Cualquier director de un film de fantasía o ciencia ficción daría lo que fuese por lograr en pantalla aunque sea un minuto de lo alcanzado por Ridley Scott en Leyenda (Legend, 1985), una de las películas más suntuosas y despampanantes de la década del 80 y un muy buen ejemplo de todo lo que se puede lograr a partir de fórmulas narrativas ancestrales que han venido reproduciéndose sin mayores modificaciones con el transcurso del tiempo. El cuarto largometraje de Scott, realizado luego de Los Duelistas (The Duellists, 1977), Alien (1979) y Blade Runner (1982), fue escrito en conjunto por el director y William Hjortsberg pero acreditado en términos oficiales sólo a este último, a su vez responsable de la hoy olvidada Truenos y Relámpagos (Thunder and Lightning, 1977), dirigida por Corey Allen y protagonizada por David Carradine y Kate Jackson, y de la novela Ángel Caído (Falling Angel, 1978), fuente de inspiración principal para Corazón Satánico (Angel Heart, 1987), de Alan Parker y con Mickey Rourke y Robert De Niro, y en sí la historia de Leyenda y su estilo visual característico le deben tanto a los cuentos de hadas y fábulas recopilados por figuras varias como Charles Perrault, Franz Xaver Schönwerth, Jean de La Fontaine y los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm como a la obra maestra La Bella y la Bestia (La Belle et la Bête, 1946), de Jean Cocteau, faena crucial en el desarrollo futuro de las interpretaciones para adultos de los relatos infantiles de antaño, y a diversos clásicos primigenios de la factoría de Walt Disney en línea con Blancanieves y los Siete Enanos (Snow White and the Seven Dwarfs, 1937), Fantasía (1940) y Pinocho (Pinocchio, 1940), todos siendo objeto de una lectura impía que vuelca hacia lo barroco freak aquel sustrato en apariencia cándido aunque con fuertes detalles de sadismo que se movía por debajo de la animación para todo público de mediados del Siglo XX, aquí con Scott por un lado buscando en la artificialidad exacerbada y grotesca esa prototípica duplicidad de los seres humanos en materia de una bondad y una maldad en constante lucha, a sabiendas de que la verdad en muchas ocasiones sólo puede vislumbrarse a través de una ficción que esencialice las dicotomías de la praxis y las contraponga, y por el otro lado sirviéndose del exquisito y hoy ya mítico maquillaje a cargo del equipo creativo de Rob Bottin, un verdadero genio del rubro que lleva al extremo la apariencia, el rostro excesivo y la contextura física de las criaturas perversas y benignas.
Perteneciente de hecho a una tradición cinematográfica posmoderna de exégesis morbosa y algo mucho alucinada de los cuentos de hadas que arranca por aquellos años de la mano de propuestas como Bandidos del Tiempo (Time Bandits, 1981), de Terry Gilliam, El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982), de Jim Henson y Frank Oz, En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, 1984), de Neil Jordan, La Historia sin Fin (Die Unendliche Geschichte, 1984), de Wolfgang Petersen, Laberinto (Labyrinth, 1986), también del gran Henson, y El Joven Manos de Tijera (Edward Scissorhands, 1990), de Tim Burton, y que se extiende hasta aventuras varias de Hayao Miyazaki, en sintonía con Mi Vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988), La Princesa Mononoke (Mononoke-Hime, 1997), El Viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001) y El Increíble Castillo Vagabundo (Hauru no Ugoku Shiro, 2004), y de Guillermo del Toro como El Espinazo del Diablo (2001), El Laberinto del Fauno (2006) y La Forma del Agua (The Shape of Water, 2017), el film que nos ocupa se desarrolla en un mundo mágico dividido en un bosque encantado, donde vaga una bella princesa llamada Lili (Mia Sara) en pos de encontrarse con su amado Jack (Tom Cruise), y un reino de la maldad gobernado por el Señor de la Oscuridad (Tim Curry), también un príncipe pero gigantón, todo rojizo y con cuernos, orejas y pezuñas de toro que suele pedirle consejos a su padre y a su vez mandar a unos duendes putrefactos a hacer el trabajo sucio que juzga conveniente, un equipo de tres comandado por Blix (Alice Playten) y conformado además por Pox (Peter O’Farrell) y Blunder (Kiran Shah). El problemilla lo provocan -oh, sorpresa- los seres humanos cuando la parejita peca de egoísta y caprichosa porque Jack lleva a Lili a ver a un par de unicornios blancos, seres sagrados que no deben ser tocados porque ello implicaría domesticarlos y arrebatarles su esencia salvaje vinculada a todo el bosque y su prodigiosa luminosidad, y ella asimismo, precisamente, toca al macho y le deja todo servido a un Blix en plena misión para su jefe, quien pretende matar a los unicornios para que una noche eterna -hermanada al invierno- caiga sobre toda la región de manera permanente, por ello el duende de nariz puntiaguda le dispara un dardo envenenado al semental luego de seguir a los enamorados ya que los unicornios se sienten atraídos por la inocencia, por más que sea la vinculada a la estupidez individualista como en este caso.
