El dúo de realizadores catalanes compuesto por Caye Casas y Albert Pintó comenzó su trayectoria con una seguidilla de tres cortometrajes cómicos que no vio nadie, Nada S.A. (2014), Lo Siento, Cariño (2015) y Una Historia de Amor (2015), sin embargo el panorama cambia cuando reconfiguran su horizonte creativo y se pasan al campo de la comedia de terror para rodar un corto y un largometraje que sí repercutieron positivamente dentro del público específico, hablamos de las interesantes RIP (2017), luego incluida en la antología Asylum: Cuentos Retorcidos de Terror y Fantasía (Asylum: Twisted Horror and Fantasy Tales, 2020), y Matar a Dios (2017), una faena tan minimalista como la anterior: en lo que atañe al primer film, uno de apenas 16 minutos, el meollo giraba alrededor de un marido de un pueblo bucólico (Josep Maria Riera) al que le daban 48 horas de vida y efectivamente moría ante los ojos de su esposa (Itziar Castro), quien organizaba al milímetro el funeral y luego se sorprendía cuando el hombre revivía de repente, por ello junto a la madre (Carme Sansa) se dedicaban a acuchillarlo y a embarrarle una licuadora en el estómago para que no se eche a perder la bella ceremonia fúnebre con invitados, y en materia del largo la historia se centraba en el encuentro de Dios (Emilio Gavira), un enano vagabundo adepto a gritar, con una familia que celebraba el fin de año, la del patriarca Eduardo (Boris Ruiz), un viudo reciente que cambió a la iglesia por las putas, los dos hermanos en cuestión, Santi (David Pareja) y Carlos (Eduardo Antuña), ambos sufriendo por las infidelidades de sus parejas con un argentino pijudo y un jefe de la tercera edad, respectivamente, y la esposa de Carlos, Ana (Castro de nuevo), de hecho una obesa que está cansada del machismo recalcitrante de su marido y de una flamante autovictimización por su “desliz” romántico con el mandamás.
Las dos películas aludidas hacían un uso más que atractivo de sus mecanismos narrativos sobrenaturales, ya sea la inmortalidad del pobre diablo de RIP o la misión antojadiza que el Todopoderoso le imponía a la parentela de Eduardo y compañía en Matar a Dios, eso de elegir a las dos únicas personas que sobrevivirán a la cuasi extinción de la raza humana, no obstante se mantenían dentro de los carriles habituales del horror irónico con pinceladas de costumbrismo y de suspenso y su carácter memorable pasaba por el doble hecho de lograr destacarse en el mediocre cine de género del Siglo XXI, dejo anodino que se extiende a nivel mundial, y en los confines del séptimo arte en castellano, antes tan poco propenso al terror y en el nuevo milenio obsesionado con compensar el déficit pero cayendo una y otra vez en la misma bazofia en general de épocas pasadas. Después de los trabajos del 2017 la dupla decidió seguir caminos separados y mientras que Pintó demostró ser un cineasta de lo más aburrido y hueco, como lo certifican sus dos bodrios en solitario, las hiper rutinarias y melosas Malasaña 32 (2020) y Nowhere (2023), Casas optó por un curioso silencio de cinco largos años hasta que se apareció con otra de esas películas diminutas e iconoclastas de los comienzos que parece negar el costado mainstream o mercenario de su otrora socio, un Pintó que ahora trabaja para la impresentable fábrica de chorizos de Netflix, así las cosas La Mesita del Comedor (2022) recuperó el sustrato independiente de RIP y Matar a Dios pero reemplazó el componente fabuloso por una catástrofe bien prosaica y cruel, la pérdida por un accidente del vástago, motivo discursivo que Casas y su coguionista, una debutante Cristina Borobia que hasta este momento se dedicaba a la dirección de arte y el diseño de producción, administran con maestría generando tantas risas como tensión o desasosiego.
