El tiempo vuela cuando uno se divierte y así -casi sin darnos cuenta- llegamos al cuarto día del festival, una jornada en la que pudimos disfrutar de Suburbicon (2017), de George Clooney, sobre un crimen de lo más patético en los Estados Unidos de mediados del siglo pasado, y Lean on Pete (2017), de Andrew Haigh, acerca del cariño de un adolescente marginal hacia un caballo de carreras sobre cuya cabeza pende el fantasma de ser vendido a un matadero en el caso de no mantenerse en el club de los victoriosos en esas espantosas competencias animales dignas del Medioevo.
En la conferencia de prensa de Suburbicon, y ante las sospechas generalizadas de la prensa, Clooney aclaró que la película efectivamente cuenta con un paralelo concreto en una realidad dominada primero por la campaña de Donald Trump y luego por su ascenso a la presidencia (en la propuesta, en una subtrama que complementa a la principal, los vecinos de un barrio de burguesitos de derecha atacan despiadadamente a una familia negra que se muda al lugar… y el calvario comienza con el levantamiento de una cerca/ pared de madera alrededor de su hogar). El director, que también colaboró en el guión, comentó que muchas veces se habla de la década del 50 y los primeros años de los 60 como un período idílico pero nunca fue así y mucho menos para las minorías, considerando que el film es acerca de blancos anglosajones perdiendo sus privilegios -o más precisamente, teniendo que compartirlos por primera vez en la historia del país- y en el trajín culpando a los otros grupos étnicos/ sociales/ religiosos de la manera más desesperada y lastimosa posible. Para enfatizar la analogía, Clooney afirmó que se decidió a filmar el proyecto, el cual está basado en un guión de 1986 de los hermanos Joel y Ethan Coen, cuando se enteró de la propuesta de Trump de construir un muro para separar a Estados Unidos de México.
El realizador opinó que hay una “nube negra” sobre su país porque el enojo y la rabia están por todos lados hoy por hoy (comparó el nivel de virulencia con la etapa del Caso Watergate), pero aun así dijo ser optimista porque cree en las instituciones. Consultado sobre la naturaleza de los villanos del convite, afirmó que los monstruos son hombres comunes que viven cometiendo errores estúpidos, desperdiciando cada oportunidad que tienen de obrar éticamente, siempre consagrados a hacer cosas horribles por una tremenda idiotez que se mezcla con la falta de respeto al prójimo: es decir, para él la maldad es una construcción social de todos los días. En este sentido, dijo que Suburbicon analiza la edificación de los primeros suburbios masivos planificados en Estados Unidos, un proyecto mesiánico e idealista que jamás se molestó en tratar de resolver tópicos como la intolerancia, el racismo, la violencia generalizada y la tendencia a aislarse en su cubículo hogareño… hasta recordó que durante su infancia en Kentucky vio la bandera confederada colgada de modo permanente en edificios públicos, sin que ninguno de los responsables comprendiese el verdadero significado de semejante barbaridad.
Ya en el campo de los detalles contextuales más relajados, hubo muchos chistes internos entre el director y sus actores principales, Matt Damon y Julianne Moore, quienes en esencia convalidaron y/ o profundizaron muchos de los conceptos vertidos por Clooney. Damon, a quien ya vimos en la conferencia de prensa de Downsizing, ante la pregunta de cómo fue trabajar con el realizador, dijo en tono jocoso que la fórmula para el éxito es hacer siempre exactamente lo contrario de lo que dice Clooney en el set de filmación; y Moore por su parte afirmó que la experiencia en su conjunto fue un privilegio y un verdadero placer.
Suburbicon, de George Clooney
COMPETENCIA OFICIAL
Definitivamente Suburbicon es la mejor película de Clooney en su faceta de director desde la ya lejana Buenas Noches y Buena Suerte (Good Night and Good Luck, 2005): estamos frente a un regreso en términos prácticos al período histórico que más le fascina, léase la primera mitad del siglo pasado, esas décadas previas a la revolución contracultural de los 60 y 70, años que ya había examinado también -aunque con resultados artísticos menos satisfactorios- en Jugando Sucio (Leatherheads, 2008) y Operación Monumento (The Monuments Men, 2014). Hoy el señor deja de lado cualquier pretensión de inspirarse en personajes o anécdotas personales o familiares para meterse de lleno en lo que podríamos definir como el terreno por antonomasia de los principales guionistas del convite, los hermanos Joel y Ethan Coen (como ya comentamos antes, también colaboraron en el armado de la historia el propio Clooney y Grant Heslov, no obstante el tono narrativo es preponderantemente cercano a la sensibilidad de los Coen). El argot cinematográfico que abraza Suburbicon es el del film noir sardónico, ese que más que sólo desnudar las miserias y bajezas de los protagonistas, lo que en realidad hace es construir un retrato de época que resuena bien fuerte en nuestro presente por una infinidad de problemas arrastrados en el tiempo. Todo gira alrededor de la familia del pequeño Nicky Lodge (Noah Jupe), cuyo padre Gardner (Matt Damon) es un burgués mediocre y apagado, su madre Nancy (Julianne Moore) una pobre mujer parapléjica, y su tía Margaret (también interpretada por Moore, porque hablamos de gemelas) una “mega tonta”, tan simplona como aburrida. Mientras la comunidad del título en la que viven, un vecindario de blanquitos conservadores típicos de Estados Unidos, se entretiene martirizando a la primera familia negra que se muda al lugar (incluida la construcción de un muro, impedirles comprar alimentos, acosarlos con estruendos insoportables y una serie de estrategias dignas del Ku Klux Klan), Nicky es testigo de cómo un par de criminales entran una noche a su casa y drogan a todos con cloroformo