74° Venecia

Día 5

Por Emiliano Fernández

Hoy pudimos asistir a las proyecciones de The Leisure Seeker (2017), de Paolo Virzì, y La Mélodie (2017), de Rachid Hami: la primera es una road movie que retrata las postrimerías en la vida de una pareja de la tercera edad, interpretada por los legendarios Donald Sutherland y Helen Mirren, y la segunda es una propuesta francesa centrada en la capacidad del arte de unir y enriquecer la vida y en los pormenores del proceso educativo, con sus pros y sus contras correspondientes al contexto contemporáneo.

Antes de pasar a los puntos más interesantes de la conferencia de prensa de The Leisure Seeker, conviene aclarar que en Venecia las susodichas a nivel general son muy breves -apenas 30 minutos que se pasan volando- y se suceden una tras otra durante el espacio de un par de horas arrancando en los mediodías, por lo que se hace difícil que los entrevistados puedan profundizar en sus respuestas ya que la velocidad y el cronómetro lo son todo en el festival. Otro detalle colorido que a fin de cuentas resulta muy gracioso porque calza perfecto con la idiosincrasia italiana, la cual por cierto se parece mucho a la argentina, es que supuestamente las fotografías están prohibidas pero en la práctica se sigue el mismo mandato de Cannes y Berlín: fotos masivas al inicio y fotos masivas al final, con un volumen enorme de periodistas cholulos acercándose hacia las luminarias del cine de manera un tanto desesperada y/ o estrambótica.

Virzì comentó que fue totalmente intencional que el telón de fondo de la narración fuese la “América profunda” en plena metamorfosis política, evitando por un lado dejarse engolosinar con los paisajes habituales en este tipo de films y por el otro lado incorporando al metraje secuencias relacionadas con la campaña electoral de Donald Trump (en una escena en especial el protagonista masculino se suma -a pura ingenuidad- a una marcha/ acto a favor del delirante y peligroso magnate). Consultada sobre la naturaleza misma del convite, el análisis del sentir norteamericano desde el punto de vista de un director y un equipo creativo italiano, Mirren comentó que en muchísimas ocasiones un ojo extranjero puede ser muy enriquecedor porque permite analizar una cultura sin la mirada sesgada local, esa que pertenece a colectivos sociales que se la pasan repitiendo los mismos errores de manera cíclica.

Sutherland por su parte recibió varias preguntas sobre sus colaboraciones del pasado con directores italianos como Federico Fellini, Bernardo Bertolucci y Giuseppe Tornatore, la mayoría de las cuales esquivó olímpicamente con respuestas monosilábicas y apenas afirmando que en el caso de la realización que nos ocupa, no consideró nunca a Virzì un cineasta italiano sino más bien universal. Retomando el terreno político, comentó que mientras filmaban la película el único que creía que Trump llegaría a la presidencia era el director (por ello insistió con incluir la secuencia mencionada), para el resto del equipo representaba una locura total que Trump ganase las elecciones. Finalmente, Mirren afirmó que la primera película que la marcó fue La Aventura (L’Avventura, 1960), de Michelangelo Antonioni, y en el caso de Sutherland fue La Strada (1954), de Federico Fellini, por lo que esta nueva visita a Italia por parte de ambos resulta un enorme placer.

 

The Leisure Seeker, de Paolo Virzì

COMPETENCIA OFICIAL

Gran parte de los cineastas extranjeros que en algún momento trabajan en Hollywood, o simplemente ruedan una obra en Estados Unidos, suelen incluir en sus opus la arquitectura de uno de los géneros/ dispositivos narrativos por excelencia del enclave del séptimo arte del país del norte, nos referimos por supuesto a las road movies. Los realizadores más osados hasta llegan a meterse en el formato sin medias tintas, uno que -dicho sea de paso- comparte con el western la obsesión con los espacios abiertos inaprehensibles, los protagonistas en crisis existencial y la dialéctica de un viaje/ una misión maltrecha y siempre al borde del colapso. La última película de Virzì, el gran director italiano de El Capital Humano (Il Capitale Umano, 2013) y Loca Alegría (La Pazza Gioia, 2016), adopta el marco conceptual de las road movies con el objetivo de presentarnos la historia de una pareja de ancianos que -para la desesperación de sus hijos cuarentones- salen a vacacionar por las rutas estadounidenses bajo la excusa de ir a visitar a unos familiares en Key West, Florida. Así las cosas, Ella (Helen Mirren), una mujer aguerrida y muy entusiasta, y John (Donald Sutherland), un ex profesor de Literatura que sufre de arteriosclerosis, se embarcan en un periplo sorprendente que juega con la frontera entre el drama de ocaso y la comedia negra, basada sobre todo en la dinámica de los olvidos que trae aparejada la condición de John, esa incapacidad para retener en la memoria lo que hizo hace un instante o quién es quién en su vida. El realizador mantiene siempre un tono naturalista que no fuerza las situaciones y los vaivenes del viaje pero tampoco deja pasar ninguna oportunidad cómica, ejemplos de ello son las excelentes secuencias del olvido de John para con Ella en la estación de servicio (el hombre literalmente se va sin su mujer) y el robo que ambos sufren cuando se les pincha una cubierta (hablamos del episodio con la escopeta al costado de la ruta). Mirren y Sutherland son dos bestias sagradas de la actuación y por ello se agradece de sobremanera cada segundo en pantalla de semejantes profesionales: él ocupa el lugar de la mitad “indefensa” de la pareja, aunque todo el asunto nunca llega a la homologación con la senilidad porque a lo largo del relato vamos descubriendo distintos detalles de esa vida compartida que completan la esencia del personaje; y ella es por supuesto la mitad dominante, de la que depende enteramente John desde mucho antes de la aparición de la enfermedad. The Leisure Seeker debe su título a la casa rodante utilizada por el dúo para recorrer los caminos, según el nombre que le asignó Ella, un vehículo que rápidamente se transforma en una metáfora de este tramo final de la vida de los protagonistas, el cual Virzì apuntala sin guardarse ningún detalle de la intimidad involucrada, lo que de por sí constituye una sana perspectiva alternativa que nos aleja tanto de la banalidad hollywoodense como de esa contemplación distante de las obras festivaleras que suelen pintar a la vejez como una antesala abúlica del crepúsculo. Esta hermosa realización respeta a los personajes al punto de abarcarlos en sus contradicciones y en el amor inquebrantable que sienten el uno por el otro, una dignidad que hace eclosión en el extraordinario desenlace para terminar reformulando el sentido último de todo lo visto en pantalla.

