Cenizas y Diamantes (Popiól i Diament)

De un bando y del otro

Por Emiliano Fernández

Para comprender una película como Cenizas y Diamantes (Popiól i Diament, 1958), obra maestra de Andrzej Wajda, hay que tener presente el contexto histórico no sólo del relato en sí sino también de la misma producción y estreno del film, a saber: a pesar de que los representantes de la Segunda República Polaca habían firmado en 1934 un pacto de no agresión con la Alemania nazi, Adolf Hitler eventualmente ordena la invasión alemana de Polonia de 1939, derrota rápidamente al ejército local y se divide el país con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en función de lo firmado por ambas naciones en ocasión del Pacto Ribbentrop-Mólotov de ese mismo 1939, el cual a su vez quedaría en la nada cuando los germanos lanzan la Operación Barbarroja en 1941 para hacerse del control del territorio ruso, así las cosas se forma un gobierno de Polonia en el exilio -primero en París y luego en Londres- que pasa a hegemonizar el principal foco armado de resistencia contra los nazis, el Armia Krajowa o Ejército Nacional, apenas una parte de una organización más amplia denominada Estado Secreto Polaco para remarcar que no se reconocía a ninguno de los dos invasores, léase los nazis y los soviéticos, los cuales entrarían en guerra entre sí aunque siempre manteniendo unas fronteras en las que la parte occidental de Polonia era alemana y el segmento oriental ruso, de allí se entiende que el Estado Secreto Polaco no fuese reconocido ni por la derecha filofascista ni por los comunistas autóctonos a pesar de constituir un movimiento mucho más amplio que -por ejemplo- la Resistencia Francesa y de encarar la ambiciosa Operación Tempestad de 1944 y 1945 para liberar a Polonia de los nazis antes de que lo hiciesen los soviéticos, lo que derivó en fracaso porque el Alzamiento de Varsovia de 1944 fue aplastado por los germanos a raíz de la falta de apoyo de un Iósif Stalin que prefería la derrota de los independentistas para luego instalar un Estado títere a su servicio, precisamente esa República Popular de Polonia que se creó en 1945 después de la Traición Occidental con motivo de la Conferencia de Yalta de ese año, donde se pactó la no intervención de Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt en el naciente Bloque del Este, uno que quedaría en manos del yugo estalinista hasta el Octubre Polaco de 1956, un período de deshielo y de reformas aperturistas a posteriori de la muerte de Stalin en 1953.

 

Wajda decide encarar una adaptación de la novela propagandista roja homónima de 1948 de Jerzy Andrzejewski luego de que el proyecto cayese en manos de otros realizadores, Erwin Axer y Antoni Bohdziewicz, cuyas propuestas de traslación fueron leídas como burdas y demasiado defensivas por parte de las autoridades del gobierno encabezado por Władysław Gomułka, el mandamás que llegó al poder gracias al Octubre Polaco y que negoció una serie de concesiones con la Unión Soviética que significaron una mejora de la vida en general del pueblo, pautas comerciales más equitativas dentro del Bloque del Este, la cancelación de las deudas con la URSS, el abandono de la colectivización forzosa de la agricultura y la liberación de presos políticos más alguna que otra enmienda democrática a nivel electoral. El régimen reformista polaco, como decíamos producto del fallecimiento de Stalin pero también de los “aires de cambio” de la Revolución Húngara de 1956 y aquel Discurso Secreto de Nikita Jrushchov del mismo año sobre los aberrantes crímenes del estalinismo, estaba dispuesto a tolerar el ultra paradójico film de Wajda y su ambivalencia ideológica ya que el director y guionista se servía de la novela de Andrzejewski, faena de demonización de la resistencia anticomunista en Polonia que operó entre 1944 y 1953, para en gran medida dar vuelta el asunto y retratar a los militantes del Ejército Nacional como unos antihéroes algo idílicos que sobre el final de la Segunda Guerra Mundial luchaban contra los molinos de viento del Ejército Rojo y los colaboracionistas polacos que ya tenían todo listo para la instalación de la República Popular de Polonia en detrimento del gobierno en el exilio, al cual respondía el Estado Secreto Polaco. Así como los soviéticos jamás le perdonaron al Ejército Nacional la Operación Tempestad cual intentona de independencia de la influencia comunista en el período de la posguerra, por ello los rojos no salieron en su defensa durante el Alzamiento de Varsovia y dejaron que los sublevados con ansias de autonomía caigan frente a los nazis, el propio Wajda nunca les perdonó a los soviéticos el asesinato de su padre en la Masacre de Katyn de 1940 de militares, policías y prisioneros políticos, amén del hecho de que el mismo realizador combatió en el Ejército Nacional y atestiguó la persecución a la que fue sometido desde antes de esa victoria aliada de 1945.