Lili en un principio no toma conciencia de lo que generó y hasta le plantea un reto a Jack prometiéndole que se casará con él si encuentra un anillo que arroja dentro de un lago, sin embargo en ese momento ambos jóvenes se separan porque Blix corta el cuerno del unicornio agonizante y una rauda tormenta de nieve apocalíptica cae sobre el bosque y le dificulta la salida de las aguas al muchacho mientras la chica espía a los duendes y los sigue hasta su encuentro con el Señor de la Oscuridad, quien aplaca rápidamente un triste intento de rebelión de parte de Blunder, amparado en los poderes del cuerno cual varita mágica, y los insta a capturar a la hembra porque a pesar del clima gélido aún sale el Sol, provocando que de paso sus súbditos secuestren como plus a la señorita al encontrarla al lado del animal y de un enano, Brown Tom (Cork Hubbert), el cual se desmaya cuando le disparan una flecha en su aparatoso sombrero. Luego de pedirle perdón a la yegua y de asociarse con un pequeño elfo guardián del bosque, Honeythorn Gump (David Bennent), y sus dos enanos lugartenientes principales, el citado Brown Tom y Screwball (Billy Barty), Jack parte a corregir el error recuperando el cuerno robado acompañado además por un hada que está enamorada de él y que se asemeja a las luciérnagas aunque también puede tomar forma humana, Oona (Annabelle Lanyon), así primero se hace de una cota de malla dorada en una cueva repleta de tesoros, después se enfrenta, engatusa y decapita a una horrible bruja de un pantano, Meg Mucklebones (Robert Picardo), y finalmente termina con los suyos por accidente en los calabozos de la cocina de delicias caníbales del palacio del Señor de la Oscuridad, donde se topan con un Blunder que resulta ser un elfo disfrazado más cercano a Brown Tom y Screwball que a los duendes del averno como Blix y Pox. Oona le pide un beso a Jack para robar las llaves de la cárcel de los sirvientes del amo de las tinieblas y hasta pretende encantarlo haciéndole creer que está ante Lili, no obstante el muchacho se niega a besarla en la boca y el hada de mala gana les permite huir. El Señor de la Oscuridad presiona tanto a Lili para que se convierta en su princesa y amante que la chica consigue engañarlo pidiéndole matar ella misma al unicornio, pero en ese momento libera al animal y el villano termina siendo derrotado cuando Jack le clava el cuerno cercenado y redirige la luz del Sol hacia su persona con unas bandejas conectadas a un gran ducto símil chimenea.
