Vortex

Diapositivas de un hogar moribundo

Por Martín Chiavarino

Gaspar Noé no es un director que haga películas para entretener ni para divertir, ni nada que se le parezca. Sus películas pretenden romper con el continuo del tiempo y el espacio, sacar al espectador de su zona de confort y de su complacencia para hacerlo reflexionar sobre aquello que preferiría ni siquiera ver, traumándolo en el camino, infringiéndole un daño psicológico permanente, si es que eso es posible, en su pequeño y patético mundo de certezas, abriendo las posibilidades de pensar el infinito, una vez más, si es que eso es siquiera posible.

 

El realizador de Solo contra Todos (Seul Contre Tous, 1998) es siempre consecuente con esta premisa de golpear al espectador, desde la estética, la tipografía y la presentación de los títulos hasta las escenas y la construcción narrativa, en obras realmente difíciles de digerir para el público cinematográfico medio, y Vortex (2021), su último largometraje hasta la fecha, no es la excepción.

 

Françoise Lebrun y Dario Argento componen a una pareja de ancianos que viven en Francia. Muy poco se sabe de ellos. Él es un crítico de cine retirado en una era en la que la crítica cinematográfica ya no significa nada y ella es una psicóloga que se autoprescribe fármacos que probablemente no le hagan bien. Él está escribiendo un ensayo sobre la relación del cine con los sueños, ella tiene demencia y pierde la noción de la realidad. Mientras él escribe notas para su libro, ella deambula perdida por la casa. Ambos tienen un hijo adulto, Stéphane (Alex Lutz), y un nieto, Kiki (Kylian Dheret). Él se preocupa por la salud mental de su esposa, su estado, sus salidas, pero no está dispuesto a abandonar el hogar e ir a un geriátrico con su mujer, como propone Stéphane. Los tres personajes componen a una familia, una escena completa pero a la vez fragmentada de criaturas que no pueden identificarse con el otro que tienen al lado. Para construir esta situación Gaspar Noé recurre a la pantalla dividida, exponiendo dos mundos distintos que coexisten, dos tiempos diferentes que se yuxtaponen. En la vejez la empatía desaparece, todo es irritante, ponerse en la piel del otro es un acto impensable. Noé lo expresa a la perfección abusando de la pantalla dividida al igual que en su film anterior, Lux Æterna (2019)

 

No es casualidad que el director y guionista haya elegido para protagonizar su película a la leyenda del cine de terror Dario Argento, un italiano con un fuerte acento que le cuesta expresarse en francés, y a Françoise Lebrun, una reconocida actriz que comenzó su exitosa carrera en la década del setenta, dos baluartes del cine europeo que se niegan a retirarse. A través de ellos, Noé expresa que la vejez ralentiza todo aunque uno nunca deja lo que ama hasta el desenlace. De esta forma el director de Irreversible (Irréversible, 2002) realiza una declaración solemne y necesaria, que solo la muerte podrá poner un punto final a su obra, a lo que ama, a lo que lo mueve.

 

Basada en experiencias personales de Noé, la demencia diagnosticada de su madre y su experiencia cercana a la muerte debido a una hemorragia cerebral sufrida en 2020, la trama de Vortex (2021) no romantiza ni idealiza a la vejez ni la vida humana, la expone en toda su miseria, sus acciones cotidianas, ir al baño, dormir, actos mecánicos como hacer café a la mañana, molestar y enojarse con el que se tiene al lado, un regaño constante a la persona que se ama, con la que no se puede convivir pero sin la cual tampoco se puede vivir. Como en todos sus films, Gaspar Noé narra los desesperantes sucesos en tiempo real, con los tiempos muertos que vivimos constantemente, para irritar y exponer la vida como es, insoportable.

 

En el comienzo del film el realizador introduce la canción completa de la cantante pop francesa Françoise Hardy, Mon Amie la Rose (1965), con un video de Hardy cantando en primer plano una de sus canciones más emblemáticas, una balada melancólica y triste sobre los ciclos de la vida, la belleza que se marchita, la muerte como último destino de todo lo viviente, un prólogo a un film duro, como la vida misma.

 

Si en sus anteriores films no había quedado claro que Noé es un ateo recalcitrante, aquí no deja lugar a dudas cuando la muerte es simbolizada con una pantalla negra, la nada, la desaparición de la imagen. Vortex exhibe así lo que queda cuando morimos, unos recuerdos arraigados en unos cuantos objetos, espacios llenos que se vacían, el olvido, la nada misma, una pantalla negra. El hogar es el lugar de los vivos, cuando se muere el hogar desaparece, las pertenencias pierden su valor, se marchitan, como la rosa de la canción de Hardy.

 

En Vortex, Gaspar Noé realiza su propia versión de Amour (2012), el aclamado film del realizador austríaco Michael Haneke, una mirada de las miserias de la vejez llevada al extremo. Ya en los títulos el director coloca el año de nacimiento de los actores y de él mismo para afirmar que la vida es una cuenta regresiva hacia la muerte, un tiempo que se acaba. Vortex choca frontalmente con el cine actual, con la liviandad y la banalidad con las que las personas se evaden de la realidad. Noé no expone la solemnidad de vivir y morir como una posición entre otras, se la refriega al espectador en la cara hasta dejarlo manchado y marcado para siempre. Así finaliza esta advertencia para los tibios y esta invitación a los interesados en correr el velo.

 

Vortex (Francia/ Bélgica/ Mónaco, 2021)

Dirección y Guión: Gaspar Noé. Elenco: Dario Argento, Françoise Lebrun, Alex Lutz, Kylian Dheret, Vuk Brankovic, Kamel Benchemekh, Charles Morillon, Frank Villeneuve, Corinne Bruand, Joël Clabault. Producción: Brahim Chioua, Vincent Maraval y Edouard Weil. Duración: 143 minutos.

Puntaje: 8