Depredador (Predator, 1987) es otra de esas películas de una única idea que dependen enteramente del talento del elenco y del equipo técnico para que la faena funcione como es debido, precisamente por ello el trabajo resultante es tan adictivo porque responde a una comunión de voluntades y factores irrepetibles que le dieron forma a un esquema a priori algo bizarro, léase concebir una versión de ciencia ficción de El Malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, 1932), el gran clásico de la historia del cine de Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack acerca de esas infames cacerías humanas que juegan con la ironía de un mundo puesto patas para arriba en el que los pobres animales son reemplazados por los bípedos. Sirviéndose de esta noción tan sencilla como potencialmente interesante, los guionistas debutantes y hermanos Jim y John Thomas, quienes se inspiraron en un chiste mainstream de la época que decía que el Rocky Balboa de Sylvester Stallone se había quedado sin contendientes en la tierra luego de Rocky IV (1985) y debería pelear con un extraterrestre en el próximo eslabón de la franquicia, y el realizador John McTiernan, el cual venía de dirigir su ópera prima, un insólito exponente del terror indie del período intitulado Nómadas (Nomads, 1986), además el primer protagónico de Pierce Brosnan, construyeron una obra maestra de lo más singular que mezcla elementos del cine de acción, sobre todo vinculados a la testosterona o masculinidad inflada/ musculosa/ militarizada de la década del 80, la ciencia ficción o fantasía especulativa, en lo que atañe a la misma posibilidad de la visita de un alienígena aquí con intenciones no del todo simpáticas, y el cine de terror, en este caso homologado a la efervescencia gore de algunas secuencias, el prodigioso suspenso que recorre de principio a fin el convite y la efusividad del duelo de fondo entre dos oponentes que no se diferencian demasiado, hablamos del extraterrestre cazador de hombres y aquel Arnold Schwarzenegger que venía de Conan, el Bárbaro (Conan the Barbarian, 1982), Conan, el Destructor (Conan the Destroyer, 1984), Terminator (The Terminator, 1984), El Guerrero Rojo (Red Sonja, 1985), Commando (1985) y Triple Identidad (Raw Deal, 1986).
La película, que en términos de su puesta en escena innegablemente bebe de tanques adrenalínicos muy cercanos en línea con Rambo II (Rambo: First Blood Part II, 1985), de George P. Cosmatos, y Aliens: El Regreso (Aliens, 1986), de James Cameron, amén de retomar diversos miembros del elenco de Commando y aquel apego bien lúdico del opus de Mark L. Lester hacia la violencia más colorida e hiperbólica, en esencia forma parte de la trilogía con la que McTiernan revolucionaría el lenguaje del cine de acción al combinarlo con otros géneros y enarbolar a la tensión como el horizonte fundamental de las propuestas, por supuesto nos referimos a los otros dos clásicos de fines de los 80 del norteamericano, Duro de Matar (Die Hard, 1988), reformulación de las balaceras interminables desde la perspectiva del western y los policiales hardcore, y La Caza al Octubre Rojo (The Hunt for Red October, 1990), reinterpretación de la acción desde las comarcas formales del thriller de espionaje, las aventuras y las propuestas bélicas. La historia se centra en una supuesta misión de rescate de un ministro del gabinete presidencial de un país centroamericano que el General Philips (R.G. Armstrong) y Dillon (Carl Weathers), un agente de la CIA, le encargan a un grupo de paramilitares/ mercenarios liderado por el tremendo Mayor Alan “Dutch” Schaefer (Schwarzenegger) y compuesto además por Mac (Bill Duke), un afroamericano de pocas palabras, “Poncho” Ramírez (Richard Chaves), todo un experto en explosivos, Billy (Sonny Landham), un rastreador de ascendencia aborigen, Hawkins (Shane Black), el encargado de la radio, y Blain (Jesse Ventura), un artillero que anda de acá para allá con una demoledora minigun, esa pesada ametralladora de cañones rotativos con una más que generosa capacidad de disparo por minuto. Luego de descubrir que fueron engañados por un Dillon que los acompañó para supervisar la masacre reglamentaria de rebeldes, sólo porque estaban siendo asistidos por un oficial ruso (Sven-Ole Thorsen) en el contexto de la Guerra Fría, los muchachos comienzan a ser asesinados uno a uno por un gigantesco humanoide con dreadlocks, camuflaje, visión térmica y láseres hiper mortales.
La genialidad de los Thomas y McTiernan radica en evitar todo background explicativo para los personajes y reducir al mínimo las típicas ponderaciones morales hollywoodenses para un lado o para el otro, aquí incluso curiosamente abandonando ese mega chauvinismo estadounidense tontuelo de la época y apuntalando en cambio una rarísima conciencia ética para este pelotón de “soldados de la fortuna”, los cuales -como dice Dutch en la primera escena- no son asesinos sino una unidad de rescate, de allí la nauseabunda traición de un Dillon que peleó codo a codo con el personaje de Schwarzenegger durante la Guerra de Vietnam y ahora es un agente maquiavélico más de la CIA que considera que todos son reemplazables y que sólo sirven en cuanto cumplan con lo que se les ordena que hagan (la arremetida contra el campamento sublevado, definitivamente una fuerza comunista que luchaba contra una dictadura proyanqui y procapitalista, estaba destinada a barrer el lugar para evitar un próximo ataque, a tratar de rescatar a un “ministro” que también era agente de la CIA y a reventar a los soviéticos que estuviesen auxiliando a los insurgentes). El realizador utiliza a la selva de lo que parece ser Guatemala -por más que la película fue filmada en México- para crear un constante sentimiento de opresión en el que la espesura verde conduce a la claustrofobia de estas presas involuntarias que hasta son despellejadas y colgadas para que drene su sangre, metáfora utilizada con el objetivo de equiparar la violencia gratuita de los seres humanos, por un lado, y esta venganza poética y tácita a manos del depredador cósmico del título, en la piel de Kevin Peter Hall, por el otro: de hecho, el primer indicio del accionar del alienígena es el hallazgo de tres cadáveres sin piel de boinas verdes colgados boca abajo desde lo alto de los árboles, señal también de que los susodichos no constituían trofeos dignos porque de ser así el cazador se lleva sus cráneos, con el rango de peligrosidad de la presa -desde ya- marcando el interés del extraterrestre (el amigo Arnold rankea en punta en este sentido debido a que es el líder y el único que queda con vida, amén de una rehén rebelde que resulta irrelevante, esa Anna de Elpidia Carrillo).