 

Cenizas y Diamantes por un lado está empapada de la nostalgia por todo lo que salió mal en aquel Alzamiento de Varsovia, la única verdadera oportunidad de sacarse de encima a los comunistas porque el Octubre Polaco derivó con el tiempo en un fiasco ya que las reformas del caso fueron leves y la Tercera República Polaca recién llegaría con la caída global del comunismo en 1989, y por el otro lado convierte a los restos del Ejército Nacional de 1945 en una guerrilla romántica terrorista cuyas acciones son inútiles a nivel bélico aunque aún buscan el shock publicitario que permita ampliar sus filas en contra de los colaboracionistas para con los rusos invasores y el Estado títere que dejaron, resistencia que los soviéticos pronto leyeron con inteligencia como una amenaza y por ello la barrieron primero mediante engaños, prometiendo amnistía que mutaba en cárcel, tortura, asesinato o trabajos forzados en un gulag, y después mediante tácticas clásicas de contrainsurgencia civil y militar, de hecho eliminando al Ejército Nacional y sus sucesivas encarnaciones para mediados de los años 50. La trama de la película se centra en la clandestinidad de esa resistencia polaca anticomunista que es acechada tanto por los servicios de seguridad de la futura República Popular de Polonia como por el Ejército Rojo y los escuadrones de la muerte especialmente preparados para cazarlos: una célula del Ejército Nacional, conformada por el jefe Andrzej (Adam Pawlikowski), el sicario Maciek Chelmicki (un excelente y malogrado Zbigniew Cybulski, fallecido en 1967 a los 39 años en un accidente ferroviario) y el “doble agente” Drewnowski (Bogumil Kobiela), mata a dos obreros socialistas de una fábrica de cemento creyendo que están cargándose a Szczuka (Waclaw Zastrzezynski), un intelectual polaco que llega de Rusia para ocupar el puesto de Primer Secretario en el Comité del Partido Comunista, por ello el Comandante Waga (Ignacy Machowski) les ordena que vuelvan a intentarlo en el hotel donde se aloja la víctima, Monopol, sede de un banquete en honor del triunfo aliado y del ascenso a ministro de sanidad del alcalde local, Swiecki (Aleksander Sewruk), para el que Drewnowski oficia de asistente mientras Maciek comienza a dudar sobre la arremetida contra Szczuka, a su vez preocupado por su hijo de 17 años que se unió al Ejército Nacional, ya que el sicario se enamora de la bella Krystyna (Ewa Krzyzewska).

 

