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Día 2

Por Emiliano Fernández

En la segunda jornada del festival gran parte de los asistentes ya descubrieron sus propias rutas para recorrer la programación y dar batalla a la superposición de películas y salas, esa eterna enemiga de todo cinéfilo que se precie de tal y que la organización por suerte tendió a evitar mediante sucesivos enroques de horarios entre films, lo que ayuda mucho al momento de priorizar tal película mediante la sencilla estrategia de verla primero y dejar las secundarias para después con vistas a no perderse -además- la conferencia de prensa posterior. En este día pudimos ver Zama (2017), de Lucrecia Martel, y The Shape of Water (2017), una obra maestra de Guillermo del Toro, derrotero que asimismo incluyó la asistencia a la conferencia de prensa de ésta última.

Del Toro volvió a confirmar que es uno de los realizadores más despampanantes y aguerridos de la actualidad, tanto por su exquisita película como por los conceptos vertidos en ocasión de la conferencia de prensa: dijo que para él la fantasía es siempre política y que la primera respuesta moral debería ser privilegiar al amor por sobre el miedo, ello es precisamente lo que ocurre en su film mediante la relación entre una mujer muda interpretada por la enorme Sally Hawkins y una criatura acuática/ terrestre en la piel de Doug Jones, aprisionada por el gobierno norteamericano y torturada por esbirros fascistas. El mexicano afirmó que en la figura del misterioso anfibio quiso construir a un “otro”, a un marginado, a un excluido, considerando que él mismo sabe muy bien lo que es ser tratado diferente en sociedades irrespetuosas como la de Estados Unidos. En este sentido, aclaró que la propuesta transcurre en 1962 pero en realidad habla de problemas de hoy, como por ejemplo el racismo, el sexismo, la violencia autoritaria, las clases sociales férreas, etc. Comentó que escribió una minibiografía para cada uno de los personajes menos para el dúo protagónico, en el caso de ella con el fin de mantener el misterio y en el de la criatura debido a que hablamos de una entidad semidivina que representa diferentes cosas según la perspectiva considerada.

Hawkins por su parte dijo que piensa que su personaje es quizás una sirena y que disfrutó muchísimo trabajando con Del Toro. El realizador comentó que adora narrar mediante los cuentos de hadas y las fábulas ya que permiten introducir ideas abstractas con gran facilidad en contextos que suelen ser bastante trágicos. También explicitó que armó cuidadosamente la paleta de colores de cada escena, no tanto por los personajes involucrados sino porque éstos se comunican mediante el color predominante en cada situación o etapa de la historia. Consultado sobre el estado de su demorado proyecto centrado en adaptar Pinocchio, pero conservando el tono oscuro del trabajo original de Carlo Collodi, dijo que ya tiene diseñadas las marionetas y que todavía busca financiamiento porque lo que se propone es construir una semblanza de la Italia fascista (circunstancia que le ha impedido cíclicamente disponer del entramado hollywoodense).

 

Zama, de Lucrecia Martel

FUERA DE COMPETENCIA

Y -como era de esperar- Martel vuelve a filmar la misma película por cuarta vez consecutiva, pero ahora con dos diferencias significativas que aportan un colorcito propio a la experiencia que nos ocupa: en Zama cambia la óptica femenina por la masculina y toda la historia se sitúa en un contexto de época con resonancias de los tres trabajos similares/ sudamericanos del dúo compuesto por Werner Herzog y Klaus Kinski, léase Aguirre, la Ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), Fitzcarraldo (1982) y Cobra Verde (1987), por supuesto sin llegar al nivel de ninguno de ellos. En lo que respecta a los elementos constitutivos del combo, aquí reaparecen los de siempre: tenemos un relato basado en un desarrollo fragmentado de personajes, instantes de contemplación preciosista, algunos chispazos oníricos casi surrealistas, la crudeza de la naturaleza en todo su esplendor y ese extrañamiento narrativo marca registrada de la salteña. La premisa reproduce al pie de la letra su homóloga de la novela original de Antonio Di Benedetto, con el oficial judicial español del título asentado en un puesto desolado de Asunción durante el siglo XVII, en eterna espera por ser trasladado a Buenos Aires vía un estoicismo que se va cayendo a pedazos a medida que sus esperanzas de abandonar el lugar se desvanecen con la apatía y las mil vueltas que le presenta el gobernador ibérico de la ciudad, su superior directo. Martel hace maravillas con los pocos recursos expresivos de los que dispone o en los que gusta limitarse/ encerrarse, vaya uno a saber cuál es la opción correcta… por un lado consigue un desempeño magnífico por parte de Daniel Giménez Cacho (un actor español que interpreta a Don Diego de Zama desde la economía de los gestos y las posturas corporales defensivas/ paranoicas) y por el otro lado aprovecha cada minuto de este verdadero festín de tiempos muertos (el dolor y la incomodidad ante el calor sofocante de los personajes argentinos y europeos es impagable). Si bien no se puede negar que el tiempo transcurrido entre La Mujer sin Cabeza (2008) y Zama al fin de cuentas fue más que excesivo porque ésta última sufre de un metraje igualmente dilatado e injustificable en función de sus diversas redundancias distribuidas en casi dos horas, a decir verdad -y al mismo tiempo- la directora redondea un muy buen trabajo en lo que atañe a retratar la idiosincrasia masculina en su versión vinculada a la angustia, lo que deriva en silencios sufridos, relámpagos de violencia gratuita y un “afán reparador” que paradójicamente destruye todo a su paso y traiciona desde un maquiavelismo que coquetea con la cobardía y el desenfreno más egoísta. Otro punto a destacar es la puesta en escena del film en general, definitivamente la mejor de toda la carrera de Martel: aquí cada toma está craneada/ diagramada con una meticulosidad inaudita para el cine argentino, habilitando en todo momento una riqueza plástica y conceptual francamente maravillosa (en la dialéctica entre lo que sucede en primer plano y lo que acontece en el fondo se juegan muchos elementos centrales de la propuesta, la cual disfruta de reservarse información acerca de los acontecimientos). Si se hubiesen emparejado un poco mejor el nivel macro de las actuaciones y los acentos del elenco caucásico, la obra podría haberse convertido en lo que estaba destinada a ser, léase la película definitiva sobre la fase histórica del Virreinato del Perú -y el posterior Virreinato del Río de la Plata- y asimismo un pantallazo demoledor en torno a la estupidez de la burocracia homicida, alienada y corrupta de las nacientes sociedades sudamericanas, muy en sintonía con un pulso pesimista de inflexión kafkiana.

