A diferencia de las callecitas rústicas de Venecia que garantizan perderse por la misma condición antiquísima de la ciudad, la cual no responde -como la gran mayoría de las metrópolis europeas, sean chicas o grandes- a ningún criterio de planificación moderno, la isla de Lido sí respeta algún que otro patrón contemporáneo y permite guiarse bajo la querida fórmula “sigamos derecho por esta calle que llegamos”. No obstante, y como comentamos en su momento en otra de las crónicas del festival, la ironía del asunto es que aquí la estructuración más amigable para el extranjero no sirve de nada porque los dos edificios principales del festival están uno al lado del otro y nadie se salva de tomar el vaporetto para llegar al Lido (recordemos que esta isla es carísima y fundamentalmente residencial, por ello casi todos los asistentes se alojan en la isla principal de Venecia).
Hoy pudimos asistir a las funciones de Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (2017), de Martin McDonagh, y Marvin (2017), de Anne Fontaine: la primera es una fábula tragicómica sobre la militancia de una valiente mujer -interpretada por la enorme Frances McDormand- en pos de que el crimen de su hija no quede impune, y la segunda funciona como un lienzo -entre reflexivo y extasiado- alrededor de la madurez y las experiencias sexuales de un muchacho francés.
En lo que respecta a la conferencia de prensa de Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, tanto el director como la protagonista respondieron enérgicamente a varias preguntas de los periodistas orientadas a enfatizar que la obra parece pintar una imagen hiper crítica de los pueblitos del interior norteamericano, frente a lo cual ambos afirmaron que existen racistas, violentos y estúpidos en todas partes del mundo y que en el pueblo de la película no hay ni más ni menos imbéciles que aquí, allá y en todas partes. A pesar de que también estaban en la sala los coprotagonistas Woody Harrelson y Sam Rockwell, la que tomó la batuta de la conferencia en buena medida fue McDormand: comentó que buscando una referencia para su rol, en esencia una mujer todo terreno que reclama justicia de una manera muy ingeniosa y hace responsable de la falta de sospechosos a la policía local, descubrió que prácticamente todos los personajes similares de la historia del cine son hombres y así se tuvo que conformar con imitar alguna que otra postura corporal de John Wayne.
McDonagh dijo que para garantizar la multidimensionalidad de los personajes suele buscar la humanidad en cada uno de ellos, de modo que no haya blancos o negros sino una gama de grises que abarquen distintas reacciones y perspectivas según la situación que plantea la escena trabajada. McDormand recordó que en el set de filmación hubo un diálogo constructivo/ creativo en el que el realizador y guionista incorporó elementos varios a la historia con vistas a mejorarla. También aclaró que el estilo de McDonagh está más vinculado a un “realismo mágico” que al naturalismo habitual de este tipo de propuestas de sustrato policial, una aseveración que se entiende por los muchos momentos farsescos -bordeando el delirio y la hipérbole- que incluye tanto ésta como las obras previas del cineasta (aun así, vale aclarar que la presente es la más moderada de todas en este rubro). Harrelson, finalmente, comentó que el director es un experto en el arte de extraer la comedia del drama ya que las risas son más eficaces cuando surgen en un contexto serio, lo que también implica que ambas regiones se complementan de manera permanente.
Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, de Martin McDonagh
COMPETENCIA OFICIAL
El rasgo distintivo de Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, léase el elemento que efectivamente la diferencia de otras propuestas similares que aúnan la comedia negra y el film noir, es la estrategia del realizador McDonagh orientada a esquivar la investigación propiamente dicha del crimen de turno para en cambio focalizar la historia en las reacciones que desencadena en la comunidad la indignación de la madre de la víctima, en términos prácticos la única persona que aboga por el esclarecimiento del caso vía el descubrimiento y la detención de por lo menos un sospechoso: mientras que casi cualquier otra película centrada en un homicidio y una violación -en ese orden- en un “pueblo chico, infierno grande” trataría al dolor de los familiares como un factor secundario frente a la pesquisa en sí de los asesinos, aquí McDonagh literalmente hace de la angustia por la muerte del ser querido el eje del relato. La excusa para todo esto es la decisión de Mildred Hayes (Frances McDormand) de comprar el espacio publicitario correspondiente a tres carteles que se ubican al lado de una ruta inhóspita para los forasteros aunque bien visible para los lugareños, con el objetivo manifiesto de incluir una serie de frases que exigen al jefe de policía, el Sheriff Bill Willoughby (Woody Harrelson), que resuelva de una vez por todas el caso de la hija de Mildred, una adolescente que fue raptada, asesinada y violada, y cuyo cuerpo fue hallado cerca de esa área meses atrás. El reclamo en contra de la impunidad, para que la investigación no se estanque y comience a moverse en serio, deriva en una lucha