Lejos de la neo psicodelia noventosa, esa más estable o menos marcada por una indecisión musical cuasi caótica, MGMT optó por un camino mucho más minimalista que el de colegas como The Flaming Lips, Mercury Rev, The Verve, Slowdive, Ride, Spiritualized y My Bloody Valentine, en simultáneo obviando la ruta áspera del shoegaze y la demasiada etérea del dream pop de Cocteau Twins, Mazzy Star y Galaxie 500, por ello la dupla de los estadounidenses Andrew VanWyngarden y Ben Goldwasser experimentó una serie de variaciones estilísticas sobre el mismo núcleo duro que no siempre fueron atractivas o provocaron los efectos deseados.
Oracular Spectacular (2007), el álbum debut, es una semi obra maestra del pop psicodélico más diminuto con toques de folk y acid rock que le debe tanto a Queen, Pet Shop Boys y Prince como a Jefferson Airplane, Pink Floyd y The Byrds, siempre jugando con las capas de teclados pero sin perder el sonido armonioso de banda y sin caer en el engolosinamiento grotesco ochentoso en los arreglos de cada tema, con los evidentes himnos Time to Pretend, Electric Feel y Kids oficiando de cortes de difusión. En Congratulations (2010) se produce un fuerte volantazo porque aquellos sintetizadores del disco previo mutan en una neo psicodelia más decididamente indie y rockera que también deja al descubierto cierta tendencia del dúo a armar collages más que canciones completamente coherentes o enfocadas hacia ideas rectoras que cierren la propuesta de fondo, ahora fetichizando sobre todo el glam y el rock progresivo de los años 70 y horizontes compositivos concretos obvios en línea con Syd Barrett, el David Bowie new wave y The Beatles modelo Revolver (1966), Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967) y Magical Mystery Tour (1967). MGMT (2013) reincide en los recursos ya ampliamente trabajados en el pasado pero ahora desde canciones mucho menos memorables y un tanto regidas por el automatismo, a la vez generando algo de tedio y aportando algunas pinceladas verdaderamente gratificantes dentro del campo de ese space rock que aquí se da la mano con el dream pop bizarro, un post punk dulcificado, el ambient nebuloso y la psicodelia popera marca registrada de siempre.
Little Dark Age (2018) constituye la vuelta al pop más amigable de Oracular Spectacular, claramente la mejor versión de MGMT, luego de los experimentos de estudio no del todo felices de Congratulations y el tercer álbum autotitulado, planteo que por suerte desemboca en resultados positivos porque las canciones nuevas incluyen detalles de soft rock y en general recuerdan al electropop y el synth-pop de The Human League, Erasure, Soft Cell, Gary Numan, Tears for Fears y los primeros Depeche Mode, signo de cierta madurez en la que los señores parecen sentirse cómodos al unificar en dosis iguales el sustrato demente y la vertiente más accesible de su carrera. Un breve paréntesis debe abrirse para 11•11•11 (2022), un disco en vivo mayormente instrumental que suena a trabajo de estudio porque responde al encargo del Museo Solomon R. Guggenheim, ubicado en la ciudad de Nueva York, para una muestra del 2011 del artista italiano Maurizio Cattelan, apuesta que desencadenó una epopeya contagiosa pero sinceramente olvidable que bebe mucho del ambient, el rock progresivo, la escena alternativa avant-garde, el trip hop, el krautrock e incluso el calipso de Trinidad y Tobago. Loss of Life (2024), coproducido por los protagonistas junto a Daniel Lopatin, Patrick Wimberly y Brian Burton alias Danger Mouse, en gran medida hace las veces de una acepción más pulida y menos pomposa de la placa previa, ya sin la obsesión con los sintetizadores de los 80, y de hecho completa el proceso creativo de resituar a las melodías adelante de todo, precisamente por sobre los arreglos floridos, esa atmósfera lisérgica hoy banal/ vetusta/ redundante y aquellas idas y vueltas de antaño en lo referido a la estructura de los temas, así las cosas el disco se abre camino como su trabajo más disfrutable y redondo desde aquel debut del 2007.
Luego de una breve introducción intitulada Loss of Life (Part 2) que en esencia reproduce a través de un recitado un poema galés del Siglo VI que sería incluido mucho más adelante en el Libro de Taliesin (Llyfr Taliesin, Siglo XIV), una antología de versos atribuidos al mítico Taliesin y aquí girando alrededor de la eterna necesidad de conocimiento y curiosidad del ser humano, la primera canción propiamente dicha es Mother Nature, una oda deliciosa a la ciclotimia algo mucho lunática del nuevo milenio que empieza con aires folk y de a poco se transforma en una épica psicodélica rockera, todo con otra de esas letras crípticas de los yanquis que juegan con la ferocidad disfrazada de apacibilidad o por lo menos de belleza lírica tragicómica. En la simpática Dancing in Babylon el dúo se apoya en la colaboración en voz de Héloïse Adélaïde Letissier alias Christine and the Queens, una artista francés del indie pop, y continúa destilando lo hecho en ocasión del ochentoso Little Dark Age para ahora construir una especie de balada de corazones rotos masoquistas y reconvertir aquel electropop en new wave de dejo etéreo y con una fuerte presencia del piano, sobre todo en el puente. People in the Streets se mueve en el terreno del soft rock y retoma la esquizofrenia compositiva promedio de VanWyngarden y Goldwasser -muy barrettiana, por cierto- para chispazos sueltos y un final de space rock inflado, no obstante la letra deja de lado las divagaciones de filósofo de escuela secundaria de los temas anteriores para ya meterse de lleno en terreno cultural/ político/ social vigente, aquí la sensación de rechazo y apego que genera esa “gente de las calles” a la que apunta el título, por un lado un escape de la soledad y por el otro lado un sinónimo de asedio a raíz de los constantes desacuerdos, discusiones y batallas de la sociedad del Siglo XXI, tan poco propicia a los puntos en común y muy individualista y caprichosa al extremo del sadismo de los energúmenos ortodoxos.
