría hacia el bando de las Potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) aunque jamás se gana al cien por ciento el visto bueno de Adolf Hitler porque el mandatario magiar pretende mantener un importante margen de autonomía, no destina todos los recursos del país al esfuerzo bélico y para colmo se resiste a las deportaciones masivas de judíos locales hacia el complejo de campos de exterminio que los nazis tenían montados en distintas partes de Europa, así el Tercer Reich mediante la Operación Margarethe en 1944 invade sin resistencia el Reino de Hungría y a través de la Operación Panzerfaust del mismo año le quita el poder a Horthy, el cual preparaba un armisticio con los soviéticos, y se lo entrega a Ferenc Szálasi, líder del filofascista Partido de la Cruz Flechada, responsable de miles de asesinatos de judíos en connivencia con los nacionalsocialistas y mandatario que gobierna caóticamente hasta que en 1945 el Ejército Rojo derrota a los alemanes y los húngaros que aún luchaban a favor del Eje, siendo Szálasi fusilado en 1946 por muchísimos crímenes de guerra durante la breve fase parlamentaria de la Segunda República Húngara (1946-1949).
Así como de haber sobrevivido la República Soviética Húngara de Kun estaba llamada a convertirse en un futuro Estado satélite de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la República Popular de Hungría (1949-1989) de hecho operó bajo la esfera de influencia de aquellos rusos que liberaron al país en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial para reemplazar al yugo nazi por el yugo socialista modelo Iósif Stalin, período que a su vez abarca dos etapas que se condicen primero con el declive económico y la desestalinización de Nikita Jrushchov posterior a la muerte del dictador soviético en 1953, lo que lleva a la Revolución Húngara de 1956 y el ascenso del reformista Imre Nagy, y segundo con la toma del poder de János Kádár en ese año con el aval de los soviéticos, quienes eventualmente invadieron el país para eliminar dicha sublevación de corte democrático en el contexto del Pacto de Varsovia, panorama que nos deja con una República Popular de Hungría que se extiende hasta la Disolución de la Unión Soviética (1989-1991) y que se caracteriza por una curiosa interpretación del socialismo de parte de Kádár, aquel “comunismo gulash” que elevó el nivel de vida de la población -para el pobre promedio del Bloque del Este durante la Guerra Fría- a través del comercio con el enclave capitalista, la economía de mercado y cierta ponderación del consumo interno acompañada con algunas libertades civiles. Una realización claustrofóbica y apasionante que permite pensar dos de estos regímenes, nos referimos al fascismo a la húngara de Szálasi y la liberación económica con represión y/ o control político de Kádár, es El Quinto Sello (Az Ötödik Pecsét, 1976), obra maestra de Zoltán Fábri que habla del presente castrador mediante el pasado y en simultáneo asimismo condena la horrorosa fase histórica del Reino de Hungría al mando del Partido de la Cruz Flechada, típica estrategia de los opus realizados en una coyuntura dictatorial -comunista, capitalista o del signo ideológico que sea- para evadir la censura de manera elegante y eficaz, aquí al servicio de una fábula moral sobre la responsabilidad frente a la vida propia y ajena que pasa de lo hipotético o quizás abstracto a la praxis más espantosa que reclama una determinación urgente, incluido un planteo en torno a la delación clásico de las faenas sobre mazmorras, persecución política, campos de concentración o genocidas pusilánimes.
