Richard Attenborough definitivamente fue mejor actor que director y prueba de ello son sus intervenciones en propuestas muy diversas como Brighton Rock (1948), de John Boulting, Dunkirk (1958), de Leslie Norman, The Angry Silence (1960), de Guy Green, The League of Gentlemen (1960), de Basil Dearden, The Great Escape (1963), de John Sturges, Seance on a Wet Afternoon (1964), de Bryan Forbes, The Flight of the Phoenix (1965), de Robert Aldrich, The Sand Pebbles (1966), de Robert Wise, 10 Rillington Place (1971), de Richard Fleischer, The Human Factor (1979), de Otto Preminger, Jurassic Park (1993), de Steven Spielberg, y Miracle on 34th Street (1994), de Les Mayfield, no obstante también fue un destacado director que sin llegar al nivel de otros realizadores de vieja cepa del período, como por ejemplo aquellos con los que el señor trabajó en calidad de intérprete durante las décadas del 60 y 70, logró posicionar una impronta autoral un tanto esquizofrénica que se dividió entre la vertiente boba de los musicales de cadencia hollywoodense o anglosajona en general, pensemos en Oh! What a Lovely War (1969) y A Chorus Line (1985), y la mucho más famosa faceta de esas biopics, melodramas altisonantes y épicas casi siempre fastuosas símil lo que sería una especie de David Lean de segunda mano, rubro muy amigo de la temporada de premios en el que entran las más o menos infladas a escala dramática Young Winston (1972), A Bridge Too Far (1977), Gandhi (1982), Cry Freedom (1987), Chaplin (1992), Shadowlands (1993), In Love and War (1996), Grey Owl (1999) y Closing the Ring (2007), esta última su canto del cisne antes de fallecer en 2014 a la edad de 90 años a posteriori de múltiples complicaciones de salud por un accidente cerebrovascular.
Ahora bien, la gran “oveja negra” de la filmografía como director de Attenborough es sin duda Magia (Magic, 1978), no sólo su única película de terror y/ o suspenso psicológico sino además su único opus remotamente emparentado con otros clásicos del rubro en los que supo participar, en sintonía con las geniales Seance on a Wet Afternoon o 10 Rillington Place, e incluso la película en la que Anthony Hopkins, quien ya había trabajado con el cineasta en ocasión de Young Winston y A Bridge Too Far, pudo calzarse por primera vez el traje de psicópata, aún muy lejos de aquel Hannibal Lecter de The Silence of the Lambs (1991), de Jonathan Demme, que lo llevaría a una celebridad mundial demasiado tardía y por cierto recién salido de Audrey Rose (1977), de Wise, y presto a sumarse a The Elephant Man (1980), clásico del inefable David Lynch. El protagonista es Charles “Corky” Withers (Hopkins), un mago de naipes neoyorquino que aprendió todos sus trucos de un mentor avejentado que eventualmente muere, Merlín (E.J. André), aunque no sin antes decirle que debe simpatizarle al público con algún truquillo extra que “maquille” esa personalidad tan perfeccionista como tímida y vehemente. Un año después de un fracaso rotundo inicial, su show resulta un éxito gracias a un muñeco boca sucia llamado Fats y por ello su poderoso agente, Ben Greene (Burgess Meredith), le consigue un programa piloto en la NBC, sin embargo el ventrílocuo se niega a hacerse un examen médico por temor a que salten a la luz sus serios problemas mentales y así se fuga a un pueblito hiper ruinoso en las Montañas de Catskill, donde se reencuentra con un viejo amor de la infancia, la bella Peggy Ann Snow (Ann-Margret), quien ahora está casada con un sujeto bastante posesivo, Duke (Ed Lauter).
