Ya a esta altura podemos afirmar que a diferencia de Cannes y Berlín, Venecia es un certamen mucho más tranquilo y más cómodo considerando que los dos edificios que condensan casi todas las proyecciones, el Palazzo del Cinema y el Palazzo del Casinò, están uno al lado del otro y esto motiva que el flujo de asistentes se mueva muy rápido y las aglomeraciones se descompriman inmediatamente gracias a que el público entra a las salas sin esperas ni caminatas descomunales de por medio.
En esta tercera jornada pudimos ver y asistir a las conferencias de prensa de The Devil and Father Amorth (2017), de William Friedkin, y Our Souls at Night (2017), de Ritesh Batra. En la primera charla con la prensa, acerca de un documental cuyo eje es un exorcismo real de 2016 encarado por un sacerdote experto en el tema, Friedkin repitió cíclicamente que su intención nunca fue convencer a nadie de que el caso en cuestión obedecía de hecho a fuerzas diabólicas, aclarando que en cambio buscó presentar las evidencias y transmitir su punto de vista personal. No obstante durante toda la conferencia -paradoja en el horizonte- dijo una y otra vez que él pasó del escepticismo a creer de corazón que todo lo que sucedía en los numerosos exorcismos del sacerdote protagonista, el Padre Amorth, era real, certeza que se sustenta en los encuentros con el susodicho y el vínculo amistoso que los unió. En un momento hasta llegó al punto de preguntar cuántas personas en la sala podían afirmar concluyentemente que no existe Dios (pidió levantar las manos) y también dijo varias veces que hoy la actitud más sensata que podemos tener es la de estar abiertos a diferentes posibilidades/ explicaciones para no encerrarse en la negación facilista, ya que en nuestro mundo lo único que prima es el misterio de la existencia y todo aquello que no podemos racionalizar. Es decir, Friedkin se mostró adepto a considerar que todavía hay muchas situaciones, estados y experiencias que no podemos explicar, opinando que allí radica la necesidad de la fe en nuestro presente.
En lo que atañe a la conferencia de prensa de Our Souls at Night, una obra muy disfrutable sobre el amor entre un par de personas mayores interpretadas por los míticos Robert Redford y Jane Fonda, el señor enfatizó la importancia de apoyar al cine independiente bajo todo contexto, un rol que él mismo desempeñó creando el Sundance Institute y el festival de cine homónimo. El director Batra se reconoció a sí mismo como un hijo pródigo del Sundance (empezó su carrera cinematográfica amparado por la institución) y hasta la propia Fonda alabó a Redford -y le regaló muchos cumplidos por su apariencia/ look de ayer y hoy- diciendo que el californiano ayudó a modificar la estructura del cine estadounidense y a reducir la influencia del todopoderoso mainstream de Hollywood. Redford comentó que lo que lo atrajo del proyecto fue la presencia sanadora del amor y la misma posibilidad de volver a trabajar con Fonda, con quien ya compartió pantalla en otras tres gloriosas oportunidades. Ella por su parte estuvo muy verborrágica y convalidó muchos de los dichos de su coprotagonista y del director, metiéndose de manera muy jocosa para responder preguntas ajenas porque le parecían interesantes o simplemente para tirar una respuesta monosilábica demoledora sintetizada en un “sí” o en un “no”: celebró la posibilidad de volver a trabajar con Redford y que se vuelva a retratar el amor a edad avanzada en la pantalla grande. En este sentido, y doblando la apuesta, hasta se dio el lujo de reclamarle indirectamente al director que en el opus no se ve nada de sexo entre la pareja protagónica (el devenir incluye una sola escena breve de sexo pero sin desnudez).
La histórica militancia política de ambos actores se dio cita vía ironías contra el presente de Estados Unidos aunque obviaron hablar del tema a calzón quitado, principalmente por una decisión de ellos mismos vinculada a dejar en claro desde el vamos que estaban en la sala para hablar de cine y no de la situación de su país, en especial teniendo en cuenta que la propuesta que los trajo al festival no trata ningún punto de la agenda política. Finalmente llamaron la atención los elogios de Fonda a Matthias Schoenaerts, el gran actor belga que en Our Souls at Night interpreta a su hijo: comentó que lo vio por primera vez en Metal y Hueso (De Rouille et d’os, 2012) y que pensó que su actuación era sorprendente y visceral, le pareció que no era un actor, que lo habían encontrado en la calle, que era una persona normal. Asimismo dijo que la experiencia de compartir el set con él le pareció estupenda, concluyendo que aprendió mucho del intérprete y su método de trabajo (vale aclarar que lamentablemente Schoenaerts no estaba presente en la sala).
