68° Cannes

Día 11

Por Emiliano Fernández

Estamos en la última jornada del festival pero aún queda margen para las sorpresas, una satisfactoria y otra no tanto: hoy pudimos ver Macbeth (2015) de Justin Kurzel y The Little Prince (2015) de Mark Osborne. Luego de la proyección de esta nueva versión del clásico de William Shakespeare, pudimos asistir a la conferencia de prensa que contó con la inestimable presencia del realizador Kurzel, el productor Iain Canning y los protagonistas  Michael Fassbender y Marion Cotillard.

Fassbender afirmó entre risas que existen muchas maneras de interpretar a Shakespeare, circunstancia que a veces torna un poco deprimente el oficio de actuar, y acotó que la riqueza de la obra es extraordinaria y que por ello sigue vigente en nuestros días, aclarando que su principal motivación para aceptar el rol radicó en el interés por analizar un personaje fracturado por la guerra (ante la típica pregunta sobre la duplicidad del actor, dijo que en su hogar deja de lado toda la tragedia de la ficción cinematográfica). Kurzel, consultado por la intensidad visual del film y la posibilidad de haber optado en cambio por una película muda, contestó que no podría hacerla porque las palabras son majestuosas: considera que hay que encontrar una forma de acercar el cine al texto original. Fassbender amplió este punto al afirmar que además de ser una historia de ambición, como suele decirse, Macbeth también examina el proceso de la pérdida, tanto del amor o un hijo como de la sensatez o la cordura. Dijo que su lectura favorita de la obra es la que encaró Akira Kurosawa en Trono de Sangre (Kumonosu-jô, 1957).

Kurzel comentó que no quiso imponer ningún concepto en especial a la trama prototípica, sólo pretendió que la historia fluyera a través de los textos de base y poniendo en primer plano la manera en que Escocia afecta a los protagonistas. El director también considera que la tragedia en general continúa siendo relevante porque se basa en una pareja que se deja llevar por la ambición -motivada por una profecía- en pos de alcanzar un estado de bienestar permanente. Como australiano, dijo que conoce muy bien el desierto y que de allí tomó la inspiración para trazar un contraste con la frialdad de Escocia. Fassbender, por su parte, ve a Lady Macbeth como un personaje sacrificado que renuncia a su feminidad y debe sobrellevar la soledad durante los períodos en los que su esposo está batallando, redondeando que la exasperación guía a los personajes de la obra.

 

Macbeth, de Justin Kurzel

COMPETENCIA OFICIAL

Todos los que en su momento vimos Snowtown (2011), la visceral ópera prima de Kurzel, augurábamos un gran futuro para el australiano y deseábamos que su siguiente opus llegase pronto. Como suele ocurrir en el ámbito contemporáneo, pasaron los años y no había mayores noticias de su regreso: nadie podía predecir que su segunda película sería nada más y nada menos que una adaptación de Macbeth de William Shakespeare, proyecto que a simple vista parecía un tanto alejado del microcosmos claustrofóbico de su debut. Luego del visionado uno debe rever la posición porque efectivamente el director se las ingenia no sólo para dar nueva vida a la archiconocida obra, sino también para adaptarla a sus intereses. Si sopesamos las interpretaciones anteriores del texto, percibiremos que aquí la tragedia familiar pasa al primer plano y se termina comiendo el relato aún por encima del clásico entretejido de la traición gubernamental, la demencia y el ansia irrefrenable de poder. Otro enroque muy importante lo hallamos a nivel de la contextualización dramática, ya que mientras que antes primaban las intrigas secretas y la fastuosidad de los palacios, hoy son los páramos desérticos de una Escocia corroída por las guerras los que desarman de a poco la dialéctica de las prerrogativas individuales de los protagonistas.

Más allá del maravilloso trabajo del realizador en lo que respecta a retomar la rusticidad de la fotografía de Snowtown y privilegiar los soliloquios más reveladores de la angustia subyacente, indudablemente el desempeño del elenco juega un papel fundamental en la cadencia hipnótica que enmarca a la propuesta en su conjunto: tanto Michael Fassbender como Marion Cotillard, en los roles centrales, demuestran que con sutileza y perspicacia se puede obviar el catálogo de estereotipos que arrastran personajes interpretados hasta el hartazgo en una infinidad de ocasiones alrededor del planeta. Kurzel no se deja intimidar por el material de base y vuelve a lucirse en cuanto a la dirección de actores y la profusión de alegorías del errar humano, logrando ampliar su rango estilístico sin perder su identidad ni esa furia etérea que lo caracteriza. Macbeth constituye un verdadero arrebato a los sentidos y uno de los convites más poderosos y coherentes de los últimos tiempos, capaz de yuxtaponer la desesperación del espacio privado a la vehemencia del yermo inerte.

 

The Little Prince, de Mark Osborne

FUERA DE COMPETENCIA

Si bien The Little Prince tenía todo para convertirse en la adaptación definitiva de la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry, una vez más estamos ante otro intento fallido que parece más un homenaje al autor que una verdadera traslación de su trabajo a la pantalla grande. Resulta curioso que a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación en 1943, El Principito continúa siendo un muro inquebrantable que impide las exégesis desde otros lenguajes, y esto se debe a los mismos inconvenientes de siempre: la naturaleza abstracta de la historia (las alegorías varían según la mirada y las lecturas a veces son mutuamente excluyentes), las ilustraciones del mismo Saint-Exupéry (las cuales establecen un marco visual determinado, casi «oficial») y la visión extremadamente crítica que subyace en el libro (no sólo para con los adultos en general, sino también en lo referente a la razón instrumental y la pobreza de espíritu de la mayoría de los mortales).

Así las cosas, el film animado de Osborne se empantana en cada uno de estos obstáculos y para colmo arrastra un tufillo muy común en nuestros días, el de la sobreexplicación mediante subtramas bobaliconas que pretenden pasar por «complementarias»: en la novela ya había un intermediario que nos presentaba al pequeño y su asteroide, el narrador/ aviador, pero aquí decidieron contentar al público femenino con otro más, una nena cuya mami es una fanática del control que ya planeó toda su vida desde el vamos. Esta búsqueda desesperada del aggiornamiento fácil, que incluye además una innecesaria secuencia final de aventuras, se siente fuera de lugar y hasta deja de lado pasajes fundamentales del libro en torno a la amistad y el cariño recíproco. En suma, el realizador de Kung Fu Panda (2008) posee buenas intenciones pero fracasa como tantos otros antes y a fin de cuentas desperdicia las voces de Jeff Bridges, Benicio Del Toro, Marion Cotillard, Paul Giamatti, Rachel McAdams, Albert Brooks, James Franco y un largo etcétera.