Luciano Ercoli fue uno de los tantos profesionales cinematográficos italianos de los años 60 y 70 que se pasearon por las distintas modas comerciales en lo que atañe al ámbito nacional y europeo, fundamentalmente saltando del spaghetti western, una acepción de izquierda del western fascistoide y racista clásico yanqui, al giallo primero, léase aquella conjunción de enigmas truculentos y estilización visual llevada a la hipérbole, y el poliziottesco después, algo así como un film noir de acción correspondiente a la agitación política y mafiosa de los Años de Plomo en Italia (1968-1988). Luego de un comienzo como productor, etapa en la que se destacan una relectura de la célebre creación de Marcel Allain y Pierre Souvestre, Fantomas (1964), gran opus de André Hunebelle, una trilogía de parodias con el legendario comediante Totò, El Comandante (Il Comandante, 1963), de Paolo Heusch, ¿Qué Pasó con el Bebé Toto? (Che Fine ha Fatto Totò Baby?, 1964), de Ottavio Alessi, y Toto de Arabia (Totò d’Arabia, 1965), de José Antonio de la Loma, un par de exploitations de 007/ James Bond, OSS 117 se Vuelve Loco (OSS 117 se Déchaîne, 1963) y OSS 117: Furia en Bahía (Furia à Bahia pour OSS 117, 1965), ambas de Hunebelle, y especialmente aquel exitoso díptico del spaghetti western de Una Pistola para Ringo (Una Pistola per Ringo, 1965) y El Retorno de Ringo (Il Ritorno di Ringo, 1965), las dos dirigidas por Duccio Tessari y protagonizadas por Giuliano Gemma como el personaje titular, Ercoli salta a la dirección de la mano de una trilogía de giallos de muy buena factura técnica, Las Fotos Prohibidas de una Buena Señora (Le Foto Proibite di una Signora per Bene, 1970), La Muerte Camina con Tacos Altos (La Morte Cammina con i Tacchi Alti, 1971) y La Muerte Acaricia a Medianoche (La Morte Accarezza a Mezzanotte, 1972), tres colaboraciones con el equipo formado por los guionistas Mahnahén Velasco y Ernesto Gastaldi y los actores españoles Simón Andreu y Nieves Navarro, esta última trabajando bajo el seudónimo de Susan Scott.
Resulta indudable que la “fase giallo” de la trayectoria de Ercoli, como solía ocurrir entre tantos de sus colegas de aquel tiempo, demostraría ser algo transitoria ya que el susodicho pronto pegaría flamantes volantazos demenciales que pueden resumirse en la inesperada aparición de un par de realizaciones de época que dirigió bajo el apodo afrancesado de André Colbert, El Hijo de la Sepultada Viva (Il Figlio della Sepolta Viva, 1974) y La Joven Lucrecia (Lucrezia Giovane, 1974), un más que digno poliziottesco, La Policía Tiene las Manos Atadas (La Polizia ha le Mani Legate, 1975), e incluso dos comedias criminales, Demasiado Riesgo para un Hombre Solo (Troppo Rischio per un Uomo Solo, 1973) y La Estafa (La Bidonata, 1977), ésta el canto del cisne del realizador y un caso rarísimo porque se decidió no estrenarla en su momento por el secuestro del productor Niccolo De Nora al punto de que quedó inédita durante casi 30 años hasta que se descubrió una copia y pudo ser editada en DVD en 2006, sin embargo hoy en día sólo subsiste en la memoria cinéfila internacional, de entre todo este variopinto recorrido cinematográfico de Ercoli, su trilogía de giallos y especialmente el maravilloso eslabón intermedio, La Muerte Camina con Tacos Altos, uno de los representantes más extremos y bizarros del rubro debido a un guión que propone varias vueltas de tuerca, manotazos de ahogado e inefables saltos al vacío que por momentos generan confusión y en otras oportunidades logran estampar una rúbrica cuasi alucinada en una historia de lo más delirante y atractiva, capaz de pasar del thriller de acoso con detalles eróticos, enmarcados en el hampa y el ecosistema prostibulario metropolitano de la época, al film noir voyeurista bucólico, uno que para colmo guarda una fuerte relación con los engranajes del melodrama y el formato de “pueblo chico, infierno grande”, para a posteriori virar hacia una epopeya detectivesca de pulso sardónico, arquetipos llamativos y una retahíla de misterios y crímenes superpuestos con pistas un tanto mucho contrastantes.