 

The Shape of Water, de Guillermo del Toro

COMPETENCIA OFICIAL

Del Toro lo hizo de nuevo y esta vez de manera monumental: The Shape of Water es una de sus mejores películas a la fecha, sin duda una obra maestra extraordinaria que consigue la proeza de otorgar nueva vida a la vieja fórmula de La Bella y la Bestia, el célebre cuento de hadas de 1740 de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, con el objetivo manifiesto de construir una fábula para adultos pensantes, muy lejos de la basura que viene entregando Tim Burton y semejantes desde hace dos décadas… y mejor ni hablar del resto de Hollywood, el cual prácticamente ya desconoce la paciencia que requiere un relato sopesado con las tripas, el corazón y la potencia impiadosa del mundo real. La historia se centra en Elisa (Sally Hawkins), una mujer muda que trabaja como personal de limpieza en una instalación secreta del gobierno estadounidense dedicada a la investigación espacial en 1962, en plena Guerra Fría contra los soviéticos. Sus únicos amigos son Giles (Richard Jenkins), un vecino homosexual dibujante con el que comparte el gusto por los musicales más desnudos y minimalistas del Hollywood Clásico, y Zelda (Octavia Spencer), una afroamericana compañera de trabajo que la ayuda en distintos detalles, en especial impidiendo que su curiosidad la meta en problemas. Es precisamente ese merodeo natural el que la lleva a investigar qué esconden unos tanques gigantes que un buen día llegan al edificio: evadiendo la custodia de Strickland (Michael Shannon), un monstruo policial/ militar fascista, sádico e hipócrita, Elisa descubre en los tanques a una criatura anfibia humanoide que los científicos y la milicia tienen encadenada de la manera más brutal, con golpes y electrocuciones esporádicas incluidas. De a poco ella se comunicará con el ser semi acuático y tomará nota de su enigmática inteligencia, lo que provocará una mutua identificación y la planificación de un rescate cuando los militares -en su típica brutalidad- pretendan realizarle una vivisección al anfibio y luego matarlo. El convite posee una estructura y un ritmo narrativo bellísimos, concisos, apacibles, carentes de la tendencia actual a acelerar y lavar el relato para destilarlo de sexo, gore y cualquier trasfondo de izquierda o cercano a un devenir anticonformista. Aquí en cambio nos topamos con una sexualidad que toma por asalto al espectador a través de la costumbre de Elisa de masturbarse en la bañera todos los días antes de ir al trabajo, la obsesión de Giles con un joven bartender a quien le compra porciones de torta regularmente, las jocosas observaciones de Zelda sobre su vida matrimonial, el acoso sexual de Strickland para con Elisa y finalmente la misma relación romántica que nace entre ella y la criatura, un tópico tratado con una elegancia y sensibilidad que resultan francamente increíbles para nuestra triste contemporaneidad. La construcción de la empatía entre los personajes, la sinceridad de un planteo formal casi medieval y la riqueza del desarrollo en su conjunto son los pivotes del guión de Vanessa Taylor y Del Toro y los recursos artísticos de los que se vale Hawkins, una actriz gloriosa que hoy está acompañada de un elenco a la altura de semejante entrega (pensemos por ejemplo en Doug Jones, quien interpreta al anfibio y continúa imponiéndose como el gran actor fetiche del mexicano, hoy superando por mucho a Andy Serkis en el terreno del mimetismo fantástico/ animalizado y el arte de actuar sobre fondo verde para animar digitalmente después… aunque lo de Jones es mucho más clasicista debido a que su desempeño está muy pegado a los antiguos disfraces a secas). Unificando el horror de “monstruos humanos” de derecha como el presente Strickland o aquel Vidal de Sergi López, su homólogo de El Laberinto del Fauno (2006), la fantasía de reivindicación de los marginados, las aventuras de “fuga de prisión”, las odiseas románticas y hasta los thrillers de espionaje de mediados del siglo pasado, The Shape of Water es una joya profundamente sensual y política que pone en interrelación el odio demencial que se esconde en los estados autoritarios de ayer y hoy y la única respuesta que se puede enarbolar ante dicha situación, hablamos de una lucha contra la ceguera y la crueldad del poder central y su apetito caníbal, ese que bajo la lógica de la guerra se la pasa matando.