antes de robarles, lo que rápidamente desencadena la muerte de su mamá por sobreexposición al producto químico. Por supuesto que no todo es lo que parece y la actitud fría de Gardner ante la debacle nos arrima a la certeza de que el asunto está relacionado con un fraude a la compañía de seguros del clan Lodge, frente a lo cual el niño intentará defenderse -cuando descubra la verdad- a pesar de su corta edad y la desproporción existente con los responsables del entramado de engaños. El opus de Clooney es un retrato muy perspicaz e hilarante de esos primeros suburbios de las grandes urbes que bajo la excusa de alejarse del ruido y el smog, se terminaron aislando del resto de las clases sociales y entregándose al racismo, la petulancia y el egoísmo más cobarde/ decadente, circunstancia que a su vez por un lado reprodujo todas las barbaridades de las que se pretendía escapar y por el otro lado las magnificó conceptualmente en espacios más acotados, en un entorno a escala reducida. La actuación del elenco es magnífica ya que ninguno de los actores cae en la caricatura de medio pelo favorita del mainstream, optando en cambio por un naturalismo de inflexión algo farsesca que juega con la economía expresiva y las ironías de fondo de cada situación (las correspondientes al desarrollo del relato en sí). Otros dos elementos que sorprenden son la generosa dosis de gore -para los niveles habituales del Hollywood higiénico actual- y la virulencia satírica para con la derecha retrógrada y hueca norteamericana: ambos detalles se nos aparecen evitando los clichés de los films centrados en “el mundo de los adultos visto a través de los ojos de un niño” y echando mano de un calidoscopio que se pasea por todos los personajes… aunque la historia suele preferir la perspectiva del único verdadero inocente de la faena, Nicky, un purrete muy avispado que comprende rápido lo que sucede pero no puede hacer mucho al respecto más allá de pedir ayuda a su tío Mitch (Gary Basaraba) y -armado de mucha paciencia- esperar que todos los involucrados comiencen a matarse/ fagocitarse entre ellos.
Lean on Pete, de Andrew Haigh
COMPETENCIA OFICIAL
Uno de los recursos clásicos del séptimo arte a la hora de narrar historias de crecimiento, madurez dolorosa o supervivencia bajo condiciones muy ásperas, suele ser el recurrir a la amistad entre seres humanos y animales, quienes muchas veces representan todo lo bueno de nosotros -de hecho, efectivamente lo condensan- y por ello mismo las cruzadas que los protagonistas encaran en pos de defenderlos o liberarlos se convierten en misiones tan angustiantes, tan porfiadas, porque la crueldad del mundo de los homo sapiens por lo general no aminora su marcha ante nada y así los ataques contra la vida que nos rodea adquieren la forma de ataques contra nuestra faceta más bondadosa, más benigna. Lean on Pete, escrita y dirigida por el británico Haigh a partir de una novela de Willy Vlautin, trae a colación esta fórmula y la combina con eficacia con un retrato respetuoso de una minifamilia norteamericana de clase baja compuesta por el joven Charley Thompson (Charlie Plummer) y su padre Ray (Travis Fimmel), un hombre consagrado a las aventuras sexuales y que apenas si gana el dinero suficiente para mantener a ambos. Cuando Charley comienza a trabajar para Del (Steve Buscemi), un amargo dueño de caballos de carreras que ha visto tiempos mucho mejores, se le presenta la oportunidad de conocer los secretos de los equinos mientras efectúa distintas tareas relacionadas con su mantenimiento y cuidado. Haigh, director de las interesantes Weekend (2011) y 45 Años (45 Years, 2015), le reserva dos grandes cataclismos al muchacho, léase la muerte de su padre de la mano del esposo celoso de una de sus amantes y la triste posibilidad de que Del venda a un matadero al caballo que le da el título al film, un corcel -cuyo desempeño en las carreras viene en baja- al que Charley le tiene mucho afecto porque lo considera un amigo más que una simple mascota. Así las cosas, la trama nos presenta una primera parte centrada en una presentación sosegada de la familia Thompson y una segunda mitad que arranca cuando Charley se roba a Lean on Pete, ya con su progenitor fallecido, y ambos marchan hacia Wyoming en busca de la tía del adolescente, una mujer que se peleó hace muchos años con Ray y nunca más volvió a hablar con él ni con Charley. El realizador mantiene en todo momento un tono narrativo muy cercano al del indie estadounidense de las décadas del 80 y 90, con preeminencia de pasajes desérticos, mucha soledad existencial, catástrofes que se ven venir a la distancia y una cierta ingenuidad bucólica que atraviesa de punta a punta las relaciones entre los personajes, los cuales porfían y porfían por más que la tragedia esté esperando a la vuelta de la esquina. El desempeño de Plummer es fenomenal: el actor logra un balance entre la madurez que el personaje no encuentra en su entorno (su carácter calmo y sensible compensa la falta) y una melancolía constante por no poder llevar una vida más “tradicional” y no recibir el apoyo necesitado (el cinismo oportunista de Del, y hasta de su jockey Bonnie, interpretada por Chloë Sevigny, nada tiene que ver con la perspectiva humanista de Charley para con el encierro, el dopaje y la explotación que padece el pobre caballo). Tanto una fábula sobre la dignidad de los marginados como un alegato en contra del maltrato animal y las inmundas competencias/ carreras del rubro equino, la obra a fin de cuentas no consigue ir mucho más allá de lo esperable en términos retóricos pero incluso así, desde una bella corrección, llega a un muy buen puerto gracias a que su corazón está puesto en el amor fraternal, un bálsamo que ayuda a continuar la lucha y a sobrellevar las tragedias que construimos paulatinamente y/ o nos depara nuestro entorno social o familiar.