Lo Oscuro y lo Perverso (The Dark and the Wicked)

Demonio de la enfermedad

Por Emiliano Fernández

Mientras que en el reino del terror contemporáneo casi todos filman lo mismo una y otra vez con vistas a saltar hacia el mainstream más burdo y sumarse al redil de la indistinción y lo intercambiable que pasa de aburrir a directamente exasperar por la pobreza retórica en cuestión, Bryan Bertino en cambio decidió no sólo hacer del indie norteamericano su nicho sino edificar un cine muy singular en donde la destrucción de los vínculos personales -los de pareja y los familiares- constituye el eje narrativo primordial y el suspenso minimalista reposado su misma razón de ser: basta con chequear propuestas como el slasher de invasión de hogar Los Extraños (The Strangers, 2008), el found footage Mockingbird (2014) y la fábula maternal El Monstruo (The Monster, 2016) para entender hasta qué punto el señor se volvió un experto en elementos insólitos dentro de la comarca de los sustos y los gritos de nuestros días como las buenas actuaciones, un diseño de producción naturalista, unos jump scares utilizados con la precisión de un artesano de antaño, una fotografía muy inspirada y certera, la presencia de chispazos de CGI para nada intrusivos, vueltas retóricas sutilmente crueles a las que les importa un comino el público promedio bobalicón, y una densidad discursiva y anímica muy rica como prácticamente ya casi no existe en nuestro presente. Su cuarto trabajo como realizador y guionista, Lo Oscuro y lo Perverso (The Dark and the Wicked, 2020), continúa por este mismo encomiable camino y hasta en ciertos sentidos lo profundiza al ofrecernos lo que en primera instancia parece un relato de fantasmas para luego volcarse a las metáforas de las relaciones en crisis, el dolor por incomunicación y una presencia maléfica que funciona como un organismo parasitario en términos similares a lo que sería una enfermedad que toma posesión de un cuerpo sirviéndose de su debilidad progresiva, en este caso una parentela del ámbito bucólico que perdió la brújula emocional.

 

Si pensamos al film dentro del contexto del horror reciente, por supuesto que se acerca más a la demencia acechante de Relic (2020), de Natalie Erika James, y la lúgubre residencia de You Should Have Left (2020), de David Koepp, que al terror ochentoso sobrenatural de The Wretched (2019), de Brett Pierce y Drew T. Pierce, o a su versión profana/ terrenal de The Rental (2020), de Dave Franco. Sin llegar del todo al nivel de joyitas de nuestros días como The Lie (2018), de Veena Sud, The Lodge (2019), de Severin Fiala y Veronika Franz, 1BR (2019), de David Marmor, I See You (2019), de Adam Randall, Vivarium (2019), de Lorcan Finnegan, The Invisible Man (2020), de Leigh Whannell, y la citada The Rental, el opus de Bertino es un muy buen trabajo que exprime con inteligencia el contexto fundamental del relato, una granja apartada repleta de cabras en la que vive una mujer mayor (Julie Oliver-Touchstone) que cuida de su esposo agonizante por una enfermedad sin especificar que lo tiene postrado en la cama y en un estado perpetuo de sueño/ inconsciencia (Michael Zagst), lugar al que llegan los dos hijos de la pareja, Michael (Michael Abbott Jr.), casado con Becky (Mindy Raymond) y progenitor de dos niñas, y Louise (Marin Ireland), hasta hace poco una empleada en una oficina de correos. Desde el vamos se percibe que las relaciones no son óptimas porque la madre acusa a los vástagos de nunca escucharla y los invita a irse, recordándoles que ya les advirtió sobre visitarla, la aparentemente errática Louise -por su parte- no saluda a las crías de Michael por sus cumpleaños y el hombre en especial se nota que privilegia a su familia construida por sobre la heredada, presentándose solo en la granja sin su esposa e hijas y pretendiendo quedarse únicamente durante una semana, que es de hecho el período que cubre el metraje de la realización separando los acontecimientos por jornadas/ capítulos a lo El Resplandor (The Shining, 1980), el clásico de Stanley Kubrick.

