En tiempos de hiperconexión y posverdad, todo lo que rodea a un evento pasa a formar parte de la leyenda del evento en sí. El show de Depeche Mode en el Estadio Único de La Plata va a quedar signado para siempre como “el recital en que no funcionaron las pantallas”. Y sólo quienes se encontraban realmente cerca del escenario -léase Campo VIP, uno de los grandes males de estos tiempos- pudieron acceder a ver algo más que una imagen minúscula del grupo. El resto de los 45 mil espectadores tuvieron que conformarse sólo con los sonidos del universo de la banda.
Este hecho incontestable se transformó post show en una discusión en las redes entre quienes le reclamaron a la organizadora del evento devolución del dinero de las entradas (algo fomentado incluso por Defensa del Consumidor) y los fans que se enfrentaron a ellos defendiendo la calidad de la música más allá de las cuestiones técnicas. Algún emocionado incluso llegó a decir que el recital fue “lo más parecido a ver a Depeche Mode en un pub inglés a principios de los 80” (SIC).
Más allá de todo resulta imposible hacer cualquier reseña del show de Depeche Mode en La Plata sin tener en cuenta “ese asunto de las pantallas”. Máxime viniendo de una banda que -especialmente de la mano de Anton Corbijn- hizo de la estética visual una parte fundamental de su arte y que en el Estadio Único se vio obligada a defender su propuesta “sólo” en base a su música. Pero eso nunca debería ser un gran problema si tus canciones son algunas de las mejores que se hayan compuesto en los últimos treinta y cinco años.
Recapitulemos. La presentación de Spirit (2017), último disco del grupo, fue la excusa para que la rueda de la más grande banda de tecnopop arranque nuevamente. Este álbum saludado por su tono de crítica social, acompañada por cierta iconografía revolucionaria, fue el que los trajo a nuestro país por tercera vez, nueve años después de su última visita (y ¡¡¡veinticuatro!!! de su debut en Vélez).
Luego de que por los parlantes del estadio sonaran The Beatles y su Revolution (paradójicamente, un tema en el que los Fab Four tomaban distancia de sus fans más radicales), el show daría comienzo con Going Backwards, acompañados por imágenes de colores en las pantallas. Spirit sólo sería revisitado dos veces más, con el climático Cover Me y con su corte principal, Where’s the Revolution.
En la primera parte del recital, Depeche Mode armó un setlist para fanáticos de paladar negro. Por momentos, el show ofició más como una presentación de Ultra (1997), ese disco maldito post-todo (salida del fundamental Alan Wilder, salida del túnel de adicciones varias, incluyendo casi un momento Kurt Cobain del cantante Dave Gahan). En total tocaron cinco temas de ese disco que jamás fue presentado en vivo, empezando por la bailable It´s No Good (único gran hit). Del mismo álbum llegarían también dos de los momentos más rockeros: Barrel of a Gun y Useless (DM en juego de espejos con NIN).
La versión remixada y bailable de A Pain That I’m Used To palideció frente al monstruo rockero que abre Playing The Angel (2005), uno de los grandes discos de la banda en este milenio, del que también extrajeron la celebradísima Precious, seguida de World in My Eyes la primera visita al sublime Violator (1990).
Luego llegarían los dos últimos temas de Ultra. Primero, una joyita total: una versión acústica de Insight cantada por Martin Gore (esa que en su estribillo insiste con eso de que “the fire still burns”). A continuación, la monumental Home, quizás la última gran canción que Depeche Mode haya grabado con Gore como voz principal, que culminó con todo el estadio cantando el precioso arreglo de guitarra del final (deudor del coro de Black de Pearl Jam, hay que decirlo). En medio del tema, la aparición de la imagen de una casa de fondo en la pantalla fue festejada como un gol por el público, que quizás supuso que el problema con las visuales estaba resuelto. Error.
Y en In Your Room se dio una paradoja: la breve vuelta de las pantallas brindó una idea de cómo hubiera sido el show con imágenes. Allí se pudo a ver a Gahan (chaleco sin mangas, bigote finito) como el maestro de ceremonia. A lo largo de esa canción de Songs of Faith and Devotion (1993) se mostró como un bailaor de flamenco pervertido, frotándose el micrófono entre las piernas. Su voz grave sigue siendo -qué duda cabe- el arma principal de los ingleses. Un paso más atrás está el corazón de Depeche Mode, Gore, el gran creador, el guitarrista limitado de las canciones perfectas. Y los fans seguirán debatiendo cuál es el rol real de Andy Fletcher. Y no dudarán de la solvencia de Peter Gordeno (teclados, bajo y piano) y Christian Eigner (batería y percusión). Esas imágenes sirvieron también para recordar (mediante arrugas varias y alguna que otra cirugía indisimulable) que esos tipos hace casi cuarenta años que están en el asunto, algo que su música se empeña en desmentir.
También vale aclarar que en los últimos años, en vivo Depeche Mode parece sentirse obligado a sacar chapa rockera, especialmente de la mano del excelente Eigner, lo que muchas veces opaca la sutileza de las versiones originales (por ejemplo, el clásico tecno-gospel Walking in My Shoes se ve salpicado de fills de batería que parecen más propios de un disco de Mastodon). Cuando llegó Where’s the Revolution ya estaba claro que las pantallas no volverían a funcionar. Aun así fue bastante festejado por el público, que respondió con los puños en alto a la arenga de Gahan.
La recta final fue a los bifes: la clásica Everything Counts y Stripped, que con su estribillo “let me see you stripped down to the bone” ofició de metáfora involuntaria de un show en el que la banda se mostró sin ningún ropaje más que su música. Con los motores calientes llegaría un 1-2 imbatible: Enjoy the Silence, una de las grandes canciones de la historia del Pop (con mayúsculas) y la celebratoria Never Let Me Down Again, que desde el disco en vivo 101 (1989) es una excusa para que una marea de brazos imite los movimientos de Gahan en plan prestidigitador de masas.
Pero había un poco más. Para los bises, y en otra elección sorpresiva, el tecno de estadios Strangelove se transformó en una delicada balada al piano cantada por Gore. Y después sí: la rockerizada Walking in My Shoes, A Question of Time y Personal Jesus para desatar la euforia -y la catarsis- colectiva.
En el balance global, Depeche Mode dio un show superior al del Club Ciudad de Buenos Aires del 2009. Un repertorio más jugado, un sonido muy ajustado y con la voz de Gahan en gran estado. Y con la sensación de que, sin margen de error, la banda dependió sólo de sí misma.
Y quizás algún día la leyenda diga que un marzo de 2018 en La Plata, a 37 años de su debut discográfico y en un show en la que las pantallas no funcionaron, Depeche Mode pudo hacer carne eso que Martin Gore cantó en el estribillo de Insight: la llama sigue encendida.
Entonces ahí sí: imprimamos la leyenda.
Depeche Mode en el Estadio Único de La Plata. 24-03-18.
Dave Gahan: voz.
Martin Gore: teclados, voz y guitarra.
Andy Fletcher: teclados y bajo.
Christian Eigner: batería y percusión.
Peter Gordeno: teclados, bajo y piano.