Como cada año durante los últimos días de agosto y/ o la primera quincena de septiembre, el Lido se llena paulatinamente de público, miembros varios de la industria cinematográfica y periodistas que atiborran las callecitas surcadas por autos y hasta micros, toda una rareza que en la isla principal de Venecia no encontraremos ni por asomo ya que allí el transporte está monopolizado por los vaporettos y demás embarcaciones. No obstante los vehículos de cuatro ruedas apenas si son utilizados por los locales -léase habitantes del Lido- porque la mayoría de los asistentes al Festival de Cine de Venecia se alojan en la isla principal, en especial por la condición residencial del Lido… y por sus exorbitantes precios, incluso mayores a los de la isla de Venecia. Durante esta primera jornada del certamen tuvimos la oportunidad de asistir a las funciones y conferencias de prensa de Downsizing (2017), de Alexander Payne, y Nico, 1988 (2017), de Susanna Nicchiarelli, dos muy buenas propuestas que abrieron el evento en su conjunto y la sección Orizzonti respectivamente.
Nicchiarelli, directora de una crónica muy poderosa sobre las postrimerías de la trayectoria de la famosa cantante y compositora germana Nico, comentó que lo que la atrajo al proyecto fue la posibilidad de hacer una “biopic a la inversa”, centrada en el período menos conocido de la carrera de la susodicha. En la conferencia de prensa también dijo que la película está tan apegada a la realidad como “imaginada” a partir de mucha investigación previa sobre la intérprete, asimismo aclaró que -como nos imaginábamos- se dispone de poco material de archivo audiovisual de los primeros años de su carrera y casi nada de la etapa final, la cubierta precisamente por el film.
El actor que interpreta al road manager de la alemana, John Gordon Sinclair, considera que Nico era incapaz de demostrar amor y ese hecho constituyó el reto central detrás de su personaje, ya que el hombre se enamora de ella en una madurez que la encuentra cercana al cinismo romántico, un crepúsculo que fue mucho más trágico que el habitual en el rock o la música en general (la mujer fallece en 1988 cuando estaba en recuperación de su adicción a la heroína, bajo tratamiento con metadona y vacacionando junto a su hijo en Ibiza, fruto de un ataque cardíaco -mientras andaba en bicicleta- que deriva en una caída, un golpe en la cabeza y una muerte por hemorragia cerebral, todo un episodio al cual la película alude mediante un puñado de segundos de contemplación distante). Sinclair afirmó que Nico luchó incansablemente por hacerse respetar como artista porque Andy Warhol, su mentor hasta cierto punto, y su séquito de lambiscones la desestimaron desde el inicio por su origen como actriz y modelo publicitaria.
En lo que respecta a la conferencia de prensa de Downsizing, un excelente opus de Payne sobre un pobre diablo suburbial que se somete a un proceso de miniaturización que promete una vida de lujos y eco friendly, Matt Damon, el protagonista excluyente del convite, dijo que le gustó su personaje porque es creíble, un ciudadano común, alguien con el que cualquiera se puede identificar; hasta citó a un periodista diciendo que el film es “optimista incluso con el apocalipsis de fondo”. Comentó que Payne es muy meticuloso al trabajar y ello se nota en el resultado final, ya que la obra funciona como un reloj suizo en términos narrativos. Asimismo dejó entrever que el realizador filma lo justo y necesario y no suele hacer muchas tomas como otros de sus colegas.
Las intervenciones del inefable Payne, por su parte, fueron muy cáusticas y breves: en esencia se dedicó a evadir las preguntas de los periodistas con comentarios irónicos seguidos de silencio y sonrisas, no apoyando ni negando ninguna interpretación en particular de la prensa sobre la propuesta. Apenas dijo de paso -ante una pregunta específica bastante desconcertante, cuanto menos- que investigó un poco el “background científico” del asunto, por ejemplo cómo sería la voz de alguien reducido, si sobreviviría una caída importante o si sería capaz de volar en el caso de que se le pegasen alas en sus brazos. El director no considera que el film sea tan diferente a sus trabajos previos, concluyendo que es optimista para con algunos aspectos del ser humano y pesimista en otros tantos, sin dar mayores precisiones.
En cuanto al apartado conceptual de la película, los que sí aclararon el asunto fueron uno de los productores y la actriz vietnamita Hong Chau, algo así como la coprotagonista de la faena: el primero dijo que al equipo creativo le interesó más el sustrato humanista de la historia que el político y la segunda explicitó que la obra enaltece en primer lugar el trato que se le da al vecino y sólo luego el análisis de las consecuencias del cambio climático, la inmigración masiva, los suburbios pobres de las metrópolis y demás tópicos en los que se explaya la trama a lo largo de su desarrollo.
Pasemos a continuación a las críticas de ambas realizaciones.