A diferencia de todas las otras reinterpretaciones del acervo antiquísimo de los cuentos de hadas, esas que en mayor o menor medida siempre tienden a incluir una lectura psicologista o ambientalista o anárquica o antifascista explícita con vistas a torcer el discurso hacia las preocupaciones centrales del bípedo promedio de finales del siglo pasado y del nuevo milenio, Leyenda nos regala en cambio una apreciación bastante minimalista y ortodoxa en lo que atañe a los cuentos de hadas más siniestros del pasado, prácticamente sin mayores concesiones modernas o posmodernas en materia de eliminar el trasfondo tétrico de muchos relatos de Perrault o los hermanos Grimm o de las fábulas de Jean de La Fontaine para de igual modo suprimir aquellas moralejas aleccionadoras que poco y nada le gustan a los espectadores contemporáneos -y a los consumidores de los productos de cualquier rama de la industria cultural, a decir verdad- ya que la egolatría narcisista de nuestros días adora encerrarse en “burbujas” en las que nadie del exterior pueda dictaminar qué hacer o cómo comportarse, precisamente el esquema discursivo por antonomasia de aquellos cuentos orientados a la pedagogía del castigo a partir del ejemplo transformado en narración de pretensiones más o menos infantiles o adultas. El opus de Scott, en este sentido, conserva de manera nítida el eje y/ o catalizador de la enorme mayoría de los relatos fantásticos de transmisión oral, léase la barrabasada del ser humano, en este caso la lujuria tontuela que llevó al muchacho a revelarle el secreto de los unicornios a la fémina y la banalidad antojadiza y pancista de ésta al pretender domesticarlos de modo tácito al acariciarlos como si fueran un perro o un gato, para a posteriori construir en sí una paradigmática odisea de reparación en la que subsanar las cosas se homologa a la pérdida de la inocencia y el acto de asumir la responsabilidad por las propias acciones, lo que en la trama adquiere la forma de este dualismo entre la luminosidad del bosque salvaje y libre y las sombras acechantes del castillo del Belcebú en la piel de Curry, personaje que hace dudar a Jack cuando en los últimos minutos del metraje le dice que la dicotomía es intrínseca al ser humano y que la luz existe porque es un complemento de la oscuridad cual dos dimensiones de la psiquis, las correspondientes a la creación o desenfreno que puede caer en la ceguera y la destrucción o contención que asimismo puede derivar en sadismo y pretensiones de hegemonía absoluta.
Más allá de la labor de Bottin, quien colaboró en maquillaje y efectos especiales en King Kong (1976), La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), La Furia (The Fury, 1978), Piraña (Piranha, 1978), La Niebla (The Fog, 1980), Maníaco (Maniac, 1980), Aullidos (The Howling, 1981), La Cosa (The Thing, 1982), Al Filo de la Realidad (Twilight Zone: The Movie, 1983), Las Brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, 1987), RoboCop (1987), El Vengador del Futuro (Total Recall, 1990), Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), Pecados Capitales (Seven, 1995), Misión Imposible (Mission Impossible, 1996), Miedo y Asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998) y El Club de la Pelea (Fight Club, 1999), sobresale también lo hecho por Alex Thomson en la espectacular fotografía, Assheton Gorton en el diseño de producción, Charles Knode en materia del vestuario, Ann Mollo en la decoración de sets y Leslie Dilley y Norman Dorme en la dirección de arte, profesionales que exprimieron esa personalidad entre melancólica y terrorífica que suelen tener las dos principales sedes del rodaje, hablamos de Pinewood Studios y Shepperton Studios, contextos ideales para una historia muy volcada al tratamiento preciosista de la imagen y de la puesta en escena mediante esta contraposición entre tinieblas curiosamente sinceras en su afán totalizador y diafanidad que esconde misterio y erotismo pero también esas patéticas “buenas intenciones” de los humanos que provocan desastres cada dos por tres. La experiencia en la televisión, la publicidad y los videoclips del realizador vuelve a ser fundamental en el apuntalamiento del barroquismo extasiado del convite y las metáforas fastuosas de la narración, ofreciendo en el corte del director de 114 minutos -con el inefable soundtrack original orquestal de Jerry Goldsmith- una experiencia onírica de una belleza suprema, a contrapelo de las versiones mutiladas del momento del estreno internacional y estadounidense, ambas rondando la hora y media de metraje y la primera manteniendo las composiciones de Goldsmith y la segunda reemplazándolas por una banda sonora símil ambient y dream pop de Tangerine Dream, la cual no pegaba para nada con el clasicismo de la trama y nos acercaba a una pomposidad estándar hollywoodense condimentada para colmo con un par de canciones de Jon Anderson de Yes y Bryan Ferry de Roxy Music, Loved by the Sun e Is Your Love Strong Enough?, por cierto ambas bastante mediocres.