Basado en la novela de 1963 de Ferenc Sánta, el guión del director transcurre durante el gobierno de Szálasi, en esos meses entre octubre de 1944 y marzo de 1945, y se centra en cuatro burgueses que se suelen reunir por las noches en el bar propiedad de uno de ellos, Béla (Ferenc Bencze), grupito que se completa con el relojero, intelectual y líder tácito Miklós Gyuricza (un maravilloso Lajos Öze), el carpintero János Kovács (Sándor Horváth) y el vendedor viajante de enciclopedias László Király (László Márkus). Mientras este último presume ante sus amigos dos pedazos de carne que consiguió en el mercado negro, una pechuga de ternera que pretende regalarle a su amante y algo de solomillo destinado a su esposa que en conjunto consiguió en un trueque entregando un original invaluable de Hieronymus Bosch alias El Bosco, de repente llega al lugar un fotógrafo llamado Károly Keszei (István Dégi) con su pierna izquierda herida como consecuencia de su intervención en el frente de batalla contra los soviéticos, por ello la conversación va escalando en tensión ante recordatorios esporádicos del clima exterior de espanto, crueldad y canibalismo como la presencia del tullido, una alarma antiaérea e incluso el arribo de dos verdugos del Partido de la Cruz Flechada que preguntan por un departamento vecino (György Bánffy y József Vándor), ganándose que sean insultados por lo bajo por Béla y László. En el furor de la charla Miklós le pregunta a János en quién encarnaría si muriese y tuviese que elegir entre un rey ficcional, Tomoceuszkatatiki, o su pobre esclavo, Gyugyu, quien padece el sadismo del anterior cuando le corta la lengua y le saca un ojo, le rebana la nariz a su esposa y secuestra, viola y asesina a sus hijos, todo siguiendo la moral de la época y con el siervo autoconsolándose vía una “conciencia tranquila” que no duplica los gestos aberrantes desde una abúlica humildad. Cuando la noche madura y los hombres dan por terminada la velada para regresar a sus hogares descubrimos que el relojero ayuda y esconde a niños hebreos o huérfanos de esa resistencia comunista que lucha contra la dictadura de Szálasi, que el resto afirma ante sus parejas que optaría por el rey desde diversas justificaciones improvisadas y que el ex soldado es un fanático religioso que decide denunciarlos ante las autoridades por no haber creído en la sinceridad de su respuesta, la única de la noche y volcada al esclavo.
Utilizando un sinfín de tomas coreografiadas y cerebrales -con la cámara casi en constante movimiento y pocos cortes de por medio aunque lejos de los planos secuencia redundantes tradicionales del cine arty- con vistas a garantizar un dinamismo narrativo permanente que supera por mucho el ritmo soporífero y la mediocridad del ecosistema audiovisual del Siglo XXI, el genial Fábri por un lado juega con voces en off símil pensamientos mordaces de los personajes, con una iconografía católica muy polémica en tiempos comunistas y con inserts surrealistas prostibularios o eróticos alrededor de El Jardín de las Delicias (1500-1505), de El Bosco, y por el otro lado no se queda en las alternativas doctrinales frente a la atrocidad y en especial la duda ética de fondo, aquello de Tomoceuszkatatiki o Gyugyu/ los zapatos del déspota o la piel flagelada del mártir, en este sentido pensemos en el fundamentalismo de Károly, el cinismo de Miklós, el hedonismo de László, el pragmatismo de Béla y el formalismo algo mucho timorato de János, ya que va un paso más allá cuando en el último acto sitúa a los cuatro amigos ante la situación concreta de tener que responder de sopetón a ese interrogante a priori imposible, así un oficial del Partido de la Cruz Flechada (Zoltán Latinovits) le da lecciones a un subalterno brutal (Gábor Nagy) sobre cómo difundir el terror entre la población torturando a pobres diablos como nuestros protagonistas y luego liberándolos sin más, lo que en pantalla incluye que cada uno deba abofetear dos veces a un partisano socialista moribundo para ser perdonado. La ironía inicial del relato, el hecho de que el fotógrafo fanático del autosacrificio cristiano y apocalíptico -de allí se entiende el título, una referencia al martirio bíblico en la debacle universal- sea quien los entregue a los fascistas, se ve superada por la doble ironía del desenlace, cuando los tres que dijeron optar por el rey se rehúsan a colaborar con estos psicópatas en el poder y en cambio el supuesto intelectual o campeón de los desdichados, ese Miklós que planteó el dilema, abofetea como se le pide al Jesucristo rojo, una jugada tan ambigua -entre la cobardía y la continuación de la lucha clandestina- como su máscara social burlona y la costumbre en paralelo de socorrer a mocosos en problemas. El film, en última instancia, traza una parábola atemporal sobre la represión de ayer y hoy, la vanagloria burguesa y la distancia entre la teoría y los hechos…
El Quinto Sello (Az Ötödik Pecsét, República Popular de Hungría, 1976)
Dirección y Guión: Zoltán Fábri. Elenco: Lajos Öze, László Márkus, Ferenc Bencze, Sándor Horváth, István Dégi, Zoltán Latinovits, Gábor Nagy, György Bánffy, József Vándor, Noémi Apor. Producción: Lajos Óvári. Duración: 109 minutos.