The Devil and Father Amorth, de William Friedkin
FUERA DE COMPETENCIA
A sus muy avispados 81 años, Friedkin se le ocurrió concebir una especie de “nota al pie” de El Exorcista (The Exorcist, 1973) y así llevó a la praxis este berretín de apenas 68 minutos que -literalmente- gira alrededor de la posibilidad de registrar en imágenes un exorcismo real, alejado de toda la parafernalia redundante que ha instalado Hollywood desde la aparición de aquella obra maestra inoxidable. The Devil and Father Amorth está dividida en tres partes bien diferenciadas: en la primera tenemos una introducción del contexto que posibilitó la filmación y un retrato general del encargado de llevar adelante el rito sobre la posesa de turno (el mismo título de la película aclara que hablamos del Padre Gabriele Amorth, autoridad máxima del Vaticano en materia de exorcismos, a quien Friedkin entrevista en Roma para una revista, aprovechando luego el contacto para pedirle permiso para registrar el noveno exorcismo -acaecido en 2016- sobre una mujer hiper católica con “problemas espirituales”), en el segundo capítulo nos encontramos con la contienda propiamente dicha entre el mal y el bien (en esencia el asunto pasa por una prolongada toma fija sin cortes de los acontecimientos a cargo de un Friedkin camarógrafo: en un cuarto atiborrado de familiares y allegados de la víctima, el Padre Amorth recita pasajes de la Biblia -asistido por otros sacerdotes, porque el señor tenía 91 años en ese entonces- mientras la susodicha se sacude violentamente y grita -con voz maligna, por supuesto- afirmando que el cuerpo de la mujer es propiedad de Mefistófeles), y finalmente el último tramo del convite se concentra en un análisis del material resultante por parte de diferentes autoridades médicas (a esto se suma una coda final con los misteriosos sucesos posteriores al ritual, ya con el cineasta como protagonista). Considerando que la propuesta es sólo para fans del director por su naturaleza ilustrativa/ complementaria/ pintoresca, la verdad es que está bastante bien y entretiene gracias a una postura muy a favor del creer en los hechos más que en cuestionarlos o ridiculizarlos desde el cinismo contemporáneo, en una actitud que por momentos parece ser sincera por parte de Friedkin y por momentos pareciera esconder una mirada algo sarcástica (en este sentido es apasionante el segmento correspondiente a la coda, cuando Belcebú amenaza concretamente al propio Friedkin). El norteamericano no ha perdido ni un ápice de su poderío e intuición detrás de cámaras y el opus es una prueba irrefutable de ello… tampoco podemos olvidar que aquí para colmo tenemos su constante presencia en pantalla en tanto “maestro de ceremonias” de los hechos narrados, principalmente por esa amistad/ respeto que compartió con el sacerdote y a la que hicimos referencia anteriormente (Amorth murió poco después de la ceremonia, por lo que el film también puede leerse como una semblanza sobre su persona, sobre su extensa labor como exorcista y sobre sus devotos, esa verdadera legión de individuos a los que exorcizó durante décadas). The Devil and Father Amorth exige “creer o reventar” para disfrutar y por ello mismo debemos destacar su pasión y perspicacia, dos ítems que se ubican muy por encima de lo que suele ofrecer el rubro de los documentales expositivos hoy en día.
Our Souls at Night, de Ritesh Batra
FUERA DE COMPETENCIA
La encantadora Our Souls at Night comienza cuando Addie Moore (Jane Fonda) visita a su vecino Louis Waters (Robert Redford), un hombre que apenas conoce de verlo en la calle de manera muy espaciada, con el objetivo de hacerle una propuesta de lo más singular: considerando que ambos están jubilados y pasan sus días entre el aburrimiento y la soledad, Addie invita a Louis a su casa para disfrutar de una charla nocturna antes de acostarse y a posteriori… simplemente dormir, sin sexo involucrado. Luego de titubear durante un día entero, el hombre acepta y de este modo se inicia una relación que gira en primera instancia alrededor de la curiosidad mutua, después se vuelca hacia una suerte de amistad/ compañerismo y finalmente arriba al campo del amor otoñal, ese que por un lado enarbola una actitud relajada para con las preocupaciones varias del pasado y por el otro lado debe soportar los dilemas ajenos, en especial de los familiares de menor edad. La película es un retrato muy afable de una de las maneras más saludables de sobrellevar la tendencia a aislarse que viene aparejada con la vejez: hablamos de la actitud de abrirse al prójimo y tratar de compartir vivencias, sin dejar de lado ni las alegrías ni las tristezas acumuladas en el pasado y aquellas por venir. Redford, como de costumbre, vuelve a hacer de sí mismo y está perfecto porque -sobre todo en esta oportunidad- el film así lo exige, y Fonda -por su parte- aquí vuelve a demostrar su genialidad interpretativa y además pone de manifiesto los pocos papeles interesantes que hay en la industria cinematográfica por estos días para personas mayores. El guión de Scott Neustadter y Michael H. Weber, apuntalado asimismo en la dirección naturalista de Batra, responsable de las maravillosas Amor a la Carta (Dabba, 2013) y The Sense of an Ending (2017), no sólo se sostiene mediante el vínculo entre el dúo protagónico sino que apuesta también al hijo de Addie, Gene (Matthias Schoenaerts), y a su nieto, Jamie (Iain Armitage), quienes vienen padeciendo la salida reciente de la madre del hogar y una inestabilidad motivada por las frustraciones varias de Gene. Our Souls at Night cuenta con la sabiduría necesaria para no perderse ningún detalle de esta mundanidad compartida de los personajes, una estrategia fundamental para la construcción de la idiosincrasia de cada uno de ellos y lo que aspiran de las situaciones que se les presentan a lo largo de un relato amigo de un lirismo más implícito que explícito. El cameo del legendario Bruce Dern, como uno de los amigos de Louis, y la misma participación de Schoenaerts, agregan puntos a favor a la sensibilidad a flor de piel de una realización que juega sutilmente tanto con los silencios como con las palabras, las miradas, los gestos al paso y esa colección de reacciones desconcertantes ante el enigma que nos planta el otro y sus problemas/ inquietudes/ potencialidades. Entre Redford y Fonda existe una química difícil de describir ya que en esencia se basa en la mesura y el laconismo de él y la seguridad y la fortaleza todo terreno de ella, una dupla en verdad extraordinaria cuya potencia definitivamente no se apagó -ni tampoco mermó- a lo largo de estos 38 años transcurridos desde la última vez que los actores trabajaron juntos, en aquella pequeña gran película de Sydney Pollack intitulada El Jinete Eléctrico (The Electric Horseman, 1979).