 

La Mélodie, de Rachid Hami

FUERA DE COMPETENCIA

Hasta cierto punto se puede afirmar que La Mélodie es una película tradicional sobre el lazo entre un maestro y sus discípulos, pero en esta aseveración hay que aclarar que el trabajo en cuestión también es un “poco más” que simplemente un representante de los resortes habituales del subgénero aleccionador por excelencia, en especial gracias a la decisión del realizador y guionista Hami de enfatizar el sustrato descarnado de las actuaciones vía lo que definitivamente parece ser una tendencia a la improvisación en algunas escenas centrales: hablamos de un film que plantea una concepción muy humanista de la docencia y hasta pondera esa alegría que debería primar para que el proceso educativo sea realmente exitoso y genere consecuencias a lo largo de la vida de los alumnos. El gran protagonista del relato es Simon Daoud (Kad Merad), un violinista profesional que comienza a dar sus primeros pasos como maestro en una escuela primaria con algunos niños un tanto complicados, los cuales asimismo poseen padres igual de enrevesados. La aventura va desde la sensación inicial de Daoud vinculada a no hallarse a sí mismo en un salón de clases, pasa por el propio aprendizaje del rol de profesor y la incorporación de la paciencia/ templanza requerida para no explotar enfrente de todo el mundo ante los dardos de los jóvenes, y finalmente llega al punto de sentirse cómodo en su nueva faceta y no menospreciar la tarea que desempeña a diario. Ahora bien, el factor que diferencia en parte a la realización de otras similares es la labor del elenco infantil, los pequeños estudiantes, porque la característica primordial del convite es el lenguaje “sucio” de los niños (muy masculino en su fascinación con los componentes vedados del idioma), lo que nos lleva a su corolario lógico inmediato, el generoso volumen de peleas en el aula a raíz de la catarata de insultos y majestuosas calumnias que los chicos se dedican entre sí… y que también le regalan al pobre profesor. A pesar de que el opus de Hami cumple y dignifica en el rubro de los dramas de conflictos sociales/ familiares sobre el respeto mutuo y la sanación mediante el arte, a decir verdad resulta innegable que la película podría haber sido mucho mejor si se hubiese introducido algún elemento verdaderamente novedoso en la historia en sí, más allá del detalle formal de las actuaciones al que hacíamos referencia más arriba. La Mélodie saca el mejor partido posible de la relación central, la de Daoud con Arnold (gran desempeño de Alfred Renely), un niño negro que demuestra poseer un talento innato para el instrumento y las ganas necesarias para aprender a tocarlo: hablamos de un vínculo que evita esa parafernalia trágica barata hollywoodense que suele asomar la cabeza en estos casos, ya que aquí no tenemos un conflicto hiper pronunciado de Arnold consigo mismo y/ o una lucha eterna por parte de Daoud en pos de balancear su vocación como violinista y su nueva profesión por necesidad, la docencia. Por suerte los dilemas de cada personaje están trabajados de manera más sutil y se resuelven más con la música que con psicologismos de manual de autoayuda o mesianismo evangelizador. Correcta a rasgos generales y deslumbrante en algunos de sus pasajes, la obra sabe colocar en primer plano toda la felicidad -y las frustraciones, su contracara- que puede generar el hecho de consagrarse a una faena amada a nivel personal, que nos lleva desde el entusiasmo a la pasión lisa y llana.