En la jornada previa a la finalización del festival, por un lado ya se comienza a vaciar el Lido y por el otro se percibe en el aire la desesperación de los últimos momentos, esa vinculada a la necesidad de rastrear de arriba a abajo el cronograma de funciones para dar con esa oportunidad final de encontrarse con la o las películas que entusiasman a cada espectador, vía gustitos personales y esa infaltable actitud -de corte universal, sin lugar a dudas- de dejar casi todo para último minuto. Así las cosas, en esta fecha número nueve pudimos ver Sweet Country (2017), de Warwick Thornton, y Loving Pablo (2017), de Fernando León de Aranoa. La primera es un western indigenista que pone a la justicia y el etnocentrismo en el foco de la tormenta, y la segunda analiza la famosa relación romántica entre Pablo Escobar (Javier Bardem) y la periodista y conductora de TV Virginia Vallejo (Penélope Cruz) durante la década del 80.
En lo referido a la conferencia de prensa de Sweet Country, a nivel general se aclaró que la película está basada en hechos reales y el director dijo que encaró el proyecto por la sencilla razón de que le encantó el guión, aunque de todas formas comentó que estaba aterrorizado porque en su segundo opus de ficción, luego de Samson and Delilah (2009), frente a lo cual dijo temer -broma de por medio- que todos descubrieran que era un “fraude”. Asimismo Thornton argumentó que la lucha de los pueblos originarios de Australia por ser respetados sigue en el candelero público del país (de hecho, el protagonista del film es un aborigen, un hombre que es perseguido por las autoridades por matar en defensa propia), por ello la propuesta se presenta como una reconstrucción de un caso testigo del maltrato y la depredación colonialista, funcionando como una génesis de este estado actual de cosas. El realizador comentó que el enfoque narrativo elegido, con numerosos flashbacks de corta duración, remite a la idiosincrasia aborigen y una cosmovisión que unifica pasado, presente y futuro.
Bryan Brown, quien interpreta a uno de los principales antagonistas del film, afirmó que le interesó el proyecto porque examina la desolación, la vida militar, su locura y las vejaciones que padecen los aborígenes en Australia. Ante una pregunta sobre el contexto político contemporáneo de la nación, el realizador ironizó diciendo que está todo perfecto, que están por ingresar a la Unión Europea y que reciben a muchos turistas británicos. Brown, por su parte, opinó que la situación política australiana, como la del resto del mundo, está muy polarizada con la existencia de muchos partidos que no se ponen de acuerdo en casi nada. Sam Neill, que también estaba presente en la sala porque compone a un secundario fundamental en el relato, tiró una suerte de chiste interno/ localista bromeando sobre la posibilidad de que un neozelandés gobierne Australia para que los problemas del país se terminen de una vez por todas (aclaremos de paso que Neill es efectivamente neozelandés de crianza, aunque nació en Irlanda). Thornton, finalmente, dijo que es un gran fan de las películas de Enzo Barboni con Terence Hill y Bud Spencer, en esencia Me Llaman Trinity (Lo Chiamavano Trinità, 1970) y Me Siguen Llamando Trinity (Continuavano a Chiamarlo Trinità, 1971), y hasta aclaró que el western clásico le resulta interesante pero los personajes eran demasiado buenos y él prefiere los antihéroes.
Ya pasando a la charla con la prensa en la inefable Sala Perla 2 con motivo de Loving Pablo, Bardem -no sólo protagonista, sino también productor del film- dijo que el actor no debe enjuiciar a los personajes sino construirlos lo mejor posible: afirmó que en su labor hizo una lectura de Escobar que incluye sus contradicciones, como por ejemplo el hecho de que el capo narco era efectivamente un padre amoroso y a la vez un monstruo que destrozó un montón de familias. Cruz comentó que desde su punto de vista el cine no está hecho para cambiar al mundo pero conlleva su responsabilidad como cualquier otro trabajo, por ello investigó mucho para componer a Vallejo, un personaje complejo (la mujer real vive actualmente en Miami, sin embargo Cruz no tuvo ningún contacto con ella). Dijo que prefiere reservarse su opinión sobre la periodista y aclaró que se propuso comprenderla en su doble rol de primero hacerse la desentendida en relación al negocio de Gaviria y luego declarar en su contra bajo el amparo de la DEA. Consultados todos en torno al hecho de que la obra está hablada en inglés en vez de castellano, Bardem fue tajante diciendo que es una ley del mercado de la que todos somos responsables, ya que pasado determinado presupuesto no se puede encarar un proyecto en otro idioma que no sea el inglés si se tienen pretensiones de alcance internacional. Como una forma de compensar este dilema de la lengua, León de Aranoa afirmó que la película se rodó en Bogotá y que todos los actores son colombianos excepto los españoles Bardem y Cruz, en función de que se buscó explícitamente mantener el espíritu autóctono y garantizar que el acento preponderante de la película sea el local, el colombiano, el de los protagonistas originales de semejante historia.