Aprovechando el relajamiento que sobrevino al Octubre Polaco, Wajda se da el gusto de apartarse por mucho del realismo socialista ponderado por los Estados comunistas en la cultura y el arte y llena la pantalla de alegorías cristianas, tiempos muertos meditabundos, bufones bastante cínicos como Drewnowski o aquel periodista borracho y democrático/ anticomunista Pieniazek (Stanislaw Milski), un barroquismo extremo en fotografía -muy sustentado en los juegos con la luminosidad del genial encargado del rubro, Jerzy Wójcik- y hasta anacronismos honestamente insólitos sintetizados en la apariencia del protagonista principal, Chelmicki, émulo de James Dean y el Marlon Brando de El Salvaje (The Wild One, 1953), de László Benedek, ataviado siempre con unos lentes oscuros, una chaqueta y unos jeans ajustados propios de la juventud rebelde de mediados de los 50 en adelante y no precisamente de 1945, todavía el reino del saco y la corbata para todo. Parte de la Trilogía de la Guerra de Wajda junto a las también estupendas Generación (Pokolenie, 1955) y La Patrulla de la Muerte (Kanal, 1957), en conjunto sus tres primeros largometrajes y ataques al jingoísmo, Cenizas y Diamantes encuentra su voz inconformista en las contradicciones identitarias de base, desde ese Drewnowski que trabaja para ambos lados o un Andrzej que debería mantenerse firme aunque manifiesta sus dudas ante Waga hasta el verdugo y su presa, un Maciek que pretende estabilidad con la camarera Krystyna pero sabe que está en un callejón sin salida, perseguido por el Estado socialista naciente y pudiendo ser acusado de desertor y fusilado por el Ejército Nacional, y un Szczuka que lamenta que su hijo, Marek (Jerzy Jogalla), milite en la misma agrupación y haya sido arrestado y torturado por los comunistas luego de la crianza en manos de una tía de la oligarquía polaca antisoviética que se hizo cargo del muchacho en ausencia del padre. La ridiculez de las batallas -y de un bando y del otro en términos de la división del país- se extiende a esta Guerra Civil apenas maquillada entre los partidarios de la farsa democrática capitalista y los pregoneros de las bondades de un comunismo que ya estaba en las puertas y sólo restaba invitarlo a pasar, de allí que la génesis de la República Popular de Polonia se haya dado en una coyuntura en donde el socialismo no tenía más que un mínimo respaldo en lo que atañe al pueblo polaco.

 

Dándole el cocrédito del guión al autor de la novela original, un Andrzejewski camaleónico y acomodaticio que incluso aceptó los cambios fundamentales propuestos por el director como eso de centrar el relato en la figura de Chelmicki y en un par de días, y manteniendo a nivel formal en los márgenes de la comunidad a los “lobos solitarios” del Estado Secreto Polaco en general y del Ejército Nacional ya en términos más específicos, un planteo que implicaría que se los sigue demonizando en parte por más que sus acciones de sabotaje en la realidad fueron nimias comparadas con la estrategia de represión masiva encarada por los soviéticos y sus cómplices vernáculos para eliminar la resistencia anticomunista en Polonia, Wajda se garantiza el “visto bueno” del régimen de Gomułka para en primera instancia desparramar un largo segmento cómico/ paródico que parece anticipar algo de lo hecho por Blake Edwards y Peter Sellers en La Fiesta Inolvidable (The Party, 1968), hablamos desde ya de ese banquete en el Hotel Monopol arruinado por un Drewnowski que se emborracha a más no poder con Pieniazek y le dispara a los invitados con un extintor de incendios, y en segundo lugar edificar el recordado montaje paralelo del desenlace, uno alegórico cristiano e hiper preciosista en el que la trivialidad de la música y la danza de la fiesta contrasta con la agonía de un Maciek -veterano del Alzamiento de Varsovia- que fue acribillado por miembros del Ejército Popular de Polonia tiempo luego de matar a Szczuka, quien iba en rescate de su vástago Marek, y de cruzarse con el payasesco Drewnowski, ninguneado a la par por la oficialidad institucional de Swiecki y por la clandestinidad suicida de Andrzej, el cual incluso le da una paliza. La triple martirización de Chelmicki, Szczuka y el hijo de este último enfatiza el fracaso del pasado, el presente y el futuro de unos diamantes polacos que se quedan en cenizas, citando el poema de Cyprian Kamil Norwid al que hace referencia el título, de allí se desprende la ciclotimia nihilista de la trama entre la felicidad y la angustia, la unión y la separación, la sinceridad y la hipocresía, la juventud y la vejez, la esperanza y la compulsión, la paz y la guerra, la ética y el hedonismo, la melancolía utópica y ese ego fatuo, la ilegalidad de los proscriptos y una elite oportunista que se suma a cualquier grupo que la deje en posición de mando por más que ello implique destruir al enemigo político…

 

Cenizas y Diamantes (Popiól i Diament, República Popular de Polonia, 1958)

Dirección: Andrzej Wajda. Guión: Andrzej Wajda y Jerzy Andrzejewski. Elenco: Zbigniew Cybulski, Ewa Krzyzewska, Waclaw Zastrzezynski, Adam Pawlikowski, Bogumil Kobiela, Jan Ciecierski, Stanislaw Milski, Ignacy Machowski, Aleksander Sewruk, Jerzy Jogalla. Producción: Stanislaw Adler. Duración: 103 minutos.

Puntaje: 10