Cuesta un poquito reconocerlo a la distancia pero lo más cerca que estuvo el mainstream cinematográfico del Primer Mundo de desarrollar de manera extensiva y clara algo así como un thriller de cadencia bien existencial, que indague en las premisas contradictorias, compulsivas o más bien ridículas que se mueven por detrás de las fachadas cotidianas de los sujetos, fue el cine de espionaje, por supuesto no el tontuelo modelo James Bond/ 007, siempre de impronta caricaturesca y orientado al consumo rápido sin exigencias, sino ese cercano al acervo prototípico de David John Moore Cornwell alias John le Carré, léase la idea de la banalidad de la profesión de turno, el canibalismo que la motiva, la ambigüedad ética de los personajes y cierta intercambiabilidad farsesca de los bandos en pugna, sean éstos los de Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, aquellos de la Guerra Fría, o las facciones actuales correspondientes a la globalización y el declive del imperialismo capitalista norteamericano, hablamos desde ya del choque entre los grandes conglomerados empresarios, los gobiernos de las naciones centrales, el terrorismo, los organismos internacionales de crédito y otros ejes de poder amorfo disuasorio como China o la nueva Rusia. Dejando de lado el film noir o policial negro, un género que recorrió un periplo semejante al thriller de espionaje en términos históricos pero apuntó mucho más a la decadencia social en detrimento de esa condición humana quejumbrosa que tanto fetichizó el existencialismo, son precisamente los agentes secretos taciturnos símil le Carré -tradición que va desde El Espía que Vino del Frío (The Spy Who Came In from the Cold, 1965), de Martin Ritt, hasta El Topo (Tinker Tailor Soldier Spy, 1974), de Tomas Alfredson- quienes unificaron el suspenso con los cuestionamientos más o menos enrevesados alrededor del quid de cada mortal, desde ya en pantalla homologado al funcionamiento de un servicio de inteligencia que de inteligente tenía muy poco porque la traición era moneda corriente, la confusión siempre decía presente y los secretos en última instancia no valían nada de nada.
Cuando se estrenó Essential Killing (2010), maravilla del polaco Jerzy Skolimowski, tanto la prensa como el público se sintieron algo mucho desconcertados ante una película que hacía de la abstracción su principal arma porque el protagonista de turno, en la piel de Vincent Gallo, no pronunciaba ni una palabra en todo el metraje, el lugar donde sucedía la acción jamás era aclarado y para colmo los otros personajes en general carecían de nombre hasta que aparecían los créditos finales. La faena, centrada en un largo escape por parte de un prisionero musulmán en pos de su supervivencia tras las incursiones estadounidenses en Medio Oriente luego de los atentados del 11 de septiembre del 2001, estaba estrechamente vinculada a una realización previa y prácticamente idéntica a escala conceptual de Joseph Losey, Figuras en un Paisaje (Figures in a Landscape, 1970), una rara avis hasta la médula que junto con el film de Skolimowski constituye el súmmum de lo que podría definirse como el thriller minimalista llevado a la hipérbole o quizás ese suspenso existencial al que nos referíamos con anterioridad y que jamás pudo desarrollarse de manera pura y sostenida -ni en el mainstream ni en el indie- por fuera de las referencias políticas, estatales, bélicas o de contienda interimperial. La propuesta, escrita por la también estrella Robert Shaw, señor que se hizo famoso en los 50 como actor televisivo para luego despuntar como dramaturgo, escritor y guionista, está basada en una novela de dejo autobiográfico del mismo título de 1968 de Barry England, un veterano del Ejército Británico que se la pasó escribiendo libros y obras de teatro relacionados con la vida, sinsabores y códigos que engloban la profesión militar, sustrato específico que en pantalla incluso se diluye porque los dos protagonistas del opus literario, Ansell y MacConnachie, son retratados explícitamente como prisioneros de guerra fugados pero sus contrapartes del film de Losey, compuestos respectivamente por un jovencísimo Malcolm McDowell y el estupendo Shaw, carecen de toda precisión en lo que atañe a su identidad y las condiciones concretas de su estrafalario y misterioso martirio.