El título apunta a una mesa un tanto estrambótica, bautizada Rörret, que fue construida en China y diseñada en Suecia con esculturas de hembras desnudas haciendo de patas y un supuesto cristal irrompible símil tabla coronando el asunto, mueble que cuesta la friolera de 1099 euros y se transforma en la obsesión de Jesús (Pareja otra vez), padre reciente de un bebé llamado Cayetano que tuvo con María (Estefanía de los Santos), una cuarentona algo desagradable y mandona que se sometió a dos años de tratamiento por infertilidad y reniega del precio y la hipotética elegancia aristocrática de la mesa ante el vendedor en cuestión (Antuña). Como la mujer eligió todo el mobiliario del hogar compartido e incluso el mismo nombre del crío, le permite a Jesús comprar su mesa favorita pero cuando él la comienza a armar en el departamento descubre que le falta un tornillo, por ello el vidrio queda suelto y se produce el mentado accidente en un momento en el que la fémina salió a hacer unas compras: en esencia a Jesús se le cae el nene y éste termina decapitado por el cristal de la mesa, no muy “irrompible” que digamos, en la previa a una visita del hermano de él, Carlos (Riera), un burgués bastante soberbio, y la noviecita del anterior, Cristina (Claudia Riera), mocosa de 18 años que logró imponerle su veganismo al macho y hasta quedó embarazada. El hombre logra disimular su ataque de nervios primero frente al vendedor, un homosexual que le lleva el tornillo adeudado al hogar, y una vecina de trece años llamada Ruth (Gala Flores), ninfa delirante que lo acosa porque está enamorada de él, y luego frente a Carlos y Cristina, todo a través de la excusa de que el bebé está durmiendo para que nadie entre en su cuarto y vea el cadáver sin el marote, precisamente porque la cabeza quedó debajo de un bonito sillón de un solo cuerpo del living room después de limpiar la sangre a los apurones.
Ubicada entre la velada con cadáver escondido incluido de La Soga (Rope, 1948), de Alfred Hitchcock, y el trauma del mocoso de muy corta edad que fallece de modo accidental de Servant (2019-2023), la siempre sarcástica serie de Tony Basgallop y M. Night Shyamalan para Apple TV+, La Mesita del Comedor supera por mucho a las referencias españolas más obvias, léase Luis García Berlanga y los primeros Pedro Almodóvar y Álex de la Iglesia, para saltar directamente al ámbito del exploitation truculento/ sadomasoquista de vieja cepa y el extremismo europeo de las postrimerías de la década del 90 y aquellos primeros años del Siglo XXI, en este sentido la película por un lado se mete con un tópico social bastante incómodo, el desinterés masculino hacia los hijos en oposición a la fetichización de las mujeres para con los purretes, algo que en pantalla queda reflejado en la conducta posesiva y siempre dominante de María y la opinión de Jesús de que no era un buen momento para tener un crío, y por el otro lado satiriza sin anestesia alguna a la maternidad, a lo femenino controlador, a la burguesía más engreída y a la idealización de los infantes en una sociedad global estupidizada que no suele considerar las responsabilidades del caso y estos mismos desacuerdos en las parejas que los traen al mundo. Con extraordinarias actuaciones y el regreso de Castro como una antigua amiga de María que reaparece en un supermercado, el film lamentablemente no va mucho más allá de su premisa polanskiana con esteroides y de la esperable claustrofobia teatral aunque por suerte no se engolosina con el shock gratuito, el gran problema de tantas obras semejantes de yanquilandia y Europa, y consigue construir un horror abstracto de entrecasa en el que los maricas, los adolescentes y las hembras con o sin hijos son insoportables y atosigan al varón de temple tranquilo, por ello nuestro filicidio forma parte de una cosmovisión más macro que se mueve entre el cinismo, lo pesadillesco, la mordacidad y el nihilismo de índole terrorista. Justo como en RIP y Matar a Dios, Casas apela al humor negrísimo, un desarrollo pausado, el histrionismo del elenco, las miserias humanas, el minimalismo expresivo, un esquema grotesco, pocos personajes y un dilema existencial de fondo que aquí se vuelca a la tragedia y la incorrección política -ítem crucial en los evidentes problemas de distribución que padeció la propuesta desde que empezase a recorrer el circuito de festivales hasta su estreno internacional con cuentagotas- mientras señala la distancia en interpretación entre hombres y mujeres y entre las generaciones, aquí reproduciendo los mismos comportamientos patológicos porque la manipulación de María renace en Ruth y por su parte el infantilismo de Jesús y Carlos, ambos todavía obnubilados con He-Man, las Tortugas Ninja y el X-Wing de la saga de La Guerra de las Galaxias (Star Wars), se reproduce en una Cristina bien idiota que adora a Stranger Things (2016-2022) y las muñecas de Monster High de Mattel y que de seguro encarará su embarazo con todas las pautas alimentarias de los veganos, desastrosas consecuencias para el feto de por medio…
La Mesita del Comedor (España, 2022)
Dirección: Caye Casas. Guión: Caye Casas y Cristina Borobia. Elenco: David Pareja, Estefanía de los Santos, Josep Maria Riera, Claudia Riera, Eduardo Antuña, Gala Flores, Cristina Dilla, Itziar Castro, Paco Benjumea, Claudia Font. Producción: Diego Rodríguez, Norbert Llaràs y Maria José Serra. Duración: 90 minutos.