Sin dudas la mejor composición del disco es Bubblegum Dog, un extraordinario arrebato glam modelo Bowie, Roxy Music y especialmente el Marc Bolan de T.Rex circa Electric Warrior (1971), The Slider (1972) y Tanx (1973), algo que tiene que ver con una potencia rockera que en el caso de MGMT suele surgir en el contexto de canciones oscuras como la presente ya que parece autoparodiar al grupo y sus traumas, de allí ese “perro de chicle” que genera pánico, depresión y odio en el narrador y resulta intercambiable con la fama, las compañías discográficas, la prensa, la publicidad, la presión de los fans, la necesidad de mantenerse en el mismo terreno psicodélico de siempre para no disgustar a nadie y desde ya ese bubblegum pop de fines de los 60 y comienzos de los 70 que respondía a una cadena de montaje de la industria cultural más repetitiva y sin alma, precisamente como se ha sentido el dúo a lo largo de estos años de éxitos y fracasos. El asunto pronto regresa a la ligereza conceptual habitual del grupo en la de todos modos bella Nothing to Declare, un soft rock melodioso símil Fleetwood Mac y James Taylor que considera al ámbito privado un santuario que nos protege del ruido y las arremetidas del exterior, hoy jugando con metáforas de ostras, úteros, castillos y cavernas para reforzar la idea -un tanto estúpida y facilista, hay que decirlo- de que la existencia hogareña permite poner la mente en blanco y suprimir las luchas discursivas que arrasan de manera permanente a la sociedad del Siglo XXI. Nothing Changes recuerda al formato más psicodélico de The Cure, sobre todo el de las épicas dreampoperas de Disintegration (1989) y Wish (1992), aunque reemplazando el post punk y el rock gótico con el marco progresivo light que tanto adoran los MGMT, un planteo en esta oportunidad interesante y equiparado a la imposibilidad de cambio y la melancolía que genera porque hay un tercero, una pareja o quizás un amigo, que espera algún tipo de metamorfosis por parte del protagonista de la canción, quien llega a invocar a los Dioses, las constelaciones del firmamento y la mitología griega para tratar de entender este “punto muerto” de una vida siempre conservadora, igual a sí misma.
Phradie’s Song recupera más y más capas de guitarras acústicas y efectos poperos oníricos vía teclados para otra aproximación a la psicodelia pero ahora en su acepción minimalista, casi susurrando esos versos beatlescos sobre el rol sanador de la música que a su vez dejan lugar a una coda ambient durante los últimos dos minutos del tema. I Wish I Was Joking es otra composición apenas correcta, aquí coqueteando con el soul más tibio y una pretendida reflexión acerca del desamor, las drogas, el aislamiento hogareño compulsivo y la cultura chatarra a lo Disney sobre Hielo (Disney on Ice, 1981-2024), que languidece con respecto a los tracks de la primera mitad del álbum, un problema recurrente de MGMT y su falta de fuerza en los finales de sus discos, como si las mejores apuestas se volcasen al inicio y luego llegasen los inevitables rellenos para completar la duración promedio de un viejo LP. Loss of Life, el último track, es una reformulación del pop barroco del Pet Sounds (1966), de The Beach Boys, que piensa al duelo y a la propia muerte pero también al amor como bálsamo para los peores momentos de nuestra vida, amén de cierta noción de fondo que recorre el disco relacionada con el reciclaje cósmico de todo lo bueno y todo lo mano símil el yin y el yang del taoísmo, balance existencial/ complementario de por medio.
Desde ya que este quinto trabajo de estudio de los norteamericanos no le cambiará la vida a nadie pero las mejores canciones, léase Mother Nature, Dancing in Babylon, People in the Streets, Bubblegum Dog y Nothing to Declare, nos retrotraen a la faceta luminosa e inteligente de Oracular Spectacular y nos permiten sopesar la amalgama nunca del todo armoniosa detrás del grupo -a escala de los discos, no tanto de las canciones individuales- ya que la vertiente experimental psicodélica jamás se llevó del todo bien con el pop amigable y algo mucho pueril de los dos músicos, en este sentido aquella promesa que estaba encapsulada en el debut discográfico jamás llegó a eclosionar del todo en un álbum verdaderamente coherente de principio a fin, a pesar del generoso tiempo que VanWyngarden y Goldwasser siempre le han dedicado a la composición y producción de los temas, de allí el bache estándar de tres años entre placa y placa y la friolera de seis entre Little Dark Age y Loss of Life. La espera sigue a pleno y la primera mitad de este nuevo trabajo aporta suficientes argumentos para aseverar que la próxima aventura debería ser más pareja o quizás la odisea definitiva de la “mayoría de edad” del dúo, en esta oportunidad aprovechando su eclecticismo musical y al mismo tiempo centrándose en las melodías como no hacían desde sus comienzos.
Loss of Life, de MGMT (2024)
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