entre Hayes y distintos personajes patéticos del lugar debido al hecho de que Willoughby es muy querido a nivel local… y para colmo está atravesando la etapa final de un cáncer de páncreas. La tercera pata del relato es Jason Dixon (Sam Rockwell), un agente de policía racista, violento y payasesco que en su cruzada en pos de defender a Willoughby de las acusaciones de inoperancia y dejadez no hará más que empeorar las cosas. Como decíamos anteriormente, el opus se propone de manera explícita trazar un juego de relaciones entre estos tres personajes y su entorno inmediato, recurriendo a una idiosincrasia exacerbada ya vista en los trabajos previos del británico, Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008) y Siete Psicópatas (Seven Psychopaths, 2012), frente a los cuales Three Billboards Outside Ebbing, Missouri se abre camino como una superación lógica porque corrige los problemas narrativos de antaño y no divaga para nada en materia de diálogos autocontenidos cercanos al soliloquio liso y llano (la profusión de insultos e injurias entrecruzadas continúa presente, no obstante está mucho mejor encauzada y resulta funcional al progreso de la trama… sin inmovilizarla como ocurría antes). McDonagh logra que los diálogos calcen perfecto con los actores protagónicos sin que se produzca ningún desfasaje en el desarrollo, lo que genera una película muy pareja y coherente que avanza segura hacia el retrato de la frustración de Mildred con la policía y las instituciones, quien jamás -curiosamente- cae del todo en el nihilismo ni llega a perder su fe en la humanidad (de hecho, el director combina una serie de acciones/ reacciones hilarantes que resultan consustanciales con este planteo, incorporando además chispazos de furia que acentúan la comedia inherente a la tragedia y viceversa). Hilarante y poderosa en su perspectiva satírica para con el racismo, el sexismo y la violencia siempre latente de los seres humanos, la obra constituye una maravillosa sorpresa que deja en claro la genialidad absoluta del elenco y la capacidad creativa de McDonagh cuando afloja con la “pose cool” y se deja llevar por una displicencia sosegada que recuerda en parte al cine de los hermanos Joel y Ethan Coen.
Marvin, de Anne Fontaine
ORIZZONTI
Un tópico infaltable del cine francés de las últimas décadas, especialmente en el campo de los dramas de crecimiento, es el del despertar sexual en contextos por lo general castradores, para nada adeptos a la sinceridad, la información esclarecedora y el hambre de experiencias que caracterizan a un período de por sí agitado como la adolescencia. Fontaine es una verdadera experta en el tema ya que lo viene tratando -de manera directa o indirecta, y bajo una multiplicidad de modalidades retóricas- desde hace mucho tiempo. Pensemos para el caso en obras como Las Inocentes (Les Innocentes, 2016), La Ilusión de Estar Contigo (Gemma Bovery, 2014), Madres Perfectas (Adore, 2013), Coco antes de Chanel (Coco avant Chanel, 2009) y Nathalie X (2003), las cuales en su momento tocaron algún aspecto del tópico y hasta por lo general lo llevaron/ adaptaron a las necesidades de las diferentes etapas de la vida. Su último opus, Marvin, lidia específicamente con el asunto y se propone vincularlo con el proceso de creación artística: hoy el devenir se centra en el personaje del título, un muchacho homosexual interpretado en la niñez por Jules Porier y en la joven adultez por Finnegan Oldfield. Viviendo en un contexto muy poco respetuoso o siquiera tolerante (familia numerosa y poco educada, siempre propensa a la violencia para resolver cualquier problema… o para crearlo de la nada), y sin demasiadas perspectivas positivas en el colegio (sufre el constante bullying por parte de un compañero de un curso superior, de quien para colmo está un tanto enamorado), Marvin de a poco comenzará a interesarse en la actuación y tomará clases de teatro que lo llevarán a finalmente poder escapar del presidio familiar/ educativo/ cultural de siempre y enarbolar al arte escénico como un mecanismo para encontrarse a sí mismo. La directora utiliza en todo momento flashbacks y flashforwards con el fin de poner en interrelación la etapa más vulnerable del protagonista, su infancia, con una adultez que también lo encuentra divagando un poco en materia sexual pero ya mucho más seguro de sus inquietudes e intereses en el terreno en cuestión. Se podría decir que la película no aporta nada particularmente novedoso y hasta por momentos abusa de los silencios que -en este caso, literalmente- más que enfatizar determinados estados anímicos, lo que hacen es caer en algunas redundancias del enclave del cine arty pasivo. Sin embargo, Marvin se beneficia mucho de la sensibilidad francesa a la hora de apuntalar las escenas de sexo (sin pudor y con una verdadera sensualidad previa) y embrutecer el relato cuando las frustraciones de los personajes así lo reclaman (aquí juega un papel fundamental esa paradigmática ciclotimia emocional de los galos, léase la capacidad de pasar de la caricia o la palabra de afecto al insulto a los gritos en apenas unos segundos). Sin ser una maravilla ni mucho menos, el convite incluye unos instantes de bello lirismo y cumple su función de abogar por la diversidad y el respeto del prójimo.