El actor y productor recordó que el animal favorito de Escobar, entre todos los que componían el zoológico personal de su finca, era el hipopótamo, una criatura gigantesca, pesada, rechoncha y lenta pero también uno de los animales que más muertes causa en África año a año por su gran ferocidad, lo que bien funciona como una metáfora del propio Gaviria, su generosa panza y el nivel de sadismo que manejaba para con cualquiera al que considerase su enemigo. En este sentido, Bardem aclaró en varias oportunidades que su necesidad de comprender al personaje no se condice con una identificación ni nada por el estilo, llegando al punto de afirmar que siempre dejaba en el set de filmación a Escobar y nunca lo llevaba a su hogar luego del trabajo. El realizador justificó la perspectiva tangencial que ofrece la historia, la cual está narrada a través de los ojos de Vallejo, diciendo que resulta fascinante el derrotero de una mujer que en su momento formaba parte de la alta burguesía mediática bogotana: la del opus es una narración “desde afuera” aunque llega al seno mismo del mundo de Escobar por la intimidad que compartieron los protagonistas. Bardem opinó que Gaviria fue una persona con una enorme necesidad de respeto, y que por ello sembró miedo y terror a su alrededor creando una situación que eventualmente lo terminó volviendo loco. El español también comentó que según su parecer hoy en día México sufre lo que Colombia en aquellos años, con un inaudito nivel de violencia en las calles de las principales ciudades del país.
Sweet Country, de Warwick Thornton
COMPETENCIA OFICIAL
Si bien la tradición de los westerns la podemos encontrar en un gran número de propuestas de nuestros días, a decir verdad el género en sí -desde hace muchas décadas ya- está limitado a apenas un puñado de exponentes por año que siempre impiden certificar su defunción definitiva. Menos frondosa aún es la vertiente específica lacónica/ lírica, principalmente debido a que la enorme mayoría de los westerns contemporáneos se juegan por una perspectiva más agitada, vinculada a los spaghettis de los 60 y 70 (por suerte la versión clásica, relacionada con fascistas/ chauvinistas como John Ford, está muerta desde hace una eternidad). Sweet Country recupera el ritmo sosegado de los westerns crepusculares del enorme Sam Peckinpah para volcarlo hacia un retrato tan poético como visceral del período colonial de Australia, en el que los terratenientes británicos mantuvieron un esquema social basado en una superioridad que condenaba a los aborígenes a un estado de marginación y explotación tendiente a garantizar una infinidad de abusos símil esclavitud lisa y llana. La historia tiene por eje la muerte de Harry March (Ewen Leslie), un ex soldado que en su enajenación gustaba de violar, disparar y encadenar a los locales… y por ello mismo deja este mundo de la mano de Sam Kelly (Hamilton Morris), un aborigen que debe escapar -en un contexto de racismo, alienación y caza de brujas non stop- por este asesinato en defensa propia. Lo que sigue a continuación es una persecución tras Sam y su esposa, encabezada por el Sargento Fletcher (Bryan Brown), a través de un páramo australiano caracterizado por el desierto y las tribus que todavía no fueron reconvertidas a la idiosincrasia del “hombre blanco”. El director Thornton avanza lentamente aunque con seguridad hacia la denuncia amarga de este panorama de ignorancia generalizada (los colonos son la encarnación perfecta de la estupidez segregacionista, con la única salvedad de Fred Smith, un hombre muy religioso interpretado por Sam Neill, y los aborígenes tienen mil problemas de interpretación simbólica para defenderse como es debido y plantarse ante las injusticias) y hacia una aproximación semi ensoñada del sentir multiétnico/ pluricultural de Australia en su conjunto (un recurso muy utilizado por el realizador es la inserción de mini flashbacks en la presentación de cada personaje y/ o en algún punto álgido de su devenir, tanto a modo de explicación como buscando la finalidad lírica ya señalada). Como muchas obras previas que analizaron el vínculo entre la cultura y el racismo, Sweet Country se muestra muy pesimista en consonancia con lo que sucede efectivamente en la realidad, un enclave en donde el odio y los prejuicios se reproducen sin parar y por lo general no tienen “cura”, por lo menos en lo referido a la vida de cada uno de los bobos reaccionarios de turno (sólo de generación en generación el asunto puede experimentar algún tipo de progreso que nos acerque al respeto). El desempeño de Morris en especial es de destacar porque el actor consigue construir -con pocos gestos y una configuración corporal muy limitada- un personaje de actitudes complejas, capaz de adaptarse al contexto con perspicacia y de repente caer de nuevo en la ingenuidad y el miedo a los amos blancos. La fuerza del film es de lo más sutil y está bien direccionada, siempre compensando su falta de originalidad con una convicción narrativa notable.
