Un domingo lluvioso y muy fresco fue el contexto de esta cuarta jornada del festival, en el que continúan predominando una organización impecable y proyecciones de una enorme calidad: la tecnología digital está aprovechada al máximo, las salas son en verdad gigantescas, no hay hostigamiento al público en los accesos y la puntualidad casi siempre es una regla de oro de la Berlinale. Hoy pudimos ver 24 Weeks (24 Wochen, 2016) de Anne Zohra Berrached y La Helada Negra (2015) de Maximiliano Schonfeld, a continuación nuestro parecer de ambas.
24 Weeks (24 Wochen), de Anne Zohra Berrached
COMPETENCIA OFICIAL
Una estrategia que se extraña mucho en el cine mainstream, ya no sólo hollywoodense sino global, es la de tratar con tacto temas delicados a nivel social, evitando tanto las tragedias sobrecargadas como ese tipo específico de melodrama que suele caer involuntariamente en el terreno de la autoparodia. La presente 24 Weeks es un ejemplo -para el lado positivo- de un abordaje eficaz de dos tópicos candentes, el Síndrome de Down y el aborto, campos pocas veces analizados en el séptimo arte con la rigurosidad que merecen y sin recurrir a latiguillos facilistas o a un extremismo rosa de cotillón. El opus de Berrached juega todas sus fichas al exquisito trabajo de Julia Jentsch y Bjarne Mädel, los encargados de interpretar a la pareja atribulada de turno, a quienes los médicos primero les comunican que su futuro bebé nacerá con Down para luego “tirar la bomba” de que el pequeño además arrastra un defecto congénito en su corazón y deberá ser operado sí o sí una semana después del parto (con todo el riesgo que ello implica y los problemas que desencadenará el día de mañana, si es que el niño sobrevive al trajín). Lo que parecería una obra durísima en realidad es una experiencia bastante simple y amena, aunque -por supuesto- poderosa en su seguimiento del derrotero de los protagonistas. El “aire fresco” del relato viene de la mano de los chispazos cómicos y de la vitalidad de Astrid (el personaje de Jentsch), precisamente una especialista en la comedia símil stand up y en encontrarle el costado más mordaz a la feminidad. El naturalismo que impone la realizadora funciona como un bálsamo humanista que termina haciendo digerible la propuesta, en la que el despliegue de la multiplicidad de opciones resulta fundamental para analizar y finalmente decidir sobre la vida propia… y la de aquellos que dependen de nosotros.
La Helada Negra, de Maximiliano Schonfeld
PANORAMA
Constituía una verdadera incógnita qué nos podía deparar La Helada Negra, una de las películas que representan a Argentina dentro de la programación del festival: como en Germania (2012), la ópera prima de Schonfeld, aquí el cineasta sigue inspirándose en elementos autobiográficos para construir una historia aletargada con un gran trabajo en fotografía y en lo que hace a la dirección de actores. Hoy el catalizador es el descubrimiento de una joven misteriosa, Alejandra (Ailín Salas), por parte de una familia poseedora de una estancia en un paraje de Entre Ríos, en esencia dominado por una comunidad de inmigrantes alemanes. Como si se tratase de una relectura etérea de la llegada de un mesías semi bíblico, aunque más cercana al costumbrismo lacónico estándar que a la efervescencia ideológica de -por ejemplo- Teorema (1968), Alejandra habla poco pero hace mucho, especialmente en lo referido a mejorar y/ o salvar las economías hogareñas de los habitantes del lugar, apuntaladas en la ganadería y la agricultura. Ponto sus consejos sobre el mantenimiento y la explotación de los recursos locales se vuelven muy populares, elevándola a la condición de una especie de curandera con ínfulas divinas. Sin duda lo mejor del film pasa por el trabajo visual (apabullando con algunas tomas secuencia muy logradas) y la estructuración narrativa del también guionista Schonfeld (el enigma está administrado con sutileza), porque a decir verdad el trasfondo centrado en la mitología rural del interior de la Argentina ya ha sido trabajado en innumerables ocasiones. El desempeño sereno de Salas, cuyo rostro conforma el leitmotiv de la película, mantiene siempre el interés y consigue transmitir el encanto necesario para compensar los baches intermitentes que caracterizan al desarrollo.