Tres de los problemas más preocupantes del cine de acción del nuevo milenio tienen que ver tanto con el carácter impersonal del mainstream contemporáneo, en esencia controlado por algoritmos y zombies de marketing y publicidad que no saben nada de entretenimiento masivo ni mucho menos de arte, como con la poquísima fe que los productores le tienen al intelecto del público, este último en general considerado una caterva de tontitos que piden a gritos una lobotomía del mercado: en primera instancia tenemos la velocidad exacerbada de las escenas de acción en sí, nuevamente como si todos los cineastas le tuviesen un pánico tremendo al potencial aburrimiento de los espectadores mientras nos aburren con matanzas efímeras e inofensivas que parecen sacadas de un videojuego y no de aquella testosterona ochentosa, la cual supuestamente están tratando de imitar desde el vamos, en segundo lugar encontramos unas tramas cada día más y más absurdas que se acercan a un rejunte sin pies ni cabeza de la acción kitsch de los años 60 más la acción nihilista de los 70 más la acción estrambótica y fascistoide -pero muy divertida o por lo menos no tediosa- de los 80, de allí que generen en el público una desconexión/ apatía/ desinterés de manera casi automática, y finalmente está la horrenda corrección política en términos de gore, desnudos y parafernalia chauvinista yanqui, no vaya a ser que en la masacre en cuestión muera un policía o agente secreto o militar o representante gubernamental de Estados Unidos, esos “pobres” esbirros de la represión puertas adentro y del imperialismo del norte parasitario a escala planetaria.
Beekeeper: Sentencia de Muerte (The Beekeeper, 2024), mamotreto soporífero de David Ayer, es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando el mainstream identifica sus puntos flojos, en suma los tres señalados, y hasta se propone corregirlos desde una aparente buena voluntad, sin embargo el resultado nuevamente deja mucho que desear incluso en convites de clara inclinación trash y old school como el presente. Dicho de otro modo, el último film de Ayer, un asalariado de acción extremadamente mediocre en la tradición posmoderna de Antoine Fuqua, Joe Carnahan, Louis Leterrier, F. Gary Gray y el devaluado Guy Ritchie, entre otros que se creen especialistas del neo noir, pretende en parte mejorar el calamitoso desempeño promedio del séptimo arte de hoy en día, en lo que atañe a escenas de acción, el desarrollo narrativo/ de personajes y el quid inconformista de la experiencia en su conjunto, aunque a fin de cuentas falla, como viene fallando el mainstream a la hora de entregar productos pasatistas poderosos y de calidad, debido a su falta de identidad o su trasfondo intercambiable con cualquier otra bazofia semejante, además de secuencias agitadas que no se deciden entre la celeridad o el dejo artesanal del pasado, cuando de disparar y quebrar huesos se trata, y de una idea interesante que se mueve por detrás de la historia y que jamás termina de ser aprovechada del todo por el conservadurismo y la pauperización ideológica y formal de siempre de la posmodernidad, aquí una denuncia de la corrupción de la derecha alternativa y su estrecho vínculo con los ejércitos de trolls y las campañas de fraude digital.
La faena en esencia es un vehículo para el también productor Jason Statham, actor británico con una imagen ya muy agotada que interpreta a Adam Clay, un apicultor que se jubiló de una organización clandestina que funciona sin rendirle cuentas al Estado norteamericano y supuestamente protege al país de vaya uno a saber qué enemigo inventado por la oligarquía capitalista, señor que inicia una campaña de venganza con muchos cadáveres contra una red de phishing, controlada por el magnate informático Derek Danforth (buen trabajo de Josh Hutcherson), que conduce al suicidio a su anfitriona negra en medio de la nada bucólica de Massachusetts, Eloise Parker (Phylicia Rashad), a quien los hackers del villano le roban dos millones de dólares de un fondo de caridad que administraba sin la más mínima capacidad para ello. Esta organización mafiosa virtual tiene contactos con la cúspide del poder yanqui, léase el supuesto papi postizo de Danforth, el ex director de la CIA Wallace Westwyld (un desperdiciado Jeremy Irons), y la madre del muchacho, nada menos que la presidenta de la nación Jessica Danforth (Jemma Redgrave), por ello Clay romperá un montón de cabezas en su camino hacia una justicia tutelada por la hija de Eloise, la agente del FBI Verona Parker (Emmy Raver-Lampman). Como decíamos antes, la propuesta es un cocoliche que mete en la licuadora a Charles Bronson, el espionaje, John Wick, Luc Besson, el western, aquel John Rambo de Sylvester Stallone, el delirio noventoso a lo The Matrix (1999), las epopeyas de desquite, Duro de Matar (Die Hard, 1988), Clint Eastwood y el cine político.