Dejando de lado este devenir de peleas y concesiones comerciales entre Scott y el productor Arnon Milchan y el hecho de que tuvimos que esperar hasta el 2002 para ver el corte del director, amén de problemas varios de filmación como la necesidad de parar el rodaje primero por un incendio en Pinewood Studios y después por la muerte del padre de Cruise, el cineasta inglés aprovecha al máximo tanto la teatralidad y el sublime carisma de Tim Curry, el cual debía someterse a diario a la tortura de sesiones de maquillaje con injertos protésicos que duraban cinco horas y media dentro de un promedio de tres horas y monedas para el resto del elenco, como la falta de experiencia y cierta “tibieza actoral” de un Tom Cruise al que todavía le faltaba un largo trecho para transformarse en un actor realmente valioso y una Mia Sara un poco más expresiva que su colega varón -aunque no demasiado- que estaba debutando en cine y que muy pronto caería en el olvido en función de muchos trabajos televisivos y propuestas cinematográficas impresentables luego de las amenas Un Experto en Diversión (Ferris Bueller’s Day Off, 1986), de John Hughes, El Desafío (By the Sword, 1991), de Jeremy Kagan, Un Extraño entre Nosotros (A Stranger Among Us, 1992), de Sidney Lumet, y Timecop (1994), de Peter Hyams, ambos intérpretes ajustándose a puro naturalismo a la ingenuidad peligrosa de sus respectivos roles. Sin llegar a la perfección por cortes bruscos evidentes en materia de los instantes más truculentos y la desaparición repentina y sin explicación de Blix y sus secuaces, durante la primera mitad del metraje fundamentales en eso de hacer avanzar a la faena, aquí la sutileza de las contadas y geniales canciones de Goldsmith con letra de John Bettis, como por ejemplo My True Love’s Eyes, Bumps and Hollows y Sing the Wee, se amalgama a la perfección con el maravilloso homenaje de Scott a Jean Cocteau mediante las secuencias en el castillo de la seducción de Lili a expensas del Señor de la Oscuridad, el doble detalle de que las gárgolas cobran vida y el padre del villano le habla a través de unos ojos verde flúo desde lo alto y por supuesto la escena del vals de ella con un vestido antropomorfizado hiper dark y sensual que le regala su pretendiente, quien le ofrece además manjares estrafalarios, joyas y promesas de poder y gloria para convencerla de que se case con él. El final concebido por el realizador para su corte, el de Jack buscando en las aguas y restituyéndole el anillo a una Lili que desea seguir con la relación pero reconoce que el muchacho campesino pertenece al bosque y ella a un palacio luminoso y burgués que jamás vemos, sintetiza esplendorosamente el motivo de la corrupción que atraviesa a la aventura de principio a fin y su acepción concreta por parte del relato, la de una madurez que implica aceptar las diferencias y echar por la borda las idealizaciones simplonas de la adolescencia para por fin terminar comprendiendo que cada uno es cómo es y pretender cambiarlo en plan de chantaje sentimental nunca es buena idea si se desea en serio que el vínculo en cuestión sobreviva, por ello incluso hoy el desenlace con ella marchándose y él viéndola partir -para luego Jack a su vez alejarse hacia el Sol mientras saluda a sus compinches en la epopeya- continúa constituyendo la mejor solución negociada entre el andamiaje típico de los cuentos de hadas, dejando picando en el fuera de campo aquel “y vivieron felices para siempre”, y lo que suele ocurrir en la vida real, nos referimos desde ya a ese camino que se bifurca una vez que todo está sobre la mesa y cada miembro de la pareja toma sus propias decisiones, aquellas que pueden llevarlo o llevarla de nuevo hacia el compañero o compañera o por el contrario alejarlo de allí en adelante…
Leyenda (Legend, Reino Unido/ Estados Unidos, 1985)
Dirección: Ridley Scott. Guión: William Hjortsberg. Elenco: Tom Cruise, Mia Sara, Tim Curry, David Bennent, Alice Playten, Billy Barty, Cork Hubbert, Peter O’Farrell, Kiran Shah, Annabelle Lanyon. Producción: Arnon Milchan. Duración: 114 minutos.