Downsizing, de Alexander Payne
COMPETENCIA OFICIAL
La primera aventura de Payne en el terreno de la ciencia ficción en realidad no se aleja demasiado de sus inquietudes existenciales de siempre, ahora volcadas de manera magistral hacia la sátira social vía una premisa deudora de las exploraciones nihilistas de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) en torno al apocalipsis, las posibilidades/ delirios que abre la tecnología y todo ese manojo de bajezas y fortalezas que caracterizan al ser humano desde el comienzo de los tiempos. La historia gira alrededor de Paul Safranek (Matt Damon), un hombre gris que junto a su esposa planean someterse a un novedoso procedimiento de miniaturización que descubrió un científico noruego años atrás -motivado por la sobrepoblación contemporánea, la escasez de recursos y la destrucción del planeta- y que una compañía estadounidense eventualmente convierte en un servicio que invita a los individuos a licuar sus activos y transformarlos en una vida lujosa como moradores de una miniciudad de corte utópico, en esencia gracias a la conversión del sistema monetario inflado de las personas normales a su homólogo “diminuto”, de apenas un par de centímetros, en el que el volumen de los productos para sustentar la vida es mucho más acotado. El guión, de Jim Taylor y el propio Payne, tuerce rápidamente la acción a partir de que la mujer de Paul lo abandona y él termina ayudando a una disidente vietnamita de izquierda que vive en los suburbios de lo que prometía ser una panacea colectiva; una mujer que se la pasa rodeada de mexicanos que como ella subsisten en el olvido, la marginación o la miseria, siempre limpiando las mansiones de los ciudadanos empequeñecidos adinerados. El realizador construye una parábola muy inteligente de las desigualdades convalidadas por el sistema, el oportunismo capitalista ante cualquier situación, los desengaños de la vida y esa mundanidad irrevocable que nunca cae en la caricatura o el menosprecio habitual del mainstream: en vez de ahogarse en hipérboles o quedarse sólo en la contraposición entre los rasgos decepcionantes de ambos mundos, el de la estatura normal y el de la gente reducida, el film prefiere examinar los sueños frustrados del protagonista y ponderar una maravillosa verdad vinculada al hecho de que los problemas de los humanos siempre los acompañan vayan donde vayan. La intervención de Christoph Waltz como un vecino de Paul, de Udo Kier como un compinche de éste último y de Hong Chau en el rol de la muchacha vietnamita suman vitalidad al trabajo de por sí preciso de Damon, un actor que aprovecha cada una de las punzantes, adorables y/ o conscientemente patéticas líneas de diálogo marca registrada de Payne. Con mucho de la ironía política de La Elección (Election, 1999), otro tanto de la inquietud existencial de Las Confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002) y una mínima dosis de la tristeza melancólica de Nebraska (2013), Downsizing es una rareza total en el panorama actual del séptimo arte, uno que parece haber olvidado por completo el análisis social y el estudio de las injusticias internacionales que el director encara en este caso, por un lado apoyando la militancia en pos de asistir al prójimo y por el otro lado escapándole a ese cinismo facilista tan de nuestros días, en el que todos afirman indignarse por la crisis de los refugiados, el cambio climático o la obsesión empresarial con usufructuar con toda novedad tecnológica/ especulativa que aparezca bajo el horizonte del marketing global… aunque muy pocos hacen algo para cambiar las cosas desde la isla en la que viven, sea ésta del tamaño que sea.
Nico, 1988, de Susanna Nicchiarelli
ORIZZONTI
Se podría decir que Nico, 1988 es el “sueño húmedo” de todo fanático del rock con inclinación avant-garde porque el film que nos ocupa se propone la muy difícil tarea de desentrañar el misterio detrás de la personalidad de Christa Päffgen, aquella recordada cantante y compositora alemana que participó en el primer disco de The Velvet Underground y posteriormente se volcó a una carrera solista de pulso entre desgarrador y depresivo, transformándose en el trajín en una figura mítica de la escena musical indie europea. Como si lo anterior fuese poco, este opus de Nicchiarelli para colmo se propone analizar los últimos años de su vida, de los que se disponen aún menos certezas acerca del carácter de la artista… a veces autodestructivo y en otras ocasiones muy lúcido: el resultado es un film sorprendente que sabe combinar todos los fantasmas que acosaron a la protagonista a lo largo de sus días en este mundo (adicción a la heroína, relaciones sentimentales fallidas, pérdida de la custodia de su único hijo, numerosos intentos de suicidio, necesidad eterna de legitimarse en el ámbito machista del rock, etc.) y al mismo tiempo regalándonos un formidable retrato de época con la excusa de acompañarla en una de sus últimas giras por el viejo continente (tenemos en primer plano la relación con su road manager, interpretado por John Gordon Sinclair, y en segundo término un pantallazo general por las historias paralelas de sus sesionistas, las personas que alojaron a la banda en las distintas ciudades del tour y hasta los empresarios que organizaron los shows, siempre condenados a un público diminuto porque la naturaleza de la obra de Nico -el nombre artístico de Päffgen- siempre le impidió alcanzar un mayor éxito comercial o un mínimo atisbo de verdadera masividad). El pasado sólo se cuela mediante flashbacks que adquieren la forma de seudo ensoñaciones lisérgicas, condimentando la narración a la par de las canciones de los recitales y nunca convirtiéndose en el foco principal del relato… como por ejemplo ocurriría en una típica biopic hollywoodense. La realizadora exprime el histrionismo de la gran Trine Dyrholm, vista en 3096 Days (2013), En un Mundo Mejor (Hævnen, 2010), A Royal Affair (2012) y en un par de trabajos de Thomas Vinterberg, léase La Celebración (Festen, 1998) y The Commune (Kollektivet, 2016). La actriz danesa avasalla interpretando a la protagonista y ofreciendo un trabajo estupendo basado en la visceralidad y el enigma intrínseco de la figura en cuestión, una mujer atribulada que jamás dio el brazo a torcer a pesar de golpearse porfiadamente una y otra vez con las mismas piedras, lo que derivó en instantes de alienación y angustia extrema. Resulta curioso que lo que podría haber sido una simple película acerca de un ocaso profesional se transforma casi de inmediato -tanto por la perspectiva naturalista y seca elegida por la cineasta como por la personalidad de la retratada, cuya vida en su conjunto fue enrevesada a más no poder- en una elegía humanista centrada en los ásperos vaivenes del destino y los traumas que suele deparar el seguir el mandato propio en un mercado como el cultural que tiende a la reformulación eterna de premisas ya caducas, en un jugada que apuesta a seguro y olvida que sólo de la experimentación florece la novedad, la metamorfosis y la heterogeneidad.