Honestamente lo único potable que hizo Ayer en toda su carrera es Día de Entrenamiento (Training Day, 2001), también de lo mejorcito de Fuqua, porque primero sus otros guiones para terceros son un desastre, pensemos en U-571 (2000), de Jonathan Mostow, Rápido y Furioso (The Fast and the Furious, 2001), de Rob Cohen, La Cara Oculta de la Ley (Dark Blue, 2002), de Ron Shelton, y S.W.A.T. (2003), de Clark Johnson, y segundo sus otros productos como director son redundantes a más no poder dentro de un abanico que va desde la mediocridad de Tiempo para Morir (Harsh Times, 2005), Reyes de la Calle (Street Kings, 2008), En la Mira (End of Watch, 2012), El Sabotaje (Sabotage, 2014) y Corazones de Hierro (Fury, 2014) hasta los bajos fondos de Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016), Bright (2017) y El Recolector (The Tax Collector, 2020). De todos modos el grasiento guión de turno es responsabilidad de otro payaso sin dignidad, Kurt Wimmer, artífice de una trilogía de “reinterpretaciones” hiper lastimosas, esa de El Vengador del Futuro (Total Recall, 2012), de Len Wiseman, Punto Límite (Point Break, 2015), de Ericson Core, y Los Niños del Maíz (Children of the Corn, 2020), del mismo Wimmer, y bodrios como la citada Reyes de la Calle, Esfera (Sphere, 1998), de Barry Levinson, El Discípulo (The Recruit, 2003), de Roger Donaldson, Días de Ira (Law Abiding Citizen, 2009), de Gray, Agente Salt (Salt, 2010), de Phillip Noyce, Maleficio (Spell, 2020), de Mark Tonderai, Los Inadaptados (The Misfits, 2021), de Renny Harlin, y Los Indestructibles 4 (Expend4bles, 2023), de Scott Waugh, amén de sus propios mamarrachos como realizador más allá de Los Niños del Maíz, Frío como el Acero (One Tough Bastard, 1996), Equilibrium (2002) y Ultravioleta (Ultraviolet, 2006), y alguna que otra obra loable en línea con El Caso Thomas Crown (The Thomas Crown Affair, 1999), remake de John McTiernan del opus homónimo de 1968 de Norman Jewison con Steve McQueen y Faye Dunaway. Beekeeper: Sentencia de Muerte no sólo sintetiza todo lo que está mal en el cine de acción del Siglo XXI, representado en lo señalado más una duración excesiva y chistecitos para descerebrados sostenidos en los intercambios verbales entre Verona y su compañero en el FBI Matt Wiley (Bobby Naderi), sino también los despropósitos que el mainstream desparrama cuando pretende superar sus cárceles creativas autoimpuestas, en pantalla un “loquito de la guerra” sin personalidad definida ni motivos fuertes para su venganza que parece querer cargarse a la presidenta de yanquilandia para a último minuto decidirse por su hijo, chivo expiatorio ridículo que actuó en soledad sin que mami conociese el origen del dinero sucio que financió su campaña…
Beekeeper: Sentencia de Muerte (The Beekeeper, Estados Unidos/ Reino Unido, 2024)
Dirección: David Ayer. Guión: Kurt Wimmer. Elenco: Jason Statham, Emmy Raver-Lampman, Josh Hutcherson, Jeremy Irons, David Witts, Bobby Naderi, Michael Epp, Taylor James, Phylicia Rashad, Jemma Redgrave. Producción: Jason Statham, Kurt Wimmer, Chris Long y Bill Block. Duración: 105 minutos.