68° Cannes

Día 3

Por Emiliano Fernández

En su tercera jornada el festival comienza a abrir el abanico estilístico con vistas a enriquecer la experiencia cinéfila, una muy particular por cierto ya que la locura por acceder a las funciones y las conferencias de prensa está completamente asentada en el imaginario de los acreditados y el resto de la fauna que pulula por el Palais des Festivals de Cannes. Hoy pudimos disfrutar de tres obras que no defraudaron a pesar de sus desniveles internos: The Lobster (2015) de Yorgos Lanthimos, Irrational Man (2015) de Woody Allen y La Patota (2015), aquí proyectada bajo el nombre Paulina, de Santiago Mitre, la única película argentina en competencia entre las principales secciones del festival.

 

The Lobster, de Yorgos Lanthimos

COMPETENCIA OFICIAL

Así como Colmillo (Kynodontas, 2009) fue una propuesta interesante que hacía agua en su segunda mitad y Alps (2011) constituyó un progreso sustancial para Lanthimos en materia de desarrollo y focalización temática, The Lobster tranquilamente puede ser leída como la cúspide de esta especie de trilogía acerca de las contradicciones y las actitudes más ingratas del entretejido colectivo actual. Hoy el cineasta vuelve a utilizar el esquema de la comedia negra y el humor grotesco/ cáustico de Europa del Este: en una sociedad entre futura y paralela, todos los solteros son confinados a un «hotel» distante y obligados a encontrar pareja en un plazo no mayor a 45 días, bajo pena de ser convertidos en un animal a su elección. Así las cosas, el lacónico David (Colin Farrell) deberá sortear las férreas reglas del establecimiento y hallar con rapidez a una compañera, ya que la única alternativa posible es la huida y el refugio en una congregación aún más bizarra de solitarios que viven en el bosque.

El griego se luce en su debut anglosajón gracias a una infinidad de latiguillos hirientes y salidas políticamente incorrectas, nuevamente poniendo al descubierto el automatismo acrítico detrás de algunas instituciones y patrones sociales a través del recurso de la mimética descontextualizada (el ardid de aislar la costumbre de su entorno habitual y reproducirla en un ambiente «de laboratorio», con personajes desmotivados o incapaces de asignarle una lógica real a lo que hacen o dejan de hacer). Farrell y Rachel Weisz, como su interés romántico y la narradora general del film, aportan los rostros exactos para toda esta hermosa dinámica de lo absurdo.

 

Irrational Man, de Woody Allen

FUERA DE COMPETENCIA

Respetando el encadenamiento de las últimas décadas de películas tan sencillas y autoindulgentes como entrañables y extremadamente necesarias, considerando el estado cualitativo de una industria cinematográfica cada vez más empobrecida, la última realización del mítico Allen gira en torno a los interrogantes que han marcado a buena parte de la vertiente dramática de su carrera. El libre albedrío, el azar, la ética y la carga del devenir cotidiano dan vida al trasfondo de Irrational Man, una nueva y maravillosa reformulación por parte del neoyorquino de Crimen y Castigo de Fiódor Dostoyevski. Joaquin Phoenix interpreta a un profesor universitario -con una importante depresión a cuestas- que descubre de manera aleatoria su «misión» personal, esa que lo rescatará del alcoholismo y la apatía: en un bar escucha una conversación ajena que lo lleva a decidir que el mundo sería un lugar mucho mejor si matara a determinado representante del sistema judicial.

Mientras que en los primeros minutos coquetea con la comedia romántica basada en la premisa profesor/ alumno (rol que le toca en gracia a una esplendorosa Emma Stone), a posteriori el director tuerce el volante hacia un tono medio entre el esquema distante de Match Point (2005) o El Sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007) y la levedad efervescente de Misterioso Asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993) o Scoop (2006), esquivando a la vez la ligereza y el sarcasmo non-stop de otros tiempos. Luego de tantos años aún hoy sorprenden la inteligencia y la fluidez del casi octogenario, quien sigue obsesionado con los coletazos de la responsabilidad individual y el lugar que le suele caber a la pedantería en el amasijo de la estupidez humana.

 

La Patota, de Santiago Mitre

SEMANA DE LA CRÍTICA

Para aquellos que todavía no lo sepan, vale aclarar que estamos ante una remake de la obra homónima de 1960 de Daniel Tinayre, ahora con Dolores Fonzi en el papel de Mirtha Legrand. Como era de esperar, el aggiornamiento está a la orden del día: Paulina (Fonzi) es una abogada que deja Buenos Aires para enseñar derecho en un barrio humilde de Posadas, donde es interceptada y violada por un grupo de estudiantes comandados por un lumpen de un aserradero. En La Patota el talentoso Mitre baja un par de escalones con respecto a sus obras anteriores, la multipremiada El Estudiante (2011) y el mediometraje experimental Los Posibles (2013), cumplimentando un opus correcto aunque un tanto abúlico a nivel emocional. La propuesta parece combinar la fórmula de la víctima piadosa en la línea de Lars von Trier y las preocupaciones y el credo de Ken Loach, especialmente en concordancia con la «justicia social» y demás mitos del pasado.

El personaje de Fonzi no sólo perdona a sus agresores sino que por momentos se comporta más como un robot que como un ser humano, dentro de un cuadro narrativo que funciona bajo el doble precepto del viaje del outsider a una cultura extraña y esa suerte de obligación intrínseca de llevar hasta las últimas consecuencias la ideología redentora del típico burgués progre, el cual gusta de poner la otra mejilla ante los envites del mundo circundante. Más allá de la poca originalidad del tópico en cuestión y las contradicciones del tratamiento elegido, la película se destaca por su prolijidad, la fotografía de Gustavo Biazzi y el desempeño de Oscar Martínez como Fernando, el padre juez de la joven. Por último, cabe señalar el éxito de Mitre en la difícil tarea de esquivar la asociación automática entre pobreza, violencia y animalización comunal, logro que se alcanza -paradójicamente- mediante la construcción meticulosa de una protagonista que no despierta empatía.