En el octavo día del festival se proyectaron dos de las películas más esperadas del certamen, ambas biopics: en primera instancia Genius (2016) de Michael Grandage, una crónica de la amistad entre Maxwell Perkins (Colin Firth), cabecilla de la Editorial Scribner, y el novelista semi olvidado Thomas Wolfe (Jude Law), y en segundo término Miles Ahead (2015) de Don Cheadle, suerte de retrato abstracto de la personalidad y la música del gran Miles Davis (personificado por el propio Cheadle).
A la conferencia de prensa de la primera asistieron el realizador y los protagonistas Firth, Law, Guy Pearce y Laura Linney. Grandage, un director teatral que está dando sus primeros pasos en el cine, dijo que buscó por años un guión interesante para su ópera prima y que al encontrar el de Genius le pareció una gran oportunidad, no sólo para él mismo sino también para los actores. Law comentó que para componer a su personaje se inspiró en los propios libros de Wolfe, de naturaleza autobiográfica, y que -según su perspectiva- el film trata acerca de la búsqueda de una voz propia por parte de un escritor increíblemente talentoso. Firth opinó que su personaje posee una integridad maravillosa, centrada en el hecho de que una y otra vez rehúsa tomar crédito por su trabajo de editor; algo que le parece admirable porque da cuenta de que posee un “espíritu aventurero”, el cual lo lleva precisamente a publicar los libros de Wolfe. En este sentido, el director dijo que siente a la película como la historia de una amistad símil padre e hijo entre el editor y el escritor, analizándose en todo momento ese concepto de legado que siempre está presente en la mente de los artistas. Firth considera que el proceso de edición no es simplemente “limpiar el texto” sino que involucra un desarrollo mucho más creativo en relación al material de base. Finalmente, el director aclaró que el “genio” al que se refiere el título de la película es un ser binario compuesto por ambos protagonistas, una sociedad creativa de hecho.
Genius, de Michael Grandage
COMPETENCIA OFICIAL
Las paradojas de la creación artística, y las herramientas de construcción/ supresión que llevan implícitas, constituyen el eje de la excelente Genius, ópera prima de Grandage y sin duda una de las experiencias más gratificantes que ha ofrecido el festival hasta este momento. Utilizando como excusa la amistad entre Perkins (Firth) y Wolfe (Law), editor de Scribner y joven prodigio de la literatura respectivamente, el opus ofrece por un lado un maravilloso retrato de época (las décadas del 20 y el 30 del siglo XX, con F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway -ambos apoyados en su momento por Perkins- ampliamente establecidos en el mercado norteamericano) y por el otro yuxtapone con sensatez las distintas perspectivas involucradas en la maquinaría editorial (hoy ejemplificada en la efervescencia creativa de Wolfe y la necesidad de Perkins de controlarla para hacerla digerible a los lectores, otorgándole una forma coherente). Aquí sorprende el trabajo de Grandage en lo que atañe a la dirección de actores, con un desempeño exquisito del dúo protagónico a la cabeza: mientras que Firth sigue siendo la personificación misma de la destreza natural en su oficio, Law entrega una de las mejores composiciones de su carrera, transmitiendo la intensidad que requería tanto Wolfe como la película en su conjunto. Otro de los pilares que aportan a la complejidad conceptual de fondo es el guión del errático John Logan, responsable de Gladiador (Gladiator, 2000) y El Aviador (The Aviator, 2004), entre otras; combinando una buena tanda de prosa recitada, el espíritu conciliador de las colaboraciones, el derrotero de los workaholics sin remedio y una serie de detalles cercanos al triángulo vincular, en especial si tenemos en cuenta las interesantes intervenciones de Aline Bernstein (gran desempeño de Nicole Kidman), la pareja del escritor, una mujer fascinante que se aferra demasiado al ciclotímico Wolfe. La propia esencia de Genius, la de una gloriosa carta de amor a la literatura, la coloca en una posición privilegiada en un mainstream adepto a las lágrimas o las risas fáciles, que suele desconocer los pormenores del arte solitario de los márgenes.
Miles Ahead, de Don Cheadle
BERLINALE SPECIAL
Si recordamos que venimos de un año caracterizado por tres propuestas musicales maravillosas como Straight Outta Compton (2015), sobre N.W.A., Love & Mercy (2014), acerca de Brian Wilson de The Beach Boys, y Amy (2015), sobre la malograda Amy Winehouse, una obra tan caótica e insuficiente como Miles Ahead hasta puede resultar decepcionante, sin embargo hay que tener en cuenta la figura retratada en esta oportunidad, nada más y nada menos que Miles Davis, uno de los artistas más difíciles de calificar dentro del generoso catálogo del siglo pasado. El debut de Cheadle detrás de cámaras, un talentoso actor reconvertido en director, adopta una clásica estrategia narrativa de las biopics, la de centrarse en un período de enajenación y/ o reclusión dentro de la trayectoria del retratado, para así invocar mediante flashbacks algunos momentos determinantes de su vida/ carrera: el realizador, guionista y productor decide concentrarse en el segundo lustro de la década de los 70, cuando un Davis -en la piel de Cheadle y dedicado al ostracismo- estaba encerrado en su departamento en medio de un vendaval de drogas, paranoia y violencia; contexto que encuentra su contrapunto en la relación del susodicho con Frances Taylor (Emayatzy Corinealdi), su primera esposa, matrimonio que dura unos diez años a lo largo de los 50 y 60.
La película funciona como una gran balanza en la que los puntos a favor y en contra están continuamente en una misma dimensión, por suerte volcando la experiencia hacia el saldo positivo, especialmente gracias al sacrificio y enorme inteligencia de Cheadle al momento de componer al trompetista, un trabajo que rankea entre lo mejor de su carrera actoral por lejos. El problema principal del film lo encontramos en el apartado formal/ estructural, ya que si bien la música está presente, lamentablemente la película privilegia una trama prescindible alrededor del robo de unas grabaciones del período (alegoría de su perfeccionismo de índole experimental) y el atajo narrativo del recuerdo fantasmal de su relación con Taylor (aparentemente el origen de las frustraciones del tramo final de su carrera). En vez de construir un lienzo realmente abarcativo del fascinante viaje de Miles a lo largo de los años, Cheadle creó un opus algo esquemático que pretende reproducir aquel espíritu agresivo sobre todo a nivel de su vida privada, para colmo cargándole al retratado los dilemas relacionados con un pasado glorioso que ya no volvería más: en este sentido deben leerse las constantes referencias a álbumes como Birth of the Cool (1957), Kind of Blue (1959) o Sketches of Spain (1960), estrategia retórica que enfatiza su redundancia -vía el entramado de flashbacks- a través de la también aparición continua del Someday My Prince Will Come (1961), en cuya portada hallamos una foto de Frances (Davies la mira una y otra vez, y siempre se pierde en ella). Aún con sus inconsistencias e imprecisiones, el film cuenta con momentos de gran dinamismo y en conjunto constituye un buen primer paso hacia una biografía futura de Davies que abarque toda su carrera y profundice en su devenir profesional, dejando de lado los clichés ya anacrónicos que patentó la apabullante Toro Salvaje (Raging Bull, 1980).