McTiernan pasa de las tomas subjetivas térmicas desde el punto de vista del depredador a momentos de silenciosa expectación cortesía de Billy, un rastreador que predice la calma antes de la tormenta, y a arremetidas gloriosas de disparos a diestra y siniestra por la frustración de no poder determinar la posición exacta de este enemigo mimetizado con el ambiente, planteo por contraposición -muy pero muy bien ejecutado, por cierto- que deriva en escenas legendarias como la carnicería en el campamento de los guerrilleros, aquella de las muertes de Hawkins y Blain y las ráfagas maniáticas de Mac y compañía contra la jungla, esa otra secuencia en la que el susodicho y Dillon pretenden emboscar al cazador pero el primero termina con su cabeza abierta y el segundo sin un brazo, y todo el desenlace en su conjunto cuando después de las decesos de Billy y Poncho se da un enfrentamiento mano a mano entre el muchacho del espacio exterior y un Dutch que descubre que con el lodo puede ser invisible a ojos de la criatura acechante -mezcla de reptil, crustáceo e insecto monumental- y que lo mejor es obviar los artilugios modernos de la muerte y optar por preparar trampas con los recursos que la selva tiene para ofrecer. Como tantos otros films que derivaron en una franquicia interminable de productos más o menos huecos y fallidos, Depredador de por sí ya contiene todo lo que la premisa de base habilita en pantalla porque el metraje incluye enfrentamientos bélicos pomposos con otros seres humanos, la dinámica centrada en “un grupo versus una fuerza imparable” y hasta ese duelo más prosaico al que nos referíamos anteriormente, para colmo con éste abarcando los 30 minutos finales con la meta manifiesta de dejar en claro que el convite a escala general es en primera instancia un vehículo para el ascenso comercial de un Schwarzenegger cien por ciento estrella que ya podía pronunciar algunas frases completas en inglés y “gesticular” un poco más que en faenas previas. Sin desmerecer lo hecho por el director Stephen Hopkins en la rescatable Depredador 2 (Predator 2, 1990), la única secuela escrita por los hermanos Thomas, el opus que nos ocupa sintetiza a la perfección la originalidad de un McTiernan que -sumado a sus tragicómicos problemas legales, a raíz de su fetiche con mandar a intervenir teléfonos y mentirle al FBI- de a poco se iría apagando de la mano de obras olvidables como El Curandero de la Selva (Medicine Man, 1992), El Caso Thomas Crown (The Thomas Crown Affair, 1999), 13 Guerreros (The 13th Warrior, 1999), Rollerball (2002) y Básico y Letal (Basic, 2003), lote del que se despegan la experimental e incomprendida El Último Gran Héroe (Last Action Hero, 1993), esa otra colaboración entre Arnold y el realizador, y la mejor de las continuaciones del tanque de acción con Bruce Willis, Duro de Matar 3: La Venganza (Die Hard: With a Vengeance, 1995). Mención aparte merecen la extraordinaria música de Alan Silvestri, un compositor muchas veces subvalorado, la bien minimalista fotografía de Donald McAlpine, esa que exprime con astucia la nocturnidad y el calor sofocante de la jungla, y el diseño del depredador de Stan Winston, con un James Cameron que ayudó bastante porque ambos estaban trabajando a la par en los efectos especiales de Aliens: El Regreso. Así como la extraña conciencia de estos paramilitares que se rehúsan a misiones de asesinato se condice con su vulnerabilidad intrínseca ante las embestidas de una amenaza que los supera en vigor, destreza y equipamiento, en última instancia es la inefable picardía humana la que vuelca la balanza hacia la victoria de un Dutch que termina todo magullado, muy traumatizado y por supuesto corriendo por su vida cuando el cazador borra su rastro -y a sí mismo- haciendo detonar una bomba que de todas formas ya no puede hacernos volver a la normalidad porque fuimos testigos de una revancha indirecta de la naturaleza por nuestros mal llamados “deportes”, verdugo estelar irónico de por medio…
Depredador (Predator, Estados Unidos/ México, 1987)
Dirección: John McTiernan. Guión: Jim Thomas y John Thomas. Elenco: Arnold Schwarzenegger, Carl Weathers, Bill Duke, Jesse Ventura, Sonny Landham, Richard Chaves, Elpidia Carrillo, R.G. Armstrong, Shane Black, Kevin Peter Hall. Producción: Joel Silver, Lawrence Gordon y John Davis. Duración: 107 minutos.