Amparado en un guión astuto y medido de William Goldman, profesional estadounidense que hoy adapta su novela de 1976 y gran artífice de las historias detrás de Harper (1966), de Jack Smight, No Way to Treat a Lady (1968), también de Smight, Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969), de George Roy Hill, Papillon (1973), de Franklin J. Schaffner, The Stepford Wives (1975), de Bryan Forbes, All the President’s Men (1976), de Alan J. Pakula, Marathon Man (1976), de John Schlesinger, The Princess Bride (1987), de Rob Reiner, Misery (1990), otra más de Reiner, Maverick (1994), de Richard Donner, The Ghost and the Darkness (1996), de Stephen Hopkins, Absolute Power (1997), de Clint Eastwood, The General’s Daughter (1999), de Simon West, y sus otras colaboraciones con Attenborough, A Bridge Too Far y Chaplin, el film del cineasta británico retoma ingredientes varios de la producción artística de Aldrich, William Castle y Alfred Hitchcock para pensar a la locura cotidiana y sus luchas subrepticias desde la intimidad de los vínculos compartidos bajo una apariencia de normalidad comunal, de allí que no sea necesario más que un puñado de personajes para indagar con maestría en la psiquis partida de un Withers que se divide entre un yo complaciente y sumiso, ese originario previo a toparse con la crueldad del escenario, y otro inconformista y dominante que aparece con la necesidad de enfrentarse al público y termina fagocitándose al anterior al punto de obligarlo a matar a Greene porque descubre accidentalmente el desdoblamiento subjetivo y a Duke porque halla el cadáver del anterior y unas pruebas comprometedoras del crimen, amén de los celos por Peggy entre su marido, Corky y el mismísimo Fats, éste reprobando el cariño entre el mago/ ventrílocuo y la mujer.
Más allá del estupendo desempeño de Hopkins, Meredith y una Ann-Margret deliciosa que justifica las pasiones a flor de piel porque arrastra la estela sexy de Once a Thief (1965), de Ralph Nelson, The Cincinnati Kid (1965), de Norman Jewison, Carnal Knowledge (1971), de Mike Nichols, Tommy (1975), de Ken Russell, The Last Remake of Beau Geste (1977), de Marty Feldman, y The Cheap Detective (1978), de Robert Moore, entre muchas otras, Magia por un lado reflexiona acerca del estado mental inestable de un montón de artistas, aquí un Withers que se repliega más y más frente al embrollo homicida que utiliza Fats para pasar a controlar el ego quebradizo de Corky, y por el otro lado se suma a una larga lista de epopeyas tenebrosas que giran alrededor de diversas clases de muñecos -sobrenaturales o bien prosaicos, como en este caso- en línea con The Great Gabbo (1929), de James Cruze, Dead of Night (1945), de Dearden, Alberto Cavalcanti, Charles Crichton y Robert Hamer, Devil Doll (1964), de Lindsay Shonteff, Trilogy of Terror (1975), de Dan Curtis, Dolls (1987), de Stuart Gordon, Child’s Play (1988), de Tom Holland, Pin (1988), de Sandor Stern, Puppet Master (1989), de David Schmoeller, Dead Silence (2007) y The Conjuring (2013), ambas de James Wan, y The Boy (2016), opus de William Brent Bell, más un sinfín de capítulos de series como Doctor Who, Night Gallery, The Simpsons, Tales from the Crypt y The X-Files y tres míticos episodios de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), The Dummy (1962), Living Doll (1963) y Caesar and Me (1964). Ya sea que hablemos del apego al dinero, la fama, la independencia existencial o el sexo opuesto, todos los personajes de este cuento tétrico terminan devorados por el monstruo del amor…
Magia (Magic, Estados Unidos, 1978)
Dirección: Richard Attenborough. Guión: William Goldman. Elenco: Anthony Hopkins, Ann-Margret, Burgess Meredith, Ed Lauter, E.J. André, David Ogden Stiers, Jerry Houser, Lillian Randolph, Joe Lowry, Beverly Sanders. Producción: Joseph E. Levine y Richard P. Levine. Duración: 107 minutos.