Loving Pablo, de Fernando León de Aranoa
FUERA DE COMPETENCIA
Ya podemos ir concluyendo que el “mega tópico Pablo Escobar Gaviria” está al borde del agotamiento terminal porque el volumen de biopics televisivas y cinematográficas ha llegado a ser tan generoso que hoy por hoy no debe haber ni un solo entusiasta/ interesado en la vida del señor que no conozca todos los pormenores del último jefe absoluto del tráfico mundial de drogas, antes de la reconversión del sistema piramidal de antaño hacia la estructura símil nodo autónomo correspondiente a nuestros días. Loving Pablo, la flamante adición a la lista, es un film correcto que supera -por su ambición y coherencia- a Escobar: Paraíso Perdido (Escobar: Paradise Lost, 2014), aquella deslucida obra de Andrea Di Stefano con el gran Benicio Del Toro como el mítico capo narco. Ahora es otro gigante de la actuación el encargado de interpretar a Escobar, nada menos que Javier Bardem, quien lleva a cabo un trabajo prodigioso en el campo del mimetismo y la disposición física en general. Este opus de León de Aranoa, el español de Los Lunes al Sol (2002), Princesas (2005) y A Perfect Day (2015), adopta un mecanismo narrativo muy utilizado por las biopics norteamericanas y europeas de las últimas décadas para subsanar en parte la saturación que padecen determinadas temáticas como la presente: hablamos de una perspectiva alternativa orientada a analizar la figura principal (otras modalidades del rubro pasan por centrarse en un período específico, por profundizar en una faceta poco conocida o totalmente ignota y por la estrategia de construir un retrato tipo mosaico conformado por una pluralidad de testimonios individuales). En esta oportunidad la óptica elegida es la de Virginia Vallejo, una famosa periodista y conductora televisiva colombiana que protagonizó un affaire con el jefe del Cartel de Medellín durante varios años. Lo verdaderamente curioso de Loving Pablo es que a pesar de esta mirada que se nos presenta como oblicua, la película en sí es bastante tradicional en su crónica de unos acontecimientos que arrancan con la coronación simbólica de Escobar -a principios de la década del 80- como “rey de la cocaína”, pasan por sus malogradas experiencias en la política y finalizan con su muerte en diciembre de 1993, asesinado por miembros de la milicia y los grupos parapoliciales que -al igual que el mismo protagonista- sembraron una infinidad de cadáveres en Colombia por aquellos tiempos. El film por suerte nos ahorra la dialéctica barata del triángulo amoroso con su esposa y su amante (aquí no hay lloriqueos ni histeria ni reclamos eternos femeninos) y ese mecanismo narrativo hiper quemado de los flashbacks y flashforwards sucesivos que más que complementar la historia, lo que hace en realidad es fragmentarla y conducirla al terreno de un caos que no arroja saldo positivo en términos de la progresión dramática (el clasicismo retórico de León de Aranoa le juega muy a favor al convite ya que el ardid de que la narradora sea Vallejo, interpretada por una exquisita Penélope Cruz, viabiliza una mirada periodística/ didáctica que nunca se siente forzada). Considerando que ya no es posible hallar una faceta novedosa sobre Gaviria, y que muchos retratos recientes se quedan en un sensacionalismo bastante pobretón en lo que atañe a sistematizar el derrotero de un personaje tan fascinante y aborrecible al mismo tiempo, Loving Pablo a fin de cuentas es prolija y como plus nos ofrece la presencia de dos grandes actores en los papeles centrales, lo que de por sí hoy ya es más que suficiente.