68° Cannes

Día 5

Por Emiliano Fernández

Mientras que ayer tuvimos un día dedicado de forma exclusiva a la competencia oficial, hoy domingo fue un buen momento para balancear la cobertura y volcarla sutilmente hacia las secciones paralelas del certamen: en el día de la fecha vimos Maryland (2015) de Alice Winocour, en competencia en Un Certain Regard, y Green Room (2015) de Jeremy Saulnier, participante de la Quincena de los Realizadores. Antes de pasar directamente a las críticas, repasaremos la conferencia de prensa de Carol (2015), la excelente propuesta de Todd Haynes que analizamos el sábado y que se centra en la relación lésbica entre Carol Aird (Cate Blanchett) y Therese Belivet (Rooney Mara), en el contexto de la sociedad estadounidense de comienzos de la década del 50. Al evento asistieron el director, la guionista Phyllis Nagy y las protagonistas Blanchett y Mara, entre otros. Haynes afirmó que no cree que la película tenga problemas de distribución en el mercado norteamericano porque la sociedad local ya no se espanta tanto por las escenas de sexo en el cine mainstream. Dijo que el film está orientado a la transformación de ambas mujeres, ya que a pesar de que prima el punto de vista de Therese, Carol también atraviesa cambios a lo largo de la trama.

Como era de esperar, Blanchett acaparó gran parte de las preguntas: considera que su personaje es «misterioso y ambiguo», casi una construcción del imaginario de Therese, una joven que moldeó un mundo alrededor de ella. Comentó que Haynes, para la preparación de su rol, le ofreció sobre todo referencias visuales porque el susodicho suele trabajar con poco espacio para el ensayo previo al rodaje. Para la australiana el gran mérito de la novela original de Patricia Highsmith pasa por unificar las perspectivas masculina y femenina, recordando que fue la primera historia de lesbianas con una suerte de final feliz (rompió así con el patrón conservador que dominó a la literatura de la nación del norte hasta los 50).

La guionista Nagy, por su parte, considera que las historias de este tipo no han perdido vigencia debido a que la intolerancia social en torno a la identidad individual continúa en el candelero en muchos lugares del mundo. En este sentido, Blanchett precisó que aún hay 70 países en los que la homosexualidad es ilegal y hasta aclaró -entre risas- que nunca tuvo relaciones sexuales con mujeres, ante la típica pregunta solapada sobre su experiencia en el tópico en cuestión (acotó que es un tema personal que sólo le concierne a ella). También manifestó que no fue difícil filmar las escenas lésbicas con Mara y que el devenir no se diferenció a cualquier otra secuencia romántica con hombres.

 

Maryland, de Alice Winocour

UN CERTAIN REGARD

Un film como Maryland era precisamente lo que estaba necesitando el festival, un thriller minimalista que nos recordase la necesidad intragénero de reconciliar el desarrollo de personajes con la construcción in crescendo de la tensión dramática. El segundo opus de Winocour funciona como un retrato de las constricciones masculinas producto del servicio bélico, en la línea de Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2008), aunque en este caso matizadas por un entorno cerrado, la sensación de peligro constante y el catálogo de detalles en torno al viejo y querido oficio de guardaespaldas, ese que tanto le ha dado de comer al séptimo arte. Vincent (Matthias Schoenaerts) es un representante apesadumbrado de la milicia francesa, un ejemplo de las catástrofes psicológicas que dejan los conflictos «marca registrada» del imperialismo europeo. El eje del relato pasa por su trabajo extra en una agencia de seguridad y la misión de proteger a la esposa (Diane Kruger) y el hijo de un funcionario público con negocios turbios en paralelo.

Basándose en la excelente fotografía de Georges Lechaptois y una banda sonora muy poderosa a cargo de Gesaffelstein, la cineasta exprime al máximo la actuación del ascendente Schoenaerts, un intérprete genial al que ya habíamos visto en Bullhead (Rundskop, 2011), Metal y Hueso (De Rouille et d’os, 2012) y La Entrega (The Drop, 2014). Luego de una hora de stress, disonancias y la amenaza de un colapso anímico como consecuencia de las cicatrices abiertas por el frente de batalla, somos testigos de un puñado de escenas de acción que rankean en punta entre lo mejor y más visceral de los últimos años.

 

Green Room, de Jeremy Saulnier

QUINCENA DE LOS REALIZADORES

Sinceramente a priori constituía un interrogante la idiosincrasia detrás de Green Room, la gran sucesora de Cenizas del Pasado (Blue Ruin, 2013), uno de los thrillers de venganza más eficaces y demoledores del último lustro. Ahora es momento de confirmar que la presente toma prestado un poco de los dos convites previos de su autor, combinando el realismo sucio de la anterior con los apuntes irónicos de Murder Party (2007), la ópera prima de Saulnier. Si bien el propio director aclaró luego de la función que en esencia estamos hablando de un «film de asedio» en sintonía con Perros de Paja (Straw Dogs, 1971), lo cierto es que aquí la influencia del terror más sádico se deja sentir desde el mismo comienzo. La excusa para la masacre es la gira de los miembros de una bandita hardcore por tierras inhóspitas y la desventura de transformarse en testigos no deseados de un asesinato, lo que lleva la acción al entorno cerrado de la habitación a la que hace referencia el título (por supuesto que en el exterior los están esperando los perpetradores del crimen con ánimos de borrar todo rastro que los vincule con el hecho, personas incluidas).

Los chispazos de comedia negra y las referencias rockeras complementan un aislamiento excelentemente trabajado por el guión de Saulnier, el cual en todo momento mantiene aceitada la maquinaría del gore y elevado el nivel de angustia. Craneada en y desde los márgenes de la industria norteamericana, la película en su segunda mitad ofrece una andanada sublime de arremetidas, laceraciones, cortes, disparos y demás ítems dignos de las pesadillas, los que a su vez nos reconectan con la algarabía suprema que despierta ver morir a otro ser humano. Otro importante elemento a destacar es la intervención de Patrick Stewart en la piel de un villano de antología, poseedor de una frialdad lacerante y capaz de proferir mentiras como no se veía -en términos prácticos- desde las décadas del 80 y 90. No queda más que agradecer una vez más a Saulnier por habernos regalado una propuesta impiadosa que arrasa desde su valentía y desenfreno.