Aquí MacConnachie y Ansell son dos sujetos de los que no sabemos casi nada y que se la pasan huyendo en un paisaje semi montañoso de un helicóptero negro de origen francés, el Aérospatiale Alouette II, que podría asesinarlos cuando quisiese aunque opta por torturarlos volando bajo sin que el dúo de raudos fugitivos pueda hacer algo al respecto porque sus manos están atadas con cuerdas en la espalda. Si bien la dialéctica cíclica de la evasión no tiene nada de sobrenatural porque de hecho vemos a dos personajes a bordo de la nave con rostros ocultos por cascos, el piloto (Henry Woolf) y el copiloto (Christopher Malcolm), lo que implica que estamos lejos de la fantasía fuertemente terrorífica de acoso sobrenatural impersonal de dejo automovilístico a lo Reto a Muerte (Duel, 1971), de Steven Spielberg, El Auto (The Car, 1977), de Elliot Silverstein, Christine (1983), de John Carpenter, y Ocho Días de Terror (Maximum Overdrive, 1986), de Stephen King, la verdad es que Figuras en un Paisaje no necesita de demasiado artificio para mantener la tensión a lo largo de las dos horas a raíz de la generosa inteligencia visual de Losey y sus tres directores de fotografía, Henri Alekan, Peter Suschitzky y Guy Tabary, y gracias a la colección de peripecias que debe atravesar la dupla para salir con vida en medio de una aridez siempre preocupante, pensemos en el episodio del asesinato del pastor para conseguir un chuchillo que no tenía, el robo de pertrechos, un rifle y algo de pan a una viuda que custodiaba en medio de la noche el cadáver de su marido (Pamela Brown), los desacuerdos entre ambos en materia de seguir juntos o separarse una vez que ya logran cortar las cuerdas, aquel homicidio del copiloto cortesía de un MacConnachie que demuestra ser un tirador experto, la necesidad de refugiarse en un terreno cultivado por campesinos mientras los asedian los soldados y llueven bombas incendiarias desde el aire y por último esa incursión furtiva contra la base castrense donde el helicóptero suele reabastecerse de combustible, lo que deriva en la fuga hacia una montaña nevada fronteriza y en el duelo final con nuestro “ángel de la muerte”.
Trabajo revolucionario para el esquema estándar del cine de género de las décadas del 60 y 70, uno que a la súper acción la respetaba demasiado al punto de encerrarla en estanterías herméticas que a lo sumo admitían alguna que otra fusión con otros géneros también duros, Figuras en un Paisaje jamás aclara el contexto, las razones u objetivo del acecho y apenas si ofrece algo de información mediante los diálogos entre el veterano MacConnachie y el jovenzuelo Ansell como si fuesen prófugos precarios de la dictadura franquista -el ámbito de rodaje, nada menos- en camino hacia Francia o quizás Portugal, así descubrimos que el muchacho es un mujeriego y trabajó en una tienda por departamentos de Londres, Fortnum & Mason, y que el primero tiene dos hijas y está o estuvo casado con una fémina que tuvo que hacerse una cirugía estética -maxilar de plástico incluido- porque un perro la atacó en un bar que pertenecía al tío de la mujer. Si bien la película responde a preocupaciones y características fundamentales del cine de Losey, en línea con el enigma, las confusiones, el surrealismo, la ironía, el absurdo, los laberintos mundanos y el manto impiadoso del poder de El Merodeador (The Prowler, 1951), Por la Patria (King & Country, 1964), El Otro Sr. Klein (Mr. Klein, 1976) y su famosa trilogía con guiones de Harold Pinter, aquella de El Sirviente (The Servant, 1963), Accidente (Accident, 1967) y El Mensajero del Amor (The Go-Between, 1971), resulta innegable que la realización es tan insólita y está tan bien ejecutada -por un lado respetando la vertiginosidad comercial y por el otro limitando los datos al mínimo, algo impensable para un opus del mainstream- que se corta sola mediante su conjunción de locura, calvario y “pareja dispareja” de índole quijotesca, siempre con una gran desesperación de fondo moviéndose entre el estudio del thriller como género, la fábula acerca de la Guerra de Vietnam, el ejercicio experimental tácito, el cine cuasi testimonial de acción, el retrato de un choque generacional, la alegoría sobre la soledad bucólica, la faena bélica camuflada y la metáfora moral acerca de la persecución política o hasta ideológica…
Figuras en un Paisaje (Figures in a Landscape, Reino Unido/ España/ Estados Unidos, 1970)
Dirección: Joseph Losey. Guión: Robert Shaw. Elenco: Robert Shaw, Malcolm McDowell, Henry Woolf, Christopher Malcolm, Andy Bradford, Warwick Sims, Roger Lloyd Pack, Robert East, Tariq Yunus, Pamela Brown. Producción: John Kohn. Duración: 109 minutos.