Si bien Velasco en esencia era un asistente de dirección reconvertido en guionista y muy pegado a su claro padrino artístico, Ercoli, Gastaldi en cambio se abrió camino como uno de los libretistas más prolíficos y heterogéneos de aquella “era dorada” del cine de género italiano de las décadas del 60, 70 y 80, llegando a trabajar para gente como Riccardo Freda, Giuliano Carnimeo, Robert Aldrich, Sergio Leone, Antonio Margheriti, Mario Bava, Elio Petri, Umberto Lenzi, Sergio Martino, Fernando Di Leo, Tonino Valerii, Ruggero Deodato, Damiano Damiani y Sergio Corbucci, entre muchos otros. La trama, como decíamos con anterioridad una de las más convulsionadas e inusuales del apogeo del giallo, comienza con el asesinato en un tren en dirección a España de un ladrón especializado en cajas fuertes, Ernest Rochard, por parte de lo que parece ser un cómplice tenebroso de ojos azules en busca del botín del último atraco, unos diamantes valuados en 700 millones de francos, a raíz de ello es interrogada por la policía su hija, Nicole Rochard (la bella Navarro, futura esposa de Ercoli y por entonces ya su actriz fetiche), una stripper francesa que trabaja en cabarets de París como Crazy Horse y Kit Kat y está de novia con un hombre desocupado y borrachín, Michel Aumont (Andreu). La fémina empieza a recibir llamadas amenazantes para que revele dónde están los diamantes que robó su padre y el loquito de turno entra a su departamento para asustarla, por ello decide marcharse cuando encuentra en el baño unos lentes de contacto azules que parecen ser de Michel, así termina viajando hacia Londres en brazos de un admirador británico, Robert Matthews (Frank Wolff, en los momentos previos a su suicidio por depresión en ese mismo 1971), un médico misterioso dueño de una clínica oftalmológica que está separado de su mujer aunque sin divorciarse, la ricachona Vanessa Matthews (Claudie Lange). Contra todo pronóstico surge el amor entre Nicole y Robert bajo la mirada de personajes algo siniestros como el cuidador de la residencia campestre del doctor, Hallory (Luciano Rossi), y un sujeto que está por venderle un barco, el Comandante Lenny (George Rigaud), hombres muy interesados en la Señorita Rochard. Todo se va bien al demonio cuando Nicole desaparece, Matthews recibe un disparo cortesía de una mujer enigmática y frente a un paciente semi ciego, Smith (José Manuel Martín), y encima unos pescadores encuentran en sus redes el cadáver del personaje de nuestra Navarro alias Scott.
A pesar de que buena parte del desarrollo narrativo obedece a un tono serio que continúa en la segunda mitad del convite, sobre todo por la llegada al Reino Unido del exasperado Michel y el esperable homicidio de Vanessa bajo el arma blanca del villano de ojos azules penetrantes, en realidad el sustrato erótico complementario de la primera mitad del relato, correspondiente a los bailes libidinosos de la putona Nicole, eventualmente es reemplazado -justo después del óbito de la que parecía ser la protagonista símil Psicosis (Psycho, 1960), de Alfred Hitchcock- por chispazos permanentes de comedia negra, en especial aquellos homologados a la borrachera del novio desairado, la imposibilidad de tomar tranquilo un café por parte del policía asignado al caso, el Inspector Baxter (Carlo Gentili), los diálogos desopilantes que mantiene con su segundo/ asistente, Bergson (Fabrizio Moresco), y la misma presencia de personajes secundarios algo lunáticos como Peggy (Rachela Pamenti), la verborrágica dueña del pub bucólico, y los mencionados Hallory y Lenny, el primero un travesti que adora calzarse los vestidos de la stripper y el segundo un vecino voyeurista que se la pasa espiando a Nicole todas las noches y así atestigua cómo la esposa del médico le entrega cinco mil libras a la ninfa para que se vaya, comunicándole además que Ernest y Robert fueron socios en el delito hasta que Matthews optó por traicionarlo para quedarse con los diamantes. Ercoli, un realizador a veces un tanto torpe a nivel dramático y tendiente a engolosinarse demasiado con la faceta sexploitation de la historia de turno, aquí ofrece un muy buen equilibrio entre los distintos ingredientes del film y se las arregla de maravillas para mantener el suspenso a lo largo de las coloridas metamorfosis de fondo y la seguidilla de sospechosos que entrega la realización, desde el paparulo de Michel y los “perversos evidentes”, léase el comandante y el casero, hasta Smith, Vanessa y su marido, linda fauna que simboliza el choque entre la Europa consagrada a la revolución sexual y su homóloga conservadora que prefiere la represión de aquella sociedad tradicional previa a la Segunda Guerra Mundial. Superando visiblemente a Las Fotos Prohibidas de una Buena Señora y La Muerte Acaricia a Medianoche, La Muerte Camina con Tacos Altos constituye un giallo tan estrafalario como hipnótico que no se toma en serio a sí mismo y juega con el latiguillo conceptual favorito de Ercoli, ese del amante pérfido que engaña y/ o fagocita a su pareja…
La Muerte Camina con Tacos Altos (La Morte Cammina con i Tacchi Alti, Italia/ España/ Reino Unido/ Francia, 1971)
Dirección: Luciano Ercoli. Guión: Ernesto Gastaldi y Mahnahén Velasco. Elenco: Nieves Navarro, Frank Wolff, Simón Andreu, Carlo Gentili, George Rigaud, José Manuel Martín, Fabrizio Moresco, Luciano Rossi, Claudie Lange, Rachela Pamenti. Producción: Luciano Ercoli y Alberto Pugliese. Duración: 108 minutos.