 

El director pasa de latiguillos paradigmáticos del género en su vertiente sobrenatural, como el suicidio de la madre ahorcándose en el cobertizo de las cabras luego de destruirse los dedos mientras cortaba zanahorias, la aparición del diario de la finada -lleno de anotaciones acerca de una entidad que carcome a su marido- y la influencia de un tétrico sacerdote (Xander Berkeley) sobre una matriarca que se decía atea y de repente empezó a creer en el Diablo, a jugarse por una deliciosa espiral de asesinatos abstractos -aparentes suicidios vía masoquismo ultra gore- que abarcan a un veterano amigo del clan, Charlie (Tom Nowicki), y la enfermera que cuida al paciente terminal (Lynn Andrews), amén de la madre de los hermanos protagonistas. Como siempre en el horror, lo importante no es qué se cuenta sino cómo se lo narra y allí es donde brilla la puesta en escena craneada al dedillo por Bertino gracias a que el cineasta logra electrificar al espectador con truquillos astutos como esas arañas que salen del cuerpo del padre postrado o la costumbre del vil demonio de la enfermedad de “disfrazarse” de seres cercanos/ queridos para manipular a todos alrededor del hombre y matarlos con el objetivo último de garantizar su soledad y tomar su alma en el momento en que finalmente deje este plano de existencia y pase al misterioso más allá. La escena de los dedos cortados, aquella de la aparición del progenitor ante Louise en la ducha, la de la matriarca levitando afuera de la casa frente a los ojos de Michael, aquella de la visita nocturna del cura, la del padre “pegado” al techo, la de la nieta de Charlie (Ella Ballentine, de El Monstruo) apareciéndose en la puerta de la granja, las de las pavorosas muertes del veterano y la enfermera y aquellas de las sombras silentes amenazantes en general -alarma casera en el cobertizo de las cabras incluida- constituyen los puntos más altos de una película que sabe lo que quiere y no trastabilla cual triste ciego en una celda.

 

El desenlace puede llegar a resultar algo polémico por lo abrupto pero se condice con la lógica del desarrollo previo, basado a su vez en la noción mefistofélica de ir acorralando al moribundo de manera sistemática eliminando a todos sus posibles sostenes afectivos o compañeros y/ o su marco de contención, siendo los hermanos los últimos eslabones en una cadena símil masacre que hasta incluye a los pobres animales en fuera de campo. Como en los casos de Los Extraños, Mockingbird y El Monstruo, aquí el realizador considera con justicia y sensatez que el verdadero espanto contemporáneo se condensa en situaciones más bien prosaicas como el egoísmo darwinista social o la falta de solidaridad ante el prójimo que sufre, por un lado, y el vernos obligados a ser testigos del suplicio de alguien a quien amamos, por el otro lado, por ello mismo la soledad del autoatrincherado en sus emociones, delirios, agendas, anhelos y diversas obsesiones funciona como un terreno fecundo para los monstruos de la oscuridad y la perversión que desean sacar partido del sustrato vulnerable/ solitario/ sin verdadera protección de quien paradójicamente se piensa a sí mismo fuerte en su repliegue solipsista de cadencia maniática y narcisista. El terror diminuto de alegorías portentosas, el favorito de Bertino, vuelve a analizar al asedio y la manipulación como las dos herramientas centrales de un exterior al cual le importa nada nuestra idiosincrasia ya que su única prioridad pasa por una suerte de reproducción conceptual en terceros, quienes se convierten en envases que comienzan a vaciarse a escala identitaria para dejar lugar a criterios impuestos relacionados con ese maquiavelismo que considera al otro no como persona sino como medio para un fin, vinculado éste con aumentar el poder de raigambre hegemónica y comunal o confundir a bípedos atontados que en el coro de las voces vanas al unísono no distinguen qué es verdad y qué forma parte del engaño del condicionamiento…

 

Lo Oscuro y lo Perverso (The Dark and the Wicked, Estados Unidos, 2020)

Dirección y Guión: Bryan Bertino. Elenco: Marin Ireland, Michael Abbott Jr., Xander Berkeley, Lynn Andrews, Julie Oliver-Touchstone, Tom Nowicki, Ella Ballentine, Michael Zagst, Mindy Raymond, Mel Cowan. Producción: Bryan Bertino, Adrienne Biddle, Sonny Mallhi y Kevin Matusow. Duración: 95